Hasta el cierre de esta edición, Uruguay y Venezuela eran los únicos dos países de América del Sur sin casos confirmados de personas infectadas por el nuevo coronavirus, Covid-19. Pero es simplemente imposible que la pandemia no ingrese al territorio nacional, si es que ya no circula sin haber sido detectado por los servicios de salud.
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Dadas las características que tiene la epidemia en los lugares donde se instaló, todas las medidas de prevención y contención para evitar un brote de la enfermedad están justificadas, desde la cuarentena compulsiva de las personas que lleguen al país provenientes de países con casos confirmados, hasta la suspensión de actividad públicas, como conciertos, espectáculos deportivos o actos de campaña.
Por más que la afirmación de que se justifican semejantes medidas pueda parecer alarmista o exagerada, no hay ninguna exageración si se toma en cuenta que en los países donde se ha presentado el Covid-19, el número de casos de personas infectadas ha crecido de modo exponencial con respecto al tiempo acumulándose de este modo un número impresionante de casos a partir de unos pocos en un lapso de pocas semanas.
Sin detenerse en cuál es la letalidad precisa de este patógeno, hay que asumir que el número de infectados puede ser muy grande, y una proporción no despreciable de ellos deberá ser hospitalizada, por lo que el Covid-19 es un virus con la capacidad de hacer colapsar un sistema de salud en poco tiempo, sobre todo si los casos se acumulan rápidamente, por lo que una propagación de la epidemia sin control es un verdadero desastre sanitario, más allá de la gravedad objetiva del síndrome respiratorio asociado al virus.
Con esto, todo lo que se pueda hacer para postergar el ingreso de la enfermedad, incluso cuando muy probablemente sea inevitable que se presenten casos, todo lo que se pueda hacer para evitar que se desparrame por el país hay que hacerlo, así implique medidas distorsivas de la vida corriente, como las cuarentenas obligatorias o la cancelación de actividades, eventos, congresos, espectáculos, clases, actos políticos y hasta manifestaciones. El problema es serio, e ignorarlo porque todavía no detectamos casos o no estamos en la fase expansiva de la enfermedad no nos va a proteger de sus consecuencias.
Por supuesto que tampoco es el momento adecuado para poner un tope en la ejecución de recursos para inversiones y gastos de funcionamiento del Ministerio de Salud Pública y de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, como se desprende de los anuncios del presidente Lacalle Pou. Si el ajuste en salud pública siempre es un paso en el camino equivocado, hacerlo en el contexto de una epidemia mundial de una enfermedad viral con las características del nuevo coronavirus, para la que ningún habitante de la tierra tiene anticuerpos, es simplemente un delirio, cuyas consecuencias pueden ser terribles. Estamos viendo en directo las consecuencias dramáticas que tienen las sostenidas políticas de austeridad en la salud pública de Italia o España, que ahora se presentan incapaces de hacer frente a este evento que, en muy poco tiempo, requiere capacidades hospitalarias excepcionales.
Otra cosa fundamental para ralentizar el avance de la enfermedad o distribuir los mismos casos pero en una mayor cantidad de tiempo, lo cual no afecta el número total de personas que van a contraer el virus durante la epidemia, pero sí afecta la cantidad de personas que requieren hospitalización simultáneamente, son la conductas higiénicas de la población, como el lavado de manos frecuentes, no compartir el mate y las conductas de evitación social, por antipáticas que parezcan. Es que en un virus que se transmite por vía aérea, el “distanciamiento” social disminuye la probabilidad de contagiarse, o de contagiar a otros, en el caso de ser uno mismo, por ejemplo, un portador asintomático o con síntomas muy leves, pero contagioso.
Más temprano o más tarde, las autoridades van a verse obligadas a tomar medidas como no hemos hemos visto antes en nuestro país, por lo menos en la historia reciente. Medidas de otros tiempos, de tiempos en que la medicina no había avanzado tanto y la única forma de combatir una epidemia era cerrar las fronteras o aislar a los enfermos. Incluso es posible que ya estén evaluando algunas, como disponer la cuarentena obligatoria de todos los que ingresan al país, pero las medidas pueden ser todavía mayores, como las que se implementaron en China o se están aplicando ahora en países de Europa, que implican la suspensión de actividades educativas o de las visitas a residencias de adultos mayores, sin que tengamos que alarmarnos ni rebelarnos en nombre de la libertad individual, cuando lo que se aproxima es una verdadera amenaza para la comunidad y, dentro de la comunidad, especialmente grave para las personas mayores o con enfermedades de base.
Hay que derrotar esta epidemia y hay que empezar a derrotarla ya, cuando todavía no tenemos casos detectados. Porque una epidemia que se propaga de forma exponencial debe ser combatida tan temprano como sea posible, incluso antes de que aparezca y cuando todo el mundo cree que estás exagerando. De la medidas que se adopten para prevenir antes de que se detecten casos, contener el avance de la situación, cuando ya haya personas con infección por el nuevo coronavirus y mitigar la evolución de la epidemia, intentado que la curva de crecimiento de los infectados sea lo más suave posible, lo menos exponencial; de la prontitud y radicalidad de esas medidas, así como de la disciplina social para cumplir las pautas que se estipulen, depende que no enfrentemos en poco tiempo una situación que no podamos manejar, que sobrepase las capacidades de nuestro sistema de salud y que ponga en riesgo a la población.