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Columna destacada | Buenos Aires |

El lenguaje inclusivo y la revolución feminista

Por Leonardo Borges.

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El lenguaje inclusivo volvió a ser tema de conversación en las lides intelectuales. En este caso fue en los pasillos de la Feria del Libro de Buenos Aires. Arturo Pérez-Reverte, el connotado escritor, miembro de la Real Academia Española (RAE), declaró cuando le mencionaron el lenguaje inclusivo: “¿Decir ‘todes les niñes’? Me niego. No me da la gana. No porque sea académico, porque yo soy un escritor profesional […] me niego a que me digan cómo tengo que escribir para no ser machista”.

La RAE ya había dejado clara su postura: su director, Daniel Villanueva, declaró de forma contundente: “El problema es confundir la gramática con el machismo”. De hecho, este morfema -en realidad son dos morfemas- se pretende imponer en la lengua, aunque los morfemas no se inventan ex profeso. Según los especialistas, además, no denotan sexo, aunque ese es un detalle de interpretación; una interpretación, podríamos decir, un poco patriarcal.

Igualmente -sin estar de acuerdo o no con este nuevo morfema- es válido decir que los cambios en la lengua no se imponen por la fuerza, sino que se dan naturalmente. Se ha dicho en variadas oportunidades, en varios estrados, que la lengua es libertad. Por tanto, la RAE no puede decirnos cómo hablar, sino más bien validar justamente cómo hablamos, pues la lengua es esencialmente de los usuarios. Los cambios son paulatinos y funcionan como las olas del mar, llegan, golpean y vuelven atrás (después de haber avanzado). De este modo, si bien el lenguaje inclusivo parecería no cambiar nada, es parte de una parte del movimiento.

Pero Pérez-Reverte fue más allá: “El mundo ha cambiado, la mujer tiene roles que antes no desempeñaba y es evidente que la lengua debe adaptarse a ello, lo que pasa es que hay límites y el límite es la estupidez”. De esta forma, el hombre decide los límites -como siempre ha ocurrido- y define qué es estúpido y, por otro lado, qué es lo brillante. Quien escribe estas palabras no está de acuerdo con el lenguaje inclusivo, pero no porque crea que es tonto o inservible, sino por la razón que esgrimió parte de la RAE: los cambios no se imponen. Con el tiempo quizás este artículo se convierta en una extraña pieza de museo. Pero la lucha es siempre respetable.   

Parece claro que estamos en tiempos de cambio y resignificación, tiempos de protagonismos y mea culpa, pero, sobre todo, tiempos de debate. El feminismo como un fenómeno amplio, más allá de las batallas que sigue y seguirá luchando, ha conseguido hasta el momento enormes avances en muchos escenarios. Seguramente pocos serán aquellos que discutan o pongan en tela de juicio estos avances. Pero el feminismo -como fenómeno específico mucho más radical y combativo- es atacado sistemáticamente por propios y ajenos. El lenguaje inclusivo es colocado en estos estrados. Todos los movimientos de lucha a lo largo de la historia han sido, en general, pendulantes entre el radicalismo más visceral y un sector menos radicalizado pero por esto no menos combativo.

En la Revolución rusa (1917), como fenómeno amplio, desde febrero a octubre del 17, se desplegaron todas las ramificaciones del socialismo. El iniciático Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, fundado en 1898 en Minsk, se dividía en dos bloques -bolcheviques y mencheviques- ideológicamente separados. Las oleadas revolucionarias colocaron a los mencheviques en febrero -menos radicales- y a los bolcheviques en octubre -esencialmente radicales- y la victoria final fue para los liderados por Lenin. Todo esto sin contar el contraste tremendo entre los bolcheviques y el resto de los movimientos de izquierda o socialistas en Europa. En pocas palabras, todos las corrientes combativas poseen un movimiento pendular entre sectores radicales y otros más aggiornados a su respectiva sociedad. Todo esto no le es ajeno al movimiento feminista, que también siente ese movimiento pendulante.

La radicalización obviamente se da de bruces con el statu quo y todo aquellos que choque con ese establishment, con ese deber ser, obviamente será atacado y, más que nada, desacreditado. La furia feminista nace de válidas razones, de dolores ciertos, de ominosos olvidos y es tan válida como el pensamiento más conservador dentro del movimiento, pero claramente esa radicalización puede ser un talón de Aquiles. No lo fue para los bolcheviques, podríamos pensar, aunque los seguidores de Lenin -radicales hasta la médula- llevaban el destino de las armas y estas revoluciones no son de corte político territorial. De hecho, Lenin y su revolución abarcaron desde 1917 hasta 1991, y hoy ya no es más que un recuerdo y añoranza de los partidos que la subliman alrededor de mundo. O sea, su revolución radical no venció, pero dejó plantada una semilla que creció de otras formas a lo largo y ancho del mundo de una forma evidentemente menos radical. De este modo, el intento de imponer el lenguaje inclusivo es una de las tantas olas que golpean en la orilla.

 

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