Jugador serás en los potreros y en los televisores de la gente humilde. Grito pelado, cancha, canchita. Jugarás latino y rezongón, oro del barro. Bailarás en tierra de villanos, como si no te pudiesen tocar las balas de la policía, los tiros del hambre. Volarán tus pies, livianos como ángeles, en los charcos de donde salen el olor a la mierda y los pases a Europa. Te salude el tipo del bar y tenga el cielo del estadio la naturaleza insomne de los astros ese día. Habrás nacido, dios de los más jodidos, estrella de los embromados, grito para los callados, grito para el que no tiene voz ni mucho que decir hasta que grita gol, y bebe, y paga, y vuelve con las manos en los bolsillos del jean. Para verte vendrán de todas partes, los que saben que no habrá belleza igual que la del viento en tu cabeza levantada y, también, ya verás, gentes extrañas. Tendrás que saber jugar entre las piernas de los malos. Podremos perdonarte si flaquean tus verdades, tus fantasmas, tus miserias, el coraje, a veces, falla, pero nadie olvidará que te dimos la inmortalidad si vos la usaste. Si fuiste gloria. No lo olvides nunca. Todos quisimos cuando menos una vez volar, pero no fuimos -pero no somos- dioses. Serás eterno, durarás, y cuando sean las seis de la tarde del día domingo tu reino estará terminado, completo, maravilloso, y te veré atravesar la ciudad con la pelota debajo del brazo en los autobuses que vuelven al barrio donde cada uno en este mundo soñará con hacer su jugada en México. Para entonces te habremos escrito en las paredes, en las camisetas, en el nombre de los que nacen, en el cuero de la gente, tatuaje en la memoria, piel de las banderas, en palabras y jirones de nosotros estarás, escrito. Habremos conseguido transformarte en prosa. Jugá sabiendo eso. Jugá, pero por todos. Torciendo lo recto, subvertido en el orden, atrapando en el aire. Se anuncia que tomarás el balón como quien toma las calles, no habrá ley para tu genio ni mordazas habrá, vos sos fuego, querido Diez, tu misión es arder, sin previo aviso.
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Ya es el día, Tota tuvo un pibe.
Un dios en el que se podía creer
Nada tan cierto como decir que eras un dios con los pies de barro. De barro el hambre, el corazón, la puteada contra los tanos, los agujeros en las paredes por donde pasaban el frío de Fiorito y las gambetas de México.
Yo estaba sentado y me levantaba despacio, ese día, de mi silla frente al televisor del dormitorio de los viejos, porque a pesar de ser un niño de diez años me daba cuenta de que estaba viendo lo que nunca más vería. Y mi padre, que se agarraba la cabeza, me decía que ahora sí había visto algo mejor que Pelé, seis ingleses después de que agarraste la pelota.
Puro barro ese gol, puro salir de la nada y llegar a todo. No se puede imaginar peor lugar para recibir una pelota. Cómo ser el más importante del mundo si naciste en Villa Fiorito, en un agujero descosido y roto, cómo empezar desde ahí, en un final sin levante, y llegar, con la pelota atada.
El barro te amasó con toda la argentinidad junta, con toda la gresca y sin yuta. Belleza, calle, Madres, Malvinas, Seguorola y la Habana, noches, tango, cocaína, y con eso hizo una diez, bien quilombera. Para que la pida en las difíciles, Maradona, dijo el soplo que te habló, cuando se repartieron camisetas.
No hubo error que no se cometiera, no hubo goce que faltara. Fuiste todos y cada uno, no sin dolor, no sin miseria, viniste a un mundo donde a los que nacen en Fiorito los paran, y gambeteaste.
Che, dios, esta te pido, decían tus creyentes frente a los televisores en los bares, y el dios iba, agarraba una pelota, y se las daba. Un dios porfiado y excesivo, un dios con mal aliento en las mañanas, un dios con el que se podía hablar, y discutir, y no estar de acuerdo. Un dios apasionado, un dios para entrar con él a la cancha el día que jugás el partido de tu vida contra los ingleses. Un dios que el séptimo día no descansó.
No veo la televisión, no abro los portales, no pienso ver, no voy a escuchar. ¿Para qué? Pueden contarnos lo que quieran, cada uno tendrá para siempre su propia muerte del Diego. Déjennos un rato tranquilos con él, a solas, sin periodistas que le saquen fotos.
Imperfecto, claudicante, un dios con errores, un dios que fue gordo, un dios que tuvo hambre, el único dios en el que preferí creer murió una tarde de miércoles como se mueren los dioses que sabían la importancia de que los fines de semana no se manchen, y es maradoniano putear a la muerte como un dios de barro puteando a los tanos.
Fin del partido, paren el juego. Se ha muerto el dueño de la pelota.