Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Editorial

Luis, el obstinado

Por Leandro Grille.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Luego de que el secretario general del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti, le sugiriera entablar diálogo con la oposición, el presidente Luis Lacalle Pou accedió a convocar los tres intendentes de esa fuerza política.

Por inteligencia, pero sobre todo la vasta experiencia en asuntos de Estado, el expresidente Sanguinetti le acercó esta recomendación en el peor momento de la pandemia, cuando las muertes, solo en el mes de abril, superan el millar de personas y Lacalle Pou está sumergido en un profundo aislamiento del que parece no ser consciente: todo el sistema político, salvo él y su sector, más del 70% de la población y toda la comunidad científica y médica, consideran que las medidas adoptadas para controlar la propagación del virus son francamente insuficientes, que está gestionando mal la crisis sanitaria.

Convocados, los intendentes Carolina Cosse, Yamandú Orsi y Andrés Lima se reunieron con Lacalle Pou en la Torre Ejecutiva y, de plano, debieron aclararle que ellos son intendentes del Frente Amplio, pero no los interlocutores de la fuerza política más votada del país que, por cierto, tiene autoridades en funciones y cuya existencia es de conocimiento público. Lacalle Pou reconoció que no se reunía con el presidente del FA, Javier Miranda, porque tiene un mal relacionamiento personal. Es probable que los intendentes se hayan sorprendido de semejante confesión, ya no por su contenido, previsible, sino porque tiene algo paradójicamente asombroso que un necio deje claro en cada circunstancia la profundidad de su necedad: es como que no estamos preparados para ver en loop cómo se choca con la misma piedra sin escarmentar, sin un indicio de aprendizaje.

Al Frente Amplio lo vota, en su cota inferior, aproximadamente 40 % de la población. Constituye la primera fuerza lejos desde hace más de veinte años y nada indica que esa preferencia en el voto ciudadano vaya a cambiar rápidamente. Sin embargo, Lacalle Pou se arroga el derecho de elegir entre sus filas quiénes serás sus interlocutores por motivos mínimos de buena onda personal. El presidente parece no enterarse que si se lleva mal con Miranda, esa antipatía recíproca ni siquiera roza la antipatía que le profesa la mayoría inmensa de los votantes de la izquierda que, eximidos de las obligaciones de decoro que importan a los que ejercen representación, directamente lo detestan a viva voz, no solo por el contenido oligárquico de sus políticas y sus dichos, sino por su muy particular impronta de cheto ensoberbecido, de la cual no se recuerdan antecedentes tan canónicos en la primera magistratura.

Cuando Lacalle Pou excluye del diálogo nada menos que al presidente del Frente Amplio, en lugar de abonar un camino de entendimiento y propiciar algún tipo de acercamiento para bajar el tono, el enojo y buscar acuerdos, lo que hace es todavía empeorar las cosas, si cabe tal posibilidad después, de preguntarse qué era y quién era el Frente Amplio en una entrevista concedida apenas hace un par de semanas a un diario argentino propiedad de Mauricio Macri.

La conducta del presidente Lacalle Pou es indignante por cuanto ningunea a sus opositores, que además tienen muchos más votos que su sector y que partido, pero más allá de eso, es irreflexiva, porque el presidente está conduciendo solo al país de manera groseramente errada en el medio de una epidemia que él, por la vía de la decisión de ignorar a la ciencia, ha contribuido muy principalmente a convertir en una catástrofe. Una mínima noción de Estado o un tibio instinto de supervivencia a mediano plazo, le habría hecho notar las innumerables ventajas de gestionar colectivamente las respuestas a este cataclismo y no reservarse para sí todo el poder, imbuido en un delirio megalómano que, nuevamente, no resiste el análisis político y solo puede ser comprendido a luz de otras disciplinas.

No es momento de hacer proyecciones de la opinión pública y mucho menos cálculos electorales. Es momento de seguir insistiendo en que este camino es un disparate y es un disparate insistir ante la evidencia corporizada en más de dos mil muertes, muchas de las cuales podrían haberse evitado, no con otras conductas de los caídos, como expresó insólitamente el mandatario, atribuyendo a los fallecidos la responsabilidad sobre sus muertes; podrían haber sido evitadas si el gobierno hubiese actuado de acuerdo a la mejor evidencia existente, que fue aquello sugerido con medidas concretas por los científicos en los primeros días de febrero.

El presidente cree, aunque muy probablemente se equivoca, que esta catástrofe de saturación en el sistema de salud y primer lugar mundial en el número de muertes por millón de habitantes cada día termina en las próximas semanas. Está convencido de eso porque está convencido de su intransigencia. Actúa como si ninguna otra cosa pudiera pasar e ignora profundamente lo débil que es la especie ante las fuerzas de la naturaleza. Toda su estrategia, que ya es un desastre, puede fallar todavía más porque no se sostiene en la evidencia científica, sino en una convicción de excepcionalidad. Y si eso ocurre, lo que ya nos parece una barbaridad de dolor y de muertes, todavía se queda corta en relación con lo que nos espera.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO

Te puede interesar