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Editorial enchastre | Orsi | campaña electoral

Maniobras

El enchastre

La denuncia contra el exintendente de Canelones y precandidato del FA Yamandú Orsi tiene la forma habitual de una operación política de enchastre.

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Es una denuncia escandalosa de hechos imposibles de verificar que ingresa en plena campaña electoral con el propósito de destruir a un candidato. No es una denuncia que busque justicia, en el sentido estricto de algún tipo de reproche en el ámbito penal o civil, porque en ese terreno es, claramente, algo que no va a prosperar. Han pasado muchos años de los supuestos hechos, no hubo una denuncia en el momento, no hay pruebas, ni hay testigos que involucren a Yamandú Orsi, dado que la propia denunciante dice que desconocía hasta este momento que su supuesto agresor había sido él.

Como la Justicia no puede avanzar sin pruebas, la fiscal a cargo de esta sonada causa deberá archivar cuando se tomen las declaraciones y se agoten las medidas de pruebas, que no existen. Sin embargo, durante todo ese período de tiempo, la prensa convencional y la propaganda de campaña harán lo suyo, intentando horadar la credibilidad del candidato y transformando el hecho en el tema de debate principal del país, aunque finalmente estemos debatiendo entre convicciones, creencias y corazonadas.

Habrá, entonces, gente que le cree, como un dogma, automáticamente, a toda persona que denuncie, sin detenerse un instante en el principio de presunción de inocencia. Y habrá gente que no lo crea, porque le parece completamente inverosímil. Pero si la sociedad se guiara por una regla de la sana crítica y analizara los elementos con lógica, racionalidad y guiados por la experiencia, descartaría de inmediato una acusación de estas características por varios motivos; a saber: porque aparece en plena campaña con evidente intención política, porque no hay prueba posible y por la singularidad y extrañeza del mecanismo de acusación.

La experiencia indica que los enchastres, y sobre todo los más escabrosos, son desde hace un tiempo cosa de todos los días en las campañas electorales. En los últimos años, varias primeras figuras de la izquierda han sido víctimas de escarnios y procesos judiciales amañados. A Evo Morales le inventaron un hijo falso, a Lula lo metieron preso, al correísimo quisieron vincularlo con el asesinato de un precandidato, a López Obrador lo quisieron vincular con el narco, a Aníbal Fernández, en Argentina, le quisieron cargar un triple homicidio y consiguieron que un condenado dijera en televisión que era “la morza”, una suerte de figura mitológica del hampa. En todos los casos, las denuncias se produjeron en campaña, se difundieron en la prensa y en las redes y, en todos los casos, se demostraron falsas. Lula hasta fue preso durante más de un año por una operación de enchastre completamente falsa.

Si alguien quiere ubicarse en la recontra neutralidad crítica, ante algo que no tiene pruebas, tiene que elegir a quién creer, y, para ello, evaluar motivos para creer o no a la denunciante o al denunciado.

Motivos para no creer a la denunciante hay muchos: el primero es la oportunidad. La denuncia se hace en campaña y denuncias hechas en campaña tienen intención política. Y si tienen intención política es más probable que se ajusten a esas intenciones y no a la verdad. En segundo lugar, es realmente difícil creer que una persona que vive en contacto con la realidad recién conociera a Orsi en esta campaña electoral. Porque Orsi es intendente de Canelones desde hace casi diez años. Es una de las figuras públicas más conocidas del país y no parece verosímil que nunca antes lo hubiese identificado. En tercer lugar, porque la denuncia se hizo a las dos de la madrugada diez años después de los hechos. Y una denuncia hecha en una comisaría de madrugada diez años después de los hechos denunciados es extrañísima. Es más, habría que ver si hay algún precedente en la historia de las denuncias en Uruguay de una denuncia hecha de esta forma y a esa hora diez años después de los hechos denunciados. Me la juego a que no.

También resulta muy sospechoso que las dos denuncias que este caso involucra, la amenaza de muerte a Romina Celeste y la denuncia contra Orsi, hayan caído en dos fiscalías cuyos titulares son notoriamente cercanos al Gobierno. De Diego Pérez, para qué abundar, si hasta hacía perfiles de sus colegas fiscales para mandar a Presidencia, y de la fiscal Sandra Fleitas ya se sabe que es nacionalista, que fue propuesta por Cabildo Abierto para un posible colegiado en la Fiscalía de Corte y que tiene un legajo que incluye suspensiones ratificadas por la Justicia por irregularidades y arbitrariedad.

Motivos para no creer en Orsi no hay ninguno. No tiene antecedentes, nunca recibió una denuncia de este tipo, es candidato, por lo que está expuesto a operaciones políticas y hay muchos intereses en destruirlo por cualquier medio, y lleva una vida pública desde hace muchos años sin manchas de ninguna clase.

Todo sugiere una campaña sucia de enchastre. Y las campañas sucias son comunes en este momento de la historia, sobre todo contra candidatos de izquierda. Hay plata para eso. Hay incentivos demasiado grandes. Y cuando hay incentivos económicos y políticos tan importantes, hay mucha gente capaz de incurrir en la maledicencia.

Es normal que Orsi no haya denunciado la difamación, porque sería un circo todavía más grande, escalaría el tema y tampoco es claro que se pueda resolver hacia ningún lado. ¿Por qué? Porque estamos ante hechos inverificables, pero también imposibles de desmentir a ciencia cierta. Es una especie de palabra contra palabra y la Justicia terminaría sin poder concluir ni la difamación ni lo contrario, en una causa sumergida en la oscuridad de la que no hay pruebas.

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