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Editorial

LA FRONDOSA IMAGINACIÓN DE JULIO MARÍA

Julio María Sanguinetti: demasiado ego

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Se equivocan quienes creen que yo detesto a Julio María Sanguinetti. Es más, a veces me sorprende su buen humor, su inteligencia y su capacidad de maniobrar en política. El otro día lo encontré en el Campeón del Siglo, en donde compartimos una misma pasión, y lo felicité por la ambición de proponerse, muy cerca de los noventa años, ser por tercera vez presidente de la República. La verdad es que da un poco de risa semejante desprecio por la biología.

Todavía más se equivocan quienes creen que defiendo intereses propios o ajenos. Tampoco soy prisionero de prejuicios ideológicos, ni tengo relación alguna con instituciones extranjeras que nos quieren someter a los designios de potencias dominantes. No es verdad, yo defiendo ideas, buenas o malas, antiguas o modernas. Sinceramente, cuando me siento a escribir en la computadora, solamente me desvela la felicidad pública. Cuestiono a Sanguinetti porque creo que ha sido nefasto para la felicidad de los uruguayos y lo sigue siendo; y rechazo la polarización, la intolerancia y la mentira, recursos deplorables que Sanguinetti usa cuando se pinta para la guerra y se le va todo su buen talante. Cuando se sumerge en el combate es como cuando perdemos con un gol con la mano y en los descuentos. Se vuelve víbora enroscada en el canasto.

Es más, no entiendo muy bien para qué miente si sabe que estas mentiras tienen patas cortas. Solamente se puede explicar si transita por la vida con cierta conciencia de impunidad que le permite decir todo lo que quiera sin tener que rendir cuentas ante nadie. Cierta idea infundada de que la notoriedad que da la exposición pública, el respeto que merece la vejez y los argumentos de autoridad, permiten decir cualquier bolazo y pretender ser creíble. Se parece mucho a Pepe, pero desde las antípodas.

Hay cierta fatuidad propia de ancianos ilustres y de dioses con pies de barro que irrita un poco a los simples mortales. A veces hasta se creen listos.

Don Julio María Sanguinetti, parece innecesario negarlo, es el cerebro de la derecha en Uruguay y viene siendo un jugador principal y estratega desde los tiempos de Jorge Pacheco Areco, allá por 1967, en que Julio María sólo era un novel e inteligente diputado de escasos treinta años y de espesas cejas negras.

Cuando pensamos en la política y los valores que se ponen en juego en la actividad pública, siempre reflexionamos en el rol de la honestidad, la lealtad, la verdad y la justicia. Cuando lo hacemos no podemos evitar imaginamos a Sanguinetti vestido con las ropas de Nicolás Maquiavelo conspirando en la Florencia del Renacimiento en la lujosa y exuberante corte de los Médicis.

Sanguinetti, lo ha demostrado, más allá de los gestos cortesanos, no tiene más amigo que el poder.

Hay otras pocas cosas en que Julio se parece a mí: somos ateos, él es agnóstico porque es más sofisticado que yo, somos tenaces, somos consecuentes con lo que pensamos, tolerantes con el disenso e implacables con el adversario. Nadie espere encontrar un navegante al garete, desenamorado de sus ideas. Ni un personaje con la barba recortada por el coiffeur y con traje a rayitas comprado en la Vía del Corso desayunándose con Lenin, cenando con Felipe González y despertando de una larga pesadilla juntando votos para los rosaditos.

Quienes deberían estar más interesados en los artículos que publica Caras y Caretas sobre las ideas, las obras y las trampas del Dr. Julio María Sanguinetti son los blancos que llevan a la presidencia a Luis Alberto Pompita Lacalle Pou.

Ellos sí que lo sufrieron cuando Sanguinetti desplegó todas sus dotes, durante el gobierno de Lacalle padre.

Ya hemos registrado oportunamente que Sanguinetti traicionó en los años 60 a su entonces líder Jorge Batlle, a los que luchaban por la libertad contra el pachequismo y al bordaberrismo, a quienes les ocultó la existencia del Escuadrón de la Muerte y a los que eran sus integrantes, a Wilson Ferreira Aldunate, a Líber Seregni, a la Conapro (Concertación Nacional Programática), la que disolvió no bien ganó su primera presidencia en las elecciones muy recortadas de 1984 en que corrió con el caballo del comisario, a Hugo Batalla, a los militares («yo los liquido en los presupuestos»), a los trabajadores («no perdí ninguna huelga»), a Jorge Batlle de nuevo («me arrancó el brazo derecho», decía de quien entregó su derrota electoral, haciendo perder a los colorados para así ser reelecto en 1994), a Luis Alberto Lacalle Herrera (al que casi manda preso con la campaña que llamó «embestida baguala», lanzada desde las revistas Tres y Posdata), y por tercera vez a Jorge Batlle, al que le pasó un país que venía en recesión desde 1998, con un enorme atraso cambiario listo para explotar, como le hizo Carlos Menem a Fernando de la Rúa.

La comparación no puede ser más exacta: Menem dejó de herencia la crisis argentina de 2001 a Fernando de la Rúa y Sanguinetti le dejó de herencia la crisis uruguaya de 2002 (la peor en cien años) a Jorge Batlle. A Jorge, precisamente, le negaron su ayuda, «dejándolo en la estacada» las principales espadas foristas como Ariel Davrieux (a quien dio la orden de volver de EEUU con las manos vacías, como puede leerse en el libro Con los días contados, de Claudio Paolillo), Carlos Sténeri y Ernesto Talvi (que entonces consultaba todas sus decisiones con Sanguinetti, como consta en Búsqueda y El Observador), quienes se negaron a ser presidente del Banco Central y ministro de Economía, respectivamente, dejando al presidente en total soledad.

Así es Julio María, implacable. La vara de mimbre golpeando sobre las espaldas la van a sentir Ernesto Talvi, Novick y Amorín Batlle en unos días y sobre sus nalgas Lacalle y Larrañaga. Pero a estos dos les gusta.

Los blancos van a recordarlo aunque ahora se apretujan esperando la ocasión de vender el alma al diablo.

 

Los narcos ya estaban o vinieron con Sanguinetti

En el editorial anterior dijimos que Julio María Sanguinetti les mintió a todos los uruguayos al decir que las bandas de  narcos entraron con el Frente Amplio, y demostramos que ingresaron durante su primer gobierno, entre 1985 y 1989. Nadie va a desmentirlo porque es la pura verdad.

Ahora vemos pontificar todos los días al Dr. Sanguinetti contra la inseguridad, diciendo que es responsabilidad del Frente Amplio, pero que nadie crea que es la primera vez que se dedica a asustar gente, les decimos que en nota de gran destaque del diario colorado La Mañana del 29 de octubre de 1994 el título era: «Sanguinetti: el país tocó fondo en materia de seguridad pública», agregando: «Hay que tomar medidas urgentes para que la delincuencia no quede impune».

En 1994 gobernaba Luis Alberto Lacalle.

En esos días Sanguinetti iba a ganar las elecciones para su segundo mandato y pretendía hacer olvidar su desastroso primer mandato y hacer creer nuevamente que el suyo sería un buen gobierno.

Pero nada más lejos de la verdad. Sanguinetti en sus dos gobiernos fue una calamidad.

Las dos veces que fue presidente (1985-1990 y 1995-2000) los resultados fueron desastrosos en materia económica. Esta tercera vez que él intenta sería, como siempre fue, un verdadero desastre. Y si gana Luis, Pompita será tal vez peor, porque el tordillo hijo de filibustero y Sanguinetti correrán en yunta.

 

Los dos gobiernos de Sanguinetti, la economía y el empleo

Durante su primer gobierno, Sanguinetti tuvo todo el viento a favor para crear un «país modelo». Alejandro Végh Villegas me contó, y luego lo escribió en Caras y Caretas, que cuando fue ministro en el último año de la dictadura militar hundió la economía en el ajuste más profundo, para que «rebotara» en el gobierno colorado en que el ministro de economía era Ricardo Zerbino y el director de OPP Ariel Davrieux. Tuvieron un «huracán de cola», ya que los precios internacionales crecieron hasta 1988, como cuenta Javier de Haedo en El Observador, contaron con todo el apoyo internacional y tuvieron la ayuda insustituible, el apoyo leal a la institucionalidad del general Liber Seregni y de Wilson Ferreira Aldunate. Me temo que semejante desprendimiento a Wilson le costó la vida.

El país que  entregó el 1º de marzo de 1999 fue un Estado vaciado. Luis Alberto Lacalle Herrera siempre recuerda que le pasaron un Uruguay con 7% de déficit fiscal y 129% de inflación, lo que le permitió a Mr. Cuqui darse el gusto de hacer un formidable ajuste fiscal, que todavía nos duele a muchos sobrevivientes y a los que ni siquiera habían nacido y a los que hoy suman cerca de treinta años.

Porque los efectos de un ajustazo como el de los blancos se  sienten cuarenta años después.

Como escribió el excelente presidente del Banco Central del primer gobierno de Sanguinetti, Ricardo Pascale, en la famosa carta que remitió al gobierno entrante, los bancos estaban vaciados y había reservas para días. Así terminó el primer gobierno de Julio María Sanguinetti: un fracaso absoluto, aunque mucha gente del círculo gobernante se enriqueció. Algún día se escribirá esa historia.

Con respecto al segundo gobierno de Julio María Sanguinetti (1995-2000) alcanza con decir que finalizó con caída del Producto Interno Bruto, -1,90% en 1999, un desempleo del 11,3, un déficit fiscal de 4% y un déficit comercial de 1.120 millones de dólares, más de la mitad de las exportaciones. Las reservas era 2.600 millones de dólares, un 10% del PIB, mientras que hoy son 16.658 millones, casi el 28% del Producto Interno Bruto.

Pero en 2000 también entregó el Banco de la República, el Banco Hipotecario, la Corporación para el Desarrollo y el Banco de Seguros prácticamente fundidos y con más de un director con mucha plata en el banco y alguno en cana. Además le pasó a Jorge Batlle, enterita, la bomba del atraso cambiario generado por no haber devaluado en enero de 1999 (cuando devaluó Brasil, y Argentina y Uruguay quedaron sin comercio) para que le estallara en las manos. Y le estalló nomás, y tuvimos la crisis de 2002, la peor de nuestra historia.

Veamos al respecto qué dice el Informe del Instituto Cuesta Duarte de su segundo gobierno:

«La Administración Sanguinetti ha dejado más desempleados, más empleados precarios y subempleados, no ha mejorado los salarios, ha dejado un endeudamiento de productores y familias ya intolerable, una cuenta de bienes y servicios desequilibrada, un resultado fiscal deficitario, todo lo cual nos permite confirmar nuestra tesis de que es la peor administración desde la vuelta a la democracia. El Uruguay durante ese período ha tenido un crecimiento modesto y más desempleo, un notorio deterioro en las condiciones de trabajo y un crecimiento casi nulo para los trabajadores, generando un aumento de la concentración del ingreso en el período a favor de los ingresos no salariales. La rentabilidad de la mayor parte de las actividades productivas siguió en franco deterioro, ha aumentado el grado de concentración empresarial y el endeudamiento de los sectores productivos, la inversión productiva no aumentó, las relaciones comerciales y financieras del país con el exterior se deterioraron severamente y a pesar del discurso del achique del Estado y su gasto, el clientelismo político y los amigos del poder generaron el mayor déficit público en la historia del país. En una coyuntura externa favorable para el país, Sanguinetti la despilfarró y no generó una economía productiva, estable y justa»Por ello, finaliza el análisis de coyuntura y balance del segundo gobierno de Sanguinetti, “nuestra síntesis final es que la gestión de este gobierno fue nefasta: desempleo creciente, subempleo y precariedad, endeudamiento y concentración, déficit externo e interno. La peor administración desde la vuelta a la democracia».

Así fueron, documentadamente, los dos gobiernos de Sanguinetti: dos desastres pero, además, favorables a los privilegiados y feroces con los vulnerables.

 

La ignominiosa ley de impunidad

Hay un capítulo que quienes defendemos los derechos humanos nunca olvidaremos. Al respecto, quiero citar algunos párrafos de un brillante artículo de Nicolás Grab publicado en la revista digital Vadenuevo en 2010:

«Aún hoy nos faltan datos -decía Grab- sobre uno de los acontecimientos más importantes de las últimas décadas. A 21 años del referéndum sobre la Ley de Caducidad, nos enteramos, a través de un libro escrito recientemente, que el presidente Sanguinetti, reunido con las máximas autoridades de los canales privados, resolvió que no se emitiera un spot televisivo con declaraciones de Sara Méndez, la madre de Simón Riquelo, previendo que la pieza tendría un fuerte impacto en la opinión pública.

El referéndum de abril de 1989 sobre la Ley de Caducidad marcó un hito en la historia política del Uruguay. En diciembre de 1986, una mayoría parlamentaria de colorados y más de la mitad del Partido Nacional aprobó una ley ignominiosa que proclamaba la impunidad de los crímenes de la dictadura. Todavía está por escribirse la crónica, inverosímil, de las tramoyas y los embustes que durante casi dos años sirvieron de ingredientes para cocinar esa impunidad..

Pero lo que ocurrió después de aprobada esa ley fue un episodio cuyo sitial en nuestra historia está junto con sus momentos más deslumbrantes. Surgió un movimiento. No fue sólo un impulso popular espontáneo, ni tampoco fue una iniciativa de sectores políticos, sino que las dos cosas estallaron a la vez y de inmediato. La coincidencia por encima de líneas partidarias revivió la lucha contra la dictadura.

Esa tarea chocó con trabas que no se limitaron a la altura en que la Constitución había puesto la barra. Dentro del plazo se entregaron 634.702 a la Corte Electoral. Pero ante lo que debió haber sido el simple ejercicio de un derecho constitucional, las fuerzas que se le oponían depusieron todo escrúpulo y todo pudor. Y esas fuerzas que jugaron todas sus cartas, limpias y marcadas, incluían al presidente de la República Julio María Sanguinetti, la mayoría de los blancos, los principales medios de prensa y todos los canales de televisión, y por último también la Corte Electoral, que pasó entonces por su hora más negra y repudiable.

El referéndum se llevó a cabo por fin el 16 de abril de 1989. La anulación de la Ley no se logró: recibió una amplia mayoría de votos en Montevideo pero quedó en minoría a nivel nacional. El referéndum se perdió. Se logró hacerlo contra viento y marea, pero no se logró ganarlo.

La movilización que promovió el referéndum y lo defendió a brazo partido durante años fue el último episodio en que se manifestó un espíritu de militancia cívica y política que inmediatamente después se aletargó.

Pero aquel trauma de 1989 tuvo un efecto profundo que marcó los años siguientes.
La crónica de ese proceso no sólo no está escrita. Nos vamos enterando de que aún hoy nos faltan datos que se hicieron  públicos en un libro de José Luis Guntín, quien colaboraba en 1989 con la campaña opuesta al referéndum.

Explica Guntín que «el ‘voto verde’ hacía mucho más ruido y las encuestas indicaban que se aproximaba peligrosamente a ser la mayoría. La Comisión Pro Referéndum preparó un último «spot» de televisión para emitirlo el día final de la campaña. En él, Sara Méndez miraba a la cámara y decía: «Cuando mi hijo tenía apenas 20 días fue arrancado de mis brazos. Hasta hoy no lo he podido encontrar. La ‘Ley de Caducidad’ me impide investigar. Mi corazón me dice que Simón está vivo. Usted, este domingo, ¿me ayudará a encontrar a mi hijo?». Eso era todo. Entregada la cinta a los tres canales privados, todos lo recibieron sin objeciones, pero ninguno lo emitió. 21 años hemos tardado en saber cómo pasó eso. Guntín fue convocado con urgencia al Edificio Libertad. «Estaban, sentados alrededor de la mesa, Sanguinetti, Tarigo, Miguel Ángel Semino, secretario de la Presidencia, Jorge de Feo (Canal 10), el ingeniero Horacio Scheck de Canal 12 y Walter Nessi, prosecretario de la Presidencia.» Sanguinetti pidió a Guntín que opinara sobre la filmación de la Comisión Pro Referéndum y sobre otra que había preparado la campaña contraria, también para emitirla el último día. Guntín dio su dictamen: «El aviso de Sara Méndez era muy efectivo en un único día de salida al aire; el otro no… Era muy superior el efecto de la pieza enviada por la Comisión Pro Referéndum; el contraaviso no servía de nada». Relata Guntín: «Por fin, alguien me preguntó si me parecía que con ese aviso podía ganar el ‘voto verde'». Y su respuesta: «Este aviso puede hacer que gane el ‘voto verde’, les expresé. El silencio y los rostros preocupados aumentaron. Lo rompió De Feo, quien le habló directamente al presidente. Le dijo que si era así, bastaba una palabra suya para que esa publicidad no apareciese en ninguno de los canales. Lo miró a Scheck, quien asintió. ‘Hablamos ahora con Hugo Romay y ninguno de los avisos aparece. Podemos argumentar que llegaron tarde a los canales y que ya teníamos las tandas completas’, expresó De Feo entusiasmado… Sanguinetti le manifestó a De Feo que sí, que se hiciera así, que no saliese el aviso de Sara Méndez. Lo dijo en tono muy bajo, apenas se oyó, pero sí de forma concluyente… Yo estaba impactado por lo que había presenciado. Un presidente constitucional había prohibido una publicidad de la oposición».

El referéndum se perdió. Especular sobre lo que habría pasado en una situación hipotética es inútil por completo: eso no se sabrá nunca. Pero hay cosas que sí sabemos. Sabemos que el presidente de la República lo juzgaba posible. Sabemos que se reunió con los dueños de la televisión privada para tratar la situación. Sabemos que recurrió a un experto de su confianza y este le confirmó que el llamado dramático de Sara Méndez podría volcar la balanza. Y sabemos que dispuso, aceptando explícitamente la propuesta entusiasta de Jorge De Feo, que el mensaje no se emitiera.

Esta es la verdad desnuda del “cambio en paz”. Julio María, sin los atuendos elegantes de Maquiavelo pero con la capucha del verdugo. Recordando la novela de Umberto Eco, había llegado al monasterio nada menos que “el Inquisidor”.

Sanguinetti dio su versión en el semanario Búsqueda. Reconoce la existencia del cónclave («La reunión a la que alude el señor Guntín -y en la que él habría parcialmente participado- efectivamente existió y se habló de muchos temas; entre otros, el de esos spots»), como si semejante conciliábulo, en tales circunstancias, fuera algo normal y no un hecho escandaloso. Niega haber dispuesto él que la publicidad no se emitiera, pero lo hace entreverando dos explicaciones contradictorias y falseando los hechos en una forma que sus propias afirmaciones delatan. Por un lado dice que «los canales actuaron en nombre de su libertad y de su sentido de responsabilidad ética como comunicadores sociales» y que en la reunión «los directores de los canales simplemente hicieron referencia a su propio criterio y la definición que ellos ya habían tomado». Pero al mismo tiempo Sanguinetti explica que una nueva ley había creado el período de veda (por vez primera se dictó una ley estableciendo un plazo de prohibición de 48 horas antes del referéndum) y que la filmación de Sara Méndez se presentó a los canales demasiado tarde, el día anterior a la veda («el día antes del cierre»), afirmación que reitera como explicación de que la publicidad no se emitiera: «A la altura en que se estaba, además, comenzaba a funcionar la prohibición de propaganda».

Falso. Que el spot se entregó con antelación normal para emitirlo el último día previo a la veda es cosa irrefutable. Pero no hace falta investigar los hechos, porque con la propia versión de Sanguinetti saltan a la vista las preguntas imposibles de contestar. Si el material se presentó cuando ya no era posible emitirlo, ¿por qué estaban reunidos ahí discutiendo el asunto? ¿Para qué se llamó a Guntín para opinar? ¿Y cómo es eso de que «los canales actuaron en nombre de su libertad y de su sentido de responsabilidad ética» al no emitir esa publicidad, si la ley les prohibía hacerlo por la veda?

La explicación del Dr. Sanguinetti debe calificarse con el debido respeto y cuidado, con mesura prudente y con un uso técnicamente preciso de los términos, lo cual lleva a decir que toda su explicación es mentira, engaño e impostura, descarados y sublevantes.

Si el referéndum de 1989 fue un hito importante en la vida política del Uruguay, lo fue también en otro tema: el papel que cumplió en la historia del país el ciudadano al que se confió la misión, de insuperable trascendencia y de responsabilidad suprema, de presidir el proceso de su recuperación después del trauma y los horrores de la dictadura.

El Dr. Julio María Sanguinetti gusta de enfocar ese tema; y la historia oficial, de cuya fabricación también es protagonista destacado, lo presenta como el sabio defensor de la paz y la sensatez que supo poner coto a los apetitos vengativos y los revanchismos inconducentes, en lo cual la Ley de Caducidad fue una pieza esencial.

Importa mucho cotejar esta visión con la realidad.

En el Uruguay de 1985, un país martirizado se exaltó con un entusiasmo desbordante. Había orgullo, fe, optimismo; el pasado era atroz pero se había ganado el futuro.

El Uruguay de 1989, después del referéndum, era un país frustrado y cabizbajo, ganado por el descreimiento, con sus heridas abiertas y sus expectativas hechas añicos.

No fue un fracaso. El Uruguay de 1985 era para muchos un Uruguay peligroso. La reacción contra la dictadura tenía tal fuerza que todos los políticos con olfato se alineaban en el sentido de la corriente. En realidad, lo que unos veían como posibilidades abiertas para los cambios, también tenían que verlo quienes querían cualquier cosa antes que esos mismos cambios. Lo que alentaba la esperanza de unos era peligro para otros. Entonces, el Dr. Sanguinetti se consagró a apagar las llamas de la euforia que lo habían llevado al poder. Recibió el crédito de una confianza volcada a manos llenas y lo disolvió en el desengaño y la frustración. El respaldo inicial entusiasta que tuvo su gobierno no se perdió por ineptitud ni por no saber emplearlo: se quiso y se logró contenerlo para poder actuar en sentido contrario. Sanguinetti forjó el reencuentro con el viejo Uruguay en que podían disfrutarse los privilegios y del que podían extraerse sus riquezas mientras los políticos hacían los malabarismos necesarios para perpetuar la «estabilidad». La política, que en 1984 se veía como una preparación del porvenir regida por la autenticidad y la franqueza, volvió a ser el tradicional teatro de la promesa hueca y la voltereta ingeniosa. Había vuelto el Uruguay que pagaba los «costos sociales» y los «costos políticos» que hicieran falta y que lo hacía sin las violencias torpes de la dictadura, desagradables y, sobre todo, ineficaces. En 1989 había vuelto la tranquilidad: eso que Sanguinetti gusta llamar «la paz».

La política económica mantuvo impávidamente el rumbo seguido por la dictadura. La política social fue de sordera ante los reclamos de una clase trabajadora que había sido expoliada al amparo de la represión dictatorial. El Ministerio de Defensa volvió a ser un feudo militar. El Ministerio del Interior prohijó las prácticas represivas de la Policía, con razzias indiscriminadas y el encarcelamiento al barrer de jóvenes «detenidos en averiguaciones»; y con el patrocinio del ministro Francisco Forteza encubrió una oleada de escandalosas muertes de detenidos en las comisarías. La acción libre de la Justicia, prometida y anunciada para dilucidar las desapariciones y los crímenes del terrorismo de Estado, se evitó, se impidió y por último se prohibió por ley. Fue un camino tortuoso pero coherente, cuya meta no era por cierto cumplir mandatos populares.

Sanguinetti no vacila si tiene que mentir, deformar, censurar e intervenir para lograr sus objetivos. Ese es su sentido de la ética y de la responsabilidad.

Ahora ha vuelto para conseguir el gobierno para una coalición de derechas que dirigirá como dirigió todo el proceso de «reinstitucionalización», los cuatro gobiernos post-1985 y la resistencia al Frente Amplio, ya que los demás candidatos opositores «no dan la talla».

¿Puede haber desencantados del Frente Amplio, cuando tenemos enfrente a Julio María Sanguinetti y la familia Lacalle?

La alternativa es muy clara y nadie puede quedar ajeno o hacerse el tonto.

 

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