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carnaval | política | murgas

EL debate necesario

El carnaval hace que el pueblo no siga dormido

¿El carnaval debería seguir el "mandato" oficialista de la "neutralidad" o debe seguir jugando en la arena de la crítica política, social, económica?

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Los espectáculos de carnaval no dejan de confirmar la sentencia popular: "Los datos matan los relatos". Es que, en la fiesta de Momo, la crítica política juega como pieza clave en lo narrativo, exponiendo las dificultades económicas, la falta de transparencia, los nefastos hechos de corrupción, y las discutidas transformaciones que han afectado a la educación.

Quienes estén siguiendo con atención las actuaciones de las murgas ya conocen cómo es posible construir una narrativa, cargada de ironía, humor e incluso de cinismo, que aborde tópicos como la deconstrucción del nefasto machismo, el trabajo no remunerado, o los efectos que han tenido las políticas implementadas por el gobierno en el campo de la educación, o los estragos que causó la sequía.

Estos abordajes han provocado -previsiblemente- las reacciones de varias figuras del oficialismo, incluso del propio presidente (quien, ya lo saben, sólo asiste a los "carnavales amigos"), quienes se rasgaron las vestiduras ante las cámaras y lanzaron sus reclamos de "equilibrio" (¿habrán querido decir "neutralidad"?) en los "palos que reparten". En otras palabras: las murgas solo le "dan palos" a la derecha, dicen.

Sin embargo, la memoria a veces saca a relucir sus flaquezas. Tales embanderados del equilibrio se han olvidado que a la izquierda también le tocaron palos en carnavales anteriores.

Hay que asumirlo de una vez por todas: toda narrativa es parida desde un ángulo, desde un punto de vista. No existen los "datos puros y duros".

Y en esto los grandes medios son el mejor ejemplo. ¿Acaso no ha existido -y sigue existiendo- el llamado blindaje mediático? ¿Cuánto tiempo de exposición tienen las principales figuras del gobierno en las hiperextensas ediciones centrales de los informativos de la televisión local?

Así las cosas, que las murgas aborden temas políticos, económicos, sociales en sus espectáculos no es mero capricho, no es mero oportunismo electoral. Y tampoco amerita que se levanten advertencias sobre su parcialidad.

Hay una tradición de más de un siglo que ha engarzado el discurso crítico, filoso, de las murgas en la trama cultural de este país, convirtiéndose en una saludable (hasta liberadora) práctica para hacer pública una voz (unas voces) que no suelen tener espacio en el estrado de los discursos dominantes.

¿Acaso no es esto uno de los sentidos sostiene al carnaval como fiesta popular? ¿Será necesario repasar la extensa producción antropológica e histórica que ha analizado este fenómeno cultural, y no solo en Uruguay?

Es cierto, en los cuplés de murga no aparecen vistosas gráficas que diagnostican la evolución de la pobreza en América Latina y el Caribe. Las letras tampoco tienen sendas citas bibliográficas que avalen las caracterizaciones del machirulo que intenta deconstruirse. No hay repasos en tono académico de los estragos que causó la sequía ni de los problemas que causó el agua salada que tuvimos que evitar durante tantos meses, ni de los problemas que implicó la reforma educativa ni de las políticas de persecución sindical, ni las graves implicancias morales y legales de los casos de Astesiano, Marset o Penades.

En el escenario carnavalero pulsa la sinécdoque, se apuesta a "tirar el dardo" o a "poner el dedo en la llaga" para activar una reflexión que no vendrá desde otras narrativas. Y nada más efectivo que el humor, la comedia, la sátira, para que se dispare ese necesario pensamiento crítico.

La murga crea así una fisura en el estado de cosas que configura el presente; desarma las esmeradas estructuras que intentan "tapar" esas zonas de la vida social y política que "huelen mal".

Y abre el juego al contrapunto discursivo, a la oposición de ideas. Esas letras, esos versos cantados a coro, hablan sí de economía, crean conciencia vital sobre los dramas como la pobreza y la injusta distribución de la riqueza, y a eso, obviamente, se le llama política: una preocupación por el estado de la cosa pública.

Así que, ¡salú carnaval!

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