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Editorial

JAVIER GARCÍA

El brazo tonto de la ley

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Es sabido que en una organización los más competentes van ocupando jerarquías ascendentes según sean sus habilidades en el desempeño de las tareas que les corresponden.

La selección va permitiendo que los individuos ocupen según su desempeño responsabilidades de complejidad creciente, sobrentendiéndose que la cumplirán con la misma competencia que como la desempeñaba en el escalón inmediatamente inferior.

Sin embargo, puede comprobarse que el aumento de la complejidad magnifica las dificultades y revelará ineptitudes desconocidas para el desempeño de las nuevas tareas.

Suele suceder, es muy común y ocasionalmente inevitable, que de ascenso en ascenso se alcance el punto de máxima incompetencia, punto en el que el sujeto detiene su crecimiento institucional.

A este principio de la administración se le conoce como Principio de Peter y describe una curiosa regla de las organizaciones jerárquicas en el que el que se desempeña en la cúpula suele ser el más incompetente porque llega a una posición en donde sin ascenso posible queda estancado en la posición de mayor complejidad, privilegio y máxima responsabilidad.

Leyendo este breve resumen, realizado a vuela pluma, del libro que escribió el pedagogo canadiense Lawrence J. Peter, no puedo dejar de pensar en Javier García, nuestro inefable ministro de Defensa Nacional.

Hace como 40 años el hoy doctor Javier García era un estudiante de Medicina algo inquieto que militaba entre jóvenes wilsonistas en lo que podríamos llamar el nacionalismo progresista.

Buen orador y bien dispuesto, fue creciendo su protagonismo en el movimiento estudiantil de la época que era el del despertar de una incipiente agitación antidictatorial.
Lo otro es más conocido, médico, cursos de posgrado en Pediatría que no culminó pero que no impidió que esgrimiera en su currículum vitae, empresario, convencional de su partido, miembro del Honorable Directorio, pediatra por competencia notoria y luego diputado y senador.

Mal que bien, Javier García se destacó y con paciencia y perseverancia fue creciendo, ocupando mayores responsabilidades y adoptando perfiles políticos adoptados según de dónde y hacia dónde lo impulsara el viento.

Cuando nadie lo esperaba convertido en herrerista, Javier García llega a ministro de Defensa Nacional, un lugar discreto, adecuado para quién tiene más ambiciones que poder.

Javier Garcia se había especializado en esto de las armas con un curso breve de temas militares en aquellas aristas que merecían tratamiento parlamentario.

Así, a lo largo de los últimos 40 años el joven fue creciendo en su carrera política sin evidenciar ni un gran talento ni una ineptitud notable.

Un par de años de Ministro confirmarían su medianía, máxime que las circunstancias no le imponían grandes exigencias.

Un par de aviones chatarras comprados a España, por un precio aparentemente exagerado, evidenciaron que al menos no era muy despierto para los negocios, máxime si los mismos eran con plata ajena.

Pero en una pequeña piara de pillos esta inhabilidad constituye un mérito para los que le buscamos algo que aplaudir.

Hace un par se semanas, un inocente pedido de acceso a la información realizado por los Familiares de detenidos y desaparecidos durante la dictadura, con el propósito de detectar alguna pista oculta de violaciones de derechos humanos perdida en las actas de un Tribunal de Honor, realizado en la década del 80, al entonces capitán del ejército Armando Méndez, puso en evidencia rasgos desconocidos en Javier García que no se habían notado con tanta nitidez hasta ahora.

El ministro dispuso, sin anestesia, la reserva del mencionado documento por 15 años sin que pudiera señalar ninguna de las excepciones que contempla la ley para quien dispone el secreto de un documento público.

Solo conocemos una vaga declaración a la prensa en que sugiere la existencia de menciones a actividades comerciales, o a investigaciones de tenor personal o relacionadas con la orientación sexual del involucrado u otras personas.

Pero después García se llamó a silencio.

No notificó su disposición a quienes ejercieron el derecho a acceder a un documento público y aún no sabemos si comunicó a la Agencia de Información Pública, dependiente de la Presidencia de la República, los motivos de su resolución dentro de los cinco días posteriores a la adopción.

Tampoco sabemos si la agencia aceptó los motivos, si pidió para comprobar la veracidad y la entidad de los documentos reservados.

Lo que ha trascendido es que lo que se pretendió ocultar no es ninguna revelación de carácter íntimo de Armando Méndez, sino las denuncias que Méndez hiciera en las mencionadas actas de negociados que involucraban a gobernantes civiles y empresarios de la época con mandos militares del proceso, entre los cuales se econtraba el dictador Gregorio Álvarez.

Aunque no se pueda creer, esto último no se presume sino que se sabe, porque curiosamente el documento secreto se conoce porque el propio Ministerio de Defensa lo divulgó en una oportunidad anterior respondiendo a otro pedido de acceso a la información pública.

En cualquier país del mundo, particularmente en esos países serios a los que alude habitualmente el Presidente de la República Luis Lacalle Pou, un ministro que dispone mantener en secreto un documento que es público desde hace años, podría durar unos minutos en su cargo.

Semejante tontería no tiene perdón para un ministro que dirige las Fuerzas Armadas y del que se espera que sea más vivo, al menos, que sus subalternos.

En este caso, la anécdota revela que el ministro debería volver a la Cámara de Diputados porque es evidente que debe rendir más.

Tuvo que haber llegado al Consejo de Ministros para que podamos percibir que para eso no sirve

Nos cuentan que hasta hace unos días aspiraba a ser candidato a presidente en 2025.

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