En este siglo XXI la llamada “nueva derecha mundial” ha puesto de moda el nombre y algunos conceptos que el marxista italiano heterodoxo Antonio Gramsci acuñó en el primer cuarto del siglo XX, y que son muy interesantes y rupturistas respecto de la más gruesa ortodoxia pro o filosoviética en la izquierda difusamente marxista de Europa y del mundo en general. Sin embargo, la heterodoxia gramsciana nunca fue mayoritaria en el panorama de las izquierdas globales (solo la izquierda adaptada a la democracia, muy importante, en Italia, la adoptó, y en algo Allende en Chile), y mucho menos fue influyente al interior de la izquierda uruguaya, ni en la tradición socialista/comunista de la primera mitad del siglo XX, ni tampoco cuando la explosión de izquierda de los 60/70.
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De modo que se equivoca fácticamente, históricamente, el centro-derecha criollo si justifica su creciente intervención en la sociedad civil (i.e. en las elecciones del BPS, Codicen, Udelar, etc.), y en la lucha ideológica en ella, debido a que la izquierda uruguaya infiltraba o conquistaba los ámbitos de la cultura como medio de preparar huestes para la sedición proletaria o guerrillera; y que entonces hay que contraatacar y evitarlo; más aún, actualmente se afirma como necesario, no solo que hay que hacerlo, como Gramsci lo propuso, sino que hay que deshacer lo que la izquierda gramsciana uruguaya ya habría hecho, e impuesto como hegemonía ideológica en el ámbito de la cultura.
Gramsci discrepaba con la prioridad teórico-prácticamente adjudicada a la ‘infraestructura’ económico-productiva en el camino hacia un cambio sólido, y sostenía que ni siquiera la dominación política aseguraba la imposición social perdurable, hegemonía. La persuasión de la sociedad civil, la cultura cívico-política, sería la única y más profunda herramienta de cambio, más allá de las estructuras económicas y del poder político adquirido, mucho más volátiles. A esa lucha ideológica por conformar en profundidad una cultura cívico-política -hegemonía- hacia un cambio sustentable la llamaba Gramsci ‘guerra de posiciones’ (o de trincheras), la encargada de preparar el material humano, de formar una contra-hegemonía, para asumir la ‘guerra de movimiento’ cuando la coyuntura fuera favorable; noción alternativa de gran crucialidad, así como la noción conexa de ‘revolución pasiva’.
Pues bien, ni la izquierda hegemónica mundial ni la uruguaya adoptaron jamás está disidente y heterodoxa prioridad gramsciana por la lucha ideológica superestructural y por la guerra de posiciones, en lugar del asedio de la infraestructura y del asalto político, hegemónicos en la cultura política de las izquierdas, mundial y uruguaya. La posición gramsciana ha sido notoriamente minoritaria, aunque haya sido uno de los mejores insumos para adoptar la democracia política de partidos, representativo-republicana, por parte de algunas izquierdas.
La paradoja de Gramsci y la derecha-izquierda
Lo que sucede, de modo curioso, es que la ‘nueva derecha’ cree en la verdad de lo afirmado por Gramsci, creo que con razón; y cree entonces que se debe asumir una guerra de posiciones y una lucha ideológica al interior de la sociedad civil; cree, acertadamente, en la crucialidad de la lucha superestructural, por la hegemonía; pero cree, equivocadamente, que la posible hegemonía cultural actual de las izquierdas se debe al insumo gramsciano adoptado por izquierdas inicialmente filosoviéticas. Si eso pasó en otros lados, como Italia, puede ser; pero en el Uruguay se habría rechazado el planteo gramsciano como reformista y traidor a la ortodoxia bolche-leninista-stalinista, si se hubiera conocido y considerado como alternativa viable. Pero ni tanto; tan es así que cuando se autonomizó, en 1991, la Facultad de Ciencias Sociales en Udelar, y yo estaba encargado de los 2 primeros de los 4 cursos de teoría social, luego del primero hasta los años 20, que incluía a Marx, había que elegir contenidos mínimos de la continuación del marxismo hasta la Segunda Guerra: ¿qué elegir, junto a la explosión teórica no-marxista, como continuación del insumo Marx-Engels? Decidí incluir y privilegiar los insumos teóricos de una tan diversa como sutil y poderosa dupla: Lukacs-Gramsci, entonces muy ignorada; y así fue hasta 2018.
En el Uruguay de los 90, Gramsci no solo estaba en desuso sino que era básicamente desconocido; aunque tuvo luego buena acogida estudiantil. Pero nunca fue mencionado política o partidariamente. Dentro del espectro de izquierdas nacional, el tronco fundamental era el marxismo internacionalista soviético, con menciones menores para las supervivencias anarquistas, un socialismo difuso, y grupúsculos de guerrilleros foquistas, de trotskistas y de maoístas. Solo la dictadura, que intervino la educación y la cultura para impedir que se formaran ‘subversivos’ como reserva y semilla de nuevos ‘sediciosos’, había acusado antes a la izquierda de guerra de posiciones y de lucha ideológica superestructural. Y la izquierda era perfectamente inocente de ese gramsciano pecado en aquel entonces. La lucha ideológica no se daba por la adopción de esa teoría gramsciana, sino por otros motivos que sería largo explicar, como lógicas político-electorales y de formación de cuadros tradicional, no de heterodoxia cívico-cultural superestructurales de guerra de posiciones en revolución pasiva, la gramsciana.
Quien, sí, tenía entre sus insumos teóricos fundamentales a Marx y a Gramsci era Alain de Benoist, uno de los máximos teóricos de la bastante mal llamada ‘nueva derecha’ inicialmente europea; por ello es anti-norteamericano, anti-liberal, anti-católico y anti-globalista, pensador tan complejo como simplificado para descalificarlo fácilmente, como se hace con casi todo hoy. Y la idea del gramscianismo de las izquierdas viene del insumo gramsciano percibido por De Benoist, que, además, concuerda con la teoría gramsciana y está perfectamente de acuerdo en privilegiar la lucha ideológica superestructural, la batalla por la cultura cívico-política, y la guerra de posiciones dentro de una revolución pasiva. Solo que con contenidos y fines diversos de los que implementarían y propondrían Gramsci y las izquierdas.
Para decirlo de modo paradojal: en el Uruguay, la nueva derecha ha sido y es mucho más gramsciana que la izquierda; y la ha acusado de modo históricamente equivocado de gramsciana en su labor político-ideológica. Nuestra derecha ideológica ha sobreestimado la cultura política y teórica de la izquierda; ha identificado incorrectamente las fuentes de algunos balances político-ideológico-electorales vernáculos; y se prepara para contragolpear como si respondieran así a un golpe organizado gramscianamente anterior; y exitoso. La nueva derecha acierta en creer formalmente en la teoría de Gramsci; pero no en creer que la izquierda uruguaya creyó en élla y que planificó según él su construcción de hegemonía en la sociedad civil, con consecuencias político-electorales además.
No solo la hegemonía de la izquierda internacional, y menos de la uruguaya, no fueron gramscianos en su labor política y en su lucha ideológica desde los 60 en adelante. Ni siquiera lo fueron más recientemente dentro de su labor ideológica como gobierno.
Si hay algo que le faltó a la izquierda para consolidar su triunfo político-electoral, y no perder luego de ganar tres elecciones seguidas, es convertir el voto que pidieron prestado en 2004 en voto propio, en voto político con hegemonía cultural; la izquierda se mimetizó con el Uruguay de los partidos tradicionales, y sufrió que muchos de los que prestaron el voto prefirieran volver al original y abandonar a las copias. La izquierda se ‘centrificó’, se ‘gentizó’, electoralmente voraz, y se olvidó de Gramsci, de trabajar para ‘izquierdizar’ a la gente, de revertir su ‘conciencia falsa’, su ‘alienación’ desde múltiples fuentes capitalistas; están populistamente hipnotizados por la liberalidad democrático-republicana; electoralizados, serviles a un demos falseado y alienado; solo se piensa cómo servirlo mejor. Que no tema la derecha; nuestra izquierda no es ni teórica ni prácticamente gramsciana, le falta ese inteligente insumo político-ideológico que algunas izquierdas, y ahora muchas derechas, adoptaron. Que no se crea el ladrón que todos son de su misma condición. Las nuevas derechas están siendo más gramscianas que lo que lo han sido las izquierdas; aunque se crean que, porque el autor de las teorías, Gramsci, era de izquierda, las izquierdas han sido gramscianas. La transitividad lógica obversa no se ha cumplido.
La intervención gubernamental encubierta, que llevó a una lucha ideológica más fuerte que lo normal en las elecciones del Sindicato Médico del Uruguay, del Colegio Nacional de Medicina, en la Udelar, en el Codicen y en el BPS, ha sido una lucha muy gramsciana, de una derecha o centro-derecha formalmente muy gramsciana, que se propuso cuestionar una prevalencia ideológica de la izquierda en esas instituciones. El resultado, objetivamente leído, sin miopía sectaria, ni ha confirmado el dominio de la izquierda, ni ha tampoco fortalecido al gobierno; ha sumado, sí, a USU, que, si bien estaría más próximo al gobierno que a la izquierda, tampoco es progubernamental, ni su futuro lo garantiza en ese lugar del espectro ni seguir siendo apartidario. Más allá de los resultados electorales puntuales, lo que marcan los procesos electorales que acaban de ocurrir, es que asistimos a una nueva lucha electoral de la nueva derecha, muy coincidente con las preocupaciones y consejos gramscianos, de dar la batalla ideológica por la hegemonía en todas las instancias de construcción de poder ideologizado cotidianas, hasta en las más micro. Es lo que los think tanks de derecha recomiendan y financian generosamente. Además de distraer a las nuevas izquierdas con derechohumanismos liberales, balcanizantes de la izquierda en fanatismos sectarios. Los resultados en el corto plazo aún no han revertido preferencias ideológicas de larga data. Pero es más importante entender el entorno epocal peligroso que encarnan esas nuevas luchas, que disfrutar miopemente de los resultados numéricos, además nada claros, de los comicios.