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La cultura de la clausura

Por Alfredo Percovich.

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Caras y Caretas Diario

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Cada vez que un gobierno habla de crisis y advierte panoramas inciertos, preocupantes o sombríos, la cultura ya sabe lo que vendrá. Habrá poca chance de casi nada. Y cualquier intento de alertas o previsiones serán en vano. Seguramente, los recursos ya fueron sumarialmente sentenciados sin chance alguna de alegatos ni defensa de ninguna índole porque hay otras prioridades. Siempre hay otras prioridades. 

Y con la cultura se podrá pensar mejor y contribuir a tener sociedades más libres, dignas, humanas, justas, sensibles, pero hay prioridades. Y por ello es mejor cancelar temporadas, cerrar salas, suspender funciones, ensayos y clases magistrales. Suspéndase. Clausúrese. Archívese. Resígnese.    

Porque hay otras prioridades.

Eso no debería sorprender a nadie. Ni a los actores, dramaturgos, músicos, plásticos, bailarines, coreógrafos ni a casi nadie. El punto es que más allá de las decisiones políticas -insisto previsibles, obvias- de colocar a la cultura en el último lugar de la fila y despreciar la importancia que tiene la producción cultural y cuánto incide en la salud, sensibilidad, estado de ánimo y educación de la población -por nombrar las básicas pero son muchísimas áreas más- además y casi como una actitud aduladora barata al gobierno de turno, desde distintos espacios de la comunicación se lanza un ataque estructurado, burdo y bastante ordinario por cierto, hacia algunos referentes de la cultura como queriendo mostrar que son incoherentes por cuestionar a unos más que a otras.

Nemirovsky sostenía que quien quisiera hacer alarde de su conocimiento del mar primero tendría que haberlo navegado durante tempestades y también en calma. Es muy difícil -sino imposible- pedirle a tecnócratas que entiendan el valor de la cultura si nunca jamás  bajaron de sus limbos pulcros y asépticos a observar presencialmente casi nada fuera de su burbuja y encierro, ni siquiera un ensayo, en el que los elencos dejan el alma sabiendo que en el mejor de los casos, con entradas agotadas, tampoco llegarán a cubrir los costos de la sala y de la producción. ¿Cómo explicarle a los editorialistas y columnistas que disparan contra las y los trabajadores de la cultura sobre la esencia del reclamo de los distintos colectivos del teatro independiente, músicos, bailarines, y tantos más, si nunca se tomaron la molestia ni la delicadeza de escuchar o leer los libros o ir a ver las obras por ejemplo de Gabriel Calderón o Marianella Morena? Apenas observan horrorizados y a la pasada unos pocos caracteres de algún tuit que les llegó o tal vez ni eso. Que es lo más probable, que ni un tuit hayan leído y hablen por orden superior de algún mandato moral que les convoca.

De todos modos, alguien debería avisarle a quien pretendió realizar un alegato a favor del gobierno por haber suspendido actividades artísticas, que ni Calderón ni Morena son «reconocidos simpatizantes del oficialismo», ni en el caso mencionado sobre la decisión del gobierno departamental, piensan lo mismo. No, no piensan igual y así lo manifestaron. Pero para el editorialista del diario más oficial del país, sí. Eso entendió o eso le soplaron mal. Morena piensa distinto pero ese no es el punto. Es que todos las y los intelectuales, las y los trabajadores de la cultura piensan distinto porque piensan con libertad. Incluso los que -circunstancialmente- dependen de un salario estatal por pertenecer a un cuerpo estable departamental o nacional. Porque son seres pensantes libres. ¿Qué es una idiotez tener que mencionarlo? Sí, lo es. En pleno siglo diecinuev… diría Marcos Mundstock. 

El intento de ataque a dos de los intelectuales más brillantes que ha dado el Uruguay en la segunda mitad del siglo XX, pretendiendo colocarlos en un lugar de marionetas manipulables, es una bajeza económica, para no decir barata. Y que exhibe ignorancia. Alcanzaba con que el editorialista consultara a los periodistas del diario para informarse sobre la trayectoria de los intelectuales y dramaturgos sobre los que iba escribir. Si creyó o mejor dicho, si compró la fruta podrida que le vendieron al oído, que Morena y Calderón son personas sumisas y que se someten a lo que algún líder partidario les indica, será porque su burbuja está teniendo problemas de conexión con la realidad y evidentemente está con el algoritmo dañado. 

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