Por Ricardo Scagliola
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Un balance exhaustivo de un hombre que ha hecho de la polémica un género aparte en Uruguay debería incluir, por ejemplo, la geopolítica como eje de su análisis, la construcción política que ha hecho de una izquierda nacionalista que supo encauzar en el retorno a la democracia y su rechazo inicial al Mercosur, del que se convenció luego de largas conversaciones con sus compañeros de filas, especialmente los comunistas. Y mil temas más, desde la tenencia de armas de fuego hasta la nueva modernidad de las ciudades y el transporte público, imposibles de manejar en un único artículo periodístico. De modo que aquí se repasarán apenas algunos de los ejes medulares de su acción política. Aquello que orientaba todo lo demás. En todo caso, vale notar que existe en relación a la figura del Ñato una versión caricaturesca hija de la incomprensión. A contracorriente de ese fenómeno, he aquí algunos apuntes (y conversaciones, la mayoría de ellas parte de un diálogo que se extendió entre 2014 y 2016) que pueden colaborar a entender qué pasaba por la cabeza del principal narrador de la historia oficial de los tupamaros. El principio Se recuesta contra el respaldo de la silla para tomar impulso. Un día antes había renunciado a su banca en el Senado tras votar contra sus principios “por disciplina partidaria” y se sentía, otra vez, como pez en el agua. Al otro día eligió el estudio de Canal 10 como escenario para sus primeras declaraciones, ya despojado de los atributos parlamentarios. “–¿Por qué eligió ser tupamaro usted? ¿Por qué agarró para ese lado? –Yo quería ser jugador de fútbol; me salió esa changa y dejé. –¿Qué hacía usted antes integrarse al MLN? ¿Trabajaba, estudiaba? –Robaba para un banco. Yo trabajaba para un banco, ahí aprendí a robar, robaba para los patrones, estuve trabajando siete años. Por suerte tuve la atenuante de que después lo asalté, con lo cual le devolví al pueblo gran parte de lo que ellos robaban”. De banquero a asaltante de bancos, de civil sin armas a jefe militar de la guerrilla, Eleuterio Fernández Huidobro había nacido en Montevideo en marzo de 1942. Hizo la escuela y el liceo en los Maristas, y en los sesenta fundó, junto a Raúl Sendic, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T). Rápidamente, Huidobro llegó a la dirección del MLN, siendo autor de varios de sus principales documentos. También fue el ideólogo del Plan “Satán”, que consistía en secuestrar diplomáticos y empresarios para aumentar la presión sobre el entonces presidente, Jorge Pacheco Areco. Cayó en la cana durante la toma de Pando, el 8 de octubre de 1969. Estuvo dos años preso y el 6 de setiembre de 1971 se escapó con otros 105 compañeros. La fuga recorrió el mundo. Los presos habían construido un túnel de unos 45 metros que unía la celda 73 con una casa de la calle Solano García 2535. La operación se llamó “El abuso”. Volvió a caer atrás de los barrotes el 14 de abril de 1972, durante un operativo en la calle Amazonas. Ese día murieron, entre tupamaros, militares, civiles y policías, trece personas. La contraofensiva fue, a partir de entonces, brutal. Como muchos de los episodios que atravesaron la vida de Fernández Huidobro, su detención en 1972 tuvo ribetes cinematográficos. “Los militares habían matado con ráfaga de fusil a los dueños de casa, un matrimonio que pertenecía a nuestro movimiento, y nomás llegar el juez [Daniel Echeverría] pidió hacer una inspección ocular. Nos salvó la vida. Yo estaba con otro compañero, los dos heridos, y la sangre empezó a caer entre las rendijas del piso de madera. Bajamos las escaleras como pudimos. Me acuerdo que en eso le di un abrazo a mi compañero. ‘Zafamos’, le dije”, contó Huidobro a este periodista durante un encuentro en el Ministerio de Defensa, en febrero de 2016. Huidobro cayó redondo; había perdido mucha sangre en el enfrentamiento. Hora y media después llegó el inspector Víctor Castiglioni, comandando los equipos de inteligencia. Luego vino la reclusión en condiciones infrahumanas bajo amenaza permanente de degüello. Huidobro pasaría a ser uno de los nueve rehenes, hombres del MLN, junto a Raúl Sendic, Mauricio Rosencof, José Mujica, Adolfo Wasem, Julio Marenales, Henry Engler, Jorge Manera y Jorge Zabalza. El narrador oficial Es difícil no reconocer la pluma de Eleuterio Fernández Huidobro en los documentos “oficiales” del MLN. Alcanza con comparar su respiración con la de los libros publicados luego de la salida. Los tres tomos de Historia de los tupamaros (1986), La tregua armada (1987), Memorias del calabozo, escrito con Mauricio Rosencof en 1987 y 1988, La fuga de Punta Carretas (1990), Los dos mundos (1991), Chile roto (1993), Cebaduras (1994), Vacaciones (1995), El tejedor (1995), Artigas olvidado (2000), En la nuca (2000), Bancada (2001), Desastre nacional (2003), escrito junto a Enrique Rubio, El ataque (2003), Victoria (2005) y La batalla de la energía (2006) son los títulos de una obra en la que Huidobro no sólo rescata la épica de los tupamaros sino que también piensa, muchas veces con irreverencia e ironía, los grandes problemas del país. En ese sentido, alguien dijo una vez que Huidobro comparte esa rara cualidad con el subcomandante Marcos. Uno desde Lacandona y otro desde Montevideo, ambos fueron jefes militares. Ambos, las principales plumas de sus escritos, proclamas y declaraciones. Dos guerrilleros apelando al valor subversivo del lenguaje para hacer de su peripecia una victoria editorial. Un federal con aires blancos Siempre dijo que la suya era una “interpretación blanca de la historia”. Eso implicaba, en una esfera más intelectual cierto apego a las ideas federales y un rechazo explícito, en carne viva, al unitarismo. “José Artigas fue el fundador del federalismo argentino, y así le fue”, repetía con insistencia a los suyos. No en vano, una de las últimas polémicas que protagonizó giró en torno a la figura de Domingo Sarmiento, fundador de la escuela argentina y presidente de ese país entre 1868 y 1874. ‘El pensamiento vivo de Sarmiento’ se tituló una de sus columnas publicadas en la página web de su sector, la Corriente de Acción y Pensamiento – Libertad (CAP-L), que básicamente reproduce una serie de citas de Sarmiento, una atrás de la otra. “Fernández Huidobro insiste con insultos a Sarmiento”, titulaba El País en abril de 2014. Me lo mostró en mano. “¿Vos te das cuenta? Los blancos de El País se están poniendo colorados. Me dieron la razón”. Durante un acto en Piriápolis, Huidobro había dicho que Sarmiento “fue un grandísimo hijo de puta, porque instó a matar gauchos diciendo que eran buen abono para las pampas”. “La historia hay que darla completita”, repetía. Se reía el Ñato: por primera vez había sido trending topic en Twitter. Al rato, La Nación, Página 12, Clarín, Todo Noticias, C5N, todos los medios argentinos hablaban del tema. “–¿Usted es blanco? –Actualmente no, pero si hubiese vivido en la Batalla de Masoller hubiese sido blanco. Me hubiese ido a las cuchillas. Tengo lo que se dice una interpretación blanca de la historia. Todos los tupamaros la tuvimos, y creo que la seguimos teniendo”. Su afición a la historia lo llevó a hablar largamente de las tácticas empleadas en la Batalla de Masoller durante una tertulia en el bar El Tuna, de Melo, en un mano a mano con el intendente de Cerro Largo, Sergio Botana. De esa conversación queda un autógrafo gatillado contra una de las paredes del lugar, cerquita de una de las pelotas de la final de Maracaná, que también guardan en el bar. Si el Ñato era un apasionado por la historia, lo era también por Argentina. Su presencia, siempre llamativa allí adonde fuera, abrió los ojos del gobierno de Cristina Fernández cuando, en enero de 2013, la presidenta argentina recibió a la fragata Libertad, el barco escuela de la Armada argentina, confiscado por Ghana cerca de 80 días luego de un reclamo del fondo especulativo NML, con sede en las Islas Caimán. Era una forma de presión de los llamados “fondos buitres”, a los que Fernández Huidobro endilgaba gran parte de la responsabilidad por la actual dependencia externa de los países de América Latina. “Queremos agradecer al ministro Eleuterio Fernández Huidobro, le agradecemos su presencia”, dijo la propia CFK en la única mención personal que hizo durante su discurso, fuertemente reivindicativo de la soberanía nacional argentina frente a los tenedores de deuda. La noticia generó sobrevuelo en un Uruguay siempre tan “unitario”, pero Huidobro le quitaba dramatismo: “Creo que impacta porque acá nadie entiende nada de lo que está pasando con los fondos especulativos. Somos una manga de pelotudos. Sinceramente lo digo”. Que Uruguay seguía siendo un Estado unitario no quedaban dudas para Huidobro: “Fíjese donde está la Policía, o mejor, fíjese donde está el Instituto Nacional de Colonización. Pleno Centro de Montevideo”. El carácter colorado de las fuerzas militares uruguayas fue un elemento de primer orden a la hora de designar, por ejemplo, al comandante en jefe, Guido Manini Ríos. Un blanco en el corazón del Ejército era una forma, para Huidobro, de neutralizar a los colorados con armas. Con él mantenía largas conversaciones de historia. Hablaban, confiesa Manini Ríos para este artículo, de Rusia, China, Siria. Y de Estados Unidos. En resumen: de imperialismos, guerras, de las lecciones de la historia. Impactó escucharlo al comandante hablar “en nombre de las Fuerzas Armadas” durante el último adiós a Huidobro. “Pude realmente descubrir a un ser excepcional, a una persona singular, a una persona que permanentemente leía expedientes y libros” sobre temas militares y que hacían a su tarea como ministro. Y dijo: “Tomó su función en serio y descuidó permanentemente su salud. Así se fue ganando poco a poco el respeto y la consideración de las Fuerzas Armadas”. Nunca del todo analizado, uno de los pasajes del discurso de Manini Ríos en aquel discurso en el cementerio del Buceo exteriorizaba un conflicto que a Huidobro lo mantuvo en vilo durante los últimos tiempos. “Quiero destacar la coherencia de Eleuterio Fernández Huidobro. Su capacidad de análisis singular de la realidad y de la actualidad lo llevaron a entender perfectamente que detrás de quienes atacaban a las Fuerzas Armadas, de quienes buscaban debilitarlas, destruirlas, de quienes buscaban suplantarlas por una guardia nacional, que detrás de ellos estaban los centros de poder mundial a los que él combatió durante toda su vida, y he ahí su coherencia. Y eso le despertó críticas y enemigos, y eso le hizo profunda mella en su alma. Era un hombre valiente, un quijote, un gladiador”, sostuvo allí, bajo la garúa finita, Manini. De alguna manera, el comandante del Ejército se refería así a la intención de suplantar las actuales Fuerzas Armadas por una guardia nacional. Esa voluntad, que algunos de sus compañeros del anterior gobierno adjudican a grupos como el Ir, o Casa Grande, de Constanza Moreira, tuvo algunos puntos de contacto con los planes del ministro del Interior, Eduardo Bonomi, de fortalecer la Guardia Republicana a través de la succión de funciones que cumplían otras reparticiones o mediante la compra de equipamiento. El Ejército, Huidobro y Manini nunca dejaron de prestar atención a estas dos bibliotecas que, en el fondo, coincidían en quitarle atributos a las Fuerzas Armadas. El jefe militar “Quiero recordarle que yo fui un jefe militar, como Chávez o el Che Guevara. ¿O qué era el Che Guevara?”, sostuvo en una entrevista que le realicé en el programa Primera vuelta, de Tevé Ciudad. Así se consideraba Eleuterio Fernández Huidobro: un jefe militar. La política como espectáculo Una vez colocó una granada en un estudio de televisión. Ocurrió durante un debate con Pablo Millor, dirigente colorado de los círculos pachequistas. Huidobro fue el primero de los tupamaros en participar de un debate televisivo. Y más: el primer tupamaro en participar del primer debate transmitido en directo en televisión en toda la historia de Uruguay. No fue un detalle ni una casualidad: el hombre entendía que buena parte de la praxis política tenía que ver con el dominio de la escena, del espectáculo que por entonces comenzaba a representarse en la caja boba. Casi tan estridente como el “No sea nabo, Néber”, protagonizado por José Mujica en el mismo canal, ante el mismo periodista –Néber Araújo–, la colocación de una granada que sacó del interior del saco y posó sobre la mesa donde se llevaría adelante el programa generó amplísimas repercusiones políticas y mediáticas. “Es una granada pachequista” dijo. En una entrevista que tiempo después concedió a Jesús Quintero, el Perro verde, amplió detalles sobre este acontecimiento: “–¿Es verdad que aquí, en esta mesa, hace diez años, puso una bomba de mano en la mesa? –Sí, cuando recuperé mi libertad, en una polémica con un dirigente de la ultraderecha. Yo sabía que me iba a acusar de haber puesto bombas. Y yo me vine con un agente en actividad del servicio de Inteligencia que en ese acto se estaba dando vuelta, al que le habían ordenado poner esa bomba en un acto del Partido Comunista. Esa persona estaba ahí presente también dispuesto a dar su cara, con lo cual yo le mostré al dirigente de la ultraderecha quiénes eran los terroristas en Uruguay. La persona que hizo eso hoy vive en Suecia, exiliada. Porque es muy difícil contar la verdad, todavía, aquí”. Pablo Millor todavía recuerda este episodio: “–Fue un momento muy tenso, diría que desagradable. Queríamos intercambiar ideas y el impacto de aquella granada fue grande, pero hasta ahí voy”. Huidobro decía que con aquél acto había “devuelto la granada a sus dueños”. Alguna vez dijo Néber Araújo que la granada estaba activada. La desactivaron un día después, en el Servicio de Material y Armamento del Ejército. La paz en Colombia Eleuterio Fernández Huidobro era hombre libre. Recién había salido de la cárcel. Primer destino: La Habana. Fue en el caimán del Caribe donde el liberado Huidobro se encontró con Antonio Navarro Wolff, por ese entonces integrante de la dirección nacional del Movimiento 19 de Abril (M-19), un grupo insurgente colombiano nacido de un fraude en las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970, que dieron ganador al expresidente Misael Pastrana Borrero frente al general Rojas Pinilla. Fernández Huidobro relató en aquel encuentro con Navarro Wolff la estrategia de los tupamaros uruguayos para incorporarse a la institucionalidad democrática en Uruguay. “–Nos dijo que estábamos todos locos, que nos iban a matar, que nos teníamos que subir a un cerro muy alto o irnos de Uruguay. Pero resultó, con el tiempo, que él estaba más loco que nosotros. Le dijimos que en nuestro país no estaban dadas las condiciones políticas para otra cosa, que se estaban confundiendo en el análisis político”. En los años noventa, el M-19 alcanzó un acuerdo de paz con el gobierno colombiano. Luego vino la desmovilización. Después, la conversión en un movimiento político de centroizquierda. El 9 de marzo de 2015 se cumplieron 27 años de la firma de los acuerdos de paz que permitieron la incorporación de los integrantes del M-19 a la vida política y civil. Ese día, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, envió un mensaje a los negociadores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) apostados en La Habana. “Miren el ejemplo del M-19, miren lo que lograron hoy, 25 años después. Gustavo Petro es alcalde de Bogotá, y Antonio Navarro Wolff es senador estrella del Congreso de la República”, dijo. Con las conversaciones entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos en su momento más decisivo, la solicitud de ambas partes para que Uruguay integrara junto con las Naciones Unidas una subcomisión técnica que “contribuya a poner en marcha la discusión sobre el monitoreo y verificación y a preparar desde ahora su instrumentación” condujo nuevamente a muchos a pensar en la experiencia del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que en 1989 se integró al Frente Amplio y en 2009 logró que uno de los suyos conquistara nada más ni nada menos que la presidencia de la República. Así lo explicó el canciller Rodolfo Nin Novoa al ser consultado por los elementos que pudieron haber pesado en tal invitación: “–Uruguay vivió un proceso que implicó una guerrilla que luego se incorporó a la vida política del país, abandonando la vía armada”. El embajador de Colombia en Uruguay por aquel entonces, Alejandro Borda, elige el lenguaje diplomático: “–Si lo dice el canciller, seguramente es así. A título personal yo pienso que sí”. Los médicos y las ONG Muchas veces Huidobro despotricó contra “los médicos” y “las ONG”. Sobre los primeros, comentaba, “son fríos como una navaja”: “Yo, que en el último tiempo estuve varias veces internado, conozco su manera de pensar, su forma de proceder. Ellos no trabajan los fines de semana, vienen una vez por semana, ponen una placa al sol y dicen: ‘es esto’. Y se van. Y pobre del que no cumpla con lo que dice un médico”. “Yo les dije a los milicos en un cuartel del interior, ustedes no saben, esto es una Jauja. Ustedes porque no conocen a los médicos”. El regreso de Tabaré Vázquez a la presidencia lo encontró, nuevamente, en el cargo de ministro de Defensa. Quizás por eso comentaba con insistencia esta visita al cuartel y ese diálogo con los militares en aquel transicional año 2015 en que el médico oncólogo volvía a tomar las riendas del gobierno. Pluma blanca, le apodaba entre los íntimos, en parte por el nombre de reminiscencias indígenas (Tabaré) y en parte por su carácter de médico. Un día lo exteriorizó en una entrevista que le realizó Nelson Cesin, para Brecha: “–Si vos sabés que Pluma Blanca (N. de R.: Tabaré Vázquez) va a vetar, ¿para qué mierda lo hacés? –¿Tanto debe pesar la opinión de Pluma blanca? –Pero con el dato de lo que Pluma blanca dice no le voy a crear un problema político al FA por gusto. ¿Para qué lo hacemos? ¿Para quedar bien con las ONG que nos financian? Tengo ese dato político y sigo adelante. ¿para qué? Es testimonial, es campaña electoral, es juntar votos para 2009. Hacelo con otra cosa, no lo hagas a costillas de un problema para el FA”. Con Tabaré Vázquez la relación fue de más a menos. En un principio, durante el tiempo en el que el actual presidente ocupaba la titularidad del Frente Amplio, Huidobro era, junto a José Korzeniak, uno de sus principalísimos asesores en Defensa. El vínculo se enfrió durante el gobierno de Mujica, pero volvió a cobrar temperatura luego de que Vázquez lo eligiera como su ministro de Defensa a partir de 2015. Distinta fue la durísima pulseada que mantuvo con organizaciones de derechos humanos, sobre todo Serpaj, a la que acusaba de estar financiada por Estados Unidos. Estos cruces llegaron a dejar planteada, a la interna del Frente, el pedido de renuncia de Huidobro. Una de quienes pedía esto era la senadora Constanza Moreira. Huidobro recibió ese reclamo de dimisión como una afrenta. Pero más le dolía que le endilgaran esconder, ocultar, tapar la verdad de los desaparecidos cuando, en realidad, él sostenía que la estaba buscando a su manera: a través de contactos, información privilegiada, confesiones a cambio de anonimato. Creía que no había otra manera de encontrarse con “las verdades” de la época de plomo. Y en el ensayo o en el error, murió fiel a esa idea, inaceptable para una parte importante de la izquierda. “Si me permiten torturar, capaz que algo más encuentro”, dijo, levantando otra vez una inmensa polvareda en la opinión pública. Era entonces cuando, frente al revuelo que causaban sus declaraciones, el Ñato parecía lamentarse de sus propios dichos, aunque en el fondo coincidiera con el romano Publio Siro: “Me he arrepentido de haber hablado, pero nunca de haber guardado silencio”. El poder mundial y los recursos naturales Lo desvelaba el estado de los recursos hídricos en el Uruguay. Advirtió, antes que nadie, sobre la alta contaminación de los ríos Negro y Santa Lucía. “Descubrimos que la cuenca del Santa Lucía está contaminada por algas tóxicas peligrosísimas y que el río Negro es peligroso para bañarse en él y para los animales. Pienso en Las Cañas y Mercedes. ¡Pobre gente!”, decía. Muchas veces manejó incluso la posibilidad de militarizar la custodia de ambos flujos de agua para “asegurar la salud de los uruguayos”. En la X Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas, que presidió en octubre de 2012, avanzaba más sobre esta concepción del valor de los recursos naturales: “–Hemos construido un diabólico círculo perverso. Gandhi dijo ‘vive de manera simple para que los demás simplemente puedan vivir’. Los desastres naturales que nos ocupan en esta conferencia tienen poco de naturales y mucho de irresponsabilidad y criminalidad humana, especialmente bancaria, de malos bancos, o mejor dicho, como se dice, ahora de bancos malos. En consecuencia, galopan sobre nuestra realidad –como escapados del apocalipsis– cuatro terribles jinetes: la crisis poblacional, la crisis del agua potable de buena calidad, la de la energía y también la de los alimentos. Como telón de fondo, y por si fuera poco, la crisis medioambiental y su abigarrado cortejo de brujitas y demonios”. Estaba convencido de que había una relación directa entre los conflictos armados y los recursos naturales. Así lo evidenciaba en por lo menos tres casos: Siria, Ucrania y las Malvinas. “Podemos decir que en casi todos los lugares donde hay guerras hoy mismo, Ucrania por ejemplo, el problema es lo que hay debajo de Ucrania. Oleoductos, gasoductos, y probablemente yacimientos de gas”. Decía que “pasa lo mismo en el caso de Siria y las Malvinas del Atlántico Sur”. “La guerra es por los recursos, y nosotros tenemos otros recursos, que a veces valen más que el petróleo”, afirmaba, en relación al agua dulce. Y profundizaba, no sin antes fijar la mirada en las agujas del reloj, al responder a la pregunta de “cuándo cree que habrá guerras declaradas por el agua”: “–Bueno, sáquele eso de ‘declaradas’. Ya hay hoy, no se necesita esperarlas. –¿Por eso es necesario el Ejército? –Entre otras cosas, pero sí. Lo precisamos frente al capital transnacional, lo precisamos para cuidar el agua y todo lo que hay abajo, que ya sabemos, pero no se puede decir”. La última batalla Hijo de una visión insurreccional de la política, creía que sin el Ejército era difícil combatir los grandes problemas de la defensa en los tiempos que corren. De ahí que haya pensado en predios del Ejército como primera opción para la regulación del cannabis, una idea que lanzó en una de las reuniones del Gabinete de Seguridad luego del asesinato de un planchero de la cadena de restaurantes La Pasiva, que generó gran revuelo en el país. En aquel momento, varios de los asistentes reaccionaron con asombro ante aquella propuesta, e incluso solicitaron al ministro que la llevara por escrito. A la siguiente reunión, Fernández Huidobro acudió con un recorte de prensa. Era un viejo artículo del órgano de prensa del Movimiento de Liberación Nacional, Mate amargo, en el que reflexionaba sobre el fracaso de la guerra contra las drogas, iniciada por el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971. “Esta es la propuesta”, dijo. Frente a la mirada atónita del resto de los integrantes de aquel gabinete, la propuesta se fue abriendo paso apadrinada por el entonces presidente, José Mujica, tal como recoge el libro Marihuana legal (Sudamericana, 2017), de Guillermo Draper y Christian Müller. El primer anuncio sobre la regulación del cannabis tuvo lugar en junio de 2012, cuando en una conferencia de prensa convocada originalmente para anunciar una nueva estrategia de seguridad, Eleuterio Fernández Huidobro presentó la propuesta. “La prohibición de ciertas drogas le está generando al país más problemas que la droga misma”, dijo en aquella oportunidad el ministro de Defensa Nacional. Floreció este año. Dejó la misma sensación de cuando se arma, inesperadamente, la cara menos explorada del cubo de Rubik, esa a la que nadie le venía prestando atención. Y se desarmaran, a su vez, todas las otras. Así funcionaba el Ñato.