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Editorial LUC |

La campaña de la provocación

Por Leandro Grille.

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El gobierno cuenta con el concurso entusiasta de los grandes medios, pero aún así le tiene un miedo bárbaro al carnaval y a cualquier disidencia más o menos vistosa. El problema de fondo es que no confían en la popularidad de la ley y no tienen idea de cómo defender el articulado con argumentos genuinos. Por eso la mayoría de los coaligados insiste en la tontera de que la ley se defiende sola, a pesar de que más de la mitad de la población no sabe de qué trata, y los más avispados la invocan como a la suerte en la desgracia: “Es una buena  ley porque no pasó una catástrofe”. Así las cosas, dos grandes grupos de promotores de la ley abandonaron el desafío de debatir los artículos impugnados.

Sin embargo, con frases generales es muy difícil hacer una campaña en la que el adversario parte con 800.000 adhesiones de base. Por lo tanto, y como cabía esperar, la apuesta es al cuco, a las publicidades de la Guerra Fría, al terrorismo discursivo que ya tiene más de 50 años. Y entonces los promotores de la derogación serían cómplices de genocidios, de cientos de millones de muertes, de las purgas de Stalin o de la Revolución Cultural China. Son, además, inescrupulosos que atacan la LUC con mentiras, usando a las murgas para pudrirle la cabeza a la gente, pero en realidad si llegaran a triunfar, liberarían cientos de presos autores de los peores crímenes que se agolpan contra los barrotes de sus celdas esperando la llamada de la libertad el domingo 27 de marzo. Porque no hay que olvidar que sindicalistas, bolches y tuparamos son, en el primer caso, delincuentes que se roban la plata de los trabajadores y las empresas para vivir parasitando e impidiendo que la gente pueda trabajar. En el segundo caso, la fuerza organizada del infierno comunista y, en el último, sediciosos que se alzaron contra las instituciones y mataron gente sin ninguna causa, cuando Uruguay era un dechado de democracia y justicia social.

Además de esa verborrea delirante, está el uso indiscriminado del Estado para hacer proselitismo: basta ver las conferencias de prensa y lanzamiento de campañas organizados en algunos lugares del interior, donde intendentes, presidente de las juntas departamentales, directores municipales y ediles promueven la papeleta del No desde sedes de la intendencia o de las juntas, todo con ese color celeste que la Corte Electoral les regaló para que transformen la campaña por la no derogación en una campaña con ribetes patrios.

Simultáneamente, le han declarado la guerra al carnaval, temiendo que las murgas les den pa’ que tengan y pa’ que guarden, ignorando que el carnaval es la fiesta más tradicional y popular del país, cuya convocatoria se explica, entre otras cosas, porque su canto es libre e incontrolable, porque la murga dice lo que otros no pueden y reflejan profundamente peripecias del pueblo.

Los dirigentes políticos del gobierno, especialmente algunos, han estado durante años alentando un abismo de odio que a mí, por lo pronto, no me mueve un pelo ni me escandaliza. Porque tengo claro que el odio de clases no es una desviación anecdótica de la derecha, sino un sentimiento puro y constitutivo. Es el odio hacia los que consideran subalternos y, sobre todo, cuando se emancipan o cuestionan sus privilegios: “Es un odio que no conviene olvidar”, como escribió Osvaldo Soriano en su cuento sobre el Mono Gatica.

En la medida que se acerca el referéndum, se exacerba el discurso tenebroso y aparecen algunos reflejos autoritarios y censuradores, muy especialmente en el interior. Pero la campaña fuerte todavía no empezó, y recién comenzará en los primeros de febrero. Va a ser una campaña plagada de cosas raras, en la cual el gobierno va a intentar hasta el último día que lo que esté en discusión sea otra cosa.

Para la oposición, es importantísimo aprovechar los momentos que tenga de encuentro con la gente o con la posibilidad de llegarle a la gente para hacer pedagogía sobre la ley, para explicar lo que dicen los artículos cuestionados y las consecuencias previsibles de su aplicación, en el momento en que la ley quede firme y se empiece a aplicar de verdad y no a medias, como se ha intentado hasta el momento. Pero, además, es importantísimo no caer en las provocaciones de Graciela Bianchi y otros tantos legisladores que permanentemente chapotean en un estercolero intelectual a plena luz del día, sin atisbo de pudor, con el objetivo evidente de pudrirla.

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