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Hacia el gran abrazo del encuentro

Ni un tranco de pollo

Aquel ejército artiguista de negros, gauchos, criollos, indios y algún buen americano fue el primer gran abrazo y encuentro del pueblo oriental para combatir el yugo opresor. Debieron pasar muchos años y muchos esfuerzos por mantener distantes a los orientales hasta que nuevas circunstancias llamaran al encuentro de lo diverso.

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Caras y Caretas Diario

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Por Ricardo Pose

 

La partidocracia uruguaya hace tiempo está en crisis; no es un fenómeno sólo uruguayo, claro, y hay incluso quienes se han hecho unas chirolas dando conferencias sobre la importancia del rol de los partidos políticos en las sociedades democráticas y republicanas. Que ciertamente son importantes, pero que cada vez más la sociedad les sigue asignando el rol de instituciones en las que se ofertan las propuestas, candidatos electorales y los elencos de gobierno y oposición.

Muchos han migrado a otros espacios, a la militancia cibernética, los que encuentran en las tareas más inmediatas a nivel social o sindical su lugar y esperan la hora de las urnas cada vez con menos apasionamiento.

Si tuviéramos que hacer un forzado y antojadizo encasillamiento de la izquierda uruguaya, diríamos que a grandes rasgos hay dos bien caracterizadas: la organizada en partidos políticos y la que hoy se concentra en lo que definiríamos como izquierda social.

Del primer grupo, digamos que, siendo suya la necesidad de perfilismo para la contienda electoral y alguna pretendida acumulación para proclamadas transformaciones más profundas, por supuesto que la que nos desvela es la del Frente Amplio.

Porque fue esa fuerza política, esa coalición-movimiento, que tuvo en la primigenia izquierda social, la insertada en el movimiento sindical uruguayo, en el cooperativismo, en las diversas organizaciones barriales, su matriz.

Este divorcio y por momentos fugaces momentos de tensión, entre la izquierda institucional y la izquierda social, es por lo que que convocamos a su encuentro, sin perder sus perfiles, ante la andanada reaccionaria que asola la región, por no decir buena parte del planeta, y el paisito.

 

Institucionalidad y foro social

La institucionalidad, es cierto, se tragó los cuadros políticos que eran motorcitos, dinamizadores en sus ámbitos de militancia, fueran estos dentro de las estructuras políticas o en el movimiento social.

Pero, también, la lógica de funcionamiento institucional, de priorización pre y poselectoral, fue creando ese microuniverso de la fuerza política, de un esfuerzo por sostener los equilibrios entre la represnetatividad y la legitimidad, de fuerzas políticas, además, con una famélica militancia, a riesgo de convertirse en corrientes de opinión con excelentes comunicadores a su frente.

Este ejemplo era bien fácil de visualizar en las movilizaciones de campañas electorales del interior, donde el nivel de las movilizaciones era muy importante, tal vez, el más dinámico en ocupar las calles por una enorme población que no votaba.

Asumir y aprender la cultura de la gobernabilidad, nueva para una histórica cultura de resistencia.

Las agendas abarrotadas de reuniones fueron levantando una muralla con ciertos cercos informativos; las contradicciones objetivas de un sistema que no erigimos nosotros, muchas veces mal resuelta.

Del otro lado, una fuerte concepción de sobreestimación de lo social sobre lo político partidario fue ganando en la construcción y en la militancia en lo social contra los aparatos políticos.

Nacieron movimientos de resistencia, cuyos militantes quitaron de su práctica diaria la tarea de derrocar el poder de las clases dominantes, elemento que no se logra resistiendo, sino avanzando ofensivamente cuando las fuerzas acumuladas lo permiten.

 

La pinza y el escarbadientes

Los militantes uruguayos más lúcidos de la izquierda uruguaya veían el problema; muchos se refugiaron rápida y religiosamente en aquella “teoría de la pinza”, engendrada en Brasil, y que a la hora de los hornos falló con total éxito.

Por un buen tiempo aquel binomio PT-MST y otros movimientos sociales, que de hecho fueron el sustento práctico de la teoría, fue tomado como un rumbo.

Ese binomio no podía durar para administrar el capitalismo; tampoco podía aglutinarse en la defensa de un juego institucional cuyas reglas aceptamos, pero no creamos.

Y esa ausencia de la otrora masa movilizada en las calles fue la brecha que el enemigo de clase utilizó para derrocar gobiernos progresistas desde su trinchera institucional y sus formidables aparatos de difusión.

En cierto sentido, con muchas contradicciones no resueltas y otras mal resueltas, la lucha político partidaria en la arena judicial y parlamentaria resultaba ajena a la enorme mayoría de las organizaciones sindicales y sociales, y no fue sólo un fenómeno de Brasil.

En Uruguay, salvo aquel episodio de la huelga de transportistas en el primer gobierno de Vázquez, casi no ha existido una unidad en la diversidad de enfrentamiento a los enemigos de clase.

Contradicciones mal resueltas, quizás de programas que no han hecho carne, de empacamientos y tozudas necesidades de perfilismo; por mencionar sólo un ejemplo, han nacido diversas movilizaciones referidos a temas medioambientales que en una bizarra postal han llevado a la calle en contra del emprendimiento de Aratirí a estancieros y connotados dirigentes de los sectores ultraizquierdistas, al tiempo que el ICIR, aquel impuesto que apuntaba a combatir la concentración de la tierra y podía ser la perla de un collar para modificar la estructura agraria del país, sucumbía en los papeles judiciales.

 

Poleas y burros de arranque

Sostenemos el valor de la independencia  de clase y el funcionamiento democrático y genuino de las organizaciones sindicales, del movimiento cooperativo, del enorme y contundente movimiento feminista y medioambiental.

Creemos que siquiera quienes importaron aquella teoría de la pinza, que ensayaron esa práctica de que grupos sociales tuvieran representación partidaria y parlamentaria, intentaron que el movimiento social sea la polea del gobierno o de su fuerza política.

En el fondo seguimos apostando a una representatividad política, en la que la democracia no se ejerza sólo a través de la partidocracia, pero estamos convencidos de que el rol de fuerzas sociales al servicio de los  intereses de la fuerza política, más específicamente el Frente Amplio, es un relato de las clases dominantes y que repiten algunos incautos.

Sobre todo porque si algo ha caracterizado al movimiento social más desarrollado como el sindical y el cooperativo, es su alta y prestigiosa politización.

No han sido organizaciones meramente reivindicativas de la mejora del salario y del empleo en un caso y de la construcción de viviendas en el otro.

Herederas de aquel formidable Congreso del Pueblo, han elaborado sus plataformas reivindicativas, tan profundas como las que se sintetizaron en los órganos partidarios.

 

A la izquierda, que hay lugar…

Buena parte de los integrantes del diverso  movimiento social, de la cultura, del sindicalismo, se vienen posicionando a la izquierda de la fuerza política.

Este no es un fenómeno nuevo en ningún lugar del mundo que haya tenido la experiencia de gestión de gobierno.

Desde aquel infantilismo revolucionario alertado por Lenin, los extremistas alertados por la Revolución cubana y otros miles de ejemplos, parece ser un fenómeno natural en la convivencia de diversas definiciones estratégicas y el florecimiento de ansiedades y el andar a las marchas del motor.

Suena perplejo pedirle construcción del socialismo al Frente Amplio; su riqueza no es la de un Frente político siquiera pensado para la lucha por la Liberación Nacional sino la de la diversidad progresista de socialdemócratas hasta leninistas, de ateos a cristianos.

Pero hasta el momento es la única construcción seria y con posibilidades de seguir haciendo algo que permita acumular fuerzas y hacer de las instituciones palancas al servicio de los intereses populares.

Cierto que se agotó su discurso de la Herencia Maldita, de los logros sobre el país en ruinas, del coqueteo con la Inversión extranjera, del tomar en cuenta al otro como cantera electoral.

En la dura batalla que se avecina, tal vez la más cruenta de este siglo adolescente, se necesitara nuevamente pueblo en la calle , no solo para adornar actos,  y un rumbo programático, un relato de lo que vamos a hacer y no de lo  que hicimos, un esfuerzo para contener la atomización fraccionista de grupos políticos, un encuentro en las avenidas y por las veredas de los pares de los representantes políticos con los trabajadores, con las miles de mujeres movilizadas, en defensa de nuestra soberanía medio ambiental.

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