El 25 de octubre de 2016, a pocos días de las elecciones estadounidenses del 8 de noviembre, el mundialmente famoso escritor Stephen King (1947) envió un tuit que decía: “Mi historia de terror más reciente: érase una vez un hombre llamado Donald Trump y se postulaba para presidente. Algunas personas querían que ganara”. Aquel triunfo parecía imposible. La noche de la elección, King debe haber sufrido lo mismo que el premio Nobel de Economía Paul Krugman (1953), quien esa misma madrugada publicó un artículo para The New York Times titulado ‘Estados Unidos, nuestro país desconocido’. En la nota señaló: “[…] mientras escribo esto, pareciera -increíble y espantosamente- que los pronósticos favorecen a Donald Trump. Lo que sí sabemos es que la gente como yo, y probablemente como la mayoría de los lectores de The New York Times, en verdad no entendemos en qué país vivimos. Pensamos que nuestros conciudadanos no votarían por un candidato tan evidentemente poco calificado para el máximo cargo, con un temperamento tan demente, tan escalofriante como absurdo”. Y tras ensayar varias dolorosas explicaciones, concluye Krugman: “No sé qué nos espera. ¿Estados Unidos ha fallado como Estado y sociedad? Todo parece posible. Creo que tendremos que levantarnos y tratar de encontrar la forma de continuar, pero esta ha sido una noche de revelaciones terribles y no considero que sea un exceso sentir tanto desconsuelo”. Estas expresiones muestran con claridad lo que sintieron dos destacados exponentes del conjunto de megaestrellas culturales que integran el “progresismo norteamericano”, todos militantes del Partido Demócrata: personalidades como las comunicadoras Oprah Winfrey y Ellen DeGeneres; los directores cinematográficos Robert Redford, Woody Allen, Oliver Stone, Michael Moore, Steven Spielberg, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Spike Lee, Rob Reiner; los actores Meryl Streep, Jane Fonda, Robert De Niro, Matt Damon, Leonardo Di Caprio, Julianne Moore, Eva Longoria, George Clooney, Morgan Freeman, Jake Gyllenhaall; los músicos Bob Dylan, Joan Baez, Paul Simon, Art Garfunkel, Stevie Wonder, Madonna, Bruce Springsteen, Cher, Beyoncé, Bon Jovi y Lady Gaga; y los empresarios Warren Buffett, Bill Gates y Michael Bloomberg, entre muchísimos otros. Todos ellos nacieron o crecieron durante la apoteosis del “sueño americano”, que alcanzó su cumbre al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos emergió como la única superpotencia mundial, tierra de promisión, donde “un hombre libre podía triunfar, gracias a su esfuerzo e inteligencia, en el terreno en que se lo propusiera”; un “sueño” que generó el sentimiento de la “excepcionalidad americana” y consecuente “sentido misional” e inclusivo que tan bien describió el geoestratega republicano Henry Kissinger. Esa versión del “sueño” se mantuvo latente aun en épocas turbulentas como el maccarthysmo, la Guerra Fría y los cuestionamientos hippies, los tiempos de Reagan y los de los Bush, creció en las Universidades cuando llegó la Tercera Revolución Tecnológica (la de las ciencias de la información), y tuvo un revival durante las presidencias de William Bill Clinton y Barack Obama. Naturalmente, toda esta constelación tiene sobrados motivos para sentir horror hacia Donald Trump. Stephen King, cronista fiel de la evolución del “sueño americano” desde los años 50 -reflejada en textos memorables como Cuenta conmigo, Corazones en la Atlántida, Dolores Claiborne (aprueba la justicia por mano propia ante el abuso a la mujer) y sobre todo Esperanza, eterna primavera-, se enfrentó, luego de haber recibido en setiembre de 2015 la Medalla Nacional de las Artes de manos de Barack Obama (sin duda su versión del sueño americano) al abismo de unos Estados Unidos profundamente divididos, al igual que años antes describió, como nadie, Truman Capote en A sangre fría. La trayectoria del rey El pasado 21 de setiembre, en su mansión gótica de las afueras de Bangor, Maine, rodeado de su familia, cumplió 70 años Stephen King, que para algunos es solamente el rey del best seller (75 libros, 59 de los cuales son novelas, 400 millones de ejemplares vendidos y decenas de versiones fílmicas de sus obras a 2016, según el biógrafo Ariel Bosi), y para otros un Mark Twain o Charles Dickens de los siglos XX y XXI, con textos a la altura de Lovecraft, Poe, Salinger o Ray Bradbury. Vive, precisamente ahora que comenzó la abominada era de Trump, otra instancia de apoteosis, y eso no es casual. Se estrenaron mundialmente la película que intenta resumir su opus magnum La torre oscura (ocho volúmenes del género “fantasía heroica”) y la nueva versión fílmica de It (la historia del payaso Pennywise, asesino de niños, soberbia encarnación del mal que provocó terror en multitudes y la protesta de payasos reales en todo el mundo); se conoció la versión televisiva de Mr. Mercedes; en tanto que las librerías uruguayas recibieron recientemente libros de y sobre él: la colección de cuentos El bazar de los sueños oscuros (en la que mostró que ha recuperado su mejor estilo) y el completo estudio Todo sobre Stephen King (Ariel Bosi, Penguin Random House, 564 páginas), elaborado por un fanático argentino. Algunos críticos literarios exquisitos, como Harold Bloom (1930, decano de Yale y autor de El canon occidental), lo siguen considerando “mero escritor de best sellers”, mientras que la mayoría ha aceptado su inmenso y desparejo talento (asociado a su casi inverosímil ritmo de producción: hasta cuatro libros en un año) y su intensa comunicación con los lectores, lo que en 2003 le valió el National Book Award, en la certidumbre de que “legará un inmejorable testimonio de las vertiginosas últimas cuatro décadas”. Sabemos casi todo sobre él. Que nació el 21 de setiembre de 1947 en Portland, Maine, EEUU, que fue abandonado por su padre a los dos años y que conoció la pobreza y las humillaciones. No en vano protagonizan sus textos un grupo de niños autoapodados “el club de los perdedores”, acosados por matones o temores profundos que encarnan en monstruos. Alto, feo y desgarbado, escribió desde su infancia y se licenció en lengua y literatura inglesa en la Universidad de Maine en junio de 1970. Sufrió adicciones al alcohol y las drogas, que narró puntillosamente en Mientras escribo (1999). Fue un humilde profesor de inglés y se casó en 1971 con la también novelista Tabitha Spruce, que le ha dado tres hijos, y con la que vive en la asombrosa mansión gótica de Maine. En 1974 publicó su primera novela Carrie, la historia de una joven humillada que desencadena fuerzas sobrenaturales, llevada al cine con gran éxito en 1976 por Brian de Palma, y luego filmada varias veces más. Desde entonces, King acumula premios y millones. Su obra ha sido filmada por Stanley Kubrick, John Carpenter, George Romero, David Cronenberg, Rob Reiner, Bryan Singer y Frank Darabont. Sobre su literatura afirmó Elvio Gandolfo: “Cruce delirante de escritor popular desaforado y cultor fino de atmósferas envolventes, conocedor al dedillo de la cultura norteamericana, que en muchos planos pasó a ser universal, jugador imprevisible que mete tantos goles como ejecuta jugadas de increíble torpeza narrativa, no hay quien le pise el poncho”. King han ensayado todas las formas narrativas. Publicó seis novelas con el seudónimo de Richard Bachman, la saga de La torre oscura, y una novela por entregas titulada La milla verde (1996), filmada por Frank Darabont en 1999; completó obras en colaboración, ensayos y hasta libros de fotografías. Lo ha hecho en todos los formatos imaginables y su comunicación con quienes llama afectuosamente “lector constante” tiene la cercanía e intensidad del diálogo con un viejo amigo. Reflejando la sociedad Si bien sus textos más valiosos son historias naturalistas, King es considerado un autor de narraciones de terror, género que hace ya muchos años ganó un amplio espacio tanto en la literatura como en el cine y la TV. Psicólogos y sociólogos abundan en explicaciones de tal fenómeno que apuntan a la expresión de temores profundos de la población hacia asuntos como la incertidumbre económica, las guerras, y las manifestaciones patológicas de violencia social e individual. Un gran escritor refleja la sociedad en que vive. King toma como escenario el período que comienza en los dorados años 60 (Kennedy, la revolución beat y las luchas contra la segregación racial); pasa por los años de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher; planea sobre los años 90, marcados por la ilusión del “fin de la historia” debido a la implosión de la URSS, la pretensión del pensamiento único, el auge del darwinismo social y la competencia desenfrenada; y llega al desesperanzado siglo XXI, signado por las crisis económicas globales, el predominio absoluto del sistema capitalista y la ausencia de utopías. King tiene algunos puntos comunes con los grandes autores del “sur profundo”, como William Faulkner, Carson McCullers y Truman Capote. Su prosa no respira una atmósfera de tanta violencia y sensualidad, pero también está erizada de anécdotas ásperas que muestran los aspectos oscuros de la vida (la miseria, la violencia, la humillación, la promiscuidad, la hipocresía), así como la lucha por la amistad, la caridad, el amor, la esperanza y la redención. Fluye en ambos estilos el rechazo a todos los autoritarismos y una corriente de simpatía hacia los perdedores que deja al costado del camino el implacable combate por la existencia. King es en el fondo, como Bradbury, un moralista, un escritor casi religioso, enamorado de la libertad y del desdichado destino de los hombres, encasillado como escritor de textos de terror. Estos equívocos son frecuentes. Al fin y al cabo, Crónicas marcianas es un alegato sobre la soledad del hombre y sus tendencias autodestructivas, vestido de relato de ciencia ficción. Toda obra mayor es testigo de su tiempo -en Bradbury están la Guerra Fría, el terror del holocausto nuclear, el maccarthysmo, el racismo, la soberbia y la estupidez de los vencedores- y tiene una dimensión ética y religiosa. King se hunde profundamente en el horror al explorar la evolución de la sociedad estadounidense y descubrir que tras el “sueño americano” (en el que cree) subyacen agazapados criaturas como los francotiradores que cada tanto asesinan a mansalva en escuelas y universidades, los niños rubios de clase media que quieren aprender de los nazis o autoritarios supremacistas como Donald Trump. A ellos ha enfrentado siempre héroes como el protagonista de La zona muerta (1979), un hombre al que un accidente concede el don de la adivinación (y la posibilidad de modificar el futuro), que sacrifica su vida para evitar que un aventurero de extrema derecha llegue al poder y desate una guerra nuclear. Su relato Esperanza, eterna primavera (‘The Shawshank redemption’, cuento contenido en Different seasons, 1982, llevado al cine en forma incomparable por Frank Darabont con el nombre de Sueño de libertad, 1994, con Tim Robbins y Morgan Freeman) narra la forma en que un presidiario (el joven banquero Andy Dufresne, de gran inteligencia) logra inyectar en otro preso, ya institucionalizado, el ansia de libertad y concreta la de ambos a través de una fuga casi milagrosa. King refleja la brutalidad implacable de la vida carcelaria, que sirve de perfecta metáfora para los mecanismos de poder que rigen nuestra sociedad. Desde Carrie fluyeron torrencialmente decenas de textos de todo tipo. Acaba de estrenarse la versión televisiva de Mr. Mercedes (2015, que ya tiene su segunda parte, Quien pierde paga, 2016), un salto cualitativo en la narrativa de King, ya que remite a su primera novela policial o negra (un asesino serial y el detective que lo persigue), ambientada en plena Gran Recesión 2007-2010 (con sus colas de desocupados), y uno de cuyos campos de batalla es la comunicación electrónica. En El bazar de los malos sueños (Penguin Random House, 602 páginas), colección de 21 cuentos, flota también la desesperanza dejada en EEUU por la Gran Recesión, así como la impiedad de los grupos privilegiados -grandes banqueros y funcionarios con información calificada- que se aprovecharon de la crisis. Son el prólogo de los cuentos sobre la nueva “edad oscura” que no tardarán en llegar. King es el gran cronista de Estados Unidos desde mediados del siglo XX. Balance provisional El 1º de octubre, en la peor masacre desde el 11S, uno de los frecuentes francotiradores disparó utilizando armas automáticas sobre miles de personas en un concierto en Las Vegas, dejando 59 muertos y 527 heridos. El primer comentario del presidente Trump (quien luego visitó el devastado Puerto Rico para humillar a sus ciudadanos y les recordó su enorme deuda con la Unión) fue afirmar que “hoy no es momento para hablar de la violencia de las armas”. Mientras tanto, continúa la expulsión de inmigrantes en la que fuera “tierra de promisión”, en la que los ricos se vuelven cada vez más ricos. Stephen King nació en la sociedad que era en 1776 la vanguardia de la izquierda mundial y que redactó la Constitución que inspiró a las siguientes, dando a la historia personalidades tan disímiles y descollantes como George Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt, Dwight Eisenhower, John Kennedy, Richard Nixon, Joseph McCarthy, Edgar Hoover, Ronald Reagan, William Bill Clinton y Barack Obama; John Kenneth Galbraith, Paul Krugman y Milton Friedman; Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger. Como intérprete de esa grande y contradictoria nación, King, con sus historias de terror, viene a recordarnos que, como escribió Borges, la “humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria”. Estados Unidos atraviesa una de sus horas más negras, que se proyecta sobre el mundo, y Stephen King la refleja con veracidad.
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