La prioridad es operar rápidamente sobre esta realidad, y prevenir los impactos (por ejemplo en las calificadoras, el grado de inversión y hasta en el panorama electoral), que la noticia traería en el futuro inmediato. Más vale encender las alarmas y actuar drásticamente (como hacen los países desarrollados), que esperar la buena cosecha que puede o no llegar.
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El Informe de Cuentas Nacionales Enero-Marzo de 2019, publicado por el Banco Central del Uruguay el martes 18 de junio, señala que “en el primer trimestre del año 2019, la actividad de la economía uruguaya disminuyó 0,2% en términos interanuales. El Producto Interno Bruto desestacionalizado se mantuvo en los mismos niveles que el trimestre inmediato anterior”.
El resultado es indiscutible: como expresa el documento de la autoridad monetaria, los tres principales impulsores de la actividad económica que son el consumo, la inversión y las exportaciones de bienes y servicios, disminuyeron su actividad.
Dada la tendencia decreciente de nuestra actividad económica (que explicaremos en detalle), es altamente previsible que la caída se repita en el segundo trimestre del año, lo cual determinaría que nuestro país entre técnicamente en recesión, al configurarse dos trimestres consecutivos de decrecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
En la doctrina económica se considera a la recesión, en términos generales, como una caída o contracción generalizada de la actividad económica de un país. Pero en términos de los manuales aceptados por la ONU y los organismos multilaterales de crédito, se considera que un país entró técnicamente en recesión cuando acumula dos trimestres consecutivos de caída de la actividad económica medida en el Producto Interno Bruto.
Si observamos los tres últimos informes de Cuentas Nacionales emitidos por el BCU, vemos una ralentización en el crecimiento experimentado por la actividad de cada trimestre en relación al anterior, con una cifra negativa (-0,2%) en el cuarto trimestre de 2018, 0% en el tercero y un crecimiento de apenas 0,2% en el segundo, siendo todas las anteriores de signo positivo.
Ateniéndonos estrictamente a la definición técnica en uso, y dado que por el momento sólo se ha dado una caída en la actividad económica (en el cuarto trimestre), mientras que hubo estancamiento en otra (el tercero), y crecimiento en los anteriores, Uruguay no había entrado aún técnicamente en recesión, aunque la tendencia marcaba que ello era inminente.
Por otra parte, la sensación mayoritaria en la población y la sociedad (más allá de indicadores puntuales como los viajes al exterior y el gasto en determinados consumos) es de una severa contracción en la actividad y el empleo.
Decir que “no hay un peso en la calle” es una expresión de amplio uso popular (reiteramos, más allá de indicadores puntuales, del movimiento en viajes y shoppings, y de sectores privilegiados que ganan siempre y pagan menos, y que bien conocemos), y esta apreciación es consistente con los resultados que se observan en el comportamiento de los sectores productivos, y con las afirmaciones de ministro de Economía y Finanzas, Cr. Danilo Astori, quien la semana pasada y refiriéndose a la inminencia de este informe del BCU, afirmó: “No conozco las cifras, pero en mi modesta opinión, aun cuando en 2018 el crecimiento fue de 1,6%, van a confirmar que la economía uruguaya hace meses que no crece, y que se requiere de medidas que ataquen las causales fundamentales de esa falta de crecimiento, y en la medida de lo posible recuperar lo antes posible los niveles de actividad”.
En el programa Puntos de Vista, de radio Uruguay, el ministro señaló que “mejorar las cifras de empleo y las del déficit fiscal son las grandes preocupaciones macroeconómicas que tiene el gobierno hoy día”, y que la “variable clave” para recuperar la economía es la inversión, tanto pública, privada, externa y nacional, añadiendo que “el esfuerzo que está haciendo el Uruguay con medidas que ya se pusieron en práctica en el segundo semestre del año pasado es muy grande y nos da esperanzas de que a partir del segundo semestre de este año empecemos a ver algunos elementos de esa recuperación de crecimiento”, aunque advirtió que hay que pensar en el “contexto de esta situación”, señalando que la situación mundial “está muy complicada y la región más complicada aún”, en clara alusión a las caídas en la actividad económica que sufren Argentina y Brasil.
Ahora bien, la temida palabra sobre la que tanto se ha especulado, recesión, es una realidad que debe tomarse -a diferencia de otras épocas- con serenidad, veracidad y gran voluntad de intervención para superarla de inmediato y concretar un nuevo año de crecimiento anual de la economía nacional.
De dónde partimos y hacia dónde vamos
Según el Informe de Cuentas Nacionales del Banco Central del Uruguay (BCU) correspondiente al año 2018, publicado el 28 de marzo pasado, “la economía uruguaya acumuló en el año 2018 un crecimiento de 1,6% en el Producto Interno Bruto (PIB), en relación al año anterior», en el que marcó 2,5% (N. de R.).
Esto marcó un lapso de crecimiento económico ininterrumpido de 16 años, el mayor ciclo positivo de nuestra historia económica, a la vez que señaló que el desempeño del cuarto trimestre de 2018 presentó una caída en términos desestacionalizados respecto del tercer trimestre, que, al igual que el segundo, mostraron cifras prácticamente de estancamiento.
El muy interesante artículo titulado ‘Winter is coming’, publicado en Brecha con la firmas de Gabriel Oyhantcabal y Rodrigo Alonso, señalaba: “En los cuatro años completados de gobierno de Tabaré Vázquez, el PIB creció un promedio de 1,57% por año, muy lejos del 5,4% promedio de los primeros dos gobiernos del Frente Amplio”.
Estas son las grandes cifras que marcaron la tendencia reciente de nuestra economía.
En abril de este año, Caras y Caretas publicó un artículo titulado ‘¿Estamos en estanflación?’ en el que se señalaba que la actual coyuntura económica de Uruguay puede motivar una discusión que supere lo técnico para provocar reflexiones sobre las opciones y el destino nacional, acaso similares a las de épocas cruciales de nuestra historia. Ante indicios claros de estanflación (recesión con inflación), podemos optar entre la resignación neoclásica o neoliberal que nos mantiene en el subdesarrollo y privilegia a los más poderosos, o iniciar la aventura del desarrollo auténtico, que nos termine de insertar adecuadamente en el siglo XXI. Algunos pilares (como el impulso que viene del agro con una gran cosecha en ciernes, el Ferrocarril Central, o UPM II, y hasta un inesperado apoyo del FMI) están servidos, pero se requiere un esfuerzo concentrado de voluntad política e ideológica.
Hemos tenido señales positivas, como la decisión del BCU del 3 de abril pasado, expresada en un comunicado del Comité de Política Monetaria (Copom) del BCU, firmado por su presidente, Ec. Alberto Graña, que informó a la población que la Autoridad Monetaria cambió “moderadamente” el sesgo contractivo de su política monetaria, priorizando la actividad económica sobre el comportamiento de la inflación.
La menor contracción monetaria implica una mayor expansión de la masa monetaria -al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en Argentina-, liberando más dinero al mercado, lo que repercutirá favorablemente en el consumo y la actividad económica.
Otro dato positivo es que el BCU ha continuado incrementando suavemente el valor del dólar estadounidense a pesar de que habrían cesado las grandes turbulencias cambiarias provenientes de Argentina.
El dato más importante, al que nos referiremos más adelante, está dado por las inversiones relativas a UPM II y el Ferrocarril Central.
También vemos que tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial, que no son generosos con los países subdesarrollados, prevén que Uruguay crecerá en los años 2019 y 2020.
En la última actualización disponible de su informe Perspectivas Económicas Mundiales, documento presentado el 9 de abril en la Asamblea de Primavera, el FMI señala que Uruguay crecerá 1,9 % de su PIB en 2019 y 3% en 2020; en tanto que en declaraciones a El País, el saliente economista jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, Dr. Carlos Végh Gramont, pronosticó un crecimiento de 0,9% para la región y de 1,9% para Uruguay.
Según Búsqueda, Deloitte confirmó “un diagnóstico de estancamiento económico”; Aldo Lema prevé una expansión de 1% del PIB en 2019; analistas de CPA/Ferrere señalaron “una recesión técnica”; el asesor del Partido de la Gente, Ec. Javier de Haedo, afirmó que “la economía está en recesión” (lo mismo opina Jorge Caumont en Economía & Mercado, N. de R.), en tanto que Christian Daude, jefe de asesores del Ministerio de Economía y Finanzas sostuvo: “Yo no hablaría de recesión”, sino más bien de una “meseta”.
Uruguay: cautela o desarrollo
Nuevamente hacemos referencia a la columna de Jorge Caumont, economista por la Udelar y por la Universidad de Chicago, sobre ‘El actual keynesianismo local’ publicado en el suplemento Economía & Mercado de El País, en marzo pasado. Caumont afirmó: “Nuestro país vive un momento difícil desde el punto de vista productivo: la economía está en recesión”.
Luego dice Caumont: “Se menciona en estos días desde algunos sectores oficiales y sindicales que para sobrellevar la situación, y a pesar del alto déficit fiscal, el gobierno debe aumentar el gasto público financiándolo con mayores impuestos. No se dice, pero sobrevuela que la otra forma de financiar el mayor gasto para mejorar la actividad es el endeudamiento. Las dos formas de contar con ingresos tienen su contrapartida. El keynesianismo con mezcla de ‘lucha de clases’ está detrás de esas propuestas y se impulsa en momentos en que la política monetaria es restrictiva y la cambiaria un corolario de ella. Si el gasto público aumenta para solucionar la recesión y se financia con mayor presión impositiva, por más que se la haga aparecer más justa, porque recaería sobre los que “ganan más” y los que ‘tienen más’, su contribución a la solución del problema será negativa”.
No es necesario recordar que Keynes, padre del intervencionismo estatal en la economía como sostén de la actividad privada, aconsejó aumentar el gasto y aun el déficit público en tiempos de crisis (y así sus ideas, adoptadas por las grandes potencias, derrotaron la Gran Depresión de 1929 y todas las grandes crisis recurrentes del sistema capitalista hasta la reciente Gran Recesión 2007-2010); consideraba que el principal problema de la economía es el desempleo (“un error económico y un crimen social”), y aconsejaba programas de educación, de empleo y, siempre, grandes obras de infraestructura productiva.
Uruguay, en estos tiempos turbulentos, tiene en marcha un gran proyecto, la mayor inversión de su historia (10% del PIB), con UPM II y la construcción del Ferrocarril Central, que según el presidente Tabaré Vázquez (que es quien se puso ambos proyectos al hombro) “se hará con o sin UPM”, y constituye una histórica reivindicación del medio de transporte más eficiente y barato, principal en el mundo desarrollado, eliminado aquí por razones que conocemos.
Discrepando con Caumont, Caras y Caretas afirmó que es oportuno y necesario que haya planes para, al costo que haya que asumir, realizar la obra, e implantar, estimular y fomentar centenares de proyectos productivos a ambos lados del ferrocarril utilizando tierras fiscales o expropiadas (contemplados en los planes de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto), que a su vez traerían comercios y escuelas y liceos, y nuevos centros universitarios, y todos los servicios conexos en el despoblado interior del país. Podemos pensar en cadenas productivas agroindustriales (porque al contrario de lo que dicen algunos precandidatos, Uruguay no debe ser solo campo, sino también industria y servicios, particularmente, turismo), que tengan negociada su inserción en el Mercosur y, a través de la Alianza del Pacífico, en los grandes mercados de la cuenca del océano Pacífico.
Esas grandes inyecciones de inversión (en capital físico y capital humano) pueden financiarse con mayores impuestos como afirma el Pit-Cnt, pero centrados en el 1% más rico de la población (que ha aumentado su riqueza fabulosamente en estos últimos 16 años), y no en los trabajadores, ni los jubilados ni los pequeños productores y comerciantes. “Que paguen más los que tienen más” no es un eslogan, sino la base de todo sistema impositivo serio, como era el de Estados Unidos, por lo menos hasta Donald Trump, y el del Estado de Israel, así como las principales potencias europeas.
Podrían también, como afirma el Pit-Cnt, ser revisadas algunas de las grandes exoneraciones que no benefician a pequeñas empresas y que generalmente no son de origen nacional.
Y si con ello no bastara para la magna empresa que se ha emprendido, podría también aumentarse la deuda, aunque esta debería ser la última opción.
Lo que Jorge Caumont llama “el modelo de Keynes”, que utilizan las grandes potencias, sigue siendo la mejor política posible para navegar en las aguas turbulentas y las crisis recurrentes del sistema capitalista, en el que viviremos todos nosotros, nuestros hijos y nietos.
Volvemos a citar el artículo ‘Winter is coming‘ (Brecha, 5 de abril), que afirma: «Las estaciones económicas no son algo exclusivo de Uruguay. Los ciclos económicos de expansión y crisis son inherentes de las sociedades capitalistas, y no porque las crisis sean una anomalía o el resultado de malas políticas, sino porque, por el contrario, son la fase necesaria para preparar una nueva etapa de expansión […]”.
Efectivamente, los ciclos del capitalismo son así, pero lo importante es navegar en ellos, mucho más en los tiempos oscuros que vivimos.
Lo importante en tiempos de crisis es actuar vigorosamente: contra las recesiones y las depresiones, contra el desempleo y la miseria, contra la desigualdad, y eso hacen las grandes potencias como Estados Unidos, China Popular, Alemania y Japón, mientras el FMI aconseja a los países subdesarrollados políticas como ajustes fiscales permanentes, disminución del gasto público, menor intervención del Estado para sostener la actividad privada, menor gasto en retribuciones y jubilaciones, privatización total o parcial de las empresas y bancos públicos (que son el soporte de economías pequeñas como la nuestra) y otras medidas contractivas y recesivas.
Tenemos apoyos impensados: en un artículo titulado ‘Cinco conclusiones que se extraen de las perspectivas económicas de Uruguay’, publicado el 21 de febrero pasado en la página web oficial del FMI, podemos leer:
“5. Reformas. Las políticas estructurales pueden ayudar a garantizar que los ingresos continúen convergiendo hacia los niveles de las economías avanzadas. Una posibilidad sería crear un mayor margen para el gasto presupuestario público a fin de incrementar la inversión en infraestructura, como por ejemplo con el reciente proyecto ferroviario […]”.
Hasta el FMI apoya para Uruguay los proyectos desarrollistas del gobierno encabezado por Tabaré Vázquez, con hincapié en el proyecto ferroviario; y en su último Informe Perspectivas de la Economía Mundial, presentado en la Asamblea conjunta del FMI y el Banco Mundial, informa que Uruguay crecerá 1,9% de su PIB en 2019 y 3% en 2020, cifras que luego disminuyó levemente.
Los cambios en la política monetaria y cambiaria, la nueva cosecha, especialmente en el maíz y la soja, el comienzo de construcción de UPM II y la construcción del Ferrocarril Central (ambos proyectos tan resistidos por tantos) son instrumentos que tenemos para salir de la incipiente recesión y prepararnos para nuevas instancias que nos conduzcan a un auténtico desarrollo nacional integral.
Debemos sumar voluntad, tenacidad y esfuerzo. Nada nos vendrá del cielo.
Las condiciones están dadas, a pesar de los datos inmediatos y de la ferocidad de los bandos en pugna en lo interno y lo internacional.