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Editorial

El lobo tiene dos caras

Dónde podemos ir a parar con Lacalle-Talvi

Por Alberto Grille.

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Como acaso se imaginan los lectores, uno de mis pasatiempos favoritos es hablar y escuchar. Lo hago al menos ocho horas diarias y muy buena parte ese lapso hablo de política. Lejos de lo que algunos pueden pensar, hablo con gente diversa, con frenteamplistas, blancos y colorados, con caciques y con indios, con civiles y con algún militar, con obreros y empresarios, con jóvenes y viejos. Hablo en la revista, donde la mayoría es frenteamplista, hablo con los anunciantes, que son en su mayoría partidarios de la oposición, hablo con los feriantes, con algunas personas que se me acercan en el supermercado, hablo en el Campeón del Siglo dos veces por mes cuando voy a ver a Peñarol, en las canchas chicas los otros dos fines de semana, con mis primos, que son de todos los partidos, con algunos amigos que a veces ni les interesa la política, en mi casa, con mis hijos, con mis nietos, si puedo, con los amigos de mis nietos, con senadores, con diputados, con abogados, con economistas y con médicos; con jerarcas de la administración pública, hablo con Larrañaga, con Sartori y hasta con Manini.

A veces me encuentro en lugares públicos, a veces los voy a ver, a veces me llaman por  teléfono y a veces los llamo yo.

Cuando no hablo, leo, 5 o 6 horas diarias. Leo libros, diarios y revistas. Leo blogs, páginas web, mensajes de Facebook, mensajes de WhatsApp. Miro televisión, programas uruguayos y argentinos, miro Netflix. Me interesan las páginas editoriales, las de información general, las empresariales, las agropecuarias, las portuarias y las internacionales. Leo de logística, de transporte y de tecnología. Leo y escucho la información  deportiva. Leo páginas de política, de historia y de filosofía. Voy al fútbol todos los fines de semana, voy al básquetbol cuando juega Aguada. Leo sobre todo a los que no piensan como yo. Leo a Ahunchain, a Bottinelli, a Nelson Fernández, a Lussich, a Faig, a Lacalle (padre), a Alfie, a Javier De Haedo, a Steneri, a Verbitsky, a Pablo Da Silveira, a Julio Sanguinetti. Algunas veces hasta leo a los operadores, como Chasquetti y Valenti, aunque confieso que ya ni me calientan y a empleados de la CIA como Garcé.

Pensándolo bien, lo más que hago es hablar y escuchar. Y aunque alguna gente no lo crea, hablo mucho, pero escucho más, particularmente, escucho y leo a los que no están de acuerdo conmigo. Creo que estoy muy informado. Confieso que hay algunas cosas en las que pongo mucha atención. La primera es la diferente apreciación que la gente tiene de  la realidad, la segunda es el estado de ánimo de la gente. Confieso que me llama la atención desde hace muchos meses el triunfalismo de los dirigentes  blancos, alentado por los medios de comunicación hegemónicos y algunas encuestas de opinión pública cuyo rigor científico y metodológico están, al menos, en discusión. También me sorprende el desaliento de un buen número de frenteamplistas que ya sienten el peso de la derrota, más aún cuando son presa del desamor, del desánimo o de la disconformidad, y cuando son víctimas del marketing electoral, los mensajes de los medios o de los llamados influencers.

Pero también percibo que los estados de ánimo son pasajeros. Basta un estudiado discurso de Lacalle Pou para que alguna gente crea que estamos descubriendo esa noche a un gran estadista; basta un errático deambular poselectoral de Daniel Martínez a la búsqueda de una dama que lo acompañe en nuestra aventura electoral, para que algunos crean que estamos definitivamente en la lona.

Pero esas son, sin despreciarlas, solamente señales, gestos, golpes de timón más o menos eficaces que los medios y los analistas amplificarán o no según su conveniencia.

Es muy probable que en algunas semanas los zapallos se acomoden en el carro, los pronósticos de las consultoras y las encuestas rueden como chancho cuesta abajo como otras veces y asistamos en octubre a una elecciones  muy disputadas,  en las que el Frente Amplio no bajen de 42% de los votos y blancos y colorados, sumados, no suban más de 45%.

Con 45% no le alcanza al Frente para ganar, pero también es bastante improbable que en el balotaje Lacalle alcance más de 45%.

Es verdad, que si tomamos el resultado de las elecciones internas, el Frente Amplio tendrá que multiplicar por cuatro sus votos para ganar, cosa que nunca ha sucedido, pero también es cierto que probablemente solo 80.000 o 100.000 votos nos estarían faltando hoy para obtener la victoria.

Es posible que los lectores tengan muchas opiniones sobre estos números que hoy doy intuitivamente y con mucha subjetividad. Pero esos resultados no estarán muy alejados cuando se realicen los escrutinios de octubre y noviembre.

De aquí a octubre sucederán muchas cosas en nuestro país, en la política, en la economía, en la campaña electoral, en Argentina, en Brasil y en el mundo. Algunas favorecerán a la izquierda y otras a la derecha. Cada nueva circunstancia influirá en los resultados. Lo que no se modificarán son los candidatos. Tal vez Lacalle no sea el mejor de los candidatos de las blancos, pero es lo que tienen. Un amigo me dijo ayer que Talvi es un político naif, pero le ganó al experimentado Sanguinetti y lo mandó a jugar con los nietos. Daniel es el resultado de una interna en la que la izquierda eligió candidato entre sus mejores cuadros. Daniel  ganó y ganó con luz. A diferencia de su adversario blanco, se ha presentado una vez en elecciones y ganó para ser intendente de Montevideo. Lacalle, su principal rival, jugó una vez y perdió por paliza. No da para hacer estadísticas ni catalogar a uno como ganador y a otro como perdedor, pero no creo que haya que dejarlo de tener en cuenta.

Ahora los candidatos están elegidos y los pingos se verán en la cancha. El mío quizás no es el mejor, pero merece que lo apoyemos sin cortapisas. El otro está más maduro y más pulido, pero sobresale entre sus pares porque la política está muy venida a menos. Los candidatos a vice no moverán la aguja.

Lo que ha pasado en estos 15 años de gobierno frenteamplista no puede ya cambiarse y serán insumos que contribuirán a conformar el balance que cada uno haga de la gestión, de su logros y sus insuficiencias. Lo que suceda de aquí a noviembre sucederá y en algunas de esas eventualidades podremos incidir y en otras no.

Sin embargo, yo quiero advertir a los frenteamplistas que tal vez no se han comprendido algunos datos que no debieran pasar desapercibidos o menospreciados cuando se trata de imaginar el futuro.

Tal es la perspectiva que nos espera si triunfara una coalición de gobierno neoliberal encabezada por Luis Lacalle Pou y Ernesto Talvi.

Creo que no está de más reiterar que no estamos ante una mera disputa por el centro, como describe en un reportaje el famoso politólogo Daniel Chasquetti mientras come los deliciosos ñoquis de Panini’s, y toma unos tragos de vino tinto tannat de Don Pascual, acreditando como verdad el discurso edulcorado de Lacalle y la pulida voltereta de Talvi.

Estamos ante un proyecto neoliberal, dirigista de derecha, oligárquico y restaurador contra los avances indiscutibles que Uruguay ha tenido en 15 años de gobierno exitoso, con progreso, desarrollo, democracia, libertad y justicia social.

No se trata de disputar el centro para ganar, se trata de poner en el centro de la consideración pública que la disputa es entre oligarquía y pueblo, entre el poder de las grandes corporaciones empresariales, cada vez más a la derecha, proponiéndose recortar salarios y derechos, y el de las organizaciones sociales, los trabajadores, las capas medias, los jubilados, los pensionistas, los sindicatos y organizaciones de derechos humanos, proyectando un país mejor, más justo, más digno, soberano, próspero y democrático.

Lo que nos espera, si ganara la fórmula Lacalle-Talvi, es la congelación de salarios, como promueve Isaac Alfie, y la eliminación de los Consejos de Salarios, como promueve Gustavo Licandro. Los que nos espera es el ajuste fiscal, como lo pide Ignacio de Posadas, la reforma laboral y la de la previsión social. Lo que nos espera es el aumento del IVA. Lo que nos espera es el recorte de las jubilaciones y el aumento de la edad jubilatoria. Lo que nos espera en la privatización de áreas enteras de las empresas públicas y los monopolios estatales. Lo que nos espera es la devaluación de la moneda, como piden las corporaciones agropecuarias, la inflación, el hambre, la miseria, la pobreza y la carestía. Lo que nos espera es la pérdida de la independencia y el alineamiento con la política de la administración de Trump y el sometimiento a las presiones de Bolsonaro. Lo que nos espera es el regreso al círculo de los países dependientes del FMI.

¿Cuáles son los efectos que han tenido en Argentina y Brasil las políticas que admiran Lacalle Pou y Talvi?

La gente que había salido de la pobreza e ingresado al sector más vulnerable de las capas medias ha vuelto a ser pobre. Los pobres han vuelto a ser indigentes, la gente se borra de su mutualistas, los hospitales no tienen medicamentos, las escuelas privadas pierden cientos de miles de alumnos que no pueden pagar las cuotas, los investigadores se van del país porque ya no tienen becas ni proyectos, las empresas estatales se venden y las tarifas eléctricas y los combustibles se dolarizan.
Todas las promesas electorales se olvidaron y los que se acumulan son promesas olvidadas, engaños y mentiras.

Brasil y Argentina se están hundiendo en la recesión, con caídas en el primer trimestre de 5,28% y 0,2% en sus PIB, respectivamente, que se proyectan al resto de 2019.

Ambos países realizaron ajustes fiscales en beneficio de los grupos más privilegiados y desequilibraron sus finanzas.

Los dos gobiernos enfrentan conflictos sociales y políticos severos. Ambos han gobernado contra los trabajadores, las capas medias y la pequeña y mediana empresa.

Precisamente, constituyen una muestra de lo que Uruguay no debe hacer en materia  de política económica y social.

Solo los países subdesarrollados, condicionados por el FMI material y mentalmente, mantienen el ajuste fiscal como política permanente, y así les va.

Argentina y Brasil son un excelente ejemplo de ello.

Los indicadores de Argentina, de los que no habla nuestra prensa grande, siguen siendo de espanto: la inflación acumula 57,3% en los doce meses cerrados a mayo; el riesgo país se ubicó el martes en 855 puntos básicos (o sea que si Argentina pudiera tomar préstamos en el mercado financiero, debería pagar 8,55% por encima de la tasa de referencia de la Reserva Federal); el PIB cayó a US$ 432.241 (cifra de un detallado informe de El Economista), en tanto que su deuda pública superó 80% del PIB; la pobreza alcanza a 32% de los argentinos; el desempleo a 10,1%; la tasa de interés se ubicó en el entorno de 64% (impagable, siempre), en tanto que el dólar se estabilizó alrededor de $A 42,5. Según el FMI, en 2019 y 2020 América Latina y el Caribe crecerían 1,4% y 2,4%, respectivamente, en tanto que Argentina (a la que le otorgó un préstamo de US$ 57.100 millones, más de 10% de su PIB de entonces) caerá -1,2% en 2019 y crecerá 2,2% en 2020, cifras que seguramente sufrirán un severo ajuste a la baja en la nueva actualización.

El PIB de Argentina cayó un rotundo 5,8% en el primer trimestre de 2019 y suma cuatro trimestres consecutivos de caídas interanuales. El año pasado, la economía cayó 2,5%, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Para este año, el presupuesto macrista preveía una caída de 0,5%, pero todas las estimaciones prevén que superará el 1,5%.

En la que fue el orgulloso “granero del mundo”, avanzan la recesión, el desempleo, la miseria, la violencia y la desesperación.

 

Tristeza não tem fim

Mientras continúa la batalla judicial que divide a Brasil al comprobarse que el “intachable” exjuez Sérgio Moro, hoy ministro de Justicia del presidente Bolsonaro, estuvo en contacto con los fiscales que encarcelaron al principal candidato electoral de las últimas elecciones brasileñas, Luiz Inácio Lula da Silva, y Jair Messias Bolsonaro (que asumió la presidencia el 1º de enero de 2019) ya ha tenido que despedir a varios ministros, debe recordarse que su primer acto de gobierno fue eliminar el Ministerio de Trabajo.

Bolsonaro viene fracasando en su principal proyecto, que es la reforma previsional; recibió el explícito rechazo de las Fuerzas Armadas (a las que tanto ha elogiado, igual que a la dictadura militar de 1964-1985), que se negaron a su intención de intervenir militarmente en Venezuela; y del Banco Central de Brasil, cuando sugirió la creación de una “moneda única” con Argentina.

Su principal fracaso ocurre en la economía. Como es partidario de un ajuste fiscal permanente, provocó un enorme recorte de gastos, sobre todo en materia educativa y de programas sociales. Como resultado de estos ajustes, a menos de un año de haber asumido la presidencia, el PIB de Brasil cayó 0,2% en el primer trimestre del presente año respecto al período inmediatamente anterior. Se prevé que el mismo resultado se observará en el próximo trimestre, por lo cual el país norteño entrará oficialmente en recesión.

Actualmente tiene 13 millones de desocupados.

La economía de Brasil cayó casi 9% durante la severa contracción 2015-2016 y tuvo crecimiento mínimo en 2017 y 2018. El FMI previó en su informe de abril que Brasil crecería 2,1% y 2,5% en 2019 y 2020, pero esas cifras sin duda serán revisadas drásticamente a la baja.

Los datos de Argentina y Brasil son malos para Uruguay, por su cercanía y la influencia en nuestra actividad económica. Fueron en 2018 nuestro quinto y nuestro tercer socio comercial respectivamente.

No podemos cambiar sus políticas, pero sí diferenciarnos de ellas.

Veamos: los conceptos de desarrollo, políticas expansivas, Estado de bienestar, pleno empleo, bienestar social, jamás asomaron como objetivos en los ministros de Economía Nicolás Dujovne y Pablo Guedes, así como tampoco en Luis Lacalle Pou ni Ernesto Talvi, que son dirigistas de derechas, dedicados a favorecer a los grupos privilegiados a los que pertenecen.

Argentina y Brasil, admirados por Lacalle Pou y Talvi, nos muestran los caminos que no debemos seguir.

Solamente el Frente Amplio ofrece una alternativa para el crecimiento y la inclusión social en nuestro país. La fuerza no está en los músculos ni en el corazón. Está en la cabeza. No dejemos que nos la coman.

Menos pobres, más clase media
Hemos reiterado hasta el cansancio que Uruguay creció ininterrumpidamente durante 16 años con inclusión social, al amparo de los gobiernos del Frente Amplio, y exhibe los mejores indicadores sociales del continente. El jueves pasado, Búsqueda publicó un artículo relativo a datos oficiales contenidos en el informe que acompañó la Rendición de Cuentas, de los cuales solo han trascendido las cifras relativas al déficit fiscal. Del informe, en el recuadro titulado ‘Evolución de las clases sociales 1995-2018 (en % de la población)’, se destaca que los pobres pasaron a ser de 17% del total de la población en 2004, 1% en 2018; los vulnerables pasaron a ser de 37% en 2004 a 17% en 2018; la clase baja pasó a ser de 54% en 2004 a 18% en 2018; la clase media pasó de 44% en 2004 a 75% en 2018; y la clase alta pasó de ser 2% en 2004 a 6% en 2018.

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