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Las nuevas armas rusas y la paz futura

Por Rafael Bayce

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Las potencias nucleares han crecido en número y todas disponen de material bélico más dañino, de mayor alcance y maniobrabilidad para eludir sistemas defensivos antimisiles. Los países con capacidad nuclear ofensiva o disuasoria son Estados Unidos, Rusia, Israel, Corea del Norte, India, China, Pakistán, Francia y Reino Unido, dudándose de la proximidad de Irán a ese estatus. Por otra parte, especialistas militares consideran que hay un 50 por ciento de probabilidades de que se desate una guerra nuclear en los próximos 10 años y que solamente hay unas diez naciones imposibles de invadir con los armamentos disponibles por invasores e invadidos: Estados Unidos, Rusia, Canadá, Australia, Israel, Irán, Bután, Suiza, Japón y Corea del Norte.

Si bien la ‘guerra fría’ post-Segunda Guerra Mundial entre el bloque capitalista y el bloque comunista, extendida a la carrera espacial, se convirtió con el tiempo en un cuasi monólogo norteamericano, potencia mundial incontestada en los últimos 30 años del siglo XX, el siglo XXI trae novedades en el tablero bélico y en las relaciones entre los más importantes actores globales. India pasa a ser el país más poblado del mundo, es uno de los diez nucleares y sobrepasará a los Estados Unidos como el segundo poder económico detrás de China en pocos años. El brexit, diversos organismos regionales euroasiáticos, la reaproximación de China y Rusia, y la política menos globalista de Trump hacen enormes diferencias geopolíticas.

La carrera armamentista, mientras tanto, sigue desarrollándose con el propósito alegado por todos los competidores de que el fortalecimiento favorece a la disuasión de todos los potenciales atacantes nucleares o defensores nucleares. ¿Qué nuevas armas parecen estar consensuadas como tan potentes que sus supuestos destinatarios confiesan no estar preparados aún para enfrentarlas si se pusieran en acción? Hay dos que son el orgullo de Putin y frente a las cuales Estados Unidos confiesa estar trabajando pero aún no poder con ellas si fueran usadas ya y tal como sus potencialidades indican.

Misiles hipersónicos intercontinentales

En el marketing retórico ruso de la nueva guerra fría que adoptó Putin dentro de su estrategia de reconstrucción pos-soviética de la Gran Rusia, estos misiles juegan el importante papel de colocar, en la balanza de la détente, o deterrence, algunos ítems que pueden contar como ventaja parcial rusa, frente al cuasi monopolio incontestado de los Estados Unidos de fines del siglo XX.

Logran volar a una altura estratosférica parcialmente indetectable, consiguen una velocidad de varias veces la de la luz, pueden estar cargados hasta con dos toneladas de carga nuclear y tienen una versatilidad de vuelo tal que ajustan inmediatamente su trayectoria cuando detectan otros objetos sospechosos o radares. Estados Unidos ha declarado que está trabajando hacia la posesión de misiles hipersónicos, pero que aún no los tiene ni tampoco los medios de detección por radares que pudieran prevenirlos.

Rusia solo los ha probado a satisfacción, pero sin proyectarlos desde ejercicios parciales a lanzamientos bélicos concretos.

No deja de sorprender la tranquilidad con que exmilitares y militares estadounidenses de altísima graduación reconocen la vanguardia rusa en este aspecto del armamento bélico. Sin embargo, en la medida que no se han usado realmente ni hay un conflicto en el horizonte inmediato, el reconocimiento cumple, del lado estadounidense, con la función de priorizar esfuerzos en política bélica que puedan ser sostenidos por una opinión pública informada y una interna política militar alerta pero sin alarmas, como corresponde al momento de mutua disuasión instalado. Pero hay otra arma muy impresionante en el difundido nuevo arsenal ruso.

Poseidón: el drone submarino nuclear

Otra invención futurista que parece salida de talleres de diseñadores de efectos especiales cinematográficos. Es un submarino sin tripulación, un dron submarino, que viaja a más de 100 km/h, que lleva cargas nucleares poderosísimas y que pueden ser lanzadas contra objetivos militares o, quizás inaugurando una nueva forma de letalidad, contra la mera ribera de tierra firme. Con los métodos más avanzados hoy, no es posible detectarlos ni mucho menos detenerlos.

¿Por qué tan letal ese ataque submarino a la tierra firme subacuática? Porque el impacto de una carga nuclear produciría un descomunal tsunami que podría tener la magnitud del japonés de hace unos años, pese a que el agua absorbería parte de la velocidad de impacto final, porque crearía una enorme nube de polvo radiactivo también letal, y porque convertiría en imposible de vivir a un territorio contaminado en una enorme circunferencia, desde el epicentro del blanco alcanzado, de magnitudes al menos similares a las de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

Equilibrio armamentista

Se argumenta, a favor de una carrera armamentista, que tanto las novedades tecnológicas como la emulación de ellas son un refuerzo a la paz, porque impiden que una determinada superioridad en un espacio-tiempo determinado pueda proyectarse impunemente en la realidad.

La competencia armamentista, entonces, contribuiría a la paz en la constante búsqueda por equilibrar una determinada vanguardia coyuntural o puntual que generaría una primacía. Pero, por otro lado, la misma carrera armamentista, buscadora de un equilibrio, un balance y reequilibrios, empuja hacia arriba en nivel de armamentos en poder, tanto de naciones como de subgrupos intranacionales e internacionales, y hasta de la calidad del armamento en poder de civiles en la vida cotidiana.

En efecto, las naciones tecnológicamente de vanguardia bélica no venden sus armas de última generación, pero sí lo hacen con lo que va quedando obsoleto. Así, las naciones menos poderosas en armamento van mejorando su potencial bélico adquiriendo siempre mejores armas, aunque también siempre peores que las de los países tecnológicamente líderes. Pero cualquier conflicto que los involucre tendrá entonces creciente letalidad, y no solo los de los grandes países del détente o deterrence.

Las novedades tecnológicas hacen posible que una determinada nación, por ejemplo, pueda alcanzar el potencial de otra que podría atacarla, aunque sea verdad que, por equipamiento científico y por monto de inversiones acumuladas, las naciones tradicionalmente vanguardistas bélicamente tienen mayores probabilidades de producir novedades, y más probabilidades de hacerlo que las otras. Sin embargo, en armas cortas, por ejemplo, aunque ya no sean de uso privilegiado bélico en la actualidad, pistolas y revólveres de naciones europeas son las preferidas, y no las estadounidenses o rusas, por ejemplo.

El nivel de riesgo aumenta por la cantidad de armas potentes en el mercado bélico y por la letalidad creciente de las de vanguardia. De ese modo, lo que persiguió el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares -la disminución de armas nucleares- se cumple, pero las que existen son tanto más letales que convierten en grave cualquier conflicto potencial entre grupos que no lo sería con otras armas en poder de ellos. La letalidad de las policías aumenta y también la de las armas de uso civil, como la historia reciente de los Estados Unidos documenta.

Cualquier grupúsculo religioso, racial o étnico puede crear peligros graves. Cualquier lunático, lobo solitario u obediente ejecutor de una consigna de fatwa jihadista puede ser temible. Puede haber menos armas letales de vanguardia tecnológica en Rusia y en Estados Unidos; pero hay más y mejores en todo el mundo, aunque no de última generación, pero aumentando por mejor obsolescencia mercadeable; y hay fuerzas públicas y ciudadanos mejor armados. Aunque los dos países líderes tengan menos aunque mucho más letales armas.

En una perspectiva global, la vanguardia tecnológica y la proliferación de armas siempre paulatinamente mejores, aunque pueden disuadir a veces, produce un aumento de la letalidad cotidiana y de la sensación de inseguridad, aun de aquellos que compran armas porque creen que así se defenderán mejor de peligros cotidianos. Se equivocan, como está demostrado. La no proliferación es una farsa. Tanto la carrera hacia el détente, como la vanguardia tecnológica bélica, y como la generalización de armas cada vez más letales entre más grupos y civiles, están produciendo lo contrario de lo que dicen querer. Como en tantos otros rubros de la vida humana social, tan públicamente hipócrita como privadamente cínica.

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