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El populismo cheto de un tal Sartori

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Cine Metro repleto. Gran telón, aparataje de filmación y amplificación impecables. Él, Juan Sartori, de sobrio traje azul con camisa blanca y corbata azul oscura, cabello negro, muy ajustado físicamente, juvenil. Se presenta con cierto humor sobre lo poco conocido que es. Mantiene una sonrisa simpática; ni triunfadora ni canchera, muy natural, que mantiene meritoriamente durante casi todo el acto. Lee muy bien y de forma convincente un teleprompter. Buena performance actoral, pero no para un público popular de clase trabajadora baja o lumpen. Su auditorio viste, se sienta y mueve como de clase media alta o alta. Conozco a varios. Se lo ve a su padre, varias veces focalizado en cámaras. Hay al menos un sobreviviente de los Andes. Hay también algún entusiasta seguidor: ¿contratado, equivocado de acto o fuera de sus cabales?

Los contenidos del discurso

Con un currículum de buenos éxitos empresariales en el exterior, Juan Sartori dice querer ahora dedicarse a servir a la patria, para lo cual afirma que oirá a la gente y que su programa de gobierno implementará esa voluntad. Dice que aprenderá rápido a gobernar porque “aprende rápido”. Todo más bien inverosímil. ¿Por qué le vino de golpe ese ataque de altruismo a alto nivel? No hay antecedentes de ello en su vida, salvo enseñar un poco de fútbol informal. ¿Y por qué elige una forma tan cara e improbable de ayuda colectiva, como la de intentar una triunfante candidatura interna en el Partido Nacional (PN), para luego ir a la cancha grande en octubre y noviembre?

Me imagino que tendrá al menos un plan b; porque la empresa, para los tiempos que quedan para las internas blancas y la magnitud de lo que pretende (ganarles a Lacalle Pou y a Larrañaga), parece inalcanzable. ¿Quién pone la plata que se precisa para que esa utopía se acerque a la realidad? ¿Quién apuesta a un caballo tan poco probable, aunque es verdad que paga mucho a ganador? ¿Quién gana con él, si gana?

Quiere trabajo, justicia, seguridad, educación y el fin de la corrupción. Nada original; nadie podría no desearlo en un acto político público.

Se ofrece a servir y pide compromiso. Llama al fair play entre candidatos: otra obviedad, sobre todo porque es lo que le conviene, que nadie le salga con la plancha, aunque Gandini ya trancó fuerte por las dudas. Provoca cierto murmullo de aprobación a sus esfuerzos, se saca el saco y baja a abrazar familia, amigos y supuestos adherentes. Los abrazos llevan casi tanto tiempo como el insípido discurso leído con convicción; como si tuviera contenidos dignos de entusiasmo y énfasis. Cierra con un hollywoodense beso con su mujer, hija de magnate ruso.

 

Marketing importado

El escenario montado en el Metro no es de un marketing político uruguayo, con insumos políticos locales. Parece básicamente importado, con lugares comunes típicos de cualquier populismo que tantee fuerzas y ancle luego la campaña en fake news por redes sociales, como Trump, como Bolsonaro, aunque estos se referían también a las realidades dentro de las cuales se candidateaban.

Está por verse cuándo dirá Sartori algo que permita al menos ubicar su discurso en un continuum ideológico derecha-centro-izquierda. Alguna propuesta que pueda compararse con la de otro. Ahí veremos. Porque fue un evento como de presentación en sociedad, como de testeo y tanteo de la reacción del sistema a ello. Por ahora su discurso, políticamente, tiene menos contenido que el de un pastor neopentecostal. Podría ofrecer jabones de descarga, aguas benditas, tierra sagrada, maderas de la cruz, milagros truchos y paseos victoriosos. Pero parece demasiado cheto como para mezclarse con el bajo populismo supersticioso y neomágico de los neopentecostales.

¿Cómo podrá luchar con el aparato herrerista de siempre, o con Larrañaga, o con el movimiento de los intendentes cerriles, o con la alianza posmoderna con las denominaciones religiosas que tanto están influyendo políticamente en el mundo, producto y parte de la mayoría moral yanqui, financiadas y favorecidas por el Departamento de Estado contra las izquierdas? ¿Podrá en tan pocos meses, y verano mediante, contra esos poderosos rivales?

 

El futuro de su intento

¿Quiénes están con él y qué esperan conseguir, como plan b, que parece el único viable? Se han mencionado algunas hipótesis que circularon en los últimos días.

Uno. Negociando a partir de su caudal electoral, buscaría un buen lugar en alguna lista y, desde allí, una banca parlamentaria que lo proteja con fueros parlamentarios como paraguas judicial frente a denuncias que lo pueden afectar. No creo que necesite de eso para ello; hasta ahora ha lidiado aparentemente bien con sus involucramientos judiciales.

Dos. Es también inverosímil que sea un sabotaje endógeno al PN planeado por Mujica desde su proximidad con Cánepa. Eso es paranoico y difuso, una tesis que no podría explicitar el contenido de su afirmación. ¿En qué sentido y cómo afectaría al PN su incursión? ¿Debilitaría el monto de votos de respaldo a las candidaturas mejor afirmadas? Es muy improbable. ¿Debilitaría la votación del balotaje contra el Frente Amplio (FA)? No tiene mucho sentido.

Tres. Un poco más razonable es la hipótesis de que sería un plus distinto que podría hacer una diferencia en caso de paridades electorales en primera o segunda vueltas. Así como la resurrección de Sanguinetti podría ser un plus dentro de esa paridad, aunque con un voto de cierta edad, el plus de Sartori podría aportarlo con gente más joven y de mayor estatus socioeconómico; ambos en una coyuntura en que ‘cualquier monedita sirve’, siempre dentro del panorama que más les sirve a las encuestadoras de opinión: la paridad incierta. La hipótesis no es tan desdeñable como las dos anteriores, pero dudo que Lacalle Pou no sea capaz de captar el voto joven y cheto, a lo que contribuye el mote de Pompita que le endilga la intelectualidad zurda. Podría disputarle parte del voto cheto joven no alineado, pero ese sería un papel demasiado menor como para dedicarle una costosa campaña con importante involucramiento de tiempo personal en ella.

Cuatro. Más probable y con más sentido que las tres anteriores, se plantea la hipótesis de que podría ser una apuesta a un plazo mayor, para otra elección futura, de un joven de sólo 35 años -de imagen y talante similares a los de Macron, aunque sin sus antecedentes académicos y técnicos- que puede simplemente hacerse conocer limpia y no conflictivamente ahora, y apretar el acelerador electoral para 2024, presumiendo de recambio joven outsider ante un posible segundo fracaso electoral de Lacalle Pou. Si así fuera, debería ser parte de algún lobby o grupo financiador, que todavía no se conoce, aunque un resultado moderadamente bueno en 2019 podría suministrárselo si no existiera de modo claro hoy.

 

La moda outsider

Un outsider es por definición alguien no central y no integrado, por lo tanto periférico y marginal. Más allá de su condición de excluido, suele contar con alguna presencia fuerte. Cuando un sistema desgasta su legitimidad y prestigio por diversas razones, los insiders empiezan a perder terreno frente a los outsiders, considerados implícitamente como salvadores del sistema, en parte por su mímesis mayor con las mayorías normales, que así se vuelven modelares, a la inversa de lo que ocurría en el pasado.

En momentos de auge del abordaje psicosocial, a mediados de los años 40, David Riesman descubre la imposición progresiva del other-directed social character (carácter dirigido por los otros), que, a diferencia de los que se guían por la tradición o por bondad moral, prefieren guiarse por lo que sus coetáneos contemporáneos dicen y por la adecuación técnica. Estudios de Margaret Mead de los 70 confirman el hecho, llamándolo de co-directed generation. Los llamados superhéroes -que fueron morales y fuertes al menos desde Plutarco hasta mediados del siglo XX- comienzan a mostrar defectos y hasta ganan aceptación cuando no son ‘super-nada’, sino parecidos a las mayorías normales, adalides y representantes del sentido común, de la opinión pública y del imaginario hegemónico.

Elizabeth Noelle Neumann muestra a principios de los 80 la espiral del silencio que controla y regula el estatus, el sentido y la ética hacia los mayoritarios y normales, según un imaginario que cambia hacia un ‘narcisismo de masas’. El superior es envidiado y resentido como orgulloso altivo, en una sospechosamente vociferada admiración por la humildad y la modestia; el modelo ya no es el súper ni las élites sino lo mayoritario normal, lo que es ‘como todos nosotros’ y que no procede ni de los insiders ni de las élites superdotadas. Así como los superhéroes se deprecian, los atractores de votos son quienes no son del establishment, ni del statu quo, ni con vocabulario, estilo comunicacional, vestimenta ni modus vivendi y operandi elitarios y/o insiders. Al respecto, basta seguir la evolución de los cómics, los animés y los cartoons, y su seguimiento por las producciones cinematográficas y de videos y sites de ficción.

El argentino Carlos Menem buscaba ser valorado como piloto de carreras y como futbolista, intentando así prestigio de outsider para los diversos estratos de votantes. Lula representa el triunfo del multioutsider, el del pobre nordestino, luego líder sindical con un dedo amputado y aspecto tan diverso al de las élites políticas odiadas; representa el sueño vicario del outsider triunfador, del que quiere ser élite, pero sin provenir de ellas y encarna la medianía como ideal. Mujica es nuestro adorado outsider, encarnación del narcisismo de masas, de la aspiración no confesa y enmascarada en modestia y humildad, altares de la mediocridad.

Un tipo contemporáneo de outsider deseado es el representado por Trump, cercano a la ‘chance’ de Sartori. El grosero raciocinio es el siguiente: que nos gobierne alguien al que la ha ido bien para que nos contagie su éxito desde el gobierno (el mito paternalista del Estado de Cassirer y Fráncfort). Aquí, en esta voltereta del imaginario, está la porción de chance de Sartori, aunque demasiado cheto para la resentida envidia, mediocre y acomplejada, del outsider other-directed del narcisismo de masas, que parece democrático y humilde-modesto, pero no lo es.

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