Algunos nos preguntamos por qué Luis Alberto Heber ocupa el Ministerio del Interior y cuál es la razón por la que se mantiene en este ministerio clave, pese a las críticas que recibe de la oposición y el malestar que existe en sectores de la coalición de gobierno con una gestión que acumula fracasos y sobre todo disconformidad y rechazo en la opinión pública.
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Heber no es un desconocido en la política y mucho menos en el Partido Nacional y en el herrerismo. Tampoco es que sea muy prestigioso, más bien poco.
Es más, junto a Luis Alberto Lacalle Herrera son los dos principales líderes del esta fracción del Partido Nacional, el movimiento político desde el que se catapultó la candidatura del presidente de la República, Luis Lacalle Pou.
Luis Alberto Heber tiene 64 años y una larguísima trayectoria política que se inicia como dirigente de las organizaciones juveniles del Partido Nacional.
Una de sus hijas se llama, curiosamente, Victoria Blanca.
Ha sido diputado y senador sin interrupciones desde 1985 a la fecha de asumir como ministro de Estado en 2019, fecha en que ocupó el Ministerio de Transporte y Obras Públicas.
Fue presidente del Directorio de Partido Nacional, en su calidad de líder de la poderosa Lista 71, la que fuera durante décadas la principal fuerza del herrerismo.
Los Herrera y los Heber son el patriciado del Partido Nacional y su alianza fue pilar fundamental en las victoria electorales blanca de 1958 y 1989.
Los Herrera y los Heber son familia y comparten confianza, ideas e intereses.
Luis Alberto de Herrera, líder de la mayoría del Partido Nacional durante buena parte del siglo XX, se casó en 1908 con Margarita Uriarte, viuda de Alberto Heber Jackson, quienes contaban en sus ancestros a Dámaso Antonio Larrañaga, un sacerdote, intelectual y constitucionalista de notable papel en la independencia nacional.
La fortuna de los Jackson se mezcló con la pobreza de un modesto inmigrante alemán, de nombre Heber Wichelhausen cuando este se casó con Clara Jackson, que entre otras cosas dio el nombre a una escuela que se domicilia en la vieja calle Larrañaga, hoy Luis Alberto de Herrera.
Los nombres de Herrera, Jackson, Larrañaga, Heber, Usher y Uriarte se van a ver muchas veces en la historia del país, en la del Partido Nacional, en los padrones rurales, particularmente de Rivera y Florida, en el nomenclátor de muchas capitales departamentales y las zonas más bacanas del Prado y Carrasco en Montevideo.
Alberto Heber Uriarte, uno de los hijos de Alberto y Margarita, tuvo dos descendientes que, con el tiempo, se convirtieron en dirigentes principales del herrerismo: Mario y Alberto Titito Heber Usher.
Este último incluso presidió en 1966 el Consejo Nacional de Gobierno.
Luis Alberto Heber, el ahora ministro del Interior, es hijo de Mario Heber Usher y de Cecilia Fontana, asesinada en 1978 con vino envenenado, crimen que todavía está impune y que involucra a los mandos militares y policiales de la época.
Margarita Uriarte, la viuda del accidentado Heber Jackson, solo tuvo una hija en su posterior matrimonio con Luis Alberto de Herrera. La llamaron María Hortensia y se casó con Carlos Lacalle. Ambos fueron los padres del expresidente Luis Alberto Lacalle de Herrera y abuelos del actual.
Siguiendo la genealogía de estos destacados líderes, llegamos a que la bisabuela del ministro del Interior también fue bisabuela del presidente de la República; y ambos, al fin, deben su nombre a Luis Alberto de Herrera.
En la elecciones de 2014, Luis Alberto Heber pugnó con el actual Presidente por la candidatura presidencial y Luis Alberto Lacalle Pou ganó con el sustantivo apoyo de Julita Pou, su madre, quien parece haber definido la disputa.
Senador, diputado y dirigente partidario durante décadas, Luis Alberto Heber ambicionaba desempeñar un cargo ejecutivo en el nuevo gobierno surgido de las elecciones de 2019.
Heber no había sido un destacado parlamentario, a no ser por su permanencia, y en los últimos años en el Parlamento se destacaba más por hacer viajes oficiales que por asistir al Palacio Legislativo.
Esto le vino al nuevo presidente como anillo al dedo: ponía un hombre de su estricta confianza en el Ministerio de Transporte desde el que se gestionaría la controvertida concesión prometida a la Terminal de Contenedores y a la vez lo sacaba del Senado, dándole la posibilidad de entrar a Gustavo Penadés, su suplente, que había demostrado en su actividad parlamentaria mucha más voluntad, inteligencia, dedicación y capacidad de diálogo que Heber.
La muerte de Jorge Larrañaga, quien se había destacado por su aplicación al trabajo y su eficacia en los meses en que se desempeñó como ministro del Interior, obligó a Lacalle Pou a hacer un enroque y llevar a José Luis Falero al Ministerio de Transporte y a Luis Alberto Heber al Ministerio del Interior, aumentando así la representación del herrerismo en el Consejo de Ministros y reduciendo el papel de la “otra pata” del Partido Nacional, la que se quedaba húerfana y sin cargos en el gabinete.
El fracaso de Luis Alberto Heber era previsible. Sin preparación, sin la dedicación de su antecesor, sin conocimiento de la Policía ni de la gestión administrativa, sin experiencia ejecutiva y acostumbrado a las malas prácticas de la política, le iba a ser difícil ocupar un cargo de gran visibilidad, en relación con actores muy diversos y muy sometido a la presión de una agenda cambiante y muy sensible para la opinión pública.
Tal vez es prematuro analizar en dónde se equivocó Heber, pero estos dos últimos meses fueron fatales. El incremento del número y brutalidad de los homicidios y su persistencia en subestimar la gravedad de los hechos, el otorgamiento de un pasaporte al narcotraficante Marset, el crecimiento de las actividades del narcotráfico en el país y el desfachatado intento de tapar los problemas acusando de corrupción al senador Charles Carrera por su gestión anterior en la Secretaría General de su ministerio ponen en tela de juicio su continuidad en el cargo, continuidad que hace peligrar la relación del gobierno y la oposición y pone en riesgo la relación institucional entre los actores políticos que parece ser uno de los puntos fuertes del sistema político uruguayo.
Es bastante normal que el ministro más vapuleado deba ser sostenido para no habilitar una victoria de quienes lo cuestionan. La estrategia del presidente “cabezón”, que no da el brazo a torcer, es muy común y se confunde habitualmente con el principio de autoridad y con el concepto un poco primitivo de que el presidente es un padre severo que no debe aflojar.
Ese parece ser el camino que decidió transitar el mandatario y que ya le costó el cargo a un buen tipo que prefirió dar un paso al costado antes que verse enredado en un lío que no se justificaba por el lado que se le mire, como el haber ido a un oculista en el Hospital Policial, probablemente para que le recetara unos lentes para no firmar papeles sin leerlos y para conseguir un turno más rápido. Pero todas las guerras están llenas de víctimas inocentes.
Los recientes episodios están muy, pero muy oscuros. Lo de Marset no tiene justificación alguna. Le dieron un pasaporte por diez años a un narcotraficante preso, sabían que era un delincuente y que estaba preso por usar un documento falso y nadie se preguntó la causa por la que usaba un pasaporte trucho si podía sacar uno auténtico, le fueron a sacar la foto y las huellas a la cárcel, aceptaron que estableciera su domicilio en un hotel, no pusieron atención a la advertencia del cuerpo diplomático en Dubái cuando les advirtió que tuvieran prudencia con darle el pasaporte, apuraron el trámite para que huyera antes de que fuera requerido internacionalmente, le dieron el pasaporte a un abogado que aún no se sabe si estaba apoderado y que cumplía funciones de gestor.
Y en lugar de transparentar las cosas, explicar los motivos reales si se podían contar, seguir la huella administrativa del proceso y mostrarla, Heber sale a enchastrar la cancha, a responsabilizar al gobierno anterior a decir que él le dio un pasaporte a un asesino, narcotraficante, lavador de dinero, pero la esposa de Charles Carrera recibió atención médica en el Hospital Policial y que por eso va a hacer una denuncia penal.
Heber, que a esta altura anda gusaneando a la altura de un zócalo, olvidó que él mismo se hisopó en el mismo Hospital y que también lo hizo Azucena Arbeleche y también Álvaro Delgado y muy probablemente una docena de funcionarios que tuvieron el privilegio de ventajear un turno, tal vez por delante de un montón de policías a los que se les descuenta el 4% del salario mes a mes y no llegan al mencionado nosocomio en el auto oficial del Ministro ni en el AUDI de Betito Suárez.
No escribo más porque da asco. Lo único que faltaba es que para tapar errores políticos se pretenda ensuciar la moral de un político opositor y además meterlo preso. Utilizando además los mecanismos de inteligencia institucionales que están para investigar la corrupción policial y no para escudriñar en la vida de un civil que además es adversario político.
Si vamos a convertir la política en esta porquería, nos esperan momentos terribles y vamos a perder en pocos meses todo lo que estamos orgullosos de haber construido y que, según dicen, nos distinguen en el concierto internacional.