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Editorial

Dos proyectos de país

La hora de la responsabilidad

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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El próximo domingo se enfrentan dos propuestas: la del Frente Amplio, que todos conocemos, y la de la llamada coalición multicolor, que integran casi todos los partidos e instituciones que han sido, al menos en el último período, la oposición. Nosotros hemos apoyado esta primera propuesta, a la que hemos atribuido el carácter de proyecto de país. Creemos que en sus tres gobiernos, en general, el Frente Amplio ha cumplido con sus compromisos, aunque algunas veces, tal vez menos de las necesarias, hemos marcado nuestras diferencias. Sin perjuicio, en sus 15 años de gobierno se puede constatar que Uruguay ha cambiado, ha disminuido sustancialmente la pobreza, la indigencia, la exclusión social, se han ampliado los derechos, se ha universalizado el derecho a la salud y a la educación, se ha desarrollado la infraestructura, se han promovido en forma irrestricta los derechos humanos y las libertades públicas, se ha respetado la separación de poderes y la seguridad jurídica, se ha procurado modernizar al país, apoyando la incorporación de tecnología y genética a la producción agropecuaria, desarrollando tecnología e innovación como el Plan Ceibal, el tendido de la fibra óptica, el cambio de la matriz energética y el desarrollo y la promoción de la industria del software.

Lo que ha hecho el Frente Amplio en sus 15 años de gobierno está arriba de la mesa, hay certezas. La otra opción es la de Lacalle Pou, la coalición de la oposición que ha entusiasmado a la otra mitad de los uruguayos que quieren cambiar. Como en todos lados, entre los que apoyan a Lacalle hay de todo, tolerantes y crispados, serenos o manijeados, liberales y autoritarios, egoístas y generosos, pobres y ricos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, blancos, colorados y votantes frenteamplistas desencantados.

Sinceramente, yo no sé bien lo que esta coalición propone porque ha sido especialmente reservada en sus propuestas, de manera de no afectar el apoyo de un electorado muy heterogéneo. Sin embargo, constato que la apoyan las cámaras empresariales, los grandes productores agropecuarios, los sectores más conservadores de la sociedad, los más ricos, los medios hegemónicos, los militares relacionados con la dictadura, Bolsonaro.

Me imagino que quienes dirigen esta coalición quieren un mundo mejor, quieren que se genere más riqueza, quieren que la gente viva más feliz. Estoy seguro de que no desean que haya más pobres, que los trabajadores vivan peor, que haya más mortalidad infantil, indigencia y exclusión. Pero, lamentablemente, estoy convencido de que con sus políticas los ricos serán más ricos y los pobres más pobres. Así ha sido siempre y no es casual que los ricos apoyen esta opción. Desgraciadamente, mientras haya ricos habrá pobres. En definitiva, lo que se discute es cómo se distribuye y yo pienso que solo se distribuye bien cuando se beneficia prioritariamente a los más humildes y desposeídos. En verdad, eso es lo que yo creo que hace la izquierda. Al menos, es lo que se propone hacer. Lo que propone la coalición es cómo se genera la riqueza, cómo se benefician los productores agropecuarios, los dueños de las empresas turísticas, los bancos, los empresarios los grandes comerciantes, los intermediarios. De cómo se distribuye, ni palabra; de los peones, ni hablar. Lo que parece claro cuando uno lee las propuestas de la llamada coalición, es que hay que recuperar la competitividad, lo que significa bajar los salarios, subir la cotización del dólar, rebajar derechos y disminuir los aportes del Estado a la seguridad social. En otras palabras, afectar jubilaciones y los derechos de los adultos mayores. Entiéndase, la masa del producto que se genera tiene que repartirse. Los ricos creen que cuanto más se lleven ellos, mejor estará el país; los pobres aspiran a vivir mejor. La clase media es un poco egoísta y un día va para acá y otro día para allá.

Hay algunas cosas que me gustaría decir antes del próximo domingo. Comprendo que hay gente que quiere cambiar y que la alternancia, que es un concepto con poco contenido, es muy atractivo en la política. Yo tengo amigos que confían en Lacalle, lo creen muy bien intencionado, alejado de la “vieja política”, lleno de esperanzas y buenas ideas. Ayer mismo hablé con Remo Monzeglio, un empresario hotelero, y lo escuché lleno de entusiasmo con la perspectiva de ganar. También he comprobado que hay gente que se ha desilusionado con el Frente Amplio, creía que le solucionaría todos sus problemas, que podría ser más agresivo para terminar con la pobreza, que sería más enérgico para abatir la burocracia política y estatal, que sería más de izquierda o que sería menos de izquierda.

Hoy me llamaron algunos compañeros muy entristecidos porque confiaban en que la encuesta de Bottinelli nos confirmaría nuestras esperanzas y, por el contrario, “nos dio pa’trás”.

Yo pienso que cuando se participa en elecciones cada cinco años, esta participación supone perder o ganar. Si se puede elegir, prefiero ganar, pero ni ganar las elecciones es tocar el cielo con las manos ni perder significa el fin de un proyecto político que lleva por lo menos 60 años de acumulación inclusiva, y que ya ha gobernado tres períodos seguidos, cosa que no logró el Partido Nacional en todo el siglo XX y ningún otro partido en el siglo XXI. Tampoco significa que hicimos todo mal ni que, de rectificar y corregir rumbos, en el futuro haremos todo bien.

Lo segundo, directamente vinculado a esto, es que tanto el que gane como el que pierda tienen una enorme responsabilidad: gobernar y mejorar el país que reciben. Conservar lo que se ha conseguido y perfeccionarlo. Digo esto porque no voy a dejar que la gente se engañe sin que se alcen voces que desmientan este escenario imaginario que la oposición de derecha ha difundido con la complicidad de los medios de comunicación hegemónicos.

Uruguay no es un país destruido ni mucho menos, sino que es un país que, con limitaciones como corresponde al momento mundial y regional, enfrenta el futuro con las velas desplegadas e indicadores de calidad de vida de la gente que no lograron colorados y blancos desde 1958 a 2004. Tampoco es el país de la intolerancia, ni el país que persigue a la oposición ni el de los periodistas presos ni aquel en el que te señalan con el dedo por tener opiniones disidentes. El gobierno del Frente Amplio no deja un campo minado, ni un montón de incendios prendidos ni una sociedad en llamas punto de estallar. El Frente Amplio, de perder las elecciones, va a demostrar una vez más su voluntad y sus convicciones democráticas, entregando el gobierno al que resulte ganador y trabajando hasta el último día, manteniendo los equilibrios macroeconómicos, desplegando la infraestructura de carreteras, vías férreas y puertos, fortaleciendo las empresas del Estado, la enseñanza pública y la salud de los uruguayos, abriendo nuevos mercados, recibiendo y promoviendo la inversión extranjera, procurando la rentabilidad de la empresa privada y su competitividad.

El lunes habrá un ganador y un perdedor, pero si todo ocurre con normalidad, ganamos todos. Administrar la victoria respetando a los adversarios es la responsabilidad del que gane. Saber perder es responsabilidad del que pierde. Nadie pide que se deje de pensar ni que los que resulten opositores abandonen sus ideas y dejen de oponerse a sus adversarios. Pero primero está el país y el país no es solo de los poderosos.

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