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Editorial pobreza | gobierno | datos

La realidad golpea

Pobreza, desigualdad, mortalidad infantil y emigración

Hay algunos datos más que desmienten el mundo de maravillas que el Gobierno y los medios de comunicación más importantes están intentando denodadamente construir.

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Los datos revelados por el Instituto Nacional de Estadística el martes de esta semana dejan en evidencia que en este período de gobierno la pobreza aumentó un 15 % –de 8,8 % a 10,1 % de los uruguayos– entre 2019 y 2023, con un simultáneo deterioro del Índice Gini que mide la desigualdad. Si bien el aumento sustantivo de la pobreza se produjo durante la pandemia, algo que había advertido la academia que sucedería si el Estado no hacía un esfuerzo fiscal para impedirlo, transcurridos dos años desde el final de la crisis sanitaria se ha consolidado un número que incluye 50 mil nuevos pobres con un deterioro indiscutible de los ingresos en los sectores más humildes, toda vez que los ingresos medios han retornado a niveles prepandemia, pero la desigualdad es mayor, lo que solo puede resultar de que los que ricos ganan más y los pobres menos.

Hay algunos datos más que desmienten el mundo de maravillas que el Gobierno y los medios de comunicación más importantes están intentando denodadamente construir. Sin dudas, el peor de todos refiere al creciente impacto de la pobreza en los niños y, sobre todo, en los niños y niñas menores de seis años de edad. Pero también son datos alarmantes el nivel de emigración, que ya es peor que en el medio de la crisis de 2002, y el salto sorprendente registrado en la mortalidad infantil, que tuvo entre 2022 y 2023 el mayor incremento anual de la tasa desde que se llevan registros.

Todos estos indicadores duros, a saber: más pobres, más desigualdad, más emigración, más pobreza infantil y mayor tasa de mortalidad infantil son la respuesta cruda de la realidad a una cantidad de “logros” que el Gobierno difunde como grandes resultados de gestión como la caída de la inflación –en rigor, motorizada por una caída del consumo y un atraso cambiario histórico– y la mejora de la calificación de la deuda que, por cierto, no se la puede atribuir si es intelectualmente honesto, porque es un camino que se inició hace rato, durante los años progresistas, cuando se alcanzó el grado inversor.

El deterioro de los indicadores sociales no es la consecuencia inevitable de la pandemia, porque la pandemia afectó a todos los países de la región y casi todos los del mundo, pero la desigualdad, por ejemplo, aumentó en unos pocos. El deterioro significativo es el producto de una política económica y social que no se enfocó en continuar mejorando estos indicadores, como hizo la izquierda durante tres períodos, sino que intentó restaurar viejas políticas de favorecer a los que el presidente llamó “malla oro”, quizá con la aspiración de que un supuesto derrame terminaría favoreciendo al conjunto de la sociedad. Pero ese derrame nuevamente no existió. Es una teoría que se ha probado falsa en innumerables ocasiones y los puntos más distantes de la geografía y, por el contrario, lo que se ha registrado es un derrame al revés, un derrame hacia arriba, ferozmente antigravitatorio y difícilmente espontáneo.

Ya el Gobierno no tiene tiempo para mejorar la situación social. Ya jugó sus fichas y cualquier cantidad de recursos que vuelque a la calle en virtud de la campaña electoral no van a cambiar sustancialmente situaciones tan duras y tan consolidadas. Será un desafío para el nuevo gobierno retomar una senda de mejora de la calidad de vida de las grandes mayorías y asumir la responsabilidad ineludible de combatir la pobreza infantil a la vez que la desigualdad de manera decidida y prioritaria, incluso o sobre todo en la asignación de recursos.

La derecha, que se quiso presentar joven, moderada, coaligada, no cumplió con lo que le prometió a la población: no bajó las tarifas, no bajó los impuestos que paga la gente, no mejoró la seguridad pública –¡vaya si no la mejoró!–, pero además produjo lo que cualquiera que analice a los gobiernos de derecha sabe que van a producir: mayor pobreza, mayor desigualdad y deterioro de las condiciones de vida de la grandes mayorías. No hay campaña de marketing ni blindaje mediático que pueda maquillar los números consolidados; números que, por lo demás, se notan ni bien se pone un pie en la calle o se da una vuelta por los barrios de la periferia.

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