De perfil bajo y sonrisa generosa. Montevideano de los que nacieron promediando la década del 60, hijo de padre bancario y madre maestra, el cuarto de seis hermanos que crecieron entre juegos y complicidades de infancia. Marcados por la militarización de los bancarios que impactó de lleno en la huelga del 69 y por supuesto, en la familia, ya que su papá fue declarado «desertor a la patria». Para poder sobrevivir -mientras duró la sanción represiva- la familia abrió una pequeña librería en el garaje de la casa para complementar el menguado salario de una maestra en aquellos años. Guillermo y sus hermanos crecieron con un padre en clandestinidad, con soldados que llegaban persistentemente y de manera violenta a buscar al «desertor de la patria», y que además de revolver y romper casi todo, obligaban a su hermana -una casi niña de doce años- a tocar el piano, como forma de comprobar que su papá no estuviera escondido dentro del instrumento en el que ella estudiaba música. No fueron años sencillos. Poco hablaban los adultos a sus hijos. Primaba la lógica del cuidado y no asustar a los pequeños y tratar de protegerlos. No mostrarse débiles. Ni quebrarse. Ni mucho menos, admitir el miedo que invadía a los grandes. Años duros con incertidumbre permanente, apenas mitigada por instantes de abrazos a escondidas y besos familiares interminables de esos que jamás olvidarán. Luego, la larga noche del terror institucionalizado hasta que por fin, la luz de la esperanza. Así fue descubriendo la vida Guillermo Pastor, el tipo de perfil bajo y sonrisa generosa. El que aprendió de su padre a guardar la tristeza y el dolor adentro de su coraza propia, como si eso sirviera de algo. Lo cierto es que creció con mochilas y afectos, trabajando desde muy joven cuando apareció la oportunidad de concursar para ingresar a La Caja Obrera. Siendo un muchacho de quince años, un día de 1980 llegó a AEBU feliz de ser un trabajador bancario, como su papá. Jamás imaginó llegar a realizar todo lo que pudo concretar en su recorrido sindical bancario. Guillermo hace casi 40 años que vive y sueña con Cynthia, su compañera, con la que tuvieron tres hijos -Fiorella, Danae y Camilo- y «dos nietos y medio», ya que el tercero «viene en camino». Desde que tiene memoria, se lleva bien con el barrio. Con la gente de barrio. Alguien con buen olfato o vaya a saber por qué motivo, sugirió que el muchacho Guillermo se ocupara de los vínculos del sindicato bancario -el que muchos veían y posiblemente algunos sigan viendo como el «vecino rico», el de los «pitucos y bacanes» de la zona- y tejer lazos con la escuela, con las organizaciones sociales de la Ciudad Vieja que trabajan para mejorar las condiciones de vida de las familias. La sinergia con el entramado social y las redes de convivencia del barrio. Si bien él dice que no inventó nada, ya que con anterioridad trabajaron en la misma sintonía, los profesores Ricardo Piñeyrúa y Marcelo Tulbovitz, su rol ha sido clave. Desde hace unos años, Guillermo Pastor es el responsable del vínculo del sindicato con el territorio. Desde que comenzaron las ollas y merenderos en la pandemia, particularmente con la Red de Ollas al Sur, ha sido articulador directo de AEBU a través de ese vínculo solidario y el apoyo potente, silencioso, persistente, del sindicato para paliar el hambre de los olvidados de las políticas del gobierno herrerista neoliberal. Además, es el director de la sala Camacuá, a donde desembarcó para brindarle oportunidades a las nuevas generaciones de artistas y al mismo tiempo, para reconocer institucionalmente a las y los históricos músicos y creadores que durante la dictadura colocaron su trabajo artístico y cultural a favor de las grandes mayorías. No descuidar a nadie. No olvidar jamás. Con su impronta, la sala se posicionó en el escenario local a través de un modelo de gestión que Pastor desarrolla escuchando a quienes más saben en cada materia, enriqueciendo el plan día a día, regando y abonando de matices creativos cada idea que surge. Y por cierto, potenciando esa sala emblemática con recursos técnicos necesarios para este tiempo. Hoy Guillermo Pastor piensa en clave de futuro, más que nunca. Y sigue repartiendo volantes en las esquinas -tal como lo ha hecho durante cuatro décadas- por las causas que defiende el sindicato. «El tiempo está después», canta bajito, cuando nadie lo ve.
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Que un sindicato tenga una sala cultural ¿es una actitud revolucionaria?
Sí, claro que es una idea, definición y actitud revolucionaria. Y si bien no sé si todos lo ven así, personalmente estoy convencido que sí lo es. Y el proceso ha sido fantástico. Pasamos de no tener nada, a consolidar al poco tiempo una agenda de viernes, sábado y domingo. De una sala apagada y vacía al día de hoy con más de 400 espectáculos y más de 15 mil espectadores. Pero además del aporte artístico y cultural, también generamos empleo en un sector en el que aún falta resolver muchas cosas. Colaboramos con esa cadena productiva para generar ingresos, y eso ha sido en beneficio de quienes pasan años estudiando, formándose, creando y preparando sus materiales.
La sala se posicionó en el circuito y eso permitió que se vincularan grandes artistas.
Cuando se declara la pandemia, en marzo de 2020, teníamos programada la actividad de la sala hasta el mes de noviembre. Pero más allá de lo que nos jugó en contra la pandemia, hemos tenido años brillantes como el 2019. Hemos tenido hitos como las cinco fechas de Buenos Muchachos con entradas agotadas, el espectáculo aniversario de los 40 años de A Redoblar, Hernán Casciari comenzó a venir y desde el primer día se sintió muy a gusto. Hemos trabajado mucho con extensión escolar para las funciones que brindan artistas a niños y niñas de escuelas públicas. Y eso también colabora con el empleo en la cultura. También pudimos lograr un acuerdo con el Instituto de Cine y Audiovisual del Uruguay (ICAU) en un proyecto denominado Pantalla Escolar para que niñas y niños de escuelas públicas tengan su primer acercamiento al consumo de cine. Y ahora estamos trabajando con TV Ciudad con la realización de un programa que se transmite en vivo, desde nuestra sala. Ese es un trabajo muy exigente pero nos sentimos orgullosos del nivel de nuestros técnicos que responden a las necesidades del canal público.
Hay una interacción que debe ser enriquecedora, más allá de lo importante del aspecto económico del acuerdo, ¿no?
Exacto y me llena de orgullo que quienes vienen a trabajar acá, de manera externa, valoran y destacan a nuestros técnicos y los elogian.
¿Es fácil articular una gestión cultural con parámetros profesionales y las necesidades de un sindicato?
Para nada es sencillo. Pero por un lado, la sala no se programa de acuerdo a mi gusto personal. Por ejemplo, cuando pienso en un homenaje a Jorge Galemire o un ciclo de jazz, llamo a quienes saben de la materia. Son ellos que se suman al trabajo. Son ellos los que tienen que dar el marco a un pedido nuestro. Después hay otros factores que también cuidamos, como por ejemplo con los tributos a artistas fallecidos. Bajo ningún aspecto queremos que se roce el lucro a la figura y por ello, en general optamos por retirarnos de ese espacio. Por respeto.
Un hito de la sala fue la realización del acto virtual del 1° de Mayo de 2020 en pandemia.
Fue algo muy importante, logramos formar un equipo artístico divino. Fernando (Pereira) armó un equipo de trabajo con Mariana Percovich y Claudia Sánchez al que después se le sumaron otros técnicos para tener una amplia mirada de desarrollo. Se transformó en un gran desafío, porque la gente no podía juntarse, no podíamos ir a la plaza y eso fue un mojón para la sala y para el sindicato. Y cumplimos. Me acuerdo que terminamos todos muy emocionados, abrazados y lo fundamental es que se logró trasladar el mensaje del movimiento sindical en condiciones muy adversas que rodeaban al país y al mundo.
¿Qué rol ocupa AEBU en el movimiento sindical uruguayo, particularmente desde la salida de la dictadura?
El rol de la fidelidad hacia el movimiento sindical y de mucha responsabilidad. El respeto a la central ante todo, y sostener todo lo que conlleva ese respeto. Y el rol de estar siempre presentes y a disposición para lo que se precise. AEBU es defensor acérrimo de la central y muy respetuoso de todos los ámbitos de trabajo sindical del Pit-Cnt.
¿Cómo ves el recambio generacional tanto en AEBU como en el movimiento sindical?
Honestamente, creo que es un tema que está siendo muy difícil de abordar. Lo está padeciendo el movimiento sindical pero también los partidos políticos. Supongo que responde a los cambios que ha tenido el mundo, los cambios que ha tenido la forma de militar, la forma en la que trabajan actualmente los sindicatos y cómo trasladan ahora sus mensajes los sindicatos. Hay una nueva forma de trabajar, aunque no nos guste y tenemos que empezar a concebir que, más allá de direcciones duras, estamos en medio de una revolución tecnológica, industrial, que cambió el mapa de trabajo. No tenemos más fábricas con miles de empleados, eso que pasaba antes, no tenemos lugares donde trabajen mil empleados. Eso te lleva construir urgentemente una nueva forma de arrimar a la gente. Si bien soy un defensor de los relatos históricos, porque creo que son fundamentales, con eso no alcanza. Hoy el discurso no puede ser el mismo. Claro que hay que explicarles -por ejemplo- que cada columna del recibo de sueldo, donde dice antigüedad, es porque hubo una lucha detrás. Donde dice aguinaldo, lo mismo. Y tal vez fueron meses o años de conflicto, pero ellos no tienen por qué saberlo. Ingresan a un lugar donde ya las conquistas las recibieron como algo natural. Explicar esas cosas es muy difícil por la inmediatez con la que se vive hoy. Y la propia concepción del trabajo también ha cambiado. Por otra parte, la tecnología ha provocado cambios en los que la perdurabilidad en un trabajo ha bajado muchísimo. Yo ingresé en el sistema en el año 80 y sigo siendo bancario hasta el día de hoy. Pero me consta que hoy ingresa gente a trabajar en un banco y a los seis meses renuncia y se va. No uno, ni dos, muchos. Entonces sucede que no es tan sencillo entablar conversaciones con nuevos compañeros, formar nuevos dirigentes, porque ahora los vínculos son muy distintos a nuestra época. Y hay que respetar su visión del trabajo y hasta de cómo se paran frente a las luchas sociales, el feminismo y sus cuestionamientos a temas que para nosotros, parecen laudados o súper incorporados. Si no abrimos las orejas, no les dejamos nada. Son ellos los que van a seguir. El desafío más grande que tenemos nosotros ahora es generar una renovación, pero que le generemos la espalda necesaria para que ellos puedan empezar a construir de otra forma; una forma que se viene notando a través de lo que son las luchas feministas. Yo lo percibí mucho en el trabajo con las ollas populares. Una olla popular debe ser el ejercicio democrático más grande que existe, porque allí tiene el mismo peso la palabra de quien pela un papa que quien consigue carne, o quien lava, o quien consigue leña o gas. La misma. Es una expresión democrática.
Ese ámbito barrial y social de las ollas es el otro espacio de trabajo militante tuyo. ¿Se va creando cierta pertenencia o es algo pasajero?
Del año 2020 hasta ahora no he podido desprenderme.A mí me golpeó muchísimo el hecho de ir al territorio en algunas zonas en las que la situación era compleja para las familias. Cuando ves a la gente vivir con sus gurises entre el barrio y con aguas servidas recorriendo las calles de tierra, te impacta. Llega un momento que emocionalmente te golpea mucho eso. Y que no es bueno que la gente se acostumbre a hacer una cola para comer. Fue además de un gran aprendizaje, algo que impactó en mi propia vida. Porque después de pasar unas horas con todas esas familias con hijos chicos, vos te subís a un auto, con tu confort y te vas. Y eso te remueve por dentro, por fuera y por todas partes.
¿Cómo viviste las denuncias y sospechas del ministro Lema de esas mujeres que cocinan con lo que recolectan de la solidaridad?
Todo eso fue increíble. Había que contenerse mucho, también nosotros, para no responder de manera más frontal. En muchos casos, son gente que conocemos desde el primer día. La primera reunión de la coordinadora popular y solidaria "Ollas por vida digna" se hizo acá, en AEBU. Yo los invité. Vino gente de acá, del barrio, y de Villa Española, Villa Italia, el Cerro, de todas partes. Fue una experiencia única. Se juntaron en el patio grande porque no se podía estar en lugares cerrados. Fue clarito cuando abrimos el espacio de discusión, les dijimos que nosotros íbamos a estar acompañando y respaldando, pero que por respeto, no nos íbamos a meter en su organización. Y nunca lo hicimos, optamos por quedarnos junto a las ollas, pero a un costado.
¿Se los acusó de lucrar con eso?
Claro que sí. Nosotros, conjuntamente con una cantidad de organizaciones que se enteraron de que abrimos una cuenta, empezamos a ejecutar y ejecutamos, rendimos cuentas por todos lados de toda la plata que entró. Nos encontramos con socios hermosos como, por ejemplo, Cecilia Michelini, de la fundación Michelini, que depositó dinero solidario de manera quincenal. Porque AEBU con toda su trayectoria, generó esa confianza de que los fondos efectivamente iban allí donde se necesitaban. Fue un trabajo duro, día a día, y fue tanta la solidaridad que la cuenta llegó a tener más dinero que el que se necesitaba para atender las necesidades previstas por nosotros. Y entonces salimos a tratar de colaborar con más ollas. Y así fue que nos vinculamos con Gabriela de la olla Bella Italia. Y al día siguiente nos fuimos al Borro. Y así desplegamos la solidaridad más allá de lo que dijeran del movimiento sindical y de AEBU en particular.
¿Alguna vez los llamó alguien del Mides para agradecer?
No, nunca.
¿Nunca te cruzaste con el ministro Martín Lema y te dijo algo, ni un simple 'gracias'?
Nunca. Sí me crucé, en cambio, con trabajadores del Mides que nos explicaron particularidades, como por ejemplo que los primeros días del mes mucha gente se arreglaba con la tarjeta Uruguay Social, pero que los últimos días era muy duro. Y entonces como a nosotros nos sobraban alimentos, les llevábamos todo lo que podíamos a los refugios, porque sabíamos que allí los trabajadores no daban abasto. Y muchas veces había peleas por un pedazo de pan. Trabajadores jóvenes tratando de contener a hombres con problemáticas de consumo y otras, gente que está en situación de calle y cuando nosotros llegábamos con la comida era un momento de distensión y solución.
Ustedes nunca hablaron de eso.
No. Un poco porque nos cuesta hablar de la solidaridad cuando la brindamos y otro poco porque dejamos que hablaran las personas de las ollas, los protagonistas directos de ese trabajo maravilloso solidario.
¿No creés que tal vez el movimiento sindical -también AEBU- debería aprender a comunicar sin culpa de su solidaridad? No digo hacer autobombo y automarketing, pero desde la sinceridad.
Sí. Totalmente, pero nos cuesta. Siempre somos noticia por un paro, por una lucha, pero nunca somos noticia con lo que hacemos por la sociedad de manera silenciosa. Es así. No se genera interés de la prensa con todo lo bueno que el movimiento sindical le brinda a la sociedad. Yo no digo salir a vanagloriarte de lo bueno que hacés o lo solidario que sos, pero al menos comunicar los hechos concretos. De lo contrario, nadie lo va a saber. Acá en AEBU tenemos distintos convenios, uno de ellos, con el Inisa, para que vengan jóvenes privados de libertad que están en un proceso de liberación.Y vienen a trabajar. En este momento tenemos uno activo y otro por entrar. Obviamente no vamos a exponer a esas personas, pero creo que sería algo muy valioso que eso se multiplicara.
Hoy hablábamos de recambio generacional. ¿AEBU va a extrañar a Fernando Gambera cuando se jubile? ¿Cuáles son tus planes para el futuro?
Uf… Yo creo que el día que él se vaya, también me iré. Con el Manso me une una amistad, una hermandad tremenda. Es una persona con la que compartimos una cantidad de sentimientos en común y una fidelidad muy grande.Y un respeto enorme. Para mí es único. El Manso es la sensibilidad en persona, es unacompañero que me ha removido muchísimo dada la humildad que tiene para llevar las cosas adelante y de la mejor forma. Nos enojamos, nos decimos cosas. Somos muy respetuosos del lugar que le toca a cada uno: mi lugar es junto a él y trabajar. Pero el que tiene que hablar es él. A mí me gusta trabajar de esa forma, me incomoda hablar de mí muchísimo, pero me gusta estar en el camino. En estos años, hicimos una cantidad de cosas junto a grandes compañeros. Y por ahora, la idea es seguir trabajando espalda con espalda. Después seguramente vendremos al tercer piso (donde se reúnen los veteranos) y seguiremos adelante soñando por AEBU. Eso no nos lo va a quitar nadie.