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El factor turismo

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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La afluencia turística en Uruguay se compone de turismo interno (residentes que salen de sus domicilios y residen temporariamente en casas de familia o de amigos) y turismo externo (extranjeros que alquilan hoteles, casas y apartamentos durante enero, febrero y marzo, a los que se agregan uruguayos residentes en el exterior que viajan de visita por las fiestas y permanecen hasta los primeros días de enero). La mayor afluencia de turistas se registra entre las fiestas navideñas y la semana de Turismo.*

Como corresponde a cualquier hecho social humano, se genera una jerarquización en el prestigio de los lugares donde se realiza, en función del tipo dominante de concurrentes, lo que, a su vez, origina todo un movimiento de marketing y estrategias comerciales, no sólo para vender las plazas disponibles sino también para jerarquizarlos mediante el contagio de estatus que ricos, poderosos y famosos otorgan a esos mismos lugares en los que son registrados como visitantes más o menos asiduos y permanentes.

Del campo a la playa

Durante el primer siglo de vida independiente de Uruguay, los paseos y lugares de veraneo no eran en balnearios costeños y arenosos, como ahora, sino en corrientes de agua rurales y en establecimientos rurales del tipo de estancias y chacras, en general –y sobre todo en los alrededores de la capital– habitadas por familias patricias que conjuntaban sus propiedades agroganaderas con el aire puro campestre tan recomendado por los médicos de la época.

Entrado el siglo XX, seguramente a imitación de la moda europea, el turismo, y luego las residencias permanentes de las familias patricias y pudientes, comienzan a trasladarse a lugares costeros, en principio dentro del departamento de Montevideo, y luego, a medida que la red vial se extiende y los medios de comunicación públicos y privados abundan, mayor y progresivamente hacia el este del país: Canelones, Maldonado y Rocha, sucesivamente, con extensión menor a las playas de San José y Colonia, en el oeste.

En cualquier caso, el turismo y la residencialidad extendidos lo eran para disfrute de familias y con absoluto predominio de un tipo de vida hogareña, y como máximo había reuniones colectivas de visitas entre familias. Los balnearios, mientras tanto, van jerarquizándose en función de sus bellezas naturales y del tipo de población que acude en términos de estatus patricio, dinero, poder y fama.

Durante el siglo XX, la multiplicación de lugares de residencia y vacaciones hace posible cierto consenso respecto del grado de distinción y prestigio de estatus del que disfrutaban, variablemente, dichos lugares. También, a semejanza imitativa de Europa, los balnearios, algunos más que otros, desarrollan una vida juvenil y nocturna, paralela a la colectiva y familiar antedicha, que crece en la medida en que se independiza el estatus de juventud como estadio autónomo, con particularidades que debían ser alimentadas por los jóvenes como marca identitaria. Se desarrollan vestimentas, peinados, lenguaje, costumbres, consumos, música y modas específicas, comercialmente nutridas y explotadas, pero también vividas y legitimadas por los propios jóvenes. El tercer cuarto del siglo XX ve independizarse a la ‘adolescencia’, del mismo modo que se había autonomizado la juventud.

Canon de balnearios

Los lugares balnearios pueden diferenciarse y jerarquizarse, contemporáneamente, en función de las poblaciones dominantes y del monto y magnitud de las actividades familiares, públicas generales, juveniles y adolescentes que se lleven a cabo. De forma muy gruesa, hay balnearios en los que predomina la vida familiar tradicional de los veraneantes y residentes y hay otros en los que predomina una población juvenil y adolescente de vida nocturna. Los hay también en que están balanceadas las actividades familiares y de ocio. Al interior de cada grupo de balnearios puede establecerse un ranking de estatus, anualmente variable pero con permanencias de diferenciación ampliamente consensuadas.

Para no herir susceptibilidades, podríamos decir que los balnearios de Rocha (departamento fuertemente balcanizado) son para población juvenil y adolescente, salvo la más tradicional La Coronilla. Entre ellos se destacan Cabo Polonio y Valizas para la bohemia intelectual joven, La Paloma y La Pedrera como confluencia de vida familiar y juvenil, Punta del Diablo para población mixta uruguaya, argentina y brasileña joven y adolescente.

Maldonado, Punta del Este y Piriápolis, en ese orden de estatus, se iniciaron para vidas familiares pero fueron desarrollando una doble vocación internacional y juvenil progresiva. En Canelones, la Costa de Oro registra el récord nacional de crecimiento demográfico, en especial los balnearios más cercanos al peaje de Pando: El Pinar, Lomas de Solymar, Solymar y Lagomar. Pasando ese peaje, los más tradicionales –como los católicos La Floresta y Atlántida– se suman a otros más nuevos como Parque del Plata, cultivadores de vida familiar y joven/adolescente.

Los balnearios del oeste de Montevideo, paradigmáticamente Kiyú, así como las playas del noroeste más antiguas (Cerro, Pajas Blancas, Punta Espinillo y Santa Catalina), merecerían detención si el espacio fuera mayor en la columna, como ejemplos de un intenso turismo interno.

Los problemas estructurales

Estamos en plena temporada veraniega, período del año muy importante para Uruguay, dado el alto porcentaje del Producto Interno Bruto y de los ingresos que se deben a la afluencia turística. No es menor el dato de que la población anual de visitantes es similar en cantidad a la población residente, lo que muestra la dimensión del movimiento en pasos de frontera, puertos, aeropuertos y carreteras.

De esa población visitante, la turística aventaja largamente a la que acude por negocios; la gran mayoría llega para el turismo de verano, ya que el turismo de otras estaciones no está todavía suficientemente explotado, aunque pueda y deba serlo en el futuro, en especial termas, estancias de turismo y localización de eventos internacionales que aprovechen la infraestructura turística del país. La actual temporada presenta algunos caracteres y problemas endémicos, que necesitan soluciones estructurales.

Uno: Es difícil de creer que en un país turístico, con tantos visitantes como residentes anuales en movimiento turístico interno, los abogados y el Poder Judicial se tomen licencia y feria en el pico de la actividad en ese rubro. En este marco, las actividades de seguros que operan con flujos de vehículos, personas y mercaderías, que sufren accidentes, deterioros y conflictos comerciales, son atendidos por policías recargadas por la mayor cantidad de vehículos, que deben no sólo actuar con menor control judicial como auxiliares de la justicia, sino casi atravesando sus límites institucionales y en desmedro de sus actividades en la prevención, represión y auxilio de la justicia. Es necesario reconsiderar las ferias judiciales y legales, así como instituir juzgados itinerantes que acudan a los lugares nodales de confluencia de flujo y residencia de personas, vehículos y bienes.

Dos: Es normal la expectativa de que ocurran más accidentes viales, al aumentar el parque vehicular en flujo e incrementarse la proporción de vehículos y conductores extranjeros, de menor dominio de las rutas, de menor potencialidad para evitar lugares y obstáculos varios, de menor capacidad de prever nudos y cruces que los locales muchas veces conocen. Este comienzo del verano 2016, junto a la masiva concurrencia argentina, está batiendo récords de accidentalidad mientras la patética Unidad Nacional de Seguridad Vial sigue recomendando e imponiendo multas y prohibiciones fútiles pero recaudadoras, como hemos reiterado durante años desde esta columna de Caras y Caretas, porque no ataca las causas de la accidentalidad sino sólo sus consecuencias.

Tres: Es de esperar el recrudecimiento de delitos, sobre todo contra la propiedad, ya que turistas adinerados y lujosas casas habitadas son llamadores obvios para la criminalidad. Arrebatos callejeros y robos en ricas mansiones son esperables para una policía recargada que no pudo prever los cambios políticos argentinos y que sufre las ferias judicial y legal.

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(*) La llamada Semana de Turismo era antes una fiesta religiosa (Semana Santa) que celebraba la pasión, crucifixión y resurrección de Cristo, luego secularizada como fiesta profana durante el batllismo gobernante secularista. También se la denomina Semana Criolla, nombre posterior, popularizado a partir del éxito de diversos espectáculos, fundamentalmente capitalinos, en los que se aprovecha esos días para la organización de eventos que tienen como base la cultura rural y gaucha, en especial las jineteadas, muy recientemente cuestionadas como actos de tortura y maltrato a los animales participantes. Lo de Semana de la Cerveza es algo más reciente y se relaciona directamente con la fiesta celebrada en el litoral oeste del Uruguay, en Paysandú.

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