Se veía venir por la construcción de la trama y los papeles protagónicos:’La noche de 12 años’, la película de Álvaro Brechner, fue seleccionada para representar a Uruguay a los Premios Goya y al Oscar, en este caso para ver si puede ser nominada para Mejor película extranjera de habla no inglesa.
El film tiene buen guión, buena fotografía, excelentes actuaciones protagónicas y muy buenas actuaciones secundarias. Dentro de las primeras, los tres actores: el uruguayo Antonio Tort, el argentino Chino Darín y el español Antonio de la Torre -que interpretan a Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencoff y a José Mujica respectivamente- logran meterse en el papel de ese trío de tupamaros conocidos, junto con otro seis, como los rehenes de la dictadura. En los secundarios, se destaca las actuaciones de Mirella Pascual y de César Troncoso. Sólo en un punto puede estar un tanto renga: en la reconstrucción de época cuando se muestran imágenes de exteriores.
En una oportunidad, en el curso de una conversación privada, Fernández Huidobro dijo que el libro ‘Memorias del calabozo’, hubiera sido imposible si no se hubieran juntado con Mauricio Rosencof para grabar su experiencia de cautiverio inmediatamente después de ser liberados. Concluía en que la locura inducida a través de 12 años de confinamiento, torturas y humillaciones, aún no había perdido su inmediatez, su presencia en la mente y el cuerpo de las víctimas.
El valor fundamental de la recreación que Brechner hace de la peripecia que llegó a los límites de lo humano, es el ser una historia de la lucha contra la locura y la destrucción metódica y planificada. Pretender contextualizar la historia en el momento histórico, en la coyuntura, en la direccionalidad política de los protagonistas, es alejarse del cerno de la narración y confundir el sentido del implícito mensaje que contiene.
En definitiva, se trata de un ensayo sobre la condición humana, realizado sin concesiones, tal vez con los elementales pudores que exige la reconstrucción de una historia en la que lo humano y lo inhumano se entrelazan en una polifonía en la que la tragedia y la comedia se alternan, para transmitirnos lo que sabemos hace tiempo: que la vida no se puede comprender sin las lágrimas y sin las risas.
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