La estrategia de Bolsonaro es perfectamente aplicable en Uruguay. El periódico Folha de São Paulo reveló esta semana que grandes grupos empresarios brasileños constituyeron una caja paralela de dinero para financiar una guerra propagandística en contra del PT, financiando la distribución masiva de información falsa. El procedimiento fue tan simple de ejecutar, tan efectivo y tan difícil de combatir, que asusta. Básicamente consistió en comprar gigantescas bases de datos de clientes de WhatsApp y redes sociales, finamente segmentadas por localización geográfica, características demográficas, sociales y económicas de sus titulares, y luego contratar servicios de “disparos masivos” de fake news, teledirigidos con la intención de manipular la decisión electoral de quienes lo reciben. Cada mensaje les costó a las empresas algo así como tres pesos uruguayos, e incluso menos si las bases de datos las proporcionaba el candidato.
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Si todavía hay gente a la que esto le suena a ficción, basta con repasar lo que se sabe sobre el papel que jugaron empresas de “inteligencia digital” como la inglesa Cambridge Analytica en las elecciones de Estados Unidos, el plebiscito sobre el brexit en Inglaterra o las elecciones en Argentina en las que triunfó Mauricio Macri. Ahora estamos observando cómo en Brasil un candidato de ultraderecha, de tendencias fascistas, se dirige a obtener la presidencia de ese país el próximo 28 de octubre a caballo de una impactante operación continuada de propaganda falsa, financiada de forma legal y violando todas las leyes electorales de ese país sin que ningún desmentido pueda detenerlo. Así va a ganar Jair Bolsonaro, mintiendo a cara de perro, difamando minuto a minuto a sus adversarios, fabricando una realidad paralela en la que él funge como un mesías que viene a salvar la patria de tránsfugas como Fernando Haddad, que conducen Ferrari repartiendo kits para homosexualizar a los niños.
¿Qué impide que eso suceda en Uruguay? ¿Acaso no hay empresas que puedan proveer servicios de este tipo? Sí las hay. Hay agencias con las condiciones técnicas para implementar estrategias de disparos masivos de información falsa. Hay empresas que compran bases de datos y gente que vende y filtra datos de contactos. Y por si esto fuera poco, hay compañías de otros países especializadas en estas cosas que ofrecen sus servicios para actuar en cualquier lugar: granjas de perfiles falsos de redes sociales, proveedores de bots, creativos publicitarios, tipos que hacen big data, que segmentan todo y hasta fábricas de trolls. Si alguien tiene el dinero, accede fácilmente a semejantes aparatos de campañas sucias. No hay códigos. No hay ley. No hay deontología. Sí hay profesionales capaces de pudrir la cancha a expensas de las nuevas tecnologías a cambio de plata. Su trabajo tiene la garantía de los antecedentes. Donde operan, funcionan, aunque los demócratas se alarmen, la Academia lo advierta y en la política lo denuncien.
La democracia está en peligro. La ultraderecha avanza en el mundo y gobierna países cada vez más cercanos al nuestro. Este aluvión de neofascismo social mezclado con neoliberalismo económico también va a llegar a Uruguay y más temprano o más tarde lo que vamos a estar enfrentando es una amenaza a la democracia, por derecha. Es decir, una amenaza autoritaria a nuestra democracia representativa cuyo único propósito es favorecer a los ricos y destruir todos los avances sociales en cualquiera de las agendas que se consideren.
Hoy Uruguay es un bastión, una aldea gala en el medio de un territorio atravesado por una marea reaccionaria perturbadora. Pero el tiempo por venir es de un enorme riesgo, encarnado en los proyectos de la derecha tradicional restauradora -aunque es obvio que una parte importante observa con beneplácito lo que viene sucediendo en el barrio- y en rincones opacos pero muy poderosos, prestos al zarpazo cuando lo ocasión le llegue.
El autoritarismo que se viene no es el de los militares sacando los tanques a la calle. No es la mera imposición de un modelo económico y social antipopular por medio de la fuerza brutal y de los aparatos represivos. Es la instalación de un neofascismo social, de la intolerancia llevada al paroxismo de la violencia, utilizando para ello los recursos tecnológicos ilimitados que pueden financiar los verdaderos dueños de capital, aliados a su vez con expresiones rancias del sistema político. No estamos preparados para conjurar esa amenaza. Mañana mismo podría viralizarse una campaña falsa creada por agencias clandestinas, incluso extranjeras, para destruir la imagen de dirigentes de la izquierda, sin que pudiésemos hacer nada más que acusar el golpe y salir a desmentir, precariamente, sin el concurso entusiasta de los grandes medios; abrazados a la lealtad de la militancia.
La estrategia de Bolsonaro no es de Bolsonaro. No la inventó él. Él la utiliza para su provecho porque tiene ambición, pero no tiene escrúpulos, si es que no es apenas un instrumento local de un proyecto más amplio que se propone derrumbar el legado de 15 años de gobiernos con sensibilidad social y aspiraciones de verdadera soberanía. Y esa estrategia también va a estar acá. ¿Es que a alguien se le ocurre que el centro de la campaña electoral lo van a ocupar los canales de televisión abierta cuando el consumo de esta ha caído vertiginosamente en los últimos diez años? No. La campaña feroz va a estar en otra parte, en las redes, en WhatsApp, plagada de publicidad revestida de noticias, motorizadas por perfiles posiblemente truchos, imposibles de identificar, de perseguir y de imputar. Si las campañas electorales de Argentina y especialmente de Brasil nos enseñan algo, es que se viene un bombardeo de mentiras fabricadas para manipular a la población con el único objetivo de desalojar a la izquierda del gobierno y entronizar un proyecto de derecha con un programa feroz de restauración. ¿Qué vamos a hacer para impedirlo?