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Editorial torre | Astesiano |

Escándalo

La torre oscura

La mano derecha del presidente, Alejandro Astesiano, tenía montada una estructura para proporcionar pasaportes auténticos con datos falsos a ciudadanos rusos

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El escándalo de la asociación para delinquir que funcionaba desde la propia Torre Ejecutiva, comandada por el jefe de custodios del presidente, es el último eslabón de una cadena de desastres que ha desmoronado la imagen y la credibilidad de Lacalle Pou. Hay muchas aristas inusualmente graves en este caso, y cada una de ellas, por sí solas, tiene un potencial demoledor en la confianza política de la gente y en la imagen internacional del país.

Observemos: la mano derecha del presidente, Alejandro Astesiano, tenía montada una estructura para proporcionar pasaportes auténticos con datos falsos a ciudadanos rusos que, por cierto, todavía se ignora con qué finalidad buscaban esa documentación, pero que naturalmente no era una finalidad legal.

Para obtener esos documentos, Astesiano y su banda tenían capacidad de acceso a bases de datos confidenciales y súper protegidas del Estado, acceso solo posible a personas que revistan en puestos claves en dependencias públicas o a funcionarios de jerarquía que, por lo que surge de las comunicaciones en poder de la Justicia, Astesiano conocía y frecuentaba.

El presidente sabía, aunque al principio lo haya negado y luego lo haya reconocido, que Astesiano tenía un legajo policial lleno de anotaciones, lo cual había sido publicado en la prensa -en Caras y Caretas en primer lugar- y es absolutamente increíble que no conociera que había sido procesado y hasta preso por delitos que había cometido cuando ya trabaja para su padre o para él, puesto que su carrera delictiva se desarrolló íntegramente mientras fue persona de su particular confianza.

Aún así, es evidente que parte de sus prontuario no figuraba en el legajo que ya había trascendido, por lo que o bien alguien intentó encubrirlo para que no salieran a la luz pública sus antecedentes penales o alguien intentó engañar al presidente. De estas dos opciones, la segunda es altamente más improbable, porque, nuevamente, es francamente increíble que Lacalle Pou no supiera y ni siquiera tuviera “indicios”, como mintió el presidente, de las andadas de este maleante de su particular confianza.

En el mejor escenario, y con el mejor escenario me refiero a que el presidente haya sido muy mal informado y asesorado sobre el historial de su personal de custodia, se revela una incompetencia manifiesta en el Ministerio del Interior y en el Servicio de Inteligencia. Pero ello solo en el mejor de los mejores escenarios, porque de ahí en adelante hay que hablar de complicidades múltiples, de una verdadera maquinaria para encubrir operando en el seno del Ministerio del Interior o, en el peor de los casos… no quiero ni mencionar el peor de los casos por sus dramáticas implicaciones institucionales y su tremendas consecuencias políticas nacionales e internacionales.

Hasta aquí mencionamos algunos extremos gravísimos de este caso que ya han trascendido, pero va de suyo que con el correr de la investigación surjan nuevos escándalos, incluso peores a los que ya se conocen o ya se intuyen: más temprano o más tarde vamos a conocer a otros poderosos implicados, más temprano o más tarde vamos a conocer quiénes eran verdaderamente los beneficiarios rusos (¿narcotraficantes?, ¿traficantes de armas?, ¿traficantes de personas?, ¿servicios de espionaje?) y más temprano o más tarde vamos a conocer la ruta del dinero. Es decir, cómo y cuánto cobraron, cómo lo lavaron, dónde está el dinero y, lo más importante, quién es el verdadero dueño de este circo. ¿Es Astesiano o este reporta a alguien más? Ya sabemos que en su función A reporta al presidente, pero en su emprendimiento B (si es que el B es este emprendiento y no la changa de jefe de custodios personales del presidente) ¿manda él o tiene un jefe? ¿Otro jefe?

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