Mientras las grandes cadenas internacionales dedicaron la semana pasada más tiempo de cobertura a una cena de Maduro en no-sé-ni-me-importa-dónde que a los centenares de cadáveres hallados en tráileres en México a modo de promoción realista de The Walking Dead, Luis Almagro disparó insultos a diestra y siniestra desde las alturas del Olimpo, donde habita desde 2015.
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En la disputa entre la izquierda y la derecha por la hegemonía continental, Almagro tiene claro que su porvenir, privilegios y crecimiento económico estarán del lado de la segunda, siempre y cuando continúe haciéndole los deberes y pisoteando una y otra vez los principios fundacionales de la OEA. Cabría suponer que el secretario general de semejante organismo debiera ser una persona aplomada, que practique el diálogo y la mesura, ajena a los insultos y hábil para apagar incendios de otra manera que no sea arrojando combustible sobre el mismo; pero Almagro es todo lo contrario. No es un sembrador de paz; es un sembrador de odios.
La imparcialidad le es absolutamente ajena. Su ira se canaliza obsesivamente con Nicaragua y Venezuela; pero ante los hechos de corrupción y violación de derechos humanos en Argentina, Paraguay o Brasil, su silencio es tan vergonzoso como cómplice.
Crecen los pedidos de renuncia
Managua exigió la renuncia del secretario general por sus ataques contra Nicaragua y Venezuela y “extralimitarse e incumplir con sus funciones como representante de la OEA”, convirtiéndose en “una grave amenaza para la paz internacional”. Literalmente, Almagro llamó a “asfixiar a la dictadura” del presidente Daniel Ortega. Sus declaraciones “lo descalifican para seguir ostentando el cargo de secretario general de la OEA, cargo al cual debe renunciar”,señaló la vicepresidente Rosario Murillo.
En Uruguay, la agrupación Rumbo de Izquierda ha solicitado formalmente al gobierno uruguayo que solicite en la asamblea de la OEA la destitución del secretario general de acuerdo al artículo 116 de su carta orgánica. En la nota se califican a las declaraciones de Almagro, pidiendo una intervención militar en Venezuela, como “desprovistas de cordura y ecuanimidad”.
Falta de cordura. La expresión es atinada por cuanto el funcionario no tiene capacidad de controlar su carácter y ha proferido insultos contra negociadores internacionales y autoridades del Frente Amplio.
Previamente, el Partido Comunista reclamó la expulsión formal de Almagro del Frente Amplio. También el PIT-CNT exige su expulsión.
La respuesta del secretario general, durante una entrevista, donde se descontroló una vez más, fue: “Un niño por día se muere de desnutrición en Venezuela, eso es una campaña de exterminio. ¿Eso es lo que defienden? ¡Por favor!”. Claro, nada dijo sobre el bloqueo impuesto por Estados Unidos y que las grandes cadenas internacionales de desinformación se empeñan en omitir. Nada dijo de los planes desestabilizadores estadounidenses ni las incursiones de paramilitares colombianos ni los múltiples intentos de la oposición por derrocar al gobierno por la fuerza y derrumbar la economía. Nada dijo contra los almacenamientos ilegales de alimentos por parte de empresarios opositores que usan el hambre de sus compatriotas como arma política.
El chavismo jamás ha podido gobernar en paz; el asedio ha sido permanente y no hay gobierno que resista semejante embestida sin sucumbir al largo plazo. Ya le pasó a Salvador Allende, en Chile.
Con respecto a una invasión militar a Venezuela, Nin Novoa declaró que “lo planteado por Almagro es absolutamente contrario a la vocación nacional”. “Detestamos la palabra intervención porque lo único que trae es sangre y muerte”. También el Presidente Tabaré Vázquez rechazó las expresiones del delirante.
A todos sus críticos Almagro les da un consejo desde lo que él considera su elevada estatura moral: “No sean ridículos, no sean imbéciles”. También tildó de imbécil, arcaico y anacrónico a José Luis Rodríguez Zapatero y lo acusó de “defender la dictadura venezolana”. “Está en el grado más alto de imbecilidad actualmente”, sentenció.
Todos somos imbéciles, menos él.
El exmandatario español había declarado a la agencia AVN: “Resulta insólito que alguien que dirige un organismo internacional desconozca las reglas básicas de la Carta de las Naciones Unidas y de la legislación que regula el uso de la fuerza, que sólo puede ser autorizado por el Consejo de Seguridad de la ONU en una serie de supuestos”.
Almagro, aparte de reiterar su descalificativo preferido (“imbécil”), lo acusó de corrupto, indigno y de ser el ministro de relaciones exteriores de Venezuela.
En el colmo del cinismo y con pleno conocimiento del bloqueo a Venezuela, que golpea cruelmente a la población, durante su visita a Colombia continuó con sus ataques: “A diferencia de otras dictaduras que hubo en América, la de Venezuela reprime con hambre, miseria y falta de medicamentos”. Imagina, lector, que yo tuviera el poder de impedir a la gente de la zona en que vives que alguien te contrate, amenazando a quien te dé trabajo o crédito, o compre algo que vendes o te venda algo que necesites, y luego te critico por no dar a tu familia lo que necesita. ¿Llamarías a eso de otra manera que no fuera cinismo?
Almagro condena el narcotráfico en Venezuela; pero nada dice de México, Paraguay o cualquier otro régimen si ese régimen es de derecha. Ni una letra contra el intervencionismo estadounidense en el mundo.
Impulsarlo hasta la OEA fue el peor error de Mujica; cosa que el Pepe asumió con entereza manifestando su arrepentimiento. Cuando la máscara de Almagro terminó de caer, le escribió: “Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido”. Sin embargo, Mujica no tiene interés en discutir su expulsión porque desde hace tiempo lo considera fuera del Frente Amplio. La respuesta del aludido fue: “No dejaré de ser frenteamplista porque lo diga Mujica ni nadie”. “Nadie puede decidir por mí lo que soy o lo que no soy”.
Cinismo, soberbia y prepotencia a la quincuagésima potencia.
Ahora bien, si el gobierno uruguayo fue quien lo propuso, una exigencia de expulsión del secretario general en la OEA pesaría más que la de cualquier otro Estado miembro; pero para que fuera efectiva, Uruguay tendría que estar dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, porque es obvio que los regímenes de derecha lo van a tratar de mantener en el cargo. Es hora de ver si sólo un Hugo Chávez tendría las agallas para decir a la OEA lo que la OEA merece oír. Es hora de ver si tenemos el coraje de decir sin vueltas: “O se va él o nos vamos nosotros”.
Es hora de decidir si continuar manteniendo a un maniático obsesivo en semejante cargo, arriesgando la paz, o proponer en su lugar a quien tenga la capacidad intelectual y moral para una tarea tan delicada. Ya no hay lugar para declaraciones tibias; llegó el momento de pararle el carro a este sujeto.
Es imperioso que el presidente del Frente Amplio convoque de urgencia al organismo correspondiente para considerar su expulsión de las filas partidarias.
Cada vez que Almagro respira en la sede la OEA, la paz, la democracia y la cordura sufren una derrota.