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Política

La trazabilidad de un civil impune

Entre ceja y ceja

La candidatura de Julio María Sanguinetti, por encima de todas las lecturas posibles en materia estrictamente político electoral, hace tiempo me tiene reflexionando sobre las bondades de nuestro sistema democrático. Entre quienes reclaman renovación de la dirigencia política, en un país envejecido, lo que prevalece con su candidatura es la buena salud de la impunidad instaurada como hija pródiga del sanguinettismo.

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En 1959 el joven Julio María viajó como cronista del diario Acción a realizar una cobertura sobre la Revolución cubana.

Ese pantallazo del fenómeno político y social más relevante de su época podía haber dotado al cronista de cierta visión sobre el mundo, pero cierta piel paquidérmica de la que haría gala durante toda su trayectoria hizo que la revolución social que terminó con una de las dictaduras más sangrientas del continente quedara sólo en las líneas escritas.

Ingresado al Partido Colorado, que venía recobrando la hegemonía en los destinos del país luego del paréntesis del gobierno del Partido Nacional, no tardaría en llegar a ser diputado en el año 1963. Ya hacía dos años que Uruguay se erizaba ante la vida de los trabajadores del norte del país y el Parlamento fue una caja de resonancia de aquellas luchas.

Sanguinetti vuelve a repetir diputación en 1966, así que lleva al menos cuatro años de gestión parlamentaria, de gobiernos aplicando medidas prontas de seguridad, de internas partidarias en las que van ganando fuerza las posturas más radicales de la derecha y que desatará la brutal represión y medidas económicas antipopulares.

Hombre vinculado por sangre a importantes familias empresariales del país, no podía tener otro mejor destino, bajo el gobierno de Jorge Pacheco Areco, que pasar de diputado a ser ministro de Industria y Comercio. La historia pone énfasis en aquellos empresarios de primera línea (Sapelli-Peirano) que fueron ministros, pero, con la elección de Julio María, el gobierno de las clases dominantes ya venía construyendo su perfil de gobierno empresarial.

En 1972 será convocado por Juan M. Bordaberry a hacerse cargo de la cartera de Educación y Cultura, siendo autor de puño y letra de la siniestra Ley de Educación 14.101, que además de crear el Conae, dedicó sendos artículos a legitimar la represión sobre el cuerpo docente y estudiantil, que tuvieron un rol más que protagónico en aquellos años.

Pero el ministro de Educación, enmascarado en los preceptos de una suerte de socialdemocracia difusora de las “dicta blandas”, que logró quedar como el colorado que tomó distancia del golpe de Estado, se sumó a liderar el retorno democrático y ocupo dos veces la presidencia de la República, desempeñó un papel bastante decisivo en los años previos al golpe que conviene recordar.

Sin manchas en las manos

La interna colorada ardía por aquellos años; los sectores más demócratas, liderados por Zelmar y Alba Roballo, estaban en pleno proceso de abandonar filas y quedaría Amílcar Vasconcellos para dar idílica pelea; el grupo más pesado, el riverismo encarnado en Pacheco, estaba administrando el poder y el resto se dividía entre sostener el esquema gubernamental con algodones y linimento o sostener los niveles de represión sin afectar la legalidad vigente.

Este grupo, el grupo de Julio María, ya era un adelantado a la estrategia de los conflictos de baja intensidad que años después, en el encuentro de Santa Fe, el Pentágono llevó adelante.

Julio María asume la cartera de Educación en marzo de 1972 y venía de ser ministro de Industria del gobierno anterior. Nunca dejó de ser parte de las esferas gubernamentales, del núcleo selecto de los  que toman decisiones.

Un informe desclasificado en 2003 por la Casa Blanca da cuenta de una conversación que el expresidente Jorge Batlle mantuvo, en febrero de 1972, con el embajador estadounidense en Uruguay, Charles Adair, sobre la necesidad de dar respuesta a la eliminación de los grupos insurgentes, creando grupos especiales paramilitares que actuaran al margen de la ley. Planteo extraño porque estos grupos ya estaban actuando, con lo cual, más que plantear su creación, parecía estar avalando su creación.

Y hagamos el papel de tontos y sostengamos que ni Batlle ni Sanguinetti sabían de la existencia del Comando Caza Tupamaros, de los cientos de atentados con bombas y a tiros del Escuadrón de la Muerte, pero no podían desconocer el rol e integración de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), nacida en el seno del Partido Colorado y que actuaba como una patota parapolicial.

Pero sabían y saben: uno de los líderes del pachequismo, prosecretario de Presidencia del gobierno de Pacheco Areco desde el gobierno de Gestido y secretario de Presidencia bajo el gobierno de Bordaberry, fue Carlos Pirán, denunciado en las actas de Bardesio como uno de los integrantes del Escuadrón de la Muerte, que, en su primer gobierno, Sanguinetti nombró como ministro de Industria y Energía y ocupó alguna subsecretaría en el Ministerio del Interior.

Ha quedado evidenciada, además, la denuncia del líder del Partido Demócrata Cristiano, el arquitecto Juan Pablo Terra, al propio Julio María sobre las actividades terroristas, a la que este respondió que Bordaberry estaba “consternado” por las acciones del escuadrón, pero había tomado medidas para que eso no se repitiera. Según Terra, Sanguinetti reconoció entonces que se había ordenado el traslado al interior o al exterior del país de algunos de sus miembros y a otros se los embarcó a navegar.

Julio María actuó en consonancia con una práctica habitual de aquellos líderes políticos, que cumplían el mismo ritual desde la época de las guerras civiles entre divisas: definían y decidían, sin enchastrar sus manos con sangre.

El cambio en paz

El dirigente e hincha carbonero que no tendría empacho en desconocer la existencia de barrabravas en sus filas de puro pacifista que es, como lo ha hecho siempre, construyó aquella teoría del cambio en paz, la transición del régimen cívico militar a uno civil, que dejaría como saldo el haber ganado las elecciones con candidatos proscriptos y un régimen de impunidad, que más allá de sus esfuerzos, sigue teniendo consecuencias para la sociedad 44 años después.

Su imponente capacidad para decidir en los destinos de una nación viene de tiempo atrás; en 1972, podía haber trazado un plan parecido, no ya a un cambio en paz, pero sí tal vez a un período de pacificación.

Cuando cayó en la cuenta de que aquel alto el fuego entre los dirigentes tupamaros presos y algunos sectores de militares estaba llevando a algunos de estos últimos a cuestionar las bases mismas de las injusticias que sufría el pueblo uruguayo y sus causas, abandonó por completo su fe socialdemócrata para que el país se volviera a sumergir en un baño de sangre.

Como un titiritero más desde las esferas del poder, avaló la instauración una y otra vez del decreto de medidas prontas de seguridad, dando el batacazo final con la aprobación legislativa del estado de guerra interno.

Dicen que el pez por la boca muere; en abril de 2019, dirá Sanguinetti a la prensa: “Primero se cometió un gravísimo error en homologar esas actas o esos fallos que contenían cosas tan horrorosas como el reconocimiento de Gavazzo”.

Años y años de impunidad construyen lo lógico del discurso; el horror de Gavazzo no fue su actuación, sino su reconocimiento.

Gavazzo fue el alumno ejemplar que actuó con la metodología  de los escuadrones de la muerte, como oficial al frente de las fuerzas represivas; no le quedó actividad por probar y de las cuales Julio María Sanguinetti tuvo y tiene cabal conocimiento.

Julio María contó además con un colega de senda; el general Hugo Medina, que, a pesar de su tradición blanca, pertenecía a una de las logias militares e impuso su línea dialoguista sobre la línea dura del Goyo Álvarez, lo que de alguna manera siempre se jactó de hacer Sanguinetti con el pachequismo.

El desacato de Medina guardando las citaciones judiciales para los acusados de delitos de lesa humanidad (que en aquella época a Sanguinetti no le parecían horrorosas) fue premiado al designarlo ministro de Defensa desde 1987 hasta el fin del período gubernamental.

Muchos lazos de sangre, aunque no parentales, tejiendo la trama de la impunidad.

Viejas caras en nuevas máscaras

Volvió Julio María al ruedo, pisando fuerte en su interna; una vez más, a su manera y con la ayuda de alguna circunstancia fortuita, viene a quedar, además, nuevamente como el hombre que libera al Partido Colorado del lastre de los Bordaberry.

Por eso también vuelve la lista 123 y el núcleo rancio del pachequismo, batiendo el tambor de las medidas prontas de seguridad.

Ha pasado casi medio siglo y rebrotan viejos personajes para recordarnos el dolor de las heridas abiertas; generales retobados, grupos políticos ultranacionalistas, la escoria del pachequismo, Gavazzo y la patota, y el civil más impune en 50 años, Julio María Sanguinetti, que podría, al menos, encabezar la caravana de civiles, que le deben al pueblo uruguayo más de una respuesta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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