Ya viejo, calibré visitando los castillos de Francia la magnitud de la fractura ocurrida en los tiempos en que la Revolución Francesa ejecutó a Luis XVI haciendo rodar su cabeza, cambiando los destinos de la humanidad e iluminando a los próceres de América.
Pues bien, la gloriosa Revolución francesa, que estos elevados espíritus inspiraron, comenzó y terminó con asesinatos terribles y tuvo un período llamado precisamente El Terror, donde la muerte caminaba por las calles de Francia y terminó muy pronto, nada menos que coronando a un emperador, Napoleón Bonaparte, que se lanzó a conquistar Europa, y hasta consiguió el milagro nefasto de que retornaran al trono y al poder los odiados borbones.
Cuando yo tenía 13 años, me costaba entender cómo la Revolución francesa terminó coronando a un emperador medio enano y compadrito que sucumbió en el invierno ruso acosado por el hambre y el frío….y los rusos.
Ahí ya aprendí que aun los más osados, los más valientes y los más poderosos tienen su Waterloo. A cada chancho le llega su San Martín, decía mi madre.
La Revolución francesa era burguesa
Todos los que han leído algo al respecto saben que la Revolución francesa fue una revolución burguesa, es decir, pensada y dirigida por sectores medios, emprendedores, comerciantes, fabricantes, intelectuales, burócratas y usureros que se oponían a los privilegios inaguantables de la parásita aristocracia francesa, pero no buscaban de manera real los pregonados ideales de libertad, igualdad y fraternidad que, bien pensados, empiezan por el estómago, la salud, la vivienda, en definitiva, por la distribución de los bienes materiales, lo que implica la redefinición de la propiedad de los medios de producción.
La plebe que asaltó la Bastilla terminó siendo, como otras veces en la historia, solamente carne de cañón.
Tal vez es menos conocido que no fue la primera revolución burguesa, sino que esta fue precedida cien años antes por otros levantamientos burgueses de fines de la Edad Media, que, para simplificar, procuraban acabar con los privilegios de nobles y señores y establecer un nuevo orden de comerciantes y usureros.
Varias décadas después, derrotada la Francia napoleónica por los ejércitos prusianos, un levantamiento de los más humildes dio lugar a la Comuna de París en donde obreros y soldados derrotados en la confrontación bélica mantuvieron durante sesenta días lo que Marx consideraba la primera experiencia de dictadura del proletariado, un gobierno que estableció la autogestión obrera en las fábricas, la laicidad del Estado, las guarderías públicas, la amnistía de los alquileres impagos y la abolición de los intereses de las deudas.
La represión de la Comuna, el aplastamiento de la misma y la resistencia de los comuneros costaron en 8 semanas, por lo menos, la vida de 10.000 franceses que murieron procurando la libertad y tratando de impedir la restauración de la monarquía borbónica.
De Posadas reflexionaría que tanto sacrificio fue inútil para terminar con Francia gobernada por Macron. Pero el amor a la libertad, la igualdad y la solidaridad no es el fuerte de De Posadas. El único amor que moviliza a Ignacio es el dinero. Bueno, no sólo Don Dinero, también los cheques.
Todas estas barbaridades que se hicieron en nombre de la Revolución no son motivo para que todos no nos sintamos hijos de la Revolución francesa y enemigos de los borbones.
La Revolución rusa era obrera
Cincuenta años más tarde, en octubre de 1917, la Revolución soviética fue la primera revolución auténtica que vivió la humanidad, si la definimos como un cambio de las estructuras productivas (en particular en lo relativo a la propiedad de los medios de producción), y de la correlación de clases sociales. Piénsese lo que se piense de ella y de su significación en la historia de la humanidad, la revolución rusa guiada por Lenin cambió la historia.
Al respecto es bueno señalar que, cuando se produce la misma, surge la confrontación entre bolcheviques y mencheviques, cuya reiteración conceptual vamos a ver a lo largo de todo el desarrollo de las izquierdas posteriores, o al menos de sus expresiones más importantes.
Radicales y moderados hacen a la historia de todos los movimientos sociales en lo que constituye la memoria viva reciente y antigua.
En el curso de la Revolución rusa se produjo el enfrentamiento entre quienes entendían que lo primero era la revolución, el cambio de las estructuras económicas y sociales y la implantación de la justicia social, y por otro lado la de quienes pensaban que esos cambios, o algunos de ellos, se podían hacer con absoluto respeto de la democracia liberal y la separación de poderes y sin destruir el aparato burocrático militar del Estado.
Es necesario señalar y remarcar que, a pesar de los románticos propósitos invocados, todos los que participaron de la Revolución rusa iniciada en 1917, como en todas las revoluciones de la historia, bolcheviques y mencheviques, comunistas y socialdemócratas, liberales y conservadores, unitarios y federales, unionistas y secesionistas, izquierdistas y derechistas, se mancharon las manos con sangre, propia y ajena. Todos.
Después de la rusa, la china, la de Vietnam, la revolución española, la de los claveles en Portugal, la de Fidel, la sandinista y la salvadoreña han concitado la atención del mundo, la solidaridad de miles de millones de personas y han sido un testimonio, a veces trágico, de que estos procesos históricos incruentos, caóticos y románticos, están cambiando el planeta y que estos cambios son lentos, con avances y retrocesos y que son luchas que duran siglos en que las masas y sobre todo los más humildes, postergados, segregados y discriminados van recuperando, conquistando y ampliando derechos. Ellos y ellas.
Los cambios en el mundo llevan su tiempo: siglos
Fueron siglos de revoluciones y rebeliones fracasadas lo que llevó terminar con la Edad Media e instaurar el capitalismo; no se debería esperar sino lo mismo, en el larguísimo proceso que llevará a terminar con la sociedad en donde el hombre es el lobo del hombre e instaurar un mundo más justo, solidario y humano.
Para decirlo sin eufemismos, llevará tal vez siglos terminar con el capitalismo y construir el socialismo. En ese lapso convivirán regímenes capitalistas y socialistas y otros que tienen de lo uno y de lo otro. No estoy haciendo teoría política, sino tratando de mostrar lo que yo veo y que es de sentido común.
La reflexión que me interesa dejar en este punto es que todas las revoluciones son caóticas y que todos los que han querido cambiar las cosas en serio tienen que ensuciarse las manos y asumir que la tarea emprendida tiene premios y riesgos.
No todos los grandes hombre reciben medallas ni todos los traidores reciben su merecido.
Por eso hay que estar advertidos de que los protagonistas muchas veces son verdaderamente auténticos y muchas veces actúan para el show. Muchos son llevados por altruismo y otros por egoísmo…. y, no pocas veces, la realidad está oculta si no la buscamos en donde no se muestra.
Aquí mismo, en Uruguay, en nuestra cortísima historia, españoles y orientales, blancos y colorados, militares y civiles, de izquierda y derecha tenemos algo de qué arrepentirnos. Algunos mucho más que otros, incluyendo alguno que anda haciendo gárgaras de democracia liberal y cobrando suculentos honorarios por dar conferencias, volando en asientos de primera clase y aún no ha explicado por qué callaba su piquito de oro cuando era ministro, cuando 8 obreros eran asesinados en la Seccional 20 del Partido Comunista, se masacraba a luchadores sociales en los cuarteles y el Escuadrón de la Muerte asesinaba jóvenes a sangre fría.
Segundo acto: la estrategia
Escribí este primer acto, de un drama en tres, para que nadie quiera creer que las luchas sociales transitan por un camino sembrado de flores y que los cambios se conquistan como quien dibuja una recta con tiralíneas.
Empecemos por recordar que en Uruguay en los últimos cuarenta años vivimos un milagro.
Un milagro es algo único para los ateos y sólo explicable por la existencia de Dios para los creyentes. Este milagro que no tiene precedentes en el mundo y en la historia moderna es el Frente Amplio, la construcción de una fuerza política sustentable, radical, democrática, amplia y plural de comunistas, liberales, cristianos, socialistas, anarquistas, nacionalistas, trotskistas y ecologistas, sostenida durante medio siglo para realizar cambios profundos que aseguren para nuestro pueblo paz, prosperidad, democracia y justicia social.
Fue la primera experiencia histórica a nivel mundial de convergencia en el marco de una fuerza política, de marxistas, cristianos, liberales, socialistas, civiles y militares
Nació como una fuerza política uruguaya con definición progresista, democrática, popular, antioligárquica y antiimperialista, ubicada a la izquierda del espectro político.
Y se hizo la luz
No fue fácil su nacimiento. Culminaba en ese momento más de medio siglo de desencuentros y de tensiones, de diferencias tácticas y estratégicas entre gente que tenía diferentes miradas sobre el pasado y el futuro pero, como dijera alguien, podrían creer o no en el cielo pero podrían acordar para que la tierra no fuera un infierno.
En los setenta años que precedieron a la fundación del Frente Amplio, evento que unió fuerzas que provenían de todos las vertientes políticas del país, hubo dictaduras, guerras civiles, represiones brutales contra los trabajadores, huelgas, asesinatos, crímenes, desapariciones y torturas.
La izquierda uruguaya venía de experiencias durísimas como la de las elecciones de 1962, en las que los partidos de izquierda votaron divididos en dos vertientes, por un lado el Partido Socialista, junto al grupo nacionalista que encabezaba el exministro herrerista Enrique Erro y a relevantes personalidades independientes, y por otro lado el Partido Comunista, junto a ciudadanos blancos y colorados que conformaron un agrupamiento que se llamó Frente Izquierda de Liberación (Fidel, cuyo nombre era toda una declaración de principios, ya que en 1959 se había producido la Revolución cubana).
El resultado de ese plebiscito de la izquierda marcó probablemente el futuro, porque la lección, larga y dolorosamente aprendida de setenta años de divisiones y reproches, se dio de bruces con el advenimiento del gobierno autoritario blanquicolorado de Pacheco Areco, que empezó un dolorosísimo camino de abatimiento de las libertades y de dominio autoritario del capital financiero ligado a las transnacionales y el imperialismo norteamericano.
La creación del Frente Amplio resultó de nuevos acuerdos y de experiencias unitarias diversas. Antes de la unidad política, los trabajadores se habían unificado en una sola central, se había soldado una fuerte unidad estratégica entre obreros y estudiantes, había crecido un importante movimiento en defensa de las libertades democráticas y se fue conviviendo en un ejercicio de tolerancia y de renunciamientos. Todos los participantes cedieron algo y lograron consensuar un proyecto de país que ha demostrado un altísimo grado de solidez, incluso cuando fue reprimido ferozmente, construyendo una cultura frenteamplista que supera a los propios partidos que integran la coalición.
Nada que ver con la marca de un cosmético o un desodorante, mal que les pese a los especialistas de mercadotecnia tan escuchados por la dirigencia frenteamplista.
Unidad, unidad, unidad
Así se escribió la historia y se gestaron los tres gobiernos del Frente Amplio, que han traído quince años de crecimiento económico ininterrumpido a una tasa promedio de 4,5%, con inclusión social, e hizo que Uruguay lidere en todos los indicadores sociales de América Latina, incluso en lo referente a la menor corrupción y la mayor democratización.
La estrategia de la fuerza política es la unidad de la izquierda. Todas las otras miradas se subordinan a lo que es un principio invariable y fundamental.
En los tres gobiernos del Frente Amplio se han cometido errores y crecieron personalismos y vicios.
Muchos de nosotros estamos algo decepcionados, esperábamos cosas que sólo sucedieron parcialmente, algunos aspirábamos a unas cosas y otros a otras, creamos algunos monstruos que no imaginamos, nos mueven otros sentimientos y tal vez menos pasiones. Tal vez no nos une el amor, sino el espanto.
Eso ocurre en todos los partidos y en todas las formaciones políticas del mundo, mucho más cuando están en el gobierno.
Nuestros desamores han sido exagerados hasta la exasperación por nosotros mismos y por una derecha desesperada que poco a poco va perdiendo sus privilegios.
No voy a hablar hoy de los ataques de la derecha, de sus principales actores y protagonistas políticos y de los medios de comunicación hegemónicos y concentrados.
De alguna manera los ataques de la derecha reafirman que estamos en lo cierto y, cuando son muchos, nos advierten del peligro.
Más me preocupan algunos síntomas que se perciben en la comunicación, en los dichos y en las actitudes de algunos referentes de la izquierda.
Le temo más a algunas afirmaciones dichas sin mucha precisión como que hay que “revisar los principios” o modificar la estructura para “hacerla más democrática”.
Mucho más a la tontera inspirada en los técnicos del marketing mercantil de que “la marca Frente Amplio está desgastada”.
Esta teoría que invade incluso a algunos precandidatos y hasta a la propia Mesa Política ha llevado a que los colores se empasten y las banderas se hagan irreconocibles, como los números del ómnibus del daltónico candidato a presidente del Partido Nacional que lo llevaba siempre al destino que no quería ir.
Un día Gerardo Caetano nos dice que «el Frente Amplio cada vez se inspira menos en las ideas y valores del general Liber Seregni». Otro día Chasquetti nos sentencia que «hay un malhumor con el gobierno, una acumulación de problemas no resueltos, una situación económica que no es como la de antes -la economía crece pero tenemos desempleados-, y algunos temas de seguridad que no terminan de solucionarse”.
Todas estas opiniones en boca de gente muy respetada caen como piedras en la militancia y pueblo frenteamplista, desencantado o no. Las mismas fueron tapas de publicaciones de derecha, y contribuyeron a sembrar más dudas y pesimismo en nuestra gente.
Es muy temible cuando las opiniones son emitidas por académicos, politólogos, periodistas pretendidamente objetivos, estudiosos de la opinión pública, sociólogos y estrategas publicitarios. Más temibles porque son solamente argumentos de autoridad que no refieren a ningún estudio, encuesta o trabajo científico que las avale.
¿Gana el que gana el centro?
La sentencia de la academia es, desde hace por lo menos veinte años, que gana el que gana el centro. Para ganar el centro, la izquierda debe arrimarse más a la derecha. La puerta de la derecha está abierta y por ella se pasa para un lado y para otro. Para ganar el centro hay que revisar el estatuto, las estructuras, los principios, la marca y si es necesario los símbolos. Y si hay que invocar “los valores e ideas del Gral. Seregni” para justificar las claudicaciones, no falta un experto que se presta para ello. Y si hay que cambiar las ideas de Seregni o apropiarse de su nombre, también.
Tercer acto: el peligro
Yo creo que estamos en un momento crucial de Latinoamérica. El imperialismo norteamericano está perdiendo su dominio de la economía mundial y ha perdido su capacidad de intervenir para apropiarse del mundo. Rusia recupera su rol geopolítico y China disputa la hegemonía. La administración conservadora de Trump resucita la doctrina Monroe que se traduce en Latinoamérica para los norteamericanos.
La estrategia de Estados Unidos es la de ahogar a Venezuela, Nicaragua y Cuba, derrotar a los gobiernos progresistas, someter a toda la región y apoderarse de los recursos naturales.
La contradicción fundamental es imperio o nación y toda la izquierda debería comprenderlo. Es más, creo que todos los uruguayos debieran meditar sobre esto, porque no sólo están en peligro la paz, la soberanía y los recursos naturales de Venezuela, sino los de toda la región y también los nuestros. Si me aprietan, yo diría que el menor de los peligros es Pompita. El peligro es el imperialismo norteamericano y así deberíamos verlo todos los uruguayos.
Un traje a la medida
Como diría Seregni, invocando la “admirable alarma”, todos los orientales, vestidos de milico o de paisano.
En esa estrategia de dominio yanqui sobre Latinoamérica, cada país tiene un traje a la medida. En un lado se agita la corrupción, en otro se atiza a los neopentecostales, en otro se compra a la clase gobernante, en otro se instrumenta el bloqueo financiero, o se interviene militarmente.
La estrategia para el Uruguay es la división del Frente Amplio, porque la unidad es nuestra fortaleza.
Por eso me resulta intolerable la actitud de aquellos compañeros que tienden a diseñar en el espacio conceptual un enfrentamiento interno del Frente Amplio entre un supuesto «populismo barbárico», corrupto, burocrático, enajenado, autoritario y mediocre y supuestos sectores honrados a carta cabal, respetuosos de los usos y costumbres, de la seguridad jurídica, la estabilidad macroeconómica y hasta de los derechos humanos.
Se ha llegado a decir que si hubiera habido una disputa de estas características, el Frente Amplio no habría sido posible, ignorando que también había en su origen fuerzas políticas y compañeros prominentes que defendían los fusilamientos de los esbirros de Batista en la Revolución Cubana, que tres años antes de la fundación del Frente Amplio apoyaron la intervención de Checoslovaquia de las tropas del Tratado de Varsovia o que apoyaban a Francia contra los argelinos, o se declaraban equidistantes entre norteamericanos y soviéticos, y muchas veces apoyaban a las potencias colonialistas que luchaban contra los movimientos de liberación nacional africanos por no enfrentar a la socialdemocracia europea. El propio general Seregni fue un gran defensor de la Revolución Española con fusilamientos de monjas y todo lo demás.
Claro que Gerardo Caetano no tiene que saberlo, porque en el año 1936 no había nacido y en el 68 no había cumplido aún los 15 años.
La cadena se arma así: cada vez nos alejamos más de los valores de Seregni; si en el año 71 hubiera habido gente defensora de dictaduras de izquierda, el Frente Amplio no habría sido posible y como consecuencia surge
la hipótesis de que el Frente Amplio sacaría más votos si no estuvieran «los sectores radicales», como el Movimiento de Participación Popular(MPP), el Partido Comunista y Casa Grande, que lidera Constanza Moreira.
Ganar, ganar
Los analistas llegan a las tapas de los diarios suspirando tenues letanías, como que se hace difícil captar el voto del centro por ellos, pero al mismo tiempo ni en los noticieros ni en el secreto de los corrillos o en los salones de la Academia han enfrentado nunca a los politiqueros oligarcas que responden a Lacalle, Ignacio de Posadas o Sanguinetti. Me muero de ganas de recordar una sola vez que estos politólogos de izquierda han recordado los negociados de los gobiernos blancos y colorados, la catástrofe económica del gobierno de Jorge Batlle, los robos descarados de la administración de Lacalle o las agachadas de Sanguinetti con los militares, las inconductas patronales de Novick o las decenas de veces que invocando pautas ideológicas neoliberales Ernesto Talvi anunció la catástrofe a la que nos llevaban las políticas económicas del Frente Amplio.
No quiero recordar la triste experiencia que vivió Hugo Batalla cuando dejó el Frente para irse con Julio María Sanguinetti, pero sería bueno que ellos la rememoraran y pensaran en sus resultados.
Izquierda en Uruguay hay una sola y es el Frente Amplio. El que se va, la queda.
El Frente Amplio unido es la única fuerza política que le va a ganar a la derecha. Es la única que puede. Y si nos mantenemos unidos le ganaremos también a los Estados Unidos y a los que quieren dividirnos, desde afuera y desde adentro.
El que se va del Frente Amplio deja de ser de izquierda y le da su voto a la alianza oligárquica, voraz y feroz, enemiga del pueblo, que lideran Lacalle y Sanguinetti.