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Entrevistas

Luchas desde la sensibilidad femenina

Las mujeres de la Huelga General y la resistencia de 1973

Las mujeres y su destacado papel en la resistencia y la organización de la Huelga General de 1973 contra la dictadura.

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Caras y Caretas Diario

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A 50 años del golpe de Estado y la huelga general de 1973, nos parecía importante aportar al conjunto de recuerdos que la fecha evoca desde las distintas experiencias el rol de las mujeres trabajadoras, recopilado en el libro de María Julia Alcoba Las mujeres, ¿Dónde estaban? Caras y Caretas entrevistó a dos ex obreras textiles, protagonistas de primera línea durante la huelga general de 1973, para exponer una sensibilidad que sumó a los riesgos generales del pueblo que resistió, el rol de la maternidad, entro otros aspectos femeninos.

Con María Alcoba y con Mabel Olivera nos encontramos una soleada mañana de este invierno de 2023 en la casa de la primera, allá por el barrio de Las Cadenas en el Cerro de Montevideo.

Como tantas muchachas de los barrios obreros, María, del Cerro, y Mabel, de Pueblo Victoria, a los 14 años ya se encontraban trabajando en aquel Uruguay industrial de los 60.

Mabel Olivera, hoy de 82 años e hija del fundador del sindicato de la textil La Aurora, empezó a trabajar con 15 años en la fábrica Burma, y María (hoy de 85 años) se inició a los 14 años en una textil del Cerro; luego pasaría a una fábrica de dulces hasta entrar en la textil Sadil de la zona de Maroñas, pero ambas no solo se iniciaron de muy jóvenes en el trabajo, sino también en la organización sindical, integrando María la Unión de Obreros Textiles, ante sala del Congreso Obrero Textil, una industria que reunía al menos a 25.000 trabajadores, de los cuales 89%, según las entrevistadas, eran mujeres.

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Volvemos con la memoria a 1973; la CNT ya definió la huelga general con ocupación de los lugares de trabajo ante el golpe de Estado y queremos conocer cómo fueron esos días previos.

Mabel Olivera. Habitualmente en el Congreso Textil se hacían reuniones, las asambleas, de las comisiones internas de cada fábrica los viernes, donde se informaba por parte de los dirigentes que teníamos ese momento, que eran Juan Ángel Toledo, Peto Rodríguez, Thelman Borges, Jorgelina (Martínez), que venía por Alpargatas con Huguet (Rubén). Las asambleas se hacían en el fondo del local del Congreso, que estaba allí en la calle Freire 52, en Paso Molino.

Ahí se plantea por parte del compañero Héctor Rodríguez, si no me falla la memoria, si se instalaba el golpe, ocupamos las fábricas y quedó establecido así.

El día antes había habido una reunión en el Vidrio en La Teja y habían ido Huguet y otro compañero que esa noche se mató en un accidente de moto, Adrían Montañés. Yo fui a llevar unos papeles que se habían olvidado y volví a esperar la resolución.

Viene Huguet preocupado por que Montañés venía en una motito y pisa un pozo y en ese momento no se mata, pero demoró unos días; fue brutal el día del velatorio de Adrián, que era un muchacho joven con una capacidad impresionante para la militancia, fue muy doloroso todo el arranque de la huelga.

La ocupación la empieza el primer turno de la fábrica a las seis.

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Yo estaba en el turno de la mañana, era delegada del sector remallado y empezamos a establecer quién se iba a hacer cargo de tal cosa, el que cocinaba era un compañero, pero en Burma éramos la mayoría mujeres, pero había cinco o siete compañeros, que uno era el delegado y que también se mató en un accidente con su moto en todas las vueltas que estaba andando.

Se empezó a preparar el tema de las ollas y se consiguieron tanques, a organizar el mantenimiento de los turnos que iban a ocupar para no desgastar al resto de las compañeras porque teníamos cantidad de compañeros con hijos; por ejemplo, mi hermana, que también trabajaba conmigo, llevó a su hijo.

Ahí, a los pocos días empezaron a venir los milicos, y eran tan ladinos, que vos sabés que venían y agarraban los tanques con la comida, la tiraban para afuera y siempre se llevaban a alguien preso. Un buen día buscándome a mí se llevaron a mi hermana con mi sobrino; ella les decía “yo soy Sonia” y ellos le decían “no, usted es Mabel”, y se la llevaron a la gorda, pobre, mi sobrino lloraba, era chiquito, ahora tiene 59 años, y al final se dieron cuenta de que no era y la dejaron allá por Camino de las Instrucciones, sin plata y sin nada, sin poder llamar por teléfono.

Durante la ocupación salíamos a los ómnibus a buscar finanzas y la gente realmente colaboraba y los vecinos de la zona generalmente eran todos el Partido Nacional (Burma estaba ubicada en la calle Américo Vespucio), pero colaboraban y había una feria que tenía pronto un canasto con las cosas para la olla, pero lo cierto es que se pasaba hambre y frío, porque era un invierno sumamente frío, y no nos permitían prender la caldera.

Nos desalojaron varias veces, pero siempre quedaba escondido un compañero que cuando los milicos se iban nos volvía a abrir la fábrica y ocupábamos de nuevo. Era increíble la solidaridad, los de Pernigotti (fábrica de chocolates) nos pasaban azúcar por un costado ya que estaban al lado y estaban ocupando también la fábrica.

En las noches hacíamos pintadas, carteles, venían los estudiantes a dar una mano, teníamos que estar en actividades permanentes.

Yo considero que soy una privilegiada comparado con otras cosas que pasaron otras compañeras porque yo zafaba con una facilidad, y teníamos un grupo de compañeros con los que militábamos mucho, eran todos muy jóvenes, hoy desaparecidos: el Negro Hugo Méndez que trabajaba en la fábrica de Alpargatas, el Mongo y otros dos compañeros que habían generado con Héctor Rodríguez los GAU, los Grupos de Acción Unificadora.

Luego de que se levanta la huelga general, el 11 de julio, viene el coronel Betancourt, que estaba dirigiendo el Ministerio de Trabajo y le pide al dueño, Kaplan, que traiga a toda la gente del sindicato. El viejo Kaplan era judío, pero se había criado en Rusia, era más bien comunista y el coronel le dice que nos despidiera a todos sin indemnización y el viejo nos despide, pero nos paga el despido y nos fuimos manteniendo porque al tener plata uno llevaba para su casa para mantener la familia.

María Alcoba. En ese momento yo no estaba dentro de la fábrica porque la estaban desmantelando y quedaban trabajando la mitad de los compañeros .Yo pertenecía a la parte de hilandería y faltaban máquinas, las desmantelaron y se las llevaron, entonces cuando ofrecieron pagar el despido, yo lo agarré porque tenía a Felipe, el más chiquito, con cuatro años, Ernesto cinco y el mayor tenía once años, era una época muy difícil.

Yo trabajé toda la vida en textiles y para mí el gremio textil era mi lugar y mi familia eran los compañeros, ¿no?

El día del golpe yo vivía en Malvín y quería irme porque ya estaba cansada de que los milicos vinieran y se quedaran en mi casa buscando al padre de mis hijos; yo dije: “No me van a agarrar otra vez acá adentro”. Apagué la luz general, cerré el agua, hice los bolsos y me fui para el Cerro, donde estaba mi madre y mis hermanas.

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Comí y le dije a mi madre: “Yo voy a volver porque hay mucho trabajo allá en la zona”; yo trabajaba en el Frente Amplio de la zona y ante la huelga general y las ocupaciones, habíamos hecho una lista en el Congreso Textil de gente que tenía autos y motos y había una movida en los barrios increíble y todo el mundo se puso a las órdenes, teníamos los teléfonos y realmente todo eso funcionó llevando comida a las ollas de todas las fábricas, de cualquier fábrica.

Y todo esto era una cosa increíble, una cosa que no está contada porque todos preguntan de adentro de la fábrica, pero la solidaridad que hubo afuera fue impresionante, desde una señora mayor que te llevaba un kilo de yerba y decía: “Esto es lo que puedo donar”. Los compañeros iban a la carnicería y ya tenía un paquete con unos huesos que iban a hacer en un puchero, y todo eso sucedía en el entorno de las fábricas, el apoyo popular se sentía muchísimo, sentíamos que estábamos respondiéndoles a los atropellos.

Cuéntenme como se vivió la movilización del 9 de julio y la decisión de levantar la huelga.

M.O: A las cinco en punto de la tarde, como decía Rubén Castillo, a 18 de Julio fuimos todos desde la fábrica, incluida mi hermana; yo te puedo decir que ese día el que me salvó fue Alberto Melgarejo. En determinado momento me quedo en el medio de la plaza, sola, los milicos tiraban de todo y yo pensaba “cómo salgo de acá” y viene una moto y dice “dale petisa, subí”, y era Alberto Melgarejo, que salió tan disparado para allá abajo que en la rambla nos desparramamos.

M.A: Los gases que tiraban, el agua era horrible, aquello era insoportable y los compañeros de la Facultad de Medicina nos traían trapos con cosas para que nos pusiéramos para podernos tapar.

M.O: A Alberto la moto se le hizo pelota y los compañeros del sindicato le levantaron la moto y cuando salimos del Casmu nos fuimos en un ómnibus. Cuando llegué toda medio golpeada a la fábrica era un relajo, los aplausos, y una dice “la verdad no mataste a ningún milico porque mirá que le tiraste de todo” y le digo “bueno, no, nada porque después me van a llevar”

MA. El nueve de julio fue tremendo, ahí nos enteramos de que habían llevado detenidos a los compañeros del Frente (Seregni, Licandro, entre otros).

Había un movimiento impresionante en el Cerro, la gente iba y venía, no había garrafas, porque claro, se iba terminando todo y hacíamos cola para conseguir y era un frío impresionante. Yo me sumé a la gente de la Federación de la Carne porque yo era muy habitué a todo esta tarea en el Cerro, desde que iba con mi padre caminando a los primero de mayo, hasta en la organización de aquellas mujeres que cuando ellos hicieron la huelga de hambre fueron al Parlamento.

Yo me quedé en el Cerro porque mi madre estaba muy preocupada porque de José (su marido) no sabíamos nada; él estaba con la dirección del partido, pero yo no sabía nada, salvo cuando llamaban algunos compañeros que me preguntaban cómo estaba y cómo estaban los niños.

Yo me di cuenta de que la cosa se venía fea, muy fea de otra manera, porque estos no iban a parar, porque fue una lucha que pusimos el país dado vuelta, donde en un momento eran ellos o nosotros y nosotros qué íbamos a hacer; Teníamos que luchar de otra manera, pasábamos a un enfrentamiento, pero nosotros no teníamos armas, teníamos solo la palabra y la fuerza de trabajo que es, al fin y al cabo, las fábricas ocupadas, los medios de producción, los trabajadores ya se lo ganamos, y a nosotros nos iban a acribillar, ya estaba Argentina movilizada, Chile, que después nos enteramos cómo fue la cosa.

Y en las fábricas el debate luego del 9 de julio de qué hacer con la huelga.

M.O: En todas las fábricas se estaba discutiendo porque el tema era aguantar y vamos a aguantar, pero por el tema económico no podíamos seguir, pero en Burma ninguno quería levantar la huelga. Las mujeres decían “vamos a continuar, estamos firmes, nos vamos a arreglar”, pero ya había postura de la CNT de levantar la huelga; la gente estaba malísima y cuando se decide levantar la huelga, a la que se designa para eso es Jorgelina (Martínez) en una reunión en la fábrica de cerveza. Casi la matan a la Negra, fue tremendo, le costó muchísimo argumentar, fue muy dura la mano con ella en ese aspecto, hasta en la calle había gente y estábamos todas dispuestas a mantener, y los compañeros varones, la huelga.

Y cuando se levanta la huelga empiezan los despidos. Estuve seis años sin poder trabajar, durísima la mano porque además fallece mi padre, yo paso a la clandestinidad porque me venían a buscar, me perseguían. Ellos sabían bien dónde estaban y yo zafé pila de veces. Una noche le digo a mamá “tengo unas ganas de dormir contigo” y dormí abrazada con ella.

María. Lo que llamaron la asonada fue un acto tan grande que después se buscó atemorizar, estrujar al pueblo, porque, como dijo Seregni, ya no estaban los tupas. Y luego las fotos de los compañeros requeridos que pasaban por la televisión y que generaba una angustia brutal y que no sabes en qué va a terminar.

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