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Editorial

La medida de no tomar medidas

Por Leandro Grille.

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En el primer comunicado del año del Sistema Nacional del Emergencias, se registraban algo menos de 9.000 casos activos de covid-19, hoy ya andan por 60.000 las personas que están cursando la enfermedad. Por cierto, el número de internados en cuidados intensivos y el número de muertes no ha aumentado ni por asomo de esta forma, lo que debe atribuirse a la menor virulencia de la variante ómicron, aun cuando sea mucho más contagiosa, y sobre todo al enorme impacto de la vacunación masiva, esto último científicamente evidente y racionalmente indiscutible.

Aunque todos queremos que la pandemia termine de una vez por todas, abrigar la ilusión de que esta es la última ola no tiene sentido. Si lo es, festejaremos, pero todavía hay una enorme parte del mundo donde se han aplicado muy pocas vacunas, debido a la desigualdad en el acceso a ellas, por lo que la aparición de nuevas variantes no debe descartarse, es bastante probable.  Y esas nuevas variantes que tal vez emerjan nadie nos asegura que no sean muy contagiosas y eventualmente muy virulentas.

En la conferencia de prensa que brindó el presidente con el ministro de salud pública, Lacalle Pou hizo gala de su pasión por la canchereada y se burló de los que pedían acciones para contener la propagación del virus con una frase sobradora: “No tomar medidas es una medida”. Su claque lo aplaudió bastante, al menos en las redes sociales, porque disfrutan de las exhibiciones de poder, y mientras más soberbias y arbitrarias, más exultantes se muestran. Pero para el resto, es una nueva confirmación de que preside un espíritu menor, cuyo desvelo es el chicaneo.

Lacalle Pou tiene una filosofía que ubica la protección directa de la salud de la gente muy por debajo de la marcha de la economía. Es uno más de los políticos que en este mundo anteponen la economía a la salud, pero no la economía en el sentido de proteger los ingresos de la mayoría gente, sino de proteger la rentabilidad de las empresas y de los “malla oro”, como alguna vez tuvo a bien denominarlos. En una expresión extrema de la teoría del derrame, el presidente siempre ha creído que incluso en el contexto de una catástrofe sanitaria, la política trata de favorecer el enriquecimiento de los ricos, única noción de progreso que los neoliberales conciben.

Su gestión de la pandemia ha sido siempre básicamente esa: tomar la menor cantidad de medidas posibles que afecten la economía, si cuadra no tomar ninguna, y sostener el ajuste como estrategia orientadora. Para no exponer el carácter brutal de sus convicciones, se aferró a la libertad “responsable” como consigna convenientemente amplificada por todos los medios de comunicación, como si esto alguna vez se hubiese tratado de una tensión entre libertad y despotismo y no una contradicción mucho más elemental entre la vida y la muerte de gente concreta.

Lacalle se siente cómodo insistiendo en que sus opositores quieren quitarle la libertad a la gente y él es el bastión que lo impide. Logró con éxito ubicar en ese terreno la disputa ideológica. Hay que reconocerlo. Se lo debe a la obsecuencia de los medios, en primer término, y a un excelente trabajo de comunicación de su gobierno que, por supuesto, es más excelente porque los medios están bastante disciplinados. Pero lo cierto es que cada vez que los médicos, los científicos o los opositores le reclaman que haga algo porque la pandemia recrudece, él no lo hace y está seguro de que cobra al contado, de que en el marco de su estrategia obtiene un rédito político.

Por supuesto que las consecuencias de la inacción se pueden medir en muertos, en saturación del sistema de salud, en indicadores que, cuando se analicen con distancia y objetivad, se verá que no son meritorios, porque no hay mérito en que haya habido muertes evitables y una incidencia de la enfermedad que podría haber sido sustancialmente menor. Pero eso son observaciones contrafácticas que algún día escrutará la academia; hoy en la política no significan nada.

Sin embargo, el exceso de pedantería en la ridiculización permanente de todos los que han reclamado medidas de corte sanitario para poner un freno a los contagios, y de corte económico y social, para que la pobreza y y el desamparo no se extendiera tanto, finalmente tiene la virtud de dejar algo claro, quizá todavía no comprendido del todo por todos, pero probado en la madre de las circunstancias dramáticas: cuando tuvo que elegir, no eligió salvar hasta la última de las vidas en juego. Eligió otra cosa, quizá movido por sus convicciones, por las encuestas o por sus intereses, pero no eligió como principio rector proteger la vida y a la gente corriente; ese es un parte aguas, un abismo que nos separa y que perdona nuestro errores y desluce cualquiera de sus aciertos.

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