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Editorial

Médicos cubanos

Los ojos ciegos bien abiertos

Por Leandro Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Cada año el Estado uruguayo percibe, en promedio, 50 millones de dólares por su participación en las misiones de paz de la ONU. De ese monto, algo más 10 millones de dólares se utilizan para pagarles a los soldados que participan en las misiones. Esto es: 20% de los que nos paga la ONU se va en el sueldo de los militares que mandamos a diferentes partes del mundo. El resto del dinero se utiliza para otras cosas, en general inversiones que hace el Ministerio de Defensa en infraestructura, equipamiento y la atención de otras necesidades.

Este procedimiento de contratación de ejércitos de países integrantes de la ONU para llevar adelante misiones de mantenimiento de la paz o de imposición de la paz es habitual y muchos países participan o han participado en ellas. Todos los Estados cobran y, por supuesto, todos los Estados disponen de ese dinero como mejor les parece. Solo un porcentaje minoritario del dinero que perciben los Estados se distribuye en el sueldo de los soldados que viajan, actúan y arriesgan sus vidas en dichas misiones.

Ahora bien, hace tiempo que Estados Unidos y sus múltiples alcahuetes alrededor del mundo insisten en que las misiones de médicos cubanos que trabajan en decenas de países del mundo son “esclavos” del gobierno cubano porque Cuba les cobra a los países un monto de dinero y distribuye entre los médicos un porcentaje de ese monto que, en el caso de Brasil y la misión Más Médicos, era 25% del total de los ingresos. ¿Por qué los médicos cubanos serían esclavos y los soldados uruguayos no?

El argumento de la esclavitud que, como vemos, es una imbecilidad, es el más utilizado por las derechas y las corporaciones médicas de los países donde se han desplegado misiones médicas de Cuba. Ni bien asumió, pletórico de cinismo, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, exigió a Cuba que distribuyera entre los médicos todo el dinero que Brasil pagaba por la misión que involucraba a más de 10.000 profesionales cubanos repartidos en las regiones más pobres de Brasil, condición inaceptable para Cuba y para cualquier Estado que le venda un servicio a otro. Así fue que, dos semanas después de la asunción de Bolsonaro, Cuba retiró a su personal, que regresó a la isla. Las consecuencias para Brasil, en términos sanitarios, han sido devastadoras y la mayoría de las localidades y comunidades indígenas donde los cubanos trabajaban hoy no cuentan con médicos porque la mayoría de los médicos brasileños simplemente se niegan a ir a esos lugares alejados y humildes donde los cubanos se desempeñaban, con resultados indiscutidos y extraordinarios.

El otro argumento frecuentemente utilizado por las corporaciones médicas nacionales, que habitualmente rechazan la presencia de los galenos cubanos, es el de la calidad de los profesionales. Así lo han hecho en todos los países, pero muy especialmente en Ecuador, Brasil o Bolivia, lugares donde el programa tuvo un éxito fenomenal, pero ya fue cancelado y los médicos expulsados por los gobiernos de derecha que han tomado el poder, en el primer caso por traición, en el segundo por elección con el principal candidato de izquierda preso y en el tercero, tras un liso y llano golpe de Estado.

En Uruguay no fue distinto y cuando el programa oftalmológico cubano conocido como Operación Milagro, que al día de hoy ha restituido la vista a 6 millones de personas en América Latina y a más de 90.000 personas en nuestro país, aterrizó acá, tanto la derecha uruguaya como la corporación de oftalmólogos se opusieron fervientemente a la iniciativa. Esta última incluso llegó a presentar demandas penales y a impedir que oftalmólogos uruguayos se anotaran para participar en el programa, con argumentos similares contra la cooperación médica cubana, sin hacer mención al fundamento determinante de la tirria, que no era otro que la pérdida de un gigantesco negocio que los favorecía toda vez que la gente pagaba más de 1.500 dólares por ojo en cada intervención quirúrgica oftalmológica en clínicas privadas o en las mutualistas que las ofrecían.

Por eso no nos debe sorprender que, sugestivamente, el diario El País publicara esta semana la noticia de que seis de los nueve médicos cubanos que habían abandonado el programa y que habían decidido quedarse en el país habían reprobado el examen que les exigía la Escuela de Graduados de la Facultad de Medicina para revalidar el título y poder ejercer liberalmente la profesión la especialidad en Uruguay, por fuera del programa Operación Milagro, suscrito entre Uruguay y Cuba.

En realidad, la nota publicada en El País es extremadamente confusa. En primer lugar, cita como desencadenante de la investigación una “investigación periodística” realizada en Bolivia después del golpe de Estado, en la que se concluyó que de los 702 médicos cubanos que participaban en la misión expulsada de Bolivia, solo 205 tenían título. La citada “investigación periodística” boliviana había sido publicada en el portal 14 y medio. Ahora bien, para los que no tocamos de oído en este mundo de las operaciones políticas contra Cuba, la citada afirmación del diario El País es insólita. En primer lugar, porque 14 y medio no es un portal boliviano, sino el principal portal financiado por Estados Unidos de Yoani Sánchez, que es cubana, que vive en Cuba a sueldo de Estados Unidos desde hace muchos años. ¿Cómo es posible que Yoani Sánchez, desde La Habana, con su portal bancado por Estados Unidos, haya hecho una investigación periodística en Bolivia? Pues no es posible. No la hizo y, además, tampoco se la atribuye. La que le atribuye esa falsa investigación es la periodista de El País, que hizo la nota. Por cierto, en su portal. Yoani Sánchez no menciona ninguna investigación periodística boliviana, sino que cita al ministro de Salud impuesto por el gobierno golpista de Áñez, Aníbal Cruz, que afirmó sin presentar ninguna prueba que la dictadura había detectado que solo 205 de los 702 médicos cubanos tenían título, información completamente falsa ofrecida por un ministro golpista que jamás alude a una investigación periodística, y que además se publicó en un portal que no se hace en Bolivia, sino en La Habana y en Miami, y cuya dueña es la agente de Estados Unidos más conocida en el mundo, aunque absolutamente intrascendente en Cuba, Yoani Sánchez.

Pero la nota no es solo confusa por inventar la investigación periodística boliviana, que en realidad era la afirmación de un golpista publicado en un medio de una agente de Estados Unidos en Cuba; lo es también porque menciona que seis de los nueve cubanos perdieron una prueba de oftalmología, como si hubiese sucedido recientemente, pero cuando uno lee la nota, queda claro que estamos hablando de procesos de reválidas de los últimos cinco años, y aunque la periodista afirma que se les tomó una prueba escrita, lo que ella misma detalla como causas de no haberse concretado la reválida no es el resultado de una prueba, sino el resultado de la comparación de currículas entre los contenidos impartidos en Cuba y los contenidos impartidos en Uruguay. De hecho, dice que en un caso se detectaron 18 inconsistencias que surgen de no haber razonables equivalencias entre los programas, y en otro caso que alude la periodista escribe la siguiente frase misteriosa sobre una médica cubana: “Dio el examen, pero la cátedra tampoco le concedió la solicitud. El programa consta de una serie de contenidos generales sin ningún contenido analítico […], por lo que no existe una razonable equivalencia con el programa de Facultad de Medicina”. ¿Por qué es misteriosa la frase? Porque esa frase no se puede corresponder con el resultado de un examen, es el típico dictamen que surge de la comparación de dos programas de estudio. Aunque El País lo ignore, en la Universidad de la República los exámenes se salvan con notas, no se salvan con sentencias sobre las no razonables equivalencias de los contenidos dictados en dos países. Eso es una comparación de programas y cualquier oftalmólogo cubano proveniente de las universidades cubanas de las que egresaron estas oftalmólogas habría sido rechazado, supieran lo que supieran, porque el fallo, al menos el que cita textualmente El País, no se corresponde con una prueba, sino con el análisis de las currículas. Lo cual, por más que uno no esté de acuerdo, es bastante lógico, porque en la Universidad de la República cuando se pide la reválida, en general no se toman exámenes. El procedimiento habitual es otro: el interesado presenta su escolaridad, con los programas, y una comisión analiza si hay razonable equivalencia. Lo de la prueba es una curiosidad. ¿Una prueba sobre qué? Porque cualquier disciplina científica es inabarcable en una prueba. No es que uno se sienta en una silla a responder sobre la totalidad de la cosas que importan a la ciencia. Si no, cualquier prueba es imposible.

Más allá de todo, la Escuela de Graduados de Medicina puede otorgar títulos por mecanismos que ni siquiera implican cursarla. Es así, porque la ordenanza permite entregar títulos por Competencia Notoria y por Actuación Documentada. En ambos casos, se requiere que el solicitante haya dado clase en la Universidad, pero si se cumple este requisito, perfectamente se puede obtener el título de especialista sin haber cursado la especialidad jamás.

Hay que estar atentos a estas cosas que surgen porque es obvio que el ajuste buscado y la geopolítica que pueden determinar que este programa tan exitoso se cancele no van a ser las justificaciones explícitas. Va a haber una tecnología del ajuste. Se van a buscar argumentos técnicos, como hicieron en todos los países. Cómo olvidar que hace muy poco en Argentina, el nefasto gobierno de Macri suspendió una política social que entregaba cunas y ropitas de bebé a las madres más pobres de Argentina, alegando que las cunas tenían problemas de diseño y seguridad. Cómo olvidar que Macri desmanteló el programa Conectar Igualdad, que entregaba computadoras a los estudiantes, como acá hace el Plan Ceibal, diciendo que no tenía sentido que se entregaran computadoras si no había internet disponible en todo el territorio. Cómo olvidar que en Argentina se desfinanció la ciencia ridiculizando en los medios de comunicación las investigaciones que hacían los jóvenes en el Conicet. Siempre funciona así. Primero el descrédito, la preparación del terreno para que la gente termine convalidando un desastre. Acá bien se puede empezar haciendo este tipo campañas de desprestigio contra los médicos cubanos, para después cancelar el programa y, finalmente, volver a la situación de antes, en la que los pobres, simplemente, se quedaban ciegos.

 

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