Kelly Keiderling, embajadora de Estados Unidos en Uruguay, se ha transformado en columnista del diario El Observador. El martes 29 de agosto, desde la página 3 de la sección “Opinión” del periódico de marras, intenta explicarnos, a través de una columna titulada “¿De qué sirven más sanciones de EEUU a Venezuela?”, las razones de las medidas tomadas por su gobierno contra la República Bolivariana de Venezuela. Las mismas incluyen prohibiciones a transacciones o negocios relacionados con nueva deuda emitida por PDVSA con un vencimiento mayor a los 90 días; nueva deuda emitida por el Estado venezolano con plazo mayor a 30 días; así como bonos, pagos de dividendos u otra distribución de ganancias al Estado Venezolano y cualquier compra de valores al gobierno de Venezuela. La singularidad de estas sanciones –según Keiderling- es que “se continúe hipotecando el futuro de Venezuela mediante la acumulación de deuda” y al mismo tiempo “asegurar la ayuda humanitaria y el suministro de bienes básicos al pueblo venezolano”. Para ello, “la licencia general autoriza toda deuda que tenga que ver con exportaciones estadounidenses a Venezuela de productos agropecuarios, comida, medicinas y aparatos médicos de cualquier tipo –lo que los venezolanos necesitan hoy para no pasar hambre o para no morir de enfermedad” En los dos párrafos finales, el comunicado de la embajadora de Estados Unidos se refiere a que “nos parece inmoral que nuestro sistema financiero sea usado para la autopreservación del régimen de Maduro y el enriquecimiento de funcionarios corruptos del aparato de seguridad, a cambio de un creciente endeudamiento del pueblo y de hipotecar el futuro venezolano”. A continuación, Kelly fustiga la mala administración por parte de “los líderes de esta dictadura” e insólitamente se revela partidaria del extinto presidente Hugo Chávez que “cuando endeudaba a Venezuela, tenía en su mente ayudar a los más necesitados de su país”, a diferencia de “Maduro y la nueva élite bolivariana” “que endeudan a su pueblo para vivir bien ellos”, haciendo “compras extravagantes en el exterior mientras su pueblo pasa hambre”. Finalmente, manifiesta la voluntad de su gobierno de no ser cómplice de “la dictadura en Venezuela”, pero sí de “mostrar, con acciones concretas, que buscaremos maneras de condenar la represión, la corrupción, el abuso a los derechos humanos y el autoritarismo en ese país”. Eso no está reñido –según Keiderling- con la labor persuasiva, ya que “junto con otros países de las Américas, intentamos convencer a Nicolás Maduro y su élite bolivariana de que la salida a la tragedia de su país, tal como está escrito en la Declaración de Lima, se ubica en un retorno pacífico a la democracia, ‘en el marco de respeto a la soberanía venezolana…(a través de una) negociación creíble y de buena fe, que tenga el consenso de las partes…”. La declaración culmina con dos palabras que dan cuenta de la congoja de la embajadora: “Venezuela duele”. La opinión de Kelly Keiderling es relevante, ya que muestra un nuevo perfil de la política estadounidense. Además de su proverbial respeto a los derechos humanos, agrega su condena a la concentración del capital y a la acumulación de deuda externa. Pero lo realmente sorprendente es la adhesión de la embajadora a la figura de Hugo Chávez Frías, que aunque tardía, hace sospechar la presencia de “chavistas” en la órbita del Departamento de Estado, lo que no deja de ser una revelación impactante.
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