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La Economía de la Soledad: Cómo el Capitalismo se Beneficia de la Desconexión

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Ahora que estamos interconectados, la soledad, en una clara paradoja, se ha convertido en una epidemia silenciosa. Ya no solo es común verlo en personas mayores o en quienes viven en zonas remotas.

Hoy en día, sentirse solo es cada vez más frecuente, afectando incluso a personas jóvenes, trabajadores urbanos y usuarios muy activos en redes sociales.

Sin embargo, la desconexión emocional y social no surgieron de la nada. En muchos casos, el sistema capitalista ha cultivado – y ha capitalizado – esta soledad, transformándola en un negocio muy lucrativo.

La Soledad Como Motor Económico

La soledad de hoy – la contemporánea – no es solo un signo de los tiempos modernos. Podemos determinarla como una condición moldeada y producida por la realidad económica y social.

Así, vemos como las relaciones comunitarias desaparecen con el tiempo, reemplazando familias, vecinos y amigos por agendas laborales. Como consecuencia, se genera un vacío y donde aparece un vacío, el mercado encuentra una oportunidad.

En este escenario, la respuesta del sistema consiste en ofrecernos productos o servicios que garantizan conexión, pero que no suelen ser efectivos. Entre ellos, nos encontramos con:

  • Aplicaciones de citas que cobran por encontrar afecto.
  • Redes sociales que crean ilusiones de cercanía para extraer datos.
  • Plataformas streaming o de videojuegos que simulan compañía temporal.
  • Empresas que monetizan alquilando “amigos” o “parejas” por hora.

Estos productos no son la solución de nuestros problemas de soledad, sino que se encargan de aprovecharla como un medio para generar ingresos de forma constante.

Capitalismo Digital e Individualización

El auge del trabajo a distancia, la automatización y digitalización del trabajo junto con el consumo algorítmico nos han impulsado hacia una vida cada vez más individualista.

Las plataformas, por ejemplo, se encargan de usar nuestros datos para generar espacios adaptados. Esta conducta puede terminar por reforzar nuestro aislamiento, ya que, eventualmente, terminaremos interactuando únicamente con espacios adaptados exclusivamente a nuestros gustos, opiniones y hábitos.

La Vigilancia Como Producto de la Desconexión

La soledad no solo puede ser comercializada, sino que también es monitoreada. En una realidad en la que pasamos cada vez más horas en línea, los hábitos emocionales pasan a ser datos.

Con ellos, las empresas construyen publicidad dirigida. Este modelo – llamado “economía de la atención” – comercia con el aislamiento para mantenernos en la conexión superficial continua.

Por ende, debemos pensar en usar aplicaciones de protección como las redes privadas virtuales (VPN). Con una VPN podemos salvaguardar nuestra privacidad en línea, ya que se encargan de cifrar la conexión.

Al mismo tiempo, si usamos una VPN, podremos limitar el seguimiento y la personalización no autorizada, reduciendo la exposición en plataformas que comercialicen con nuestras emociones.

La Falsa Promesa de la Conexión

Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería nos aseguran que están aquí para mantenernos “conectados”, pero frecuentemente terminan siendo un pobre sustituto de las interacciones genuinas.

En lugar de ayudarnos a profundizar en el espacio de las relaciones personales, las redes y aplicaciones nos inclinan más hacia la construcción de respuestas automáticas y emojis, así como “likes” y validaciones algorítmicas.

El tiempo delante de la pantalla no siempre es igual al tiempo de la conexión emocional. Cuanto más nos habituamos a permanecer en línea para sentirnos acompañados, más nos alejamos de las relaciones reales, aquellas que necesitan nuestro tiempo, presencia y vulnerabilidad para mantenerse y crecer.

¿Hacia Una Economía Del Cuidado?

En vista de la situación, muchos han comenzado a abogar por una economía del cuidado donde se ponga en primer lugar nuestro bienestar emocional.

Algunas de las estrategias necesarias para lograr implementar este tipo de economía del cuidado son:

  • Evaluar el diseño de los entornos laborales para renovarlos con el objetivo de favorecer la conexión social.
  • Diseñar tecnologías pensadas para impulsar los encuentros reales en vez de la interacción virtual.
  • Activar políticas públicas que acaben con el aislamiento social en vez de pasar la responsabilidad a los mercados.

También, naturalmente, es necesario desarrollar una ciudadanía digital más crítica. Dentro de este contexto, debemos aprender a cuidar la privacidad y el tiempo en pantalla, además de exigir una tecnología más ética. Estas son acciones individuales que podemos poner en práctica para alcanzar un cambio colectivo.

Vemos la soledad como un fenómeno complejo, pero en el contexto capitalista actual, se ha transformado también en un recurso económico. En este sentido, las plataformas digitales no solo son testigos de nuestra desconexión, sino que también incitan, moldean y explotan la desconexión.

Para resistirlos, debemos reconocerlos y, al tiempo que nos dirigimos a soluciones, abrazar el contexto digital puede ser un gesto simple pero significativo de autocuidado. Al fin y al cabo, lo contrario de la soledad no es estar “siempre conectado” sino estar “auténticamente” conectado.

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