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ARGENTINA CON NUEVO RUMBO

Los primeros sesenta días de Macri

Lo primero fue eliminar las retenciones al agro, echar empleados públicos e ir a Davos a reafirmar el frente externo. Luego pactó con los sindicalistas. Ahora debe detener la inflación, arreglar con los holdouts, continuar el ajuste y encarar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por su sigla en inglés). No estamos en presencia de un gobierno débil ni falto de modelo.

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Por Carlos Luppi

Acaso el mayor símbolo (por otra parte innecesario) del carácter oligárquico del gobierno que asumió en Argentina el 10 de diciembre fue que el esquivo bastón de mando –emblema por antonomasia de la primera magistratura– fue entregado al ingeniero Mauricio Macri por Federico Pinedo, en su condición de titular provisional del Senado, ante la ausencia de Cristina Fernández de Kirchner.

El oficiante, ex diputado, abogado y terrateniente es nieto del abogado y economista de igual nombre (Federico Pinedo, 1895-1971), que de ser miembro del Partido Socialista argentino pasó a ser tres veces ministro de Economía de otros tantos gobiernos conservadores (los de Agustín P. Justo, Roberto Ortiz y José María Guido), y es visto en su país como el mayor exponente del liberalismo clásico y del neoliberalismo, un rol que en Uruguay sería equiparable al cumplido por el doctor Ramón Díaz.

Fue como si la más rancia tradición del pensamiento económico conservador argentino hubiera entregado al nuevo presidente los atributos del mando. Los Pinedo constituyen una familia de políticos y terratenientes que el actual presidente provisional del Senado, de 50 años, se encargó de aumentar al casarse con Cecilia Patrón Costas, descendiente de Robustiano Patrón Costas, el último presidente de la llamada “Década Infame” (1933–1945).

Como decía Borges, “la historia nos delata”.

Por lo pronto, Mauricio Macri no ha perdido un instante en instalar una gestión férreamente conservadora, totalmente arraigada en las bases de sustentación del poder real en Argentina, que van desde el apoyo externo (gestionado desde antes de asumir y, ostensiblemente, en Davos), el obvio contacto con «el campo», la banca extranjera, el sindicalismo peronista y hasta la farándula (por si alguien no lo sabe, llevó a los Rolling Stones a cenar a su casa).

El todo y las partes

Macri asumió el 10 de diciembre de 2015 y sus primeros anuncios fueron que «disminuiría gradualmente las retenciones», liberaría el «cepo» cambiario e iría al World Economic Forum o Foro de Davos en enero a «reposicionar la imagen del país». Antes, obviamente, debió designar un gabinete que reúne lo más selecto de la aristocracia vacuna (varios ex compañeros suyos del exclusivo colegio Cardenal Newman) con algunos ex CEO de empresas trasnacionales. Algunos apellidos hablan por sí mismos y remiten al Gotha de la Sociedad Rural Argentina, como el de su jefe de Gabinete, el politólogo Marcos Peña (quien llevó como secretario de Coordinación Interministerial al economista Mario Quintana y también ubicó a Rosendo Grobocopatel, hijo de Gustavo, presidente de Los Grobo), la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, el ministro de Educación, Esteban Bullrich, el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, el ministro de Agricultura, Ricardo Buyaile. A esta línea de compromiso con «el campo» Macri sumó una de ex altos ejecutivos (alguien afirmó que «el país pasa a ser atendido por sus propios dueños») o CEO, entre los que se destaca el nuevo ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, quien abandonó el cargo de presidente de Shell Argentina el 30 de junio. En el directorio de la emblemática Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la mayor empresa del país, privatizada por Carlos Menem y renacionalizada por Néstor Kirchner, se integró Miguel Ángel Gutiérrez, quien se desempeñó como director de Mercados Emergentes de JP Morgan, a la que también estuvo vinculado el «superministro» de Hacienda, Alfonso Prat-Gay. En el directorio del Banco Central de la República Argentina (BCRA) figura Demian Reidel, quien trabajó también en JP Morgan y en Goldman Sachs. En el Banco Nación, el nuevo titular, economista Carlos Melconian (a quien se atribuye la frase “con este nivel de salarios, Argentina es inviable: sólo vamos a comenzar a crecer bajándolos al menos 40%, y la única forma de negociar una baja real con estos sindicatos es llegar a un desempleo superior a 15%”), fue quien envió en 1986 el recordado informe en el que se pedía anular la investigación de la deuda privada contraída en el exterior por la dictadura militar, dispuesta por Raúl Alfonsín.

La misma ministra de Relaciones Exteriores, Susana Malcorra, reconocida por su idoneidad y su gran carrera diplomática (llegó a ser jefe de Gabinete del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon), tiene extensa trayectoria como ejecutiva de IBM y Telecom.

La sorpresa fue la conservación del cargo de Lino Barañao, ministro de Ciencia y Tecnología designado en 2007.

Sin duda, la figura más “pesada” del gabinete es Alfonso de Prat-Gay, a quien la revista Noticias dedicó un revelador informe a fines de enero.

Su familia proviene del patriciado tucumano y fue dueña de ingenios azucareros. Cursó estudios en el Cardenal Newman, la Universidad Católica Argentina y la Universidad de Pensilvania, donde concluyó su maestría en 1994.

Luego trabajó en JP Morgan en Nueva York, Londres y Buenos Aires, y fue director de estrategia de tipos de cambio de esa firma en Londres. Incursionó después en varios emprendimientos económicos (entre ellos la firma consultora de inversiones Tilton Capital) y fue asesor y hombre de confianza de Amalia Lacroze de Fortabat (la megamillonaria del cemento, dueña de Loma Negra) hasta su fallecimiento, en 2012. Entre 2002 y 2004 fue titular del Banco Central, durante las presidencias de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner y con Roberto Lavagna, el hombre que operó el auténtico «milagro argentino» como ministro de Economía. Prat-Gay ha declamado una profesión de fe keynesiana, dato corroborado por su colaboración con Lavagna (keynesiano probado) y por haber llamado Tilton a su gran emprendimiento, ya que Barón de Tilton fue el título honorífico que la Corona Británica otorgó a Keynes en 1942. Noticias consigna que en una de las paredes de su consultora hizo pegar una de las tantas frases notables de Keynes: «El estudio de la economía no parece requerir de dotes muy especiales en cantidades inusualmente altas. Sin embrago, economistas buenos, o siquiera competentes, son escasos como pájaros raros. La paradoja encuentra su explicación en que el maestro economista debe poseer una rara combinación de dotes. Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo, en cierto grado. Debe entender símbolos, pero hablar con palabras. Tiene que ser simultáneamente decidido y desinteresado, etéreo e incorruptible como un artista, pero a veces cercano a la Tierra como un político».

Prat-Gay, como Yanis Varoufakis y Nicolás Sarkozy, se desplaza en una potente moto, y no cabe duda a qué intereses responde. Ahora bien, los neoliberales fracasan por su rapacidad y por la falta de vuelo intelectual que les fue impuesta por la mezquina condición que adornó a personas como Friedrich Von Hayek y Milton Friedman, sembradores de miseria. Un conocedor profundo de Keynes (el genio que previó la Segunda Guerra Mundial, venció la Gran Depresión de 1929 y, como el Cid, la Gran Recesión 2007-2010), de poderosa personalidad y orígenes aristocráticos, puesto al servicio de un gobierno conservador, puede ser algo potencialmente explosivo.

Arreglos externos e internos

En enero, tal como había prometido, Macri viajó al Foro de Davos (donde pasó inadvertido, por más que lo encomien los medios conservadores de ambas márgenes del Plata) y vivió su hora de gloria al entrevistarse con el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, con el presidente israelí, Benjamin Netanyahu, con el primer ministro inglés, David Cameron, y con su compatriota la reina Máxima de Holanda, nacida Máxima Zorreguieta, hija de un colaborador de la última dictadura militar.

Antes, el 14 de diciembre, cumpliendo la palabra empeñada con sus principales sponsors, Macri anunció, en Pergamino, el fin de las retenciones (que en nuestro país se llamaron detracciones) al trigo, el maíz, la carne y las producciones regionales, y la disminución de las que afectan a la soja. Posteriormente, el 12 de febrero, en San Juan, dispuso el fin de las restricciones a la minería. Señaló que “violaban las reglas del juego” y que las eliminó para fomentar el desarrollo de la producción, con absoluto respeto del medio ambiente. Se calcula que el Estado percibía unos U$S 233 millones, pero Macri tomó el dato como una oportunidad. Criticó a quienes las impusieron «sacándole recursos a la provincia de San Juan para llevárselos a la Nación” y señaló: «Vamos a trabajar junto a los gobernadores para desarrollar nuevos proyectos». El objetivo, dijo, es generar “estabilidad, confianza y previsibilidad para aquellos que nos traen las inversiones y el empleo”

Pero si se perdían ingresos, debían perderse egresos, aunque fuera por métodos brutales. El 24 de enero el diario Página 12 publicó que el gobierno de Mauricio Macri había despedido a unos 24.000 funcionarios en el sector público, en los ámbitos nacional, provincial y municipal, y que la situación se agravaría en marzo, cuando vencen 40.000 contratos.

El diario negó que se tratara de una “limpieza de ñoquis”, como argumentó el gobierno, y afirmó que “el objetivo de Mauricio Macri es recortar la presencia del Estado en todas las áreas de la vida social y dar una señal al sector privado sobre el modelo a seguir en materia de empleo, generando un estado de psicosis entre los trabajadores”. Por su parte, el propio Macri declaró: “La administración anterior usó al Estado para contratar a sus partidarios en vez de a la gente que fuera capaz de trabajar. Estamos avanzando hacia un Estado para gente que pueda resolver los problemas de la gente. No creemos en el Estado como bastión de la militancia”.

El 14 de diciembre, completando la recompensa al sector exportador, decretó el fin del cepo cambiario (eliminando el mecanismo de acceso a divisas extranjeras establecido en 2011 por Cristina Fernández), permitiendo una devaluación que, a la postre, fue moderada y la unificación de los dos tipos de cambio que operaban, de hecho, en el país. También había comenzado la batalla contra la inflación. En tal sentido, y adoptadas las medidas contractivas del caso, el ministro de Economía espera una inflación de 20% en 2016, sobre una de 30% en 2015.

La respuesta de “el campo” fue inmediata: ya se anuncia que la liquidación de existencias agrícolas (que estaban, obviamente, retenidas a la espera de la devaluación) es récord en lo que va del año. Los ingresos de dólares por el maíz superaron a los de la soja.

Acaso el mayor frente abierto al macrismo sea el laboral. En la Argentina posterior a 1945, o sea, al primer gobierno de Juan Domingo Perón, el poder sindical (por muchos motivos que no son objeto de esta nota, pero por uno fundamental: asegura a los trabajadores el mantenimiento del poder adquisitivo real de sus retribuciones, diga lo que diga el Indec de turno) es no sólo uno de los principales pilares de la sociedad, sino también el garante de la paz social. Duhalde y Kirchner pactaron con Hugo Moyano. Cristina Fernández no lo hizo.

Las negociaciones entre el hombre más poderoso de la Confederación General del Trabajo (CGT) y Mauricio Macri comenzaron mucho antes de su victoria, y los medios más informados aseguran que rendirán sus frutos. Ambos –y sobre todo Prat-Gay y Melconian, los hombres que aparentan mayor dureza– tendrán que ceder algo en sus deseos, pero las negociaciones paritarias que comienzan en marzo deben llegar a buen puerto.

La semana pasada, el dirigente camionero Hugo Moyano y su estado mayor fueron recibidos por el presidente en la Casa Rosada, tras un encuentro privado realizado en la residencia de Olivos.

Los sindicalistas se retiraron “cautelosamente satisfechos”, luego de obtener, ya en la primera reunión, la promesa de que el nuevo impuesto a las ganancias no llegará a los salarios medios, y de que bajará el IVA a la canasta básica.

De las negociaciones sólo podrá salir un nivel de compensación salarial que restituya la inflación real (no como ocurre en países vecinos, donde el deterioro real, más allá de las cifras, es constante), pero eso y el que puede entenderlo es Prat–Gay redunda en un círculo virtuoso de aumento del consumo y de la actividad económica, con mejora en el empleo y en la esquiva popularidad de los gobernantes. De lo contrario, la acción sindical y el descontento popular terminarán tumbando el gobierno conservador de Macri, en el que los ricos multiplicarán su ya inmenso poder de acumular ganancias.

Lo que aparece por el momento más sencillo de atacar es el problema de los fondos especulativos, o holdouts, que no formaron parte de las reestructuras de 2005 y 2010, posteriores al default de 2001. Macri llegó a un acuerdo con los tenedores italianos de bonos y ofreció pagar con una quita de 25% el resto de la deuda. Deberá endeudarse en U$S 10.000 millones para cumplir estas viejas obligaciones, pero además del “respeto” de los círculos financieros internacionales, la medida hará volver a Argentina a los mercados de capital e incidirá positivamente en el frente externo.

En su informe sobre Argentina, el FMI señaló que “el nuevo gobierno comenzó una importante transición para corregir desequilibrios macroeconómicos” y destacó las medidas implementadas para levantar el cepo cambiario, la eliminación de restricciones al comercio internacional, el anuncio de las principales directrices del marco macroeconómico y la supresión parcial de los subsidios a la energía.

Apuntes preliminares

Según el FMI, el PIB de Argentina caerá 1% en 2016, pero esa cifra fue defendida por Macri en Davos alegando que es el resultado del inevitable ajuste, y que otros países, como Brasil, caen 3,5%, pero “sin expectativas de crecimiento posterior”, y que Venezuela caerá 8%.

No le faltan agallas ni dientes al flamante presidente, cuya popularidad cayó en su país ya más de 10%, aunque se mantiene en el entorno de 60%. Necesitará que sean aun más filosos para reducir un déficit de 7% del PIB.

Precisamente, su trayectoria vital explica tanto esfuerzo y tenacidad. No se debe olvidar que es el hijo de un nuevo rico italiano (nacionalidad despreciada por la aristocracia argentina, que presume de su hispanismo), que, sin embargo, logró ser admitido en el Cardenal Newman, se recibió de ingeniero civil en la UCA, trabajó en empresas del grupo de su padre, vinculado al Grupo FIAT (Sevel, Socma, etcétera) y fue presidente del Club Atlético Boca Juniors entre 1995 y 2008.

Poderoso empresario con múltiples intereses, creó su propio partido político y fue jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires entre 2007 y 2015.

El ex presidente José Mujica –se diga lo que se diga, sabe mucho de la actividad política– señaló varias veces que todos los presidentes de Argentina no peronistas, desde 1955, terminaron mal. Por un lado, un anuncio de las tremendas dificultades que enfrentará Macri y, por otro, un augurio de “poca vida”.

No parece que vaya a ser así. Mauricio Macri, hijo del megaempresario ligado a FIAT, Techint y todo el holding de grandes empresas italianas esparcidas por el mundo, no es Arturo Frondizi ni Arturo Illia ni Raúl Alfonsín ni Fernando de la Rúa ni ninguno de los generales argentinos que comandaron varias dictaduras. Se forjó en la lucha y administrando grandes y complejos conglomerados; cuenta con gran apoyo de poderes externos y se ha rodeado de la crema y nata de la Sociedad Rural y de muy bien entrenados CEO, entre los que descuella Alfonso Prat-Gay.

Cuenta con el “viento de cola” que sopla para los gobiernos conservadores en América Latina, y sus pasos se orientarán a la Alianza del Pacífico y al TPP.

En Argentina se instaló un gobierno conservador que es cualquier cosa menos débil y carente de proyecto político, económico y social. Habrá que ver.

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