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Editorial LUC |

El referéndum se avecina

Por Leandro Grille.

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Esta semana la Comisión Nacional Pro Referéndum anunció que se habían superado las 445.500 firmas de las cerca de 700.000 necesarias para someter a votación popular 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración que el gobierno impulsó en mitad de la emergencia sanitaria. La cifra alcanzada hasta el momento, que se aproxima al 70% de las firmas que deben recabarse para habilitar el referéndum, tiene sorprendido a analistas y expertos en materia política que eran bastante pesimistas en relación con las posibilidades reales de esta campaña de recolección, iniciada de manera tardía por las dificultades propias de lograr un consenso que abarcara a todo el movimiento social y a la izquierda partidaria, dadas las condiciones objetivamente hostiles para una empresa de estas características. A saber: reunir 700.000 voluntades en una pandemia, sin posibilidad de actos, movilizaciones, aglomeraciones, giras, reuniones masivas, con todo el aparato mediático decidido a ignorar el tema, sumergidos en otra agenda, y sin que el gobierno estuviese dispuesto a suspender los plazos, como corresponde para los impedidos por justa causa.

Con el número de firmas registradas hasta el momento, el esfuerzo necesario para llegar a la meta en los casi 60 días que restan hasta la fecha límite del 8 de julio parece realizable si el tirón final aumenta un poco el promedio diario de recolección de los meses que precedieron, todo lo cual es bien probable, porque la certeza de que se está en las puertas de una hazaña es el aliciente que está estimulando a la militancia a dejar el cuero en la estaca. El gobierno, que no ha querido debatir ni mencionar la Ley de Urgente Consideración, ha comenzado a registrar el riesgo y algunos de sus operadores han salido a descalificar la campaña de recolección porque, por experiencia propia, inolvidable y traumática, saben perfectamente que si hay referéndum, el escenario cambia radicalmente y no van a tener otra alternativa que salir a batirse por una ley que es mala, que tiene muchos componentes potencialmente muy impopulares y que, por lo tanto, había que aprobar con el menor tratamiento parlamentario y, en lo posible, sin que la sociedad tuviera tiempo para familiarizarse con su contenido.

Es justo reconocer que estamos ya ante una proeza del movimiento popular. Esto, con independencia de si finalmente se alcanza el número mágico del 25% del padrón verificado por la corte electoral, porque incluso si la campaña fracasara por un pelo, el ingenio organizativo demostrado y el sacrificio de miles y miles de personas, sobre todo anónimas, que se pusieron esta epopeya al hombro, arriesgando literalmente su salud y, por qué no, vista la masacre que está siendo esta epidemia, sus propias vidas para llevar adelante este instituto de democracia directa, sin ningún tipo de resguardo estatal, sin financiamiento, de forma voluntaria y sin nada de prensa que difunda lo que vienen haciendo, es una muestra de las mejores reservas de vocación civil y democrática que anidan en nuestro pueblo.

Pero a este maravilloso movimiento de vida y causa, en medio de un páramo de enfermedad, dolor y muerte, le falta, para coronarse como una de las mayores gestas de las herramientas sociales organizadas de este país, conseguir su objetivo que, de acuerdo a los estudios de opinión pública, es alcanzable porque la voluntad de firmar existe por una cantidad suficiente de personas. El obstáculo real es que hay que ir casa por casa, lisa y llanamente. Si las organizaciones se quedan esperando que toda la gente concurra a las mesitas, se enfrentan al problema de que mucha gente, en especial gente de edad, no se atreve a acercarse por miedo a contagiarse el coronavirus.

Un dato interesante fue el número de firmas obtenidas el 1º de mayo: más de 80.000 firmas en un solo día.  Ahora la comisión espera repetir el batacazo el próximo 20 de mayo, día en el que tradicionalmente se hace la marcha del silencio por verdad y justicia sobre los detenidos desaparecidos. Es muy probable que esa jornada se superen con creces las 500.000 firmas, y seguramente las 550.000, y estas dejen el referéndum a un empujón más para obtener las 700.000 rúbricas necesarias (o un poco más, tomando en cuenta las posibles anulaciones), cuando todavía faltará un mes y medio (con un paro general en el medio) para completarse el plazo.

Si hace un mes parecía imposible llegar a las firmas, ahora el viento cambió y cada día aparece como más probable. Para el plan de ajuste y restauración neoliberal que lleva adelante el gobierno, ninguna noticia puede ser peor que el ritmo que ha adquirido la campaña y la eventualidad de su éxito. No están preparados para el fracaso de su estrategia de negación y blindaje. Ninguna encuesta es suficiente garantía cuando de lo que se trata es de someter a referéndum un plan de gobierno incrustado en una ley de urgencia, aprobada entre gallos y medianoches y con la sociedad confinada. Si las firmas se alcanzan, la verdad se verá en las urnas a fin de año, ya sin pandemia o apenas con sus rémoras, pero en el contexto de una tierra arrasada por un desastre social, cuyos números se conocen entre los expertos, pero cuyo impacto político todavía se ignora.

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