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Dura lex

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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Ahora que ya el clímax de este largo y un tanto ridículo novelón culminó con la renuncia de Raúl Sendic a sus cargos de vicepresidente y senador, ahora que “ya todo ha pasado”, a todos nos queda una mezcla de vacío y compasión. Es doloroso pensar en quien todo lo ha perdido, aunque haya sido el principal responsable de su propia perdición. Cometió errores imperdonables; fue acusado y acorralado; se defendió de forma lamentable; fue juzgado con imparcial serenidad e independencia de la jauría que lo acusaba y todo terminó con su renuncia. No cabía otra y la ley es la ley. La ley interna de la fuerza política. Lo que resta ya no es asunto de ella, sino de la Justicia. Está por dilucidarse si hubo o no delito en los “hechos de apariencia delictiva” que la jauría opositora denunció. Está por dilucidarse, pero eso ya no es asunto nuestro. Oscuridad y silencio es lo que cabe de aquí en adelante. Espero que él lo comprenda y abomino de quien le siga pegando ahora. Lo consideraré un garronero desleal, un carroñero y una mala persona. Es fácil pegarle al caído, pero es detestable. ¡Fin del culebrón! A otra, a otras cosas, que nos apremian y son mucho más importantes.   Retrocediendo en chancletas El equipo económico del Ministerio de Economía está tratando de hacerlo en este asunto de la inclusión financiera ahora que la recolección de firmas amenaza con llevar el tema a un plebiscito junto con la elección nacional. Ahora que calentaron a una serie de evasores y lograron que un grupo grande de gente pueda verse afectado por no contar con profusión de cajeros automáticos en su derredor; ahora que se dieron cuenta de que están más solos que el uno porque ni nos consultaron ni informaron; ahora están tratando de negociar. ¡Negocien, compañeros! Ya les dije que no me siento solidario sino molesto con la soberbia con la que han manejado el asunto. Negocien porque tienen el viento en la puerta. Negocien porque hay que encontrar una solución, que de cualquier manera dejará desairado al gobierno. No hay más remedio que recular. No merecemos tener que pelear un plebiscito que no podemos perder porque sería dejar maniatado al futuro gobierno con una disposición constitucional, pero que, de ganarlo, dejaría a un montón de gente frustrada. No dudo que la prohibición de votar en el futuro una Ley de Inclusión Financiera es un absurdo, es dejarnos atados al siglo pasado, y que a trancas y barrancas el plebiscito se ganaría, pero al alto costo de centrar la campaña en torno a esto y ganar, dejando a mucha gente convencida de que somos los mandaderos de los bancos. Bueno, el mandado se lo hicimos. No porque seamos sus servidores, sino porque el mundo avanzó hacia la inclusión financiera. El papel moneda como principal medio de pago está llegando a su fin. Como llegó a su fin el del patrón oro. En la chica: no me atrevo a asegurar que el fin del patrón oro, así como lo conocimos o con otro formato, sea definitivo. Por algo las grandes potencias se están preocupando de acumular reservas de dicho metal. Como tampoco me atrevo a predecir qué pasará con los Bitcoins u otras monedas virtuales. En realidad, a mi edad, ese asunto me preocupa un belín. No quisiera ser reiterativo, pero, compañeros hacedores de la política económica, ¡hay todo un mundo fuera de la burbuja! Más vale que cada vez que se les ocurra una genial modificación, la consulten con ese otro mundo. Y si quieren que ayudemos, más les vale que primero gasten su tiempo, sus zapatos y el fundillo de sus pantalones en informarnos y convencernos. Para no irme muy lejos, también están retrocediendo en el asunto de pagar el combustible únicamente con tarjeta. No sé si, a fuerza de imponer cuestiones convenientes para la economía, o para la salud, como el consumo de alcohol, no terminaremos llenando el país de inspectores. Todo bien; todo sea por la modernización y por evitar que maltratemos nuestra salud. Pero no es cuestión de reglamentar demasiado y convertirnos en el paraíso de los inspectores.   Anunciando su propia desaparición El señor Corallo, desde su puesto como presidente de la Cámara de Industrias, y supongo que representando a ese nuevo “Comité del vintén”, en el cual ha reunido a todas las cámaras empresariales y pretende ser una especie de vigilante de la política del gobierno, ha vuelto a clamar en defensa de la “competitividad” de las empresas. ¡Muy bien por el compañero! Nadie puede estar en desacuerdo con que debemos ser competitivos y salir a vender al mundo con los mejores precios y la más alta calidad. ¿Cómo no apoyarlo? El asunto no está en el enunciado, sino en las soluciones que propone. Para él, y ha sido insistente, hay dos cuestiones, dos soluciones y nada más que dos soluciones: la rebaja del salario de los trabajadores y la elevación del tipo de cambio que favorezca a los exportadores, aunque esto signifique encarecimiento para los que viven de un sueldo. Soy un tanto viejo y me suena a ya oída esta receta, que sin duda estará también en los discursos de cierre de la Expo Prado, en la cual, como siempre, los linajudos de la Asociación Rural harán su discurso anual de reprimenda al gobierno. Ellos no reclaman, ¡exigen!, con reto previo. Yo recuerdo el reclamo, la exigencia, desde muy chico y me acuerdo que desde el 59 hasta que ganó el Frente Amplio tuvimos que aguantar distintas modalidades de esa política, que, según ellos, era la correcta, la que nos llevaría, algún día, a la felicidad y el desarrollo. Y nunca se pudo hacer porque las políticas de austeridad, equilibrio fiscal y contención del gasto no pudieron aplicarse en su totalidad. Siempre la misma receta, siempre el mismo fracaso y siempre la misma explicación de que “no pudieron”. Siempre han sido duros críticos de lo que llaman “empleomanía” para condenar el crecimiento del Estado en funcionarios y funciones. Cosa rara, estarían dispuestos a borrar de un plumazo todas las políticas sociales. Pero no dicen ni pío del tamaño de las Fuerzas Armadas, de sus costos y de la mentirosa defensa de que custodian nuestra soberanía. Cuando la construcción de Botnia nos puso en grave tensión con nuestros vecinos, Tabaré consultó cuánto podríamos aguantar en caso de invasión y la respuesta fue tan sincera como decepcionante: no podríamos. El tiempo de los ejércitos nacionales como garantía ante posibles conflictos armados ya pasó para los países pequeños. Ni nosotros ni nuestros vecinos estamos manejando hipótesis de conflicto armado y es lo mejor que nos puede pasar: no tenerlos ni ambicionarlos. En realidad, las Fuerzas Armadas no son contempladas por las clases dominantes como garantía de soberanía nacional, sino como defensa del orden existente, que los favorece. Como un segundo escalón, del delito, los defiende la Policía. De la subversión que les quite su posición privilegiada, las Fuerzas Armadas. Por algo nos muestran los espectaculares entrenamientos de “caras pintadas” que simulan situaciones de enfrentamiento a grupos terroristas. Pero dejemos por ahí la cosa. Yo no quisiera suprimirlas; sí redireccionarlas. Son un cuerpo a propósito para todo lo que tenga que ver con defensa civil, con ayuda extraordinaria en caso de desastres naturales, junto con los municipales, a quienes se ningunea. En estas inundaciones en el sur, los intendentes de Florida, Canelones y Montevideo se acordaron de los municipales, pero, en general, siempre se les otorga el protagonismo a las Fuerzas Armadas. Creo, además que la custodia de nuestra soberanía marítima y aérea les corresponde y deberíamos dotarlos mejor para cumplirla y para situaciones de emergencia. Punto por ahora. Quiero volver a la delirante y reiterada amenaza del señor Corallo de sustituirnos por robots si no aceptamos que nuestro salario se utilice como variable de ajuste. Parece decirnos: “¿Qué prefieren, trabajar por un plato de sopa o que traiga robots y los deje en la vía?”. Tate, tate, don Corallo, despacito por las piedras y “póngase un poco a pensar”. Es cierto que el mundo avanza hacia la robotización, al mismo ritmo que avanza hacia la globalización. Ambos procesos, nacidos de la revolución científico técnica, van unidos a un tercer proceso que debería preocuparlo: el crecimiento del capital financiero y su creciente control sobre el reparto internacional del trabajo. ¿Sabe una cosa? Tal vez el capital financiero, la nueva distribución internacional del trabajo y de la propiedad lo estén amenazando más a usted que a nosotros los trabajadores, que somos “consumidores”, y, como tales, necesita que consumamos lo que producen. Tal vez precisen menos de patroncitos privados de empresitas privadas en paisitos que ellos tienen que remodelar y ajustar a la nueva distribución internacional del trabajo. Un ejemplo fue la pinturería que se fue. La economía de escala lleva a que no les sea conveniente producir aquí para este pequeño mercado que pueden abastecer desde Brasil. ¿Quién le asegura a usted que no vengan un día y le digan: “Bueno, señor Corallo, vamos a cerrar su empresa porque abasteceremos ese rubro desde Sumatra o Burkina Faso”? “Así que le damos unos pesos para que se deje de molestar, algunas acciones de nuestra multinacional para que siga sintiéndose importante y dedíquese a jugar golf o resolver palabras cruzadas. Usted y los como usted ya fueron”. Me gustaría vivir para verlo Ah, y no crea que tenemos miedo a discutir productividad. Eso sí, con todos los números a la vista. Nada de escondernos gastos personales entre los gastos de la empresa.

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