Esta es la pregunta que se siguen haciendo todos desde que murió Wilson. Su ausencia se sintió muy fuerte. Pasados un par de años, un semanario publicó titulares de hechos políticos. Agregó: “Se nota un
antes y un después del 15 de marzo del 88” (fecha en que falleció Wilson). Hubo un quiebre para el país. Naturalmente, también para su partido.
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Su ausencia se sintió en el resultado electoral. Muere un año antes de las elecciones del 89. Las encuestas lo daban como ganador. La última vez que había podido ser candidato había sido en 1971. Más allá del fraude, sobre el que cada vez hay más evidencias, regía la ley de lemas. Aun en los números oficiales fue el más votado por un enorme margen. Pero el herrerismo tuvo una votación paupérrima.
En ausencia de Wilson, ganó Lacalle. El mismo llegó a decir, al terminar su mandato, “Wilson dejó una correntada ganadora, murió, tomé la posta y gané”.
Pero aunque él mismo reconozca que ganó por Wilson, no ganó el wilsonismo. Había sido adversario, más feroz que muchos de fuera de su partido. Los hechos son conocidos, Wilson se forma de joven en la
solidaridad a la República Española. Lacalle admiró al falangismo. En su libro Trasfoguero describe uno de los días más emotivos de su vida: cuando conoció a Franco.
Cuando muere Franco, yo estaba de viaje con mi padre visitando familiares españoles exiliados en México. Ese día Lacalle fue a la Embajada de España en la puerta, alzó su brazo derecho y cantó el himno
fascista “Cara al sol”. Wilson escribe al Dr. García Costa cortando para siempre con Lacalle.
El episodio dejó huellas en la interna blanca. En 1980 Lacalle se acercaba al “sí” de la dictadura. Cambió por las medidas que Wilson estaba dispuesto a llevar adelante. En 1982 quiere integrar las listas wilsonistas (ACF) a lo que el caudillo blanco se opone desde el exilio escribiendo varias cartas al respecto. El propio Lacalle lo ha narrado. El gobierno que surge en el 90 no lo representa.
Más pronto que tarde el Partido Nacional deja de lado los intereses que Wilson convocaba a defender. No solo dejan de flamear sus banderas, sino que se izan aquellas que representan todo lo que había combatido en vida. El propio Lacalle, en un documental sobre Wilson, describe esta situación, dice que nunca se llevaron bien ni creyeron en las mismas cosas.
Tras uno de los tantos frustrados intentos de Lacalle de volver al gobierno, su hijo (actual presidente) es suplente de su madre en la cámara baja representando a Canelones. Ella opta por el Senado y él asume la banca de diputado. Antes, en una sesión de “autocrítica” por la pésima votación partidaria, en uno de los microcines de Montevideo Shopping, Lacalle Pou dijo pertenecer a la generación de herreristas que veía en Wilson a un enemigo: “Nos desarmó el movimiento, compró a nuestros dirigentes”. Fue tan ofensivo que me obligó a abandonar la reunión.
Desde la muerte de Wilson, conducen el partido Lacalle padre e hijo, sin ocultar, sino más bien exteriorizando, su animadversión no solo a Wilson sino al wilsonismo. El influyente Dr. Ignacio de
Posadas dice claramente: “‘Nuestro Compromiso con Usted’ -programa de gobierno de Wilson en el 71- era un mamarracho”.
Muerto Wilson se siente su falta, la de su carisma, su prestigio dentro y fuera del país, su inobjetable conducta moral (reconocida por seguidores y adversarios), su capacidad de hablar por la gente y
decir con sus propias palabras lo que esta quería o sentía.
Se deja de hablar de las transformaciones que quería para el país. De inmediato se empiezan a aplaudir e instrumentar políticas para favorecer a quienes había combatido siempre.
¿Queda dentro del actual partido espacio para el Wilsonismo? Tras cinco años de inhibición política como miembro del Consejo Directivo de la Institución de Derechos Humanos, el 4 de setiembre de 2017,
declaro en esta revista: “No sé lo que haré, pero sé en donde no puedo estar más”.
El Partido Nacional no me presentaba, pero además fui consciente que era en vano procurar abrir un espacio wilsonista en su seno. Los hechos demostraron que tenía razón. Los que eran wilsonistas y permanecieron en el partido terminaron,en su casa u ocupando cargos en apoyo a las políticas del actual gobierno, que se encuentra en las antípodas del wilsonismo. Desde el presidente del Directorio del partido, a algún ministro y subsecretario de ese origen (dos exsecretarios míos, aunque lo oculten, integran el gabinete) defienden desde la entrega del puerto a la alineación con EEUU y la presencia de las FFAA en tareas policiales, por ejemplo. Los wilsonistas que quieren seguirlo siendo no tienen lugar en el Partido Nacional. No dudo de la buena fe de quienes lo intentan y no ocupan cargos en el
gobierno. Este no defiende sus valores. Claro, hay algo, muy intangible, que no se obtiene por mero deseo. Es innegable que en la esencia del wilsonismo pesaba mucho el magnetismo personal.
Eso que hacía que en el exilio, con solo conocerlo e intercambiar dos palabras, presidentes, reyes y gobernantes de todo tipo le abrieran las puertas de par en par. En el aniversario de Simón Bolívar, Wilsonfue orador único en el Parlamento de Ecuador en nombre de todos los ecuatorianos.
Aparte del prestigio que ello demuestra, su discurso enfrenta duramente los principios de la LUC, que hoy queremos derogar. Por ejemplo cita a Bolívar cuando dice que “en democracia todo ciudadano debe tener por permitido lo que no esté expresamente prohibido por la ley”. Luego dice que es el Bolívar de hoy, el del pensamiento vigente en el siglo XX, al que quiere homenajear: habla de no intervención ni influencia de las potencias.
El gobierno de Lacalle Pou inicia su diplomacia con una visita al Secretario Pompeo de Donald Trump, en plena pandemia. Visita a Bolsonaro a continuación y a Fernández al año y medio. Apoya las políticas
injerencistas de la OEA de Almagro. Tiene con este camino de doble vía: acata su línea y lo tiene rodeado de gente de confianza directa.
El resto del discurso en Quito, Wilson lo dedica a la unidad sudamericana, en tiempos de Bolívar y de su propio exilio. Yo agregaría también el hoy, con impresionante vigencia. Parece condenar el
“magnicidio” de la Unasur, del Mercosur y la sumisión a la OEA, a la que solía calificar como otros: como el ministerio de colonias de EEUU. Veamos, en lo interno, con qué Uruguay soñaba Wilson.
Hoy siempre se busca denostar a los gremios. El Pit- Cnt es culpable de todo. Se cercena el derecho de huelga y prohíbe ocupar los lugar de trabajo (LUC). La primera tarea que Wilson encomendó a sus
seguidores, la noche del golpe, fue la recolección de alimentos no perecederos para llevar a los lugares de trabajo ocupados por los trabajadores. Consideraba la ocupación “la extensión del derecho de huelga”.
En carta que me dirige el 4 de octubre del 83, sostiene que no es pensable construir un futuro sin la participación de todos. Dice: “No es solamente una ampliación de los criterios formalmente polítcos [sino
la imprescindible participación] de todas las fuerzas sociales y gremiales”, pidiéndome que tome contacto dentro del país “con representantes del PIT y Aceep […] para lo que te pido invoques mi nombre y asumas mi representación”.
No se puede sostener que era un impulso emocional del momento, como lamentablemente se ha dicho. El 16 de mayo, en Bogotá, había dicho en un acto: “La CNT es la central única de trabajadores de mi país. Podrán ilegalizarla, pero no borrarla de la vida nacional”. Creía en la necesidad de fomentar la incorporación de mano de obra a nuestras exportaciones. Ello le llevó, siendo ministro, a tomar medidas poco simpáticas, como la prohibición de la exportación de ganado en pie. Este gobierno entrega la conducción de la política agropecuaria a dirigentes de las gremiales de productores. Las mismas que silbaron Wilson en la Exposición del Prado (ARU) en Montevideo y forzaron una salida en medio de insultos y puñetazos de la exposición Rural en Salto (FRU).
¿Y por qué todo esto? Porque en sus programas de gobierno no exponía principios generales ni propiciaba acuerdos para el reparto de cargos. Iba al grano, al detalle. En “Nuestro Compromiso con
Usted” del 71, que reivindica en el 84 desde la prisión y para la elección del 89, a la que no llegó vivo, adaptado a nuevas realidades y desafíos, prácticamente planteaba el texto mismo de los
proyectos de ley. Sobre política agropecuaria decía: “Nuestro país ha participado en un carácter común a otros de América Latina: consumir como rico, producir como pobre […] la demanda no ha cesado de crecer, mientras que la oferta [sigue] sometida a sus propias rigideces […] Si la demanda no ha encontrado respuesta en la oferta interna, ello no significa que se la reduzca tal cual intenta hacer el oficialismo, congelando los ingresos de los grupos más extensos de la población”.
Su defendida reforma agraria tendía a “asegurar en el medio rural la justicia social, estableciendo […] una nueva relación hombre-tierra-comunidad. A esos efectos [promovía] el proceso que incluyera ladistribución del ingreso y de otros beneficios derivados de la propiedad de la tierra”. Hoy, por ejemplo, con el Instituto de Colonización: “Están desvistiendo un pobre para mal vestir a otro” (diputado Alfredo Fratti). En plena democracia se le preguntaba por la compra de bancos fundidos; decía: “Estamos pagando con plata de la gente la deuda de los banqueros para luego entregar la banca a extranjeros”. ¿No fue así? Sobre política tributaria afirmaba: “Mejorar la distribución del ingreso [vía una legislación] lo suficientemente flexible […] sin que el sacrificio recaiga en los estratos de más bajos niveles de rentas”.
Yo dejé el cargo que ocupaba por dejar al Partido Nacional, porque no había lugar para el wilsonismo. Hay dirigentes que usan las redes sociales para decir que me “vendí por un cargo”. ¿Cambié yo o
cambiaron ellos?