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Tiempo y espacio

Los nuevos desafíos de la historia

Por Leonardo Borges.

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Antes de morir en manos de las fuerzas nazis que ocuparon Francia, Marc Bloch -padre de la Escuela de los Annales- escribió un libro revelador sobre el oficio del historiador. Su amigo Lucien Febvre era quien sacaba sigilosamente y ordenaba aquellos papeles que su amigo escribía estando preso. En aquel Bosquejo histórico o Introducción a la historia, Bloch sentaba las bases de la ciencia (o disciplina, discusión epistemológica para otro artículo) que cultivó tantos años. La historia es la ciencia de los hombres, sostenía, dejando de lado la recurrente idea de que la historia estudia el pasado; y agregaba, a través del tiempo (pensando pasado y presente como una retroalimentación) y el espacio. Uno de los historiadores más importantes de la primera mitad del siglo XX, padre de una de las escuelas más significativas hasta nuestros días, colocaba al espacio geográfico en un sitio importante a la hora de comprender las sociedades. Más adelante en el tiempo, uno de los historiadores más originales -también miembro de la Escuela de los Annales -, Emmanuel Le Roy Ladurie, escribió un libro tan complejo como explicativo, que une como ninguno el tiempo y el espacio. La Historia del clima desde el año mil analiza los cambios sociales y su relación con el espacio y los componentes físicos del mismo. No podemos pensar de otra forma la historia sino como el devenir de las sociedades en un espacio geográfico y, justamente, la relación entre la transformación de ese espacio y los cambios sociales. Una historia seria y moderna, compleja y abarcadora debe analizar los fenómenos locales y lograr comprenderlos antes de lanzarse a la caza de megarrelatos o explicaciones generalizadoras pero que adolezcan de veracidad. La historia nacional en su tremendo derrotero, en su accidentado devenir, se ha enraizado en determinadas ideas, ha abonado terreno fértil y allí ha descansado. Es esencialmente historia montevideana, centralista, mezquina con los fenómenos de lo que denomina casi despectivamente interior profundo. La historia vernácula adolece de los mismos problemas y conflictos que le achacamos a la “profética” historia universal, que es en definitiva una historia del devenir europeo. De la misma forma que la historia universal no existe, dado que sólo estudia el imperialismo europeo (y los sitios que conquistó) y termina invisibilizando al resto del mundo, que le es ajeno; la historia nacional es montevideocéntrica en exceso, dejando de lado por intrascendente las historias locales, las historias mínimas que forman, en definitiva, el devenir histórico. No es cuestión que los historiadores montevideanos visiten y observen la realidad de los campos orientales, sino que las historias locales, la microhistoria es la que late en el terreno. Podemos, desde la capital, analizar la tenencia de la tierra en la frontera norte de Uruguay sin pisar aquellas tierras, pero nunca el resultado se acercará a un resultado integral. Un gran amigo y maestro, una de esas vacas sagradas que quedan en la intelectualidad uruguaya, el profesor antropólogo Daniel Vidart, una vez me aconsejó acercarme a la antropología pues “a los antropólogos, nada de lo humano nos es ajeno”. De esa ciencia uno puede aprender muchas cosas, pero la que más nos distancia es la importancia que le dan ellos al trabajo de campo. Los antropólogos están cara a cara con su universo de estudio. De esa misma forma los historiadores deben comprender el fenómeno desde esos sitios y no quedarse en un análisis centralista de esos fenómenos. La tenencia de la tierra, las lógicas fronterizas, los caudillos en el interior, las relaciones sociales, los estertores del alambramiento y hasta las consecuencias de la escolarización compulsiva, todo debería ser analizado a la luz de la microhistoria, de las historias locales, en definitiva, abrir las puertas de la historia a los historiadores del interior. Por otra parte, las lógicas de esa historia centralista deberían abrir los fenómenos hacia una comprensión cabal y abarcativa en toda su complejidad. La historia y las ciencias sociales deben dialogar en busca de comprender los fenómenos. La historia y las ciencias sociales y todas las incursiones de Fernand Braudel en este aspecto siempre fueron de diálogo entre las ciencias sociales. Braudel sostiene en el libro mencionado: “El espacio de las civilizaciones constituye algo muy diferente de un accidente; si supone un reto, es un reto repetido, de larga duración”. En definitiva, para Braudel, las civilizaciones son espacios. De esta forma se debe trabajar, partiendo del fenómeno y abarcándolo de todas las perspectivas, de forma holística. Por ejemplo, la geografía y el trabajo del espacio geográfico, su impacto y la relación con la comunidad; la cartografía de la zona y el aprendizaje que esto genera; la historia, en forma de microhistoria local y su relación con el relato tradicional; la sociología en tanto dinámicas particulares que se dan alrededor del fenómeno y hasta la antropología en tanto fenómenos de apropiación por parte de los pueblos circundantes. De esta forma, la historia debe dejar de lado ese centralismo lindando la soberbia (ese montevideocentrismo, que en algunos casos transmuta en centralismo citadino) y debe abrir las puertas a las ciencias sociales. La educación transita los mismos derroteros en medio de este nuevo siglo y las nuevas formas de apropiación del conocimiento. En el mundo del siglo XXI las formas tradicionales de trabajar con los alumnos van quedando caducas por las nuevas formas de apropiación del conocimiento. La red y su océano de conocimiento han hecho que el docente deje de ser un faro que ilumina, un poseedor de conocimiento, para ser un facilitador, un actor que debe hacer que justamente el alumno no se ahogue en ese océano de información. Las técnicas de investigación con los alumnos en todas sus variantes son el futuro en educación. Y mucho más el análisis de un fenómeno cercano a los alumnos desde todas las aristas (obviamente partiendo desde la disciplina del docente). Como decía Marc Bloch, antes de morir en manos de los nazis, cada ciencia no es más que un escalón hacia el conocimiento universal que es claramente una utopía, pero que su trabajo es justamente que caminemos. Historia, ciencias sociales y educación son el desafío de los investigadores sociales en el siglo XXI.  

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