El largo periplo electoral uruguayo llegó a su fin. La realización de las elecciones departamentales y municipales este domingo 27 de setiembre puso punto final a un proceso iniciado en junio de 2019, cuando se eligieron los candidatos presidenciales dentro de los partidos políticos.
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Después, hubo elecciones nacionales, balotaje y postergación de las departamentales inicialmente previstas para mayo.
Se dice que las elecciones son un episodio que media entre campaña electoral y campaña electoral.
Una vez terminada una compulsa, empiezan los preparativos para la otra, en una secuencia infinita.
Conocidos los resultados, como suele ocurrir en la sociedades políticamente muy divididas y disputadas, todos los partidos tienen algo que festejar y algunos o muchos motivos para preocuparse.
La alternancia es una indeseable invitada en estas fiestas quinquenales, por lo que proponerse la eternidad es ilusorio.
La democracia política supone la alternancia. Los buenos demócratas tienen que digerirla aunque a veces tenga gusto amargo.
Algunos gustan de ella y otros la detestan. Unos, una vez, y los otros en la siguiente. Así que a llorar al cuartito.
Esta vez, los blancos ríen
En esta ocasión, sin dudarlo, la fiesta corre por cuenta del Partido Nacional.
Este año tan ansiado, los blancos siguen tirando fuegos artificiales. No sorprende porque era de esperar, tienen el viento a favor, porque ganaron en noviembre, porque conservan la iniciativa, porque el adversario está golpeado y aún no ha restañado las heridas, porque disfrutan de la luna de miel y porque desde la administración Trump, desde la OEA y desde alguna de las dictaduras o gobiernos dudosamente legales de la región, los aplauden y los empujan.
También hay que contar que son bastante inescrupulosos en el uso del poder, cuentan con los favores del gobierno y tienen muchísimas ganas de que la fiesta no termine.
Los blancos tuvieron una elección importante y festejan una victoria. No se puede decir que es merecida porque ha sido ganada en mala ley.
Consiguieron 15 de las 19 intendencias del país, consolidando las 12 que tenían y arrebatándole al Frente Amplio Rocha, Paysandú y Río Negro.
Le ganaron al FA en algunas de las ciudades casi emblemáticas, Bella unión, Chuy, Piriápolis, San Carlos. En Montevideo ganaron la alcaldía en la coordinadora del noreste, donde vive un núcleo numeroso de los habitantes más humildes de la capital.
En rigor ganaron la alcaldía porque ensobraron más las listas para alcalde, pero vale recordarlo, Laura Raffo sacó en esa coordinadora bastantes votos menos que los candidatos del Frente Amplio.
Si el lector suma, el gobierno nacional, el aparato burocrático del Estado, 15 intendencias, mayoría en ambas cámaras del Parlamento, los medios masivos hegemónicos y concentrados, la policía, las Fuerzas Armadas y el apoyo de las cámaras empresariales, le da poder más que relevante por los próximos cinco años.
No es casual que el diario El País ande feliz, como en los años de la dictadura en que gozaban de los privilegios de los alcahuetes del poder. Disfrutan como perro con dos colas. Su periodismo militante opera sin careta como cuando divulgaba gustoso los comunicados de las Fuerzas Armadas.
El Partido Nacional es claramente un ganador de este ciclo electoral.
Pero tampoco da para morirse de alegría porque en la naturaleza, y especialmente en la política, siempre que llovió paró.
Los analistas políticos blancos no tienen que buscar mucho en estas elecciones para encontrar elementos para preocuparse.
Lo principal es que derrotado en noviembre y habiendo perdido el gobierno de 15 años consecutivos, es inocultable que el Frente Amplio ni se dividió, ni se derrumbó ni se agotó.
Ya está claro de que fue pura jactancia anunciar que los adversarios “se van a ir” y un alarde injustificado anunciar que al frenteamplismo se “le acabó el recreo.”
Los socios de la coalición lloran
Para los sectores minoritarios de la coalición de gobierno, el horno no está para bollos.
Los resultados electorales revelan que el socio mayoritario, el Partido Nacional, se quedó con casi todo y le comió los garrones a los colorados y a los cabildantes.
Los primeros, elección a elección confirman que siguen el derrotero de la muerte de los elefantes, esos mastodontes que caminan miles de kilómetros para llegar al cementerio; los segundos se desinflaron como pompitas de jabón con el “caudillo” Manini Ríos haciendo el guapo con el rabo entre las piernas.
Ambos les cedieron a los blancos votos y cargos y ahora intentan explicar que su desempeño no fue tan malo.
Vamos a ver cómo le explican a los suyos cuando los intendentes blancos empiecen con las pasantías y se queden mirando la murga abajo del tablado.
No parece alentador para estos seguir trabajando para el adversario, máxime que este está angurriento de poder, cargos y sueldos.
Colorados y cabildantes empieza a pensar que el negocio de la llamada “coalición multicolor” es pan para hoy y hambre para mañana.
Sanguinetti sólo quiere evitar que el Frente Amplio vuelva al gobierno y Manini, más blanco que hueso de bagual, ya se salvó del desafuero, aún costa de su honor, de la consideración de sus colegas en el Senado y de sus camaradas en el generalato y del presupuesto de su Ministerio de Vivienda, que quedó como una cáscara vacía.
Frente Amplio: calavera no chilla, pero junta bronca.
El Frente ganó en Montevideo y Canelones por paliza, aumentando 40.000 votos respecto de los obtenidos en las elecciones de octubre.
En la capital la coalición de gobierno representada por Laura Raffo no mantuvo los votos de noviembre y mucho menos los de octubre.
El despliegue de recursos y el apoyo de todo el Estado no fue suficiente para que obtuviera el 40% de los votos en Montevideo, donde el Carolina Cosse le sacó cerca de 15% de ventaja.
En Canelones, el segundo departamento más poblado del país, la derrota fue por nocaut.
El gobierno perdió sin remedio con Yamandú Orsi, candidato único del Frente Amplio y a quien casi todos ven como uno de los seguros precandidatos presidenciales en las elecciones de 2024.
No hay duda de que para el Frente Amplio podría haber sido peor. En algunos de los vecinos, Bolivia, Brasil, Ecuador, para la izquierda, aun ha sido mucho peor.
Las derrotas son caras y por ahora al Frente Amplio le va saliendo relativamente barata.
El Frente Amplio tiene muchas cosas para preocuparse, pero los frenteamplistas ya lo sabían, nadie albergaba en esta ocasión expectativas muy optimistas y parece que nadie se sintió muy derrotado.
Por lo pronto, la izquierda muy discutidora no parece escapar al debate.
Aunque la orgánica del Frente Amplio acordó postergar hasta después de la elección la discusión sobre las causas, la autocrítica, los ajustes internos y las responsabilidades, las bases lo están procesando sin mucha piedad.
Esta deliberación procurará comenzar el duro trabajo de recomponer las fuerzas y, quizás, volver a enamorar a quienes alguna vez fueron sus votantes para conquistar nuevamente el gobierno.
Esta vez, el trago más que amargo lo tuvo en Rocha, departamento que pierde por algo más de 1.000 votos después de haberlo gobernado durante tres períodos consecutivos con éxitos innegables.
Además, como mencionamos más arriba, pierde Paysandú y pierde Río Negro y no conquista ningún otro territorio. Sin embargo, una visión más optimista constataría que, si no me equivoco, en Montevideo, Rocha, Paysandú, Salto, Río Negro y Canelones, el Frente Amplio, aumentó su votación
Desde el punto de vista territorial, pierde varias posiciones. Desde el punto de vista político, sigue recibiendo golpes, algunos más duros, otros más compasivos.
En el cambiante tiempo de la política, el Frente vive el momento de recibir golpes. Esto no es para morirse, pero sí para subir la guardia.
También de las derrotas se aprende y el Frente Amplio tiene enseñanzas que sacar. Puede sentirse relativamente contento con la votación obtenida en el área metropolitana, porque además emergen dos figuras de recambio con muchísima fuerza y, ahora, con muchísimos votos.
Tanto Carolina Cosse, apoyada por el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido por la Victoria del Pueblo y Casa Grande, como Yamandú Orsi, dirigente del Movimiento de Participación Popular y elegido por Pepe Mujica, expresan una izquierda más tradicional en sus postulados.
Ambos tienen personalidades fuertes pero distintas. Carolina es una mujer sagaz, inteligente, con muchísima experiencia de gestión, con convicciones firmes, con un trato que puede ir desde la sana distancia a la cierta y medida dulzura. Tiene una intensa llegada a las mujeres, a los jóvenes, a las comunidades, a los universitarios y procurará desde la intendencia aumentar su relación con las poblaciones más humildes de la capital y en particular con los trabajadores y los vecinos y vecinas del cinturón más carenciado de la ciudad. Carolina Cosse permanentemente apela a la fraternidad entre los compañeros, habla de la unidad, convoca a sus iguales. A veces es pintada como una mujer de hierro cuando enfrenta las posturas gubernamentales, pero es muy conocido el recurso de sus adversarios de confundir firmeza y tenacidad con altanería.
Yamandú es un hombre que trabaja la cercanía persistentemente, es campechano, accesible, firme, claro, con facilidad para hablarles tanto a los habitantes del interior del país como a las capas medias urbanas. Tiene orígenes ideológicos muy vinculados al ideario batllista.
Estos dos liderazgos concentrarán mucho poder dentro del desarrollo de la izquierda en los próximos años. Junto a ellos, Mario Bergara, Óscar Andrade y Álvaro Villar constituyen un quinteto fortísimo para procesar la renovación de los liderazgos frentistas.
Además de los liderazgos, estas elecciones reconfiguraron las fuerzas internas del propio Frente, se reafirmó un corrimiento un poco más hacia la izquierda y sentenció que el centro de atracción principal desde el punto de vista electoral dejó de ser el eje ideológico, caracterizado por la moderación y los cuidados, y se trasladó a vectores más radicales sustentados en la lucha social, la alianza con las organizaciones sociales, la defensa de las empresas públicas y al rol del Estado, particularmente en la educación y la salud.
Al menos por ahora, en el Frente Amplio se reacomodaron las fuerzas y la llamada ala izquierda se fortaleció frente al centroizquierda, que hasta ahora era la fuerza claramente mayoritaria.
Eso es parte del reacomodamiento normal cuando se pierde el gobierno. Es un poco cruel decirlo, pero el rol de la oposición radicaliza y el desempeño del gobierno modera.
Probablemente en la autocrítica que el Frente debe elaborar en los próximos meses esté presente la discusión sobre cuál es el vínculo que debe generar la fuerza política con la sociedad, porque esta votación también podría expresar el enojo de una parte de la misma con la forma de hacer política de una parte importante del Frente Amplio, que durante más de una década ocupó todo tipo de roles en la burocracia estatal y no logró vincular de forma efectiva la elaboración de las políticas, la gestión estatal y el balance de los actos con la vida de la gente. En buen romance, no hizo política con la gente, sino para la gente. No desde el llano, sino desde las alturas. Olvidó la participación.
Con este escenario, y la constatación de que sin la candidatura de Pepe su desempeño electoral ha sido reiteradamente más magro, es probable que el MPP trate de ampliar su base de sustentación política e intente convertirse en el fiel de la balanza ocupando algunos espacios de lo que otrora fue el centro político, pero sin abandonar su impronta de izquierda. Menuda tarea. Según los manuales es posible, pero del éxito de la misma no hay garantía. Una vez lo hizo y logró desprenderse de su imagen subversiva e integrarse a la controvertida institucionalidad democrática, pero dos veces es mucho. Si lo veo, no lo creo.
A manera de epílogo: una de cal y una de arena
En las próximas semanas y meses se desarrollará dentro del FA un proceso de autocrítica tras todo el período electoral 2019-2020. Ese proceso fue postergado hasta después de las elecciones departamentales y es probable que culmine con la realización de un congreso que determinará nuevas autoridades.
Puede ser a fin de año, aunque parece difícil, o en los primeros meses del año próximo, lo cual aparece como más probable.
Las autocríticas son siempre complejas y se trata de salir mejores, más fuertes, con la menor cantidad de heridas. En este caso es probable que haya profundos debates, incluso enojos importantes, pero en el horizonte debe estar siempre conservar la unidad. Para los sectores que hoy salen fuertemente respaldados el deber es articular y zurcir, pero no capitular, porque si no, el juego es inconducente. Y el que ganó, ganó, y el que perdió, perdió, y deberá convencer de nuevo.
En suma, se vienen cinco años de una izquierda reconfigurada, menos moderada, que además deberá ganar, por un lado, las capas medias, las que viene perdiendo desde hace años en un goteo constante y para lo cual precisa una estrategia que no se agota en enfrentar al gobierno y sus políticas neoliberales y restauradoras. Y por otro lado deberá reconectar con parte de los sectores más pobres de la población, a los que había conquistado en las elecciones de 2004 y 2009 y que parecen ir alejándose desde 2014. Dejar para el final la consideración de las diferentes realidades que algunos llaman el “interior”, no es un olvido, sino una manera de dedicarle un capítulo especial. La solución de ese gran problema, que es el desigual desarrollo social y político de la ciudades y el campo, es tal vez el problema más estratégico de la construcción de un Uruguay progresista y más democrático. El reconocimiento de realidades diferentes en el litoral, el este, el norte, el centro y el sur del país y la construcción de políticas apropiadas no puede ser ajeno a ninguna deliberación autocrítica. Del resultado electoral surge una vez más que hay insuficiencias programáticas que perturban la acumulación en esas realidades en las que además falta trabajo político y construcción de liderazgos.
Por último, y para ser justos con todos los partidos que compitieron con expectativas, hay que mencionar dos colectividades. Una puede festejar algo: el Partido Colorado. El histórico partido-Estado de Uruguay, liderado por el expresidente Julio María Sanguinetti, logró conservar la jefatura departamental de Rivera, que es su último reducto y casi su razón de existir en términos ejecutivos, exceptuando todos los acuerdos a nivel estatal garantizados por su labor en la coalición de gobierno. Pero es un partido que, al menos a nivel de las elecciones departamentales, parecería tener que repensarse seriamente porque está cerca de desaparecer.
El otro es Cabildo Abierto, del exjefe del Ejército y actual senador Guido Manini Ríos. Cabildo Abierto acompañó al Partido Nacional en algunos departamentos, pero quiso mostrar fuerza con sus listas en otros rincones del país. A juzgar por los resultados, la idea fue un desastre. Ayudó a ganar al Partido Nacional, pero a costa de su propio crecimiento y, en donde fue solo, no destacó en lo más mínimo.
Hasta aquí un primer balance de lo sucedido este domingo en Uruguay. A partir de ahora, comienza otra etapa política del país, el escenario ya está dibujado y las fichas están en el tablero. Pero como se sabe, si la elección es el pequeño episodio entre campaña y campaña, es probable que ya estemos asistiendo a los primeros movimientos de cara a la nueva elección, en octubre de 2024. Pensándolo bien, no falta tanto.