Las medidas del gobierno en materia educativa siguen siendo erráticas. Nadie discute que en materia educativa existen enormes omisiones, desviaciones, falacias y falencias que, lejos de disminuir, parecen aumentar, pero eso no comenzó con los gobiernos de izquierda, sino con la nefasta dictadura militar, que se encargó de quebrar por su base el andamiaje y la estructura viva de la educación en Uruguay.
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Ahora, las autoridades de ANEP anunciaron que el próximo año habrá clases los sábados en secundaria y UTU, en el ciclo básico, y parecen creer que se trata de una magnífica ocurrencia, sobre todo porque “siempre se hizo así”. Reeditar semejante régimen en la actualidad, sin embargo, tiene sus bemoles.
El presidente del Consejo Directivo Central de la ANEP, Robert Silva, dijo que se pretende “ampliar el tiempo de trabajo, no ampliar el horario de los docentes, pero sí trabajar de lunes a sábado. Más días, distribuyendo el horario y más presencialidad efectiva de nuestros estudiantes”. La afirmación de que siempre se hizo así, o que al menos se ha hecho así durante muchos años, no deja de constituir una falacia: se trata del argumento ad antiquitatem (también llamado apelación a la tradición). Una falacia lógica que consiste en afirmar que, si algo se ha venido haciendo desde hace tiempo, entonces tiene que ser correcto o verdadero. Con ese razonamiento, dado que durante milenios la humanidad vivió sin agua y sin luz, ahora deberíamos sacar agua del pozo y prender velas y faroles, para ahorrar; o, como antes andábamos en carreta, ahora hay que abandonar los automóviles. Es obvio que el único argumento para sostener una medida como la de dar clases los sábados sería brindar hechos y evidencias sólidas y contundentes que apoyen esa idea, lo cual no se ha hecho ni podrá hacerse, dado que no se cuenta con las mismas.
En el mejor de los casos, las clases en los días sábados (me refiero a la educación secundaria y no a la Universidad, ni a talleres o seminarios de ese nivel formativo) podrán haber sido buenas, o satisfactorias, o funcionales, para un momento y un contexto histórico determinado; pero nada indica que lo sean en la circunstancia actual. Nosotros heredamos ese sistema de la educación francesa, como tantas otras cosas, pero Francia suprimió las clases de los sábados en 2007.
Otras muchas falacias y retrocesos se suman para considerar inoportuna e ineficaz la medida anunciada por ANEP. En primer lugar, es indudable que supone una regresión en derechos laborales de los docentes, que no trabajan en días sábados desde hace años, y que eligieron sus horas para 2021 dentro de un régimen en el que claramente no existía el trabajo en esos días; todo ello debería ser tenido en cuenta por las autoridades de ANEP, puesto que el ius variandi (o sea, la facultad del empleador de alterar de manera unilateral las condiciones no esenciales del contrato de trabajo) tiene sus límites. Uno de ellos refiere a la jornada laboral, la cual, si se continúa en la senda anunciada, se verá modificada de manera abrupta, intempestiva e inconsulta, cosa que no es deseable para ningún trabajador, en ningún ámbito. Es cierto que nos estamos acostumbrando a los atropellos de este gobierno en el terreno de los derechos humanos, incluidos los derechos laborales, pero acostumbrarse no debería significar permanecer pasivos, y menos aún, avalar y aplaudir una medida de esa índole.
Extender las clases a los sábados no va a mejorar la calidad de la educación. Si fuera así, lo habríamos hecho mucho antes, al igual que el resto del planeta, y los resultados tendrían que estar a la vista desde hace rato. Ni siquiera va a mejorar la presencialidad, porque el único dato al respecto indica que la asistencia disminuye los días sábados y nada hace suponer que eso cambie a futuro. Para que exista una mejora real de la calidad educativa, se necesita mucho más que el alargue de una jornada. Imaginar otra cosa es una ingenuidad o una actitud maliciosa. En todo caso, la medida suena a demagogia, y la sola sospecha de que así sea nos obliga a meditar en ello porque así se debe actuar en una democracia.
La demagogia incluye estrategias cuyo único objetivo es obtener poder o prestigio ante las masas; apela a los prejuicios (o sea, a lo que está antes del juicio), y por ende a la desinformación. En este caso, de existir tal actitud, esta se inscribiría en el manido ataque a los docentes. Esperamos que no sea así, porque ello supondría una grosera ausencia de ética política, cuyos costos sociales y educativos pueden ser severos. Además de servirse del prejuicio, la demagogia echa mano de las emociones, los miedos y las esperanzas de la gente para granjearse apoyo popular, y lo hace mediante la adopción de medidas autoritarias (inconsultas, impuestas en general de manera arbitraria) y propaganda sesgada o tendenciosa. Confiamos que, en nuestro país, nadie insista en culpar a los docentes por todos los males de la educación. Los docentes no son los que gobiernan en materia educativa. Ellos no toman las decisiones. A ellos ni siquiera se les pide su opinión, y si se les pide, no se tiene en cuenta. Más bien se los presiona para que promuevan a sus estudiantes “al barrer”, lo cual está en las antípodas de una actitud formativa seria. Y no se va a remediar una sola de las carencias en ese terreno con las clases en días sábados. Esperamos y confiamos que no se esté incurriendo en demagogia, ese concepto que para Aristóteles consistía en la “forma corrupta o degenerada de la democracia”. Lo esperamos por el bien de la educación y por el bien del país todo, ya que la única virtud del demagogo consiste en adivinar los gustos y los deseos de la mayor parte de la población, sin molestarse en exponer antes toda la información que, de manera honesta y relevante, puedan obtener y brindar.
Las clases en días sábados no van a solucionar la falta de concentración de los alumnos, ni su capacidad de abstracción y de análisis, ni su comprensión lectora, ni su riqueza o pobreza de vocabulario, ni su acceso a las fuentes del conocimiento, ni su razonamiento lógico ni su formación argumentativa. Las clases en días sábados no van a lograr, mágicamente, que los estudiantes incorporen todo eso, en especial cuando existe esa gigantesca presión sobre los docentes (ejercida en primer lugar por algunos directores liceales e inspectores, y finalmente por las propias autoridades de ANEP) para que se limiten a avalar la cultura que los estudiantes traen por defecto; pues a eso parecen limitarse las “políticas educativas” actuales. Si los alumnos no se asoman al pensamiento complejo, no pueden ejercer plenamente sus facultades, ni en lunes, ni en miércoles ni en sábado, y si no las ejercen, no pueden formarse. Estas quedan en perpetuo estado larvario. Si a los alumnos se les fomenta el sentimiento de frustración, no lograrán dar el salto hacia ese pensamiento complejo. Y vaya si se les fomenta.
Ante el primer obstáculo, por mínimo que sea, saltan las excusas, los atajos, los pseudo argumentos. María tiene muchos problemas en la casa. Juan está en tratamiento psicológico. Pedro no tiene acceso a internet y Susana tiene problemas visuales y por lo tanto no puede leer. En una palabra, ninguno puede estudiar como es debido. En una mala película, alguien exclamaría: “La culpa es suya, señor o señora docente, porque les manda demasiadas lecturas, y, para colmo, solamente trabaja de lunes a viernes. Pero no se preocupe; ahora, que dictará clases los sábados, tal vez pueda comenzar a enmendar tantos errores y desviaciones. ¿Cómo y mediante cuáles instrumentos? No se sabe. En todo caso, señor o señora docente, eso es asunto suyo”.