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El despreciado

Por Leandro Grille.

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Días atrás Luis Almagro se despachó con un ultimátum a Venezuela y lo conminó a convocar a elecciones en un plazo máximo de treinta días, bajo apercibimiento de suspender al país de la Organización de Estados Americanos (OEA). Posteriormente, organizó una conferencia de prensa en la sede de la OEA con Lilian Tintori, esposa del encarcelado Leopoldo López, y otras esposas de políticos presos en Venezuela, que fue interrumpida por la embajadora de ese país ante la organización, quien se hizo presente para denunciar la agresividad del excanciller uruguayo con la república bolivariana y sus violaciones a las propias normas de la OEA. Para completar los últimos antecedentes de Almagro al frente de la secretaría general, falta señalar que intentó ingresar a Cuba –sin éxito– con la avivada de presentar su pasaporte uruguayo, en lugar del pasaporte diplomático que tiene por el organismo, para “recibir un premio” de una fundación contrarrevolucionaria con sede en Miami, dirigida por la hija de Oswaldo Payá, fallecido en 2012.

A Cuba no pudo entrar porque, como expresó el comunicado de la cancillería cubana, la revolución no se confunde con apariencias. Y aunque él quisiera aparecer como un modesto ciudadano uruguayo en viaje de turismo, era evidente que Almagro era el secretario general de una organización de la que Cuba fue expulsada y no integra hace más de cincuenta años, que viajaba con el propósito de dar visibilidad a un montaje contra la isla y contra Venezuela. Justamente el premio que le iban a dar a Almagro era por su actitud beligerante con la patria de Chávez. Mucho antes de que tuviera lugar el show, Almagro fue avisado por la cancillería cubana de que no iba a ser autorizado a ingresar ni él ni los otros invitados internacionales, el expresidente mexicano Felipe Calderón y la hija del expresidente chileno Patricio Aylwin. Pero igual lo intentaron. Tuvieron que ser las aerolíneas las que les informaran que no iban a poder subirse al avión, aunque sacaran a relucir tarjetas, acreditaciones y pasaportes vaticanos. Con esa prohibición de ingreso, Almagro y sus amigos esperaban una amplísima repercusión internacional, pero el tema no existió en la prensa mundial. Esto no significa que no se haya informado profusamente, significa que no tuvo relevancia alguna, que se agotó en un par de días, salvo quizá en Chile, porque la hija de Aylwin hizo un pamento bárbaro. En Uruguay, Almagro no recogió la solidaridad de nadie en el gobierno. Ni siquiera del canciller, lo que ya es un decir.

La nueva iniciativa de nuestro exministro de Relaciones Exteriores está también condenada al fracaso. Su propósito es indescifrable, porque ni va a conseguir el apoyo necesario para impulsar la suspensión de Venezuela de la OEA ni va a obtener repercusión internacional. Recordemos que el secretario general necesitaría reunir dos tercios de los 34 miembros de la OEA, y hasta ahora no se ha pronunciado ningún país, salvo el Senado de Chile y la Asamblea Nacional de Venezuela, de mayoría opositora por la voluntad electoral, a la vez que Almagro afirma que en Venezuela hay una dictadura comparable a las que sufrieron Uruguay, Argentina o Chile.

La movida de Almagro no va a tener importancia política internacional como no la tuvo el portazo que le dio Cuba, porque Luis Almagro es un hombre desprestigiado. Más allá de mi pensamiento, es innecesario calificarlo de “despreciable” como han hecho algunos políticos venezolanos que han observado cómo Almagro los agravia, porque Almagro no es un “despreciable”, en tanto sujeto que podría justificar desprecio, es un tipo despreciado: despreciado por Pepe Mujica (que fue quien lo llevó de ministro y lo promovió en la OEA), despreciado por el MPP (que es la organización por la que fue electo senador y a la que dice pertenecer, pero que ya lo echó), despreciado por el Frente Amplio (que no va a mover un dedo por defenderlo), despreciado por los frenteamplistas, que lo consideran un traidor execrable (peor incluso que Jorge Saravia o Gonzalo Mujica) y despreciado por el gobierno uruguayo, donde hasta los que lo aprueban lo hacen en voz baja, porque todo el mundo sabe que es un converso, y en el fondo nadie cree que sus actuaciones se funden exclusivamente en convicciones y no en basamentos inconfesables.

Con todo, no hay que ignorar lo que está pasando. El Frente Amplio no puede continuar ofreciendo como respuesta política el silencio. Le cabe al Frente Amplio una responsabilidad insoslayable, porque este hombre desprestigiado arrastra a la izquierda uruguaya, que no convalida ni sus métodos ni sus propuestas. Es tiempo de discutir en profundidad la gestión de Almagro, su obsesión con Venezuela y su olímpica ignorancia del golpe de Estado en Brasil, sus maniáticas gestiones por Leopoldo López, cuyas “guarimbas” costaron más de cuarenta muertos, e ignorar el caso de Milagro Sala en Argentina, los activistas muertos en Colombia, en Honduras, en Paraguay o en México. Por cierto, las guarimbas de Leopoldo López eran mucho peores que los piquetes que acaba de prohibir Tabaré, porque además de cortar las calles con barricadas, atravesaban alambres de púa en las avenidas durante la noche, lo que causó la muerte de gente que intentó cruzarlas.

También el gobierno uruguayo debe pronunciarse, pero no con una trivialidad como la de Nin, calificando las últimas expresiones de Nicolás Maduro de “antidiplomáticas”. Es obvio que Nicolás Maduro no fue diplomático, si lo más amable que le dijo fue “inepto”, “basura de ser humano” y otros hallazgos. Pero eso es menor. Porque también Fidel una vez le dijo a Jorge Batlle “abyecto Judas”, y si bien tenía otra elegancia para insultar, fue un epíteto muy alejado de los modos conciliatorios y tibios de la diplomacia. A veces los países, para defender su honor, deben ser deliberadamente no diplomáticos. Porque si un presidente responde con amabilidad y estilo a un hombre que te está acusando de dictador, asesino y narcotraficante, más que diplomacia es cobardía.

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