El título, muy intencionadamente, califica el ‘fenómeno social Maradona’ desde una perspectiva similar a la religiosa. Y no solo porque el amor a Maradona excede claramente lo futbolístico y lo deportivo, entrando en zonas de la máxima profundidad psicosocial, a las que otros superhéroes y semidioses no llegaron. Sino porque une, ‘religa’, a las personas como lo hacen las religiones, trascendiendo su diversidad por medio de cualidades y características que Robert Bellah encuentra en las que llama ‘religiones civiles’, y Talcott Parsons ‘cuasi o equirreligiones’. Porque Maradona ha hecho cosas similares a ‘milagros’, y mediante ellos ha ‘redimido’ a los argentinos y a muchos desprivilegiados, héroe nacional simbólico argentino, santo villero en Argentina y en Italia, esperanza irracional de los desfavorecidos fácticos -ícono ideológico alienante-, con vida y personalidad melodramáticas, al gusto popular, pero superhéroe burgués, al fin.
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Podrá discutirse hasta el cansancio sobre quién ha sido el mejor jugador de fútbol de la historia. Maradona está seguramente en ese podio, y muchos dirán que con medalla dorada. Pero si eso puede discutirse, lo que no puede dudarse es que el impacto social de la vida y milagros de Maradona será mucho mayor que el de sus competidores por esa medalla futbolística, aun en el caso de que la historia se la adjudicara a Pelé, a Messi o a algún otro posterior. Sus muertes podrán ser lloradas, sí, pero nunca como la de Maradona.
¿Por qué extraordinarios jugadores que pueden ser comparados con Maradona en planos deportivos de discutible similaridad, aún ungidos como mejores, jamás podrían concitar tal explosión de euforia llorosa y tal eclosión de ritualidad de culto? ¿Por qué ese ‘plus’ psicosocial tanto mayor a favor de Maradona que su eventual ‘plus’ futbolístico, respecto de otros?
Expliquémoslo de a poco, yendo para ello desde lo más superficial y evidente hasta lo más recóndito del alma popular.
Uno. Quien da alegrías y emociones recibe agradecimiento
Lo más obvio: las alegrías deportivas que su juego le dio a los hinchas de los clubes en que jugó -en Argentina, España, Italia- y lo que encantó a los argentinos y al mundo merecían sin duda un gran reconocimiento, que por cierto tuvo. Me impresionó especialmente que el cáustico e inexpresivo Carlo Ancelotti, dirigiendo al Everton, llorara durante el minuto de silencio en homenaje a Diego, solo de recordar haberlo sufrido mucho, como jugador, pero, a la vez, haberlo admirado, al jugar contra él, hace 40 años en Italia. Los que aman el fútbol no pueden dejar de admirar profundamente a Maradona por lo estrictamente futbolístico, aun los que jugaron y perdieron contra él; ni que hablar los que ganaron con y por él.
Segunda casi obviedad: la gente, neototémicamente, se ‘identifica-con’ y se ‘proyecta-en’ los triunfos de otros, a partir de las meras pertenencias y referencias comunes. Cuando Maradona gana y encanta, todos los argentinos o napolitanos (y otros) lo hacen con él; por eso, cuando lo internan por un exceso, casi todos se lo perdonan y lo protegen pater-maternalmente. Es, también, un personaje perfecto para el adrenalínico melodrama de la narración popular del cotidiano.
Dos. Héroe nacional, simbólico argentino
Ese hechizo de Maradona adquiere especial dramaticidad cuando recordamos que por sus ‘milagros’ futbolísticos se convirtió en héroe nacional argentino simbólico, logro público que, para los argentinos, vuelve secundario y perdonable cualquier defecto que pudiera alegarse sobre su vida privada. Porque los hay muchos y enormes. Pero ninguna lista de ellos, que elegimos no hacer, pudo ni podría impedir todo el brillo ritual que suscitó en vida y muerte. Lo que sigue podrá explicar ese triunfo de sus virtudes y sus simbolismos sobre sus defectos y sus materialidades.
En 1982, Argentina se sumerge, temeraria y populista, en una aventura nacionalista bélica contra Inglaterra, un nuevo capítulo de la disputa por unas islas del Atlántico Sur, Falkland para los ingleses, Malvinas para los argentinos. El desenlace militar es contundente y humillante para Argentina.
En 1986, Argentina enfrenta a Inglaterra por los cuartos de final del Mundial en México, que finalmente coronó a Argentina con una insuperable actuación de su capitán Maradona, que hizo su mejor partido contra los ingleses, precisamente. Era la oportunidad para, al menos, tener en ese enfrentamiento pacífico alguna revancha simbólica del desastre bélico. Y Maradona fue el vengador simbólico perfecto. No solo jugó extraordinariamente y mejor que todos los ingleses, sino que hizo los dos goles argentinos en aquel 2-0. ¡Y qué goles! A cual con mayor significado simbólico y, en conjunto, venganza simbólica completa mediante hazañas complementarias, dos ‘cuasimilagros’. Es la venganza perfecta del argentino en una cruza impecable de Robin Hood y David, acriollados y aggiornados. Es una doble redención, argentina y villera: por su insuperabilidad técnica, atribuida al potrero (segundo gol), y por la utilidad colectiva para el bien común de una transgresión menor: el primer gol con la mano, otra vez atribuida al potrero y a la villa su picardía.
El primer gol se inició con una gran jugada zigzagueante de Diego, pasa a Valdano, este devuelve, la pelota rebota en un inglés, se eleva, Maradona salta y convierte el gol con la mano simulando cabecear, con la mano izquierda que quedaba oculta de los ángulos visuales del juez principal y del juez de línea de esa media cancha (imposible hoy con el VAR). Luego hace el segundo gol, aún hoy considerado el mejor gol de la historia de los mundiales de fútbol, arrancando desde su cancha, recorriendo 60 metros dribleando ingleses, 7 u 8, arquero incluido, para tocar, cayéndose, al arco vacío.
Diego había vengado simbólicamente la humillante derrota militar por medio de una doble humillación simbólica: Argentina les ganó por más ‘vivos’, potrero y transgresión individual colectivamente útiles (primer gol) y por mejores (segundo gol).
Ese primer gol consuma una neovenganza de David contra Goliat, de un Robin Hood transgresor que, mediante una pequeña trampa, una pequeña ilegalidad antideportiva, en el fondo una inmoralidad, comete un pecado individual, pero que se purifica y trasciende por el bien colectivo que provoca. Las inmoralidades e infracciones de los desprivilegiados pueden poseer e invocar esa instrumentalidad colectiva redentora del pecado individual, pueden alegar también condena estructural a la transgresión; y por todo eso celebran justificadamente que se entiendan y perdonen tan efusivamente sus infracciones, ya que no siempre son tan romantizables como esa de Diego.
En el fondo todas las ilegalidades deportivas, inmorales, son justificadas, y hasta solicitadas, como inteligentes y tácticas, justamente porque benefician a muchos más que a los muchos menos que hieren con la infracción. Lógica tan profundamente antiética como masivamente aceptada; porque es la lógica que puede llevar a Hiroshima y a Nagasaki, al Holocausto, al Plan Cóndor, a las purgas estalinistas, y de tantas otras. Lógica y ética hasta glorificadas al punto de que ese gol ilegal fue bautizado como ‘la mano de Dios’, aludiendo, de modo semánticamente ambiguo, o bien a que lo hizo el dios Maradona, o bien a que fue autorizado en su transgresión exitosa por algún Dios que permitió que se hiciera y no se descubriera.
El lector podrá agregar ejemplos de su propia cosecha en lo deportivo y en el cotidiano social. Un mea culpa elemental nos revelaría que celebramos jubilosamente cualquier inmoralidad ilegal que produzca un bien masivo mayor que el mal masivo provocado. Y que las celebramos y bautizamos sacramente. Ese primer gol de Maradona implica todas estas reflexiones en profundidad. El arquero inglés que ese día sufrió los goles, los amagues y la infracciones de Diego ha dicho que lo que le critica a Diego es que nunca haya reconocido la ilegalidad del gol. Es la incompatibilidad de la ética de las clases media y trabajadora inglesas con la ética lumpen de la villa: jamás reconocer una transgresión formal públicamente; son los códigos; la confesión católica no es parte de ellos; la confesión de parte que ayuda administrativamente y descarga al culpable no es positivamente vista; ni el arrepentimiento ni la colaboración con el sistema son sentidos como valores positivos endógenamente. Maradona, fiel villero, jamás lo confesó ni lo confesaría: porque no se siente culpable de haber hecho algo tan exitoso y altruista, revancha tan merecida; y porque no se colabora con el sistema íntimamente, en profundidad.
Tres. Santo villero y napolitano, redentor
Maradona, con esos dos goles triunfales, vengó simbólicamente la derrota material de las Malvinas y se consagró como héroe nacional simbólico. Mediante ese segundo gol, que fue vicariamente sentido como una muestra de superioridad técnica nacional, del potrero. Pero también por ese primer gol con el que purifica y exorciza las inmoralidades coyunturales de los desprivilegiados, ética pícara y lumpen que es compartida por todos cuando las papas queman; y vergonzantemente o con disculpas frágiles; pero para un villero las papas queman siempre, de modo que no hay lugar a la hipocresía de quienes sostienen la perdonabilidad de una transgresión que se vuelve perdonable y hasta ensalzada si es colectivamente útil.
Maradona o cualquier otro villero no serían perdonados por la comisión de ningún ilícito penal codificado, antiburgués-liberal. Pero sí es perdonado y endiosado si con esa transgresión no atacó personas o patrimonio propios; y porque venció así como David y Robin Hood, virtuosos del imaginario arquetípico fundante, vengadores altruistas de superiores frontalmente inatacables; y solo vengables por medios ilícitos pero justificables, lo que podría argüir también cualquier guerrillero urbano o terrorista.
El segundo gol implica superioridad técnica intrínseca y es una revancha más limpia que la del primer gol. Es la revancha de todos los argentinos, en especial de los villeros, aunque la inmoralidad del primero también es celebrada inescrupulosamente por todos, ética lumpen, picardía villera.
Pero más que redentor simbólico de los argentinos todos, los milagros de Maradona ese día son, más que nada, redentores mayores aun de los desprivilegiados, de los lumpen villeros: porque la hazaña técnica del segundo se le atribuye al potrero que no habría en Inglaterra, caldo de cultivo de un David criollo (dudoso). Porque solo un villero tiene el atrevimiento de humillar a los superiores ingleses con una ilegalidad tan usual para él como altruista en sus consecuencias (la mano del Robin Hood criollo). Y porque esa ilegalidad exitosa hace más comprensibles las ilegalidades villeras en general: estructuralmente inducidas y de algún modo altruistas pecados individuales cuando las papas queman.
Maradona redime a todos los argentinos, pero más que nada a los villeros, que pueden identificarse plenamente con él y proyectarse en él como quizá no podrían con Messi, o con Ginobili, o con Vilas; porque focaliza su potrero y su picardía inmoral, pero altruista y redentora. Los villeros sienten, y con cierta base, que ellos fueron los principales redentores simbólicos de todos los argentinos, con su técnica de potrero y con su picardía cuando las papas queman.
Por eso se le erigen altares, porque hizo y se le podrían pedir ‘milagros’; y porque es un ‘santo’, o sea un ejemplo de vida, pero de vida villera, no de vida idealizada a priori, una vida burguesa de desprivilegiado, con técnica de potrero villero y con ética de obligado estructural a pecados que pueden ser vistos como justicieros altruismos. Santo y redentor villero, más aun que argentino, porque ahora los discriminados son admirados, se siente que les hicieron más bien que mal a todos, al revés que la creencia normal anterior sobre ellos. Y ese éxito puntual se continúa con sus títulos, su fama, su riqueza, su arbitrariedad poderosa, todos atributos identificatorios y proyectivos para los desprivilegiados más allá de ese partido, durante todo el periplo melodramático de la vida entera de Maradona. Con su muerte, muere todo eso. Y se llora como corresponde. Sin embargo, a la vez, se celebran su realidad y su inmortalidad; por eso hay llanto y euforia en su final, que no son incompatibles y sí comprensibles en este caso tan particular.
Se agradece a los que dan cosas materiales y a los que dan alegrías simbólicas. A Maradona, que le dio tanto a los argentinos y a los villeros, ¿cómo se le van a achacar defectos, vicios, negatividades?; quedaron y quedarán para siempre secundarizados por sus talentos, virtudes, positividades, le parezca lo que le parezca a quien quiera. Héroe, santo y redentor de naciones y desprivilegiados, más que todo lo que se le pueda objetar; drogas abundantes, castigador femenino, trasvestismo, malas condiciones físicas las más de las veces; casi nunca jugó como en Nápoles y en 1986. Pero nihil obstat.
Maradona no solo ha redimido argentinos y especialmente a sus desprivilegiados villeros. También redimió el orgullo regional de los napolitanos, siempre discriminados e inferiores en riqueza y desarrollo al norte industrial y cosmopolita. Llevó al Nápoles a sus primeros títulos italianos dos veces consecutivas; el norte se inclinó ante ellos; hasta fueron campeones europeos; y nunca más luego de lo obtenido a principios de los 80 con Maradona. Podrá haber sido protegido por la mafia de La Camorra, dado positivo en antidopaje, devenido vergüenza local por eso, despedido en su último partido con insultos y piedras. Pero hoy recibe homenajes cuasi religiosos, como antes, y el estadio del Nápoles ya no se llama más como el santo local, San Paolo, en un reducto católico ferviente: ahora ya se llama Diego Armando Maradona. Y el melodrama sigue.
Cuatro. Una vida melodramática
García Canclini ha estudiado la cultura popular desde la Edad Media en la civilización occidental urbana, y especialmente en América Latina. Una de sus conclusiones más generales: la narrativa melodramática es la que se identifica con la cultura popular. No solo la ficción exitosa tiene narratividad melodramática: toda la cotidianidad es así narrada para ser más atractivamente metabolizada por las audiencias audiovisuales: el deporte, catástrofes y deporte agonístico, la cobertura política, ni que hablar la crónica policial. Sensibilidad simple y extrema a emociones y avatares abruptos, fatales, solo susceptibles de manejo divino; odios y pasiones, peleas y reencuentros, castigos y perdones, todas las historias infantiles ancestrales y sus arquetipos aggiornados redivivos: cenicientas, patitos feos, príncipes, lobos feroces, superhéroes varios, fetiches y chivos expiatorios. La sinuosa, voluble, trágica vida de Maradona es un melodrama en sí misma y se relata con facilidad como tal, como telenovela nocturna, de máximo rating, con actores y personajes adorados. Las sinuosidades de las vidas de Pepe Mujica y de Lula suponen melodramas similares, lo que es parte de su éxito: cenicientas, ovejas descarriadas de regreso al redil, traicioneros arrepentidos, que empoderan emocionalmente a sus audiencias para que los perdonen.
Cinco. La funcionalidad mistificadora del personaje
La explicación anterior, sobre las claves de su éxito, y la superioridad sentida de sus conquistas sobre sus errores, explicables desde el ángulo melodramático, sin embargo dejan espacio para una metacrítica de la funcionalidad de ese melodrama en particular para reforzar la ideología dominante, hegemónica.
Uno. Un personaje con tantos errores, ambigüedades, defectos, vicios e inmoralidades no debería borrarlos simplemente con éxitos deportivos y algunas generosidades personales. Implica un peligroso balance exitista y narcisista de una globalidad que merecería más cuidado, aunque su melodrama quizás imponga ese final feliz (y esto mismo es parte de lo debatible).
Dos. Maradona como modelo de héroe ejemplar crea la peligrosa convicción de que se pueden conciliar una extrema licenciosidad personal con el éxito deportivo de alto rendimiento; esto, que limitó mucho la carrera del mismo Maradona, es muy difícil que se pueda llevar a cabo con mínima frecuencia. Que no se crean los pibes de las juveniles que se puede jugar al máximo nivel y tener grandes ingresos simultáneamente con una vida sexual promiscua y variada, con una ingestión importante de drogas que perjudican el rendimiento físico, la alimentación, el sueño y el entrenamiento, con un estrés de la vida privada y familiar que desconcentran del deporte.
Tres. El éxito de este personaje también produce otra riesgosa ilusión: que con el deporte se consigue todo, aun dentro las coordenadas maradonianas adversas que recién vimos; que basta ser un talentoso de potrero y vividor para conseguir dinero, fama y estatus; es improbable, y el hecho de que haya icónicas excepciones de ese carácter no las convierte en norma perseguible con buenas probabilidades.
Cuatro. Esa romantización lírica del potrero como generador de una técnica superior y de la villa como autora de una picardía inescrupulosa pero exitosa son mistificaciones útiles al sistema de explotación: porque hacen que los desprivilegiados no se consideren tales, sino, al revés, privilegiados que deben perseverar en el potrero y en la villa sin aspirar a gimnasios ni a otras superficies y hábitats. Maradona hizo mucho potrero, pero el flaquito de Argentinos Juniors no hubiera llegado a 1986; Maradona le debe a los gimnasios, a las canchas buenas, a las dietas y a los cuerpos técnicos quizás más que al potrero.
Que no se confundan los pibes ni la gente: la viveza criolla de la villa y la picardía de potrero no son garantías de éxito mayor que el trabajo, el estudio y el entrenamiento científico; vivir en condiciones de privación no es bueno, aunque aguce el ingenio pícaro de la supervivencia y cimente el talante lúdico del potrero, porque no ayuda a trascender ese estado; es una viveza de los poderosos abusarse de ese reconocimiento simbólico para no tener que invertir en mejorarles la vida, y sí alienarlos en la creencia de que con potrero y picardía tienen el futuro seguro. Bullshit. Parecen consejos de soul coaching: piense bien, bien fuerte en lo que quiere, que se la va a dar, porque usted lo merece, tiene lo que precisa para eso, y porque creer y querer es poder; y si no, mire a fulano. Minga, gato por liebre, falacia retórica burguesa, amansadora, mistificadora, alienante.
Maradona es un ícono burgués funcional, a pesar de sus coqueteos intrascendentes con figuras de izquierda y con su bohemia intelectual joven, que se come el cuento del buen salvaje, del inocente de pueblo, pícaro y hábil; también los tuvo con gente de derecha, desde Argentinos Juniors y pasando por todas sus escalas en el melodrama. Fue un genio deportivo, una personalidad compleja y rica, materia prima melodramática, fetiche de sueños y esperanzas, pero muy funcional al sistema, que por eso toleró sus vicios, desplantes y narcisismos. Porque su metafuncionalidad era mayor que esas pequeñas piedrecillas superables. Conviene que ese personaje sea idolatrado, endiosado, adorado, más allá de sus milagros reales, como ancla de los imposibles alienantes que interesa alimentar. Héroe simbólico redentor, santo villero, fetiche milagrero, superhéroe burgués, pero no modelo constructivo probable para villeros. Quedará para otra su codificación en la evolución de los superhéroes occidentales urbanos porque su realidad es limítrofe entre la realidad y la ficción, como la mayor parte de la realidad específicamente humana.