A pesar del relato de la bondad capitalista de un sistema que permite ascender socialmente, los pobres de escasa formación, a pesar de su fidelidad y lealtad partidaria, no pasan de ocupar alguna estructura de importancia media y para llegar a ocupar esos lugares, necesitan “arrear” sin escrúpulos la mayor cantidad de gente posible a la hora de inaugurar locales o recibir y aplaudir al “dotor”, porque allí se sustancian sus centros pírricos de poder.
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Rosa no tuvo una vida fácil; su madre la crió a ella y a sus tres hermanos en las condiciones que permitían los ingresos de un padre changador y ausente y sus escasos trabajos de limpieza de casas. Rosa, a duras penas, terminó la escuela y el hacerse cargo de sus hermanos pequeños cuando finalmente su padre abandonó el hogar abortó la posibilidad de otros estudios. Quizás, como una estrategia de sobrevivencia, de pensarse un futuro mejor, aunque estuviera repitiendo la misma historia inconscientemente, a los 15 años ya era madre.
Creció teniendo más hijos con la pobreza intacta; y no hay como la pobreza para que cualquier enfermedad o desgracia haga estragos; así que un buen día, madre y abuela joven fue a buscar en aquella iglesia un alivio la desesperación, alguna mínima ayuda material, un poco de contención emocional.
En la iglesia evangelista de camino Mendoza “Dios es con nosotros”, halló las palabras de aliento, certeras, justas, del pastor; obtuvo, además, algunos alimentos, participó en jornadas en las que se resolvía la comida del día, y el nivel de los espectáculos musicales le ayudaba a exteriorizar sentimientos y sensaciones contenidas desde hacía muchos años. Algo parecido a un goce espiritual, la liberación de tensiones y enojos en aquellos aullidos permitidos, en esos llantos pidiendo perdón por pecados que quizás no cometió nunca.
Lo que tenía que dar a cambio era poco; sumar a su familia en primer lugar, vecinos y amigos al culto; de su familia no dudó y así la familia de Rosa, en su estructura matriarcal, asistía todos los domingos a los cultos y a cuanta actividad la iglesia llevara adelante para que al menos Dios estuviera con ellos.
Rapiña de vocación social
Su guía en aquel universo sagrado, plagado de rígidas formas de vínculos, es un ayudante del pastor, alguien que va en camino a, pero aún no ha llegado, a convertirse en líder espiritual. El Marcelo (MOCC) la recibió en la iglesia, le explicó el funcionamiento, lo que convenía decir y no decir, qué tipo de ayuda solicitar y cuál no.
El Marcelo tiene un discurso religioso convencido y convencedor; además, forma parte del mismo paisaje humano del que proviene Rosa; de hecho, el Marcelo no es como el pastor, hombre culto, canchero, que anda siempre en auto moderno, que aunque no hace ostentación, tiene sus dineros.
El Marcelo es del Cerrito de la Victoria, muchacho de barrio que destaca de sus semejantes por esa cualidad natural de ponerse al servicio de los demás, por su parla fluida, por esa labia no exenta de picardía y cierta viveza criolla.
Rosa le ha dado toda su confianza; necesita de su ayuda, claro, porque la pensión que logró no alcanza para parar la olla y pensar en alquilar en otro barrio.
La palabra de el Marcelo es referencia por que, como el mismo le dice, tiene muy buenos vínculos y, además, tiene aspiraciones que se merece.
El favor como deuda
Rosa ya le debe favores a el Marcelo; le mantiene la esperanza ciertamente activa y, aunque más de una vez las cosas prometidas se complican al momento de concretarse, el Marcelo siempre le busca la vuelta.
Así que un buen día, el Marcelo se dedicó a la política, con la misma pasión que la militancia religiosa, o tal vez ya lo hacía y Rosa no lo sabía.
Rosa acarreó con familia y algunas amistades en el ómnibus que la gente de El Marcelo tenía preparado para el traslado; era como ir a un gran cumpleaños y así, ataviados de vinchas y banderas blancas y celestes, marcharon rumbo a la inauguración del nuevo local de la lista 8 del Partido Nacional, donde iba a hablar su dirigente principal, el intendente de Florida, a quien el Marcelo llamaba Pájaro y hasta podían tener la suerte de poder saludar a Luis.
Luis no vino, pero eso no empañó la fiesta y alegría ante el nuevo desafío; el discurso de Enciso los inundó de un extraño contagio esperanzador en que lo único que le quedó claro era que todos sus males se resolverían el día que sacaran al Frente Amplio del gobierno.
El Marcelo se mueve como pez en el agua dentro del local, y si bien no hace uso de la palabra como le dijo a Rosa que quizás ocurriría, tiene un dialogo fluido con el histórico dirigente de la lista 8, Juan Arrúa, y siempre está a su lado para las fotos.
Con la cartera llena de promesas, la más importante algún trabajito, Rosa puso sus palmas, familia y casa a disposición.
Lo cierto es que su fe en el Marcelo es tan grande que últimamente este le encomienda tareas sin mucha explicación.
Para noviembre de este año (2018), el Marcelo le entrega la plancha, ya que se postula nuevamente como candidato al Concejo de Vecinos del Centro Comunal 11 del Municipio D, y le indica cuáles son los nombres que debe marcar, pero el fundamental es él, el candidato que figura con el número 9.
La rapiña merodea aquel lugar
Lo que Rosa empieza a visualizar en esta larga relación es que el Marcelo asciende; sigue siendo el principal apoyo del pastor en la iglesia, salió electo nuevamente concejal y posiblemente integre la lista de diputados del nuevo sector Dale, que apoya a Luis Lacalle Pou.
Inspirada luego de meditar toda la noche, de ver la pobreza de su familia que sigue igual, que sigue lejos de sus aspiraciones, Rosa vuelve a preguntar un día sí y otro también por el trabajo prometido.
El Marcelo ahora vive ocupado, claro; casi pastor, concejal, dirigente barrial de la lista 8, ya no concurre diariamente a la casa de Rosa y el XXX 102 561 ya no lo atiende ni responde mensajes.
Pero una tarde, el Marcelo viene con la gran novedad: “Tengo trabajo en la portería de un edificio para vos y otro para tu hija”, le dijo sin decirle buenos días.
Rosa está emocionada, no puede salir de su asombro y lágrimas brotan de aquellos ojos cansados de tanto esperar.
Un trabajo así a su edad y otro para su hija, que ya la hizo abuela, es un regalo del cielo y más en estos días que la enfermedad terminal de su hermana se la estaba arrebatando.
Por eso, cuando el Marcelo le dijo que necesitaba para poder concretar esos trabajos determinado monto de dinero para el pago de unos escribanos, no lo dudó.
Con el guía evangélico, el concejal del barrio, el hombre de confianza en el barrio de Luisito, el futuro presidente, ingresó al local de Abitab; con una mano firma el préstamo solicitado a la Caja y con la otra le entrega el dinero íntegro a el Marcelo, quien queda en dar novedades en la tarde.
El ocaso
La hermana de Rosa entra en coma; el tiempo destinado a la nueva tragedia familiar posterga las dudas que empiezan a surgir.
El Marcelo extrañamente no atiende el teléfono y cuando empieza a pensar en cómo ubicarlo, cae en la cuenta de que no sabe dónde vive, de qué trabaja, quién es su familia.
El trabajo prometido, el de las porterías, nunca apareció y, para su sorpresa, la primera cuota de más de 12 del préstamo aparece pagada.
También cae en la cuenta de que, habiendo dejado de asistir un tiempo a la iglesia, no le es tan fácil ir con algo parecido a una queja contra el feligrés más destacado del pastor y que al local partidario de la calle Brandzen le es imposible presentarse sin pasar por la sensación de vergüenza que implicaría increpar a ese hombre con tanto poder en esos ámbitos. ¿Quién le va a creer a ella?
Además, tampoco dispone de dinero para trasladarse.
Ya pasó la fecha de pago de la segunda cuota y la ingenuidad de Rosa la hace preocuparse más por no devolver lo prestado que por el destino del dinero.
Y por la acción de el Marcelo, Rosa siente que el destino la estafa desde siempre.