La formalización del hoy exsenador Gustavo Penadés por 22 delitos aberrantes, que incluyen la explotación sexual de menores y hasta un delito de violación, nunca fue un tema privado confinado a sus íntimas perversiones, en tanto hay evidencias de que Penadés utilizaba el poder que le otorgaba su investidura para acceder a sus víctimas. Pero ahora que se conoce que Penadés dispuso de las oscuridades del Estado para hacer seguimiento, inteligencia ilegal, identificación y amedrentamiento de los denunciantes, la causa escala a un nuevo y especialmente tenebroso escándalo de corrupción que, por lo pronto y por lo menos, le tiene que costar el cargo al ministro del Interior, Luis Alberto Heber.
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Solamente un ingenuo patológico puede creer que el presidente de la República y sus principales colaboradores no sabían nada de nada: no sabían que tenían una asociación para delinquir en la Torre Ejecutiva, no sabían que le entregaron un pasaporte vip al capo narco del Cono Sur, no sabían vendían pasaportes truchos a ciudadanos rusos, que se hacía seguimiento ilegal a senadores de la oposición, a dirigentes sindicales, a estudiantes y docentes, a la propia exesposa del presidente y al ex jefe de Policía, Mario Layera, que utilizaban organismos nacionales y binacionales para acomodar allegados políticos a dedo; y ahora tampoco sabían que usando el aparato del Estado se hizo una investigación policial paralela para implementar un fraude procesal con el propósito de salvar al primer senador del gobierno, Gustavo Penadés, investigado por múltiples delitos sexuales contra menores de edad.
Yo no les creo nada. A esta altura me parece de giles creerles. Están hasta las manos y por el bien de nuestra República hay que apoyar el trabajo valiente de algunos fiscales y jueces para que logren llegar hasta las últimas responsabilidades, que no puede caber duda de que están en lo alto de la nomenclatura política y económica de Uruguay.
Ante cada caso, la respuesta del presidente ha sido la misma. Primero defender a los señalados: “Yo lo conozco” a Astesiano, “si no le creo sería un mal amigo” de Penadés, Albisu “cuenta con mi aprecio y afecto personal” y ha hecho “una muy buena gestión” al frente de Salto Grande, entre otras perlas que pasan como declaración de amistad y confianza, pero que funcionan como una señal para sus defensas y una ordinaria presión a los que deben investigar y hacer justicia. Pero luego, cuando las causas avanzan, cuando los delitos quedan a la luz, entonces “mi error fue haber elegido a la persona equivocada” sobre Astesiano, Penadés “no es la persona que conoció”, no puede descartar que “haya habido exageración en el tipo de contratos” en Salto Grande.
Ahora, cuando la oposición en pleno pide la renuncia de Luis Alberto Heber, Lacalle Pou vuelve a respaldarlo y expresar su confianza y cariño al veterano dirigente nacionalista. Pero ¿qué hará cuando se pruebe que desde el Ministerio del interior, entre otros funcionarios que están siendo investigados, se realizaron procedimientos ilegales, oscuros, para defender a Penadés? Procedimientos que, además, no sabemos cuán exitosos fueron. Porque si es cierto que Penadés fue formalizado por 22 delitos, entre ellos 11 de explotación de menores, no tenemos idea de cuántos son los que no denunciaron porque se sintieron amedrentados. Es que es evidente que si Penadés construyó toda su vida sexual sobre la base de explotar menores a lo largo de décadas, 11, con ser un número alucinante, es apenas una fracción de lo que hizo; deben ser muchos más, cientos quizá. Un verdadero depredador.
Sus privilegios, por cierto, continúan. Ya sabemos que fue a una cárcel en Florida que, usualmente, no le corresponden a los que cometen delitos de la naturaleza de los que Penadés cometió. Es como una cárcel VIP y fue ahí sin que se haya cumplido el procedimiento protocolizado de asignación de lugar de reclusión. Digamos que fue ahí a dedo, como fue Astesiano y otros con alcurnia. Y seguramente tendrá un trato acorde a la amistad que lo une con el ministro del Interior y las autoridades.
El gobierno de Luis Lacalle Pou está atravesado por la corrupción. Es innegable. En todos los planos. Pero no es solo una corrupción que tenga que ver con acomodos, negociados o licitaciones. Es una corrupción que no se detiene ante ningún tipo de barbaridades, incluyendo favorecer la fuga de narcotraficantes o proteger a un pederasta. Es, por lejos, lo más decadente, lo más degradante en términos morales que nos ha gobernado desde la restauración de la democracia.