¡Felices fiestas! Queridos lectores que me aguantan desde hace tanto tiempo, gracias por hacerlo. En la medida que podamos, continuaremos con nuestros artículos, que son una especie de reflexión que comparto con ustedes. Lo primero que debemos festejar es que hemos sobrevivido al primer año de Donald Trump, que nos tuvo con el Jesús en la boca varias veces, pero, al final, nada ha pasado. Arrancó como un toro de lidia en medio del ruedo, atropellando contra todo lo que veía. Pero atropellaba capotes. No tengo forma de saberlo porque Estados Unidos no da noticia de sus bajas ni de la sangre que ha hecho correr en los diferentes escenarios bélicos oficiales, oficiosos o solapados que mantiene en el mundo. Cuando Vietnam, creyendo al principio, que la cosa sería un paseo, repatriaba sus bajas y les hacía un funeral oficial y rumboso. Al aumentar estos, tuvieron que crear nuevas unidades especializadas en toda esa pompa, y pronto se dieron cuenta de que la ceremonia les jugaba en contra; enterraban ciudadanos. Soldaditos, hijos de ciudadanos, atrapados por el servicio militar, idos a morir al otro lado del mundo en una guerra tan brutal como sin sentido. Aprendieron la lección; han creado sus unidades tipo legión extranjera o directamente han tercerizado las guerras que libran con mercenarios o marginales que ni tienen quien los llore ni entierran solemnemente. Ya las bajas en sus filas no son votos en contra de los parientes. Pero siguen derramando sangre en escenarios lejanos. Y haciendo que la de los agredidos corra a raudales. Sin embargo, el hecho no influye en la política interna y apenas aparece en los medios. Salvo cuando Trump lo quiere y hace lo posible por crear tensiones y conmocionar a la opinión pública, como en este caso del reconocimiento de Jerusalén como capital, única y no compartida del Estado de Israel. Le importa un ardite escandalizar al mundo, provocar reacciones en Palestina y quedar aislado en Naciones Unidas, únicamente acompañado por países tan insignificantes como Islas Palau, que nadie encuentra sin una lupa en el Pacífico, o tan “democráticos” como Honduras. En realidad, y pese a las amenazas de cortar la “ayuda” a quienes no lo acompañaron (que irá haciendo realidad de a poco), el fin perseguido era interno. Trump es el producto de la “posverdad”, palabreja que ha terminado por aceptar la Real Academia de la lengua. Ni importa que un hecho sea real si a él le parece que lo es. Y con base en ese parecido actúa. Trump es el producto de esta revolución en el área de las comunicaciones que ha logrado, por saturación, que no importe si algo es real con tal que sature las redes. Saturando las vías alternativas de comunicación llegó a la presidencia y desde ella produce hechos mediáticos que fijan la atención en lo que él quiere, colocando en segundo plano lo importante. Lo importante no es dónde estará su Embajada en Israel, como no lo fue su duelo verbal con amenazas nucleares contra Corea del Norte y como no lo fue el amago de arremeter contra Irán. Utiliza la espectacularidad de la política exterior para disimular sus avances en lo interno. Mientras nosotros, preocupados, observábamos recalentarse el duelo verbal y aparecer en el horizonte el holocausto nuclear, Trump hacía aprobar un presupuesto militar por 700.000 millones de dólares y rebajaba los impuestos que deberán pagar los ricos. ¿Cómo influirá eso en la vida de los votantes orgullosos del tono compadrón de su presidente matón? No lo han pensado porque, saturados de información banal, no piensan demasiado. Tendrán educación pública más escasa y de peor calidad. El programa de salud de Obama, que no pudo derogar, no tendrá fondos y los grandes conglomerados financieros continuarán enriqueciendo e invirtiendo en donde les convenga. ¡Pero tendrán musulmanes para odiar, mexicanos para explotar y se sentirán los reyes del mundo! No hay desayunos gratis y, en forma indirecta, pagarán por ello. En cuanto a nosotros, recibamos confiados el año 2018; no moriremos en un alocado e ingobernable holocausto atómico. Si esa delgada franja que separa los dichos de los hechos en algún momento se transgrede y el horror nuclear se desata, ¡no tendremos tiempo de enterarnos! Dicen que las cucarachas son quienes tienen mayores posibilidades de sobrevivir. A lo mejor, con millones de años de evolución, sus descendientes estudiarán nuestro mundo con el mismo interés con el cual ahora estudiamos el mundo de los dinosaurios. Entretanto, sigamos con nuestras pequeñas vidas. Para empezar con mis pequeñas opiniones y reflexiones en este fin de año, mi saludo y mi reiterado respeto a Fernando Calloia y a Fernando Lorenzo. Y mi comprensión ante el estallido de Jorge Larrañaga. Todo lo que dijo es verdad, no “posverdad”, y llega un punto en el cual callar invita a que prosiga el bullying. Ni hace crecer al partido ni es muy compartible eso de pescar dentro de la pecera y tratar de agrandarse a costa del socio. Me hace recordar la manía que tenían algunos estancieros que agrandaban sus campos corriendo las alambradas. Y vayamos al asunto. Al centro de mis preocupaciones. Negociando, tironeando, recortando y pegoteando, hemos llegado a un acuerdo que preservó la unidad dentro del Frente Amplio. ¡Albricias, se ha salvado la unidad! No para siempre, apenas para este episodio, que ojalá este cerrado. Pero nos quedan por delante unos cuantos temitas. Está el asunto del TLC con Chile que tanto preocupa al Sr. Corallo, que nos vive acusando poco menos que de traición a la patria porque no lo hemos aprobado. Seguro, para su retórica cargada siempre de reclamos y exigencias que beneficien a esos benefactores que se empeñan en producir en nuestro país. De puro patriotas, porque son tantas las veces que ha remachado el clavo de los costos internos que me ha convencido que trabajan a pérdida. En la “posverdad” del Sr. Corallo no había por qué informar que en tanto nosotros estamos discutiendo el tema políticamente antes de darle entrada al Senado, en Chile no lo han discutido, ni fuera ni dentro del Senado. Y hubo elecciones, cambiarán el presidente y el Legislativo y nadie ha dado demasiado importancia al TLC que a él le preocupa tanto. Nunca hemos tenido tantos clientes en el exterior, nunca hemos dejado de crecer desde que el Frente Amplio está en el gobierno y nunca se han hecho tantos esfuerzos por proteger y auxiliar a la producción nacional. Parece que nadie recuerda que fueron los gobiernos anteriores quienes nos llevaron a una apertura comercial que arrasó con ramas enteras de la producción nacional, como la aguja. Y que nadie se acuerda de que todo culminó con la crisis de 2002, la que empujó a algunos a intentar un golpe palaciego que hiciera renunciar al Dr. Jorge Batlle, al que ahora han decidido ensalzar como el adalid del liberalismo. En fin, cada cual con su discurso y veremos si Lacalle Pou consigue imponerse pescando en la pecera y si el coloradismo consigue proyectar a Ernesto Talvi, el hijo dilecto de Ramón Díaz, como el renovador del coloradismo. De batllismo, ¡ni hablar! Mi preocupación no son ellos, que, como la zorra del cuento, saltan y saltan tratando de llegar al racimo de uvas. ¡Están verdes, muchachos! Están verdes, no las uvas, sino ustedes. Con todo, nadie sabe cuántos errores tenemos por cometer de aquí a las elecciones. Cuántas “salvaciones” requerirá la unidad y para qué servirá esa unidad convertida de instrumento en fin. Sacralizado fin que se agota en sí mismo. Si la conseguimos, ¡poco importa el precio! Poco importa si haberla conseguido erosionó la fraternidad, desilusionó militantes y nos derechizó. ¡Allí está el detalle! Para qué queríamos la unidad si no era para transformar el país. Y reconozco que hemos hecho mucho, pero a nadie se lo vota por lo que hizo, sino por lo que promete hacer. La concepción teórica que dio origen al Frente Amplio tenía dos patas que ayudarían y se sostendrían mutuamente en el avance hacia el Uruguay que queríamos. Le pedíamos al hermano que no se fuera, ya que habíamos creado una luz de esperanza. Una pata era, por supuesto, la unidad política. La peculiar unidad a la uruguaya que logró conjuntar a cristianos y marxistas, a blancos y colorados, y a desencantados en el peculiar crisol de la lucha contra el pachecato. Tenía una experiencia previa que mostraba que dicha unidad era posible: la creación de la CNT. Y que tenía un sustento programático que podía oficiar como argamasa que uniera a todas las vertientes: el Programa del Congreso del Pueblo. No importa si punto por punto era realizable ese programa, y tampoco importa ahora el respeto por su texto letra por letra. Lo que sí resulta ineludible es respetar su espíritu. La voluntad de encontrar soluciones populares a la crisis y construir un país más justo y soberano. Bueno, compañeros, estamos al final de una etapa y en este final nos está ganando el fetiche de la unidad, esperando que sea el otro el que conceda. Y esperando que, en su bondad, las calificadoras de riesgos nos sigan manteniendo el investment grade si no las escandalizamos. Pues el Estado es deficitario en sus finanzas y en sus realizaciones sociales. ¡Muy bien por el compañero que reparte tablets o introduce chips a los perros! ¡Muy bien por todo lo hecho! ¿Y ahora? Repito, no hay desayunos gratis y de alguna manera deberemos equilibrar el presupuesto. Ya no se puede cargar más peso sobre los hombros de los trabajadores. Ni como impuesto ni como tarifa. Si no hacemos que quienes eran ricos y se han enriquecido enormemente contribuyan, el bloque social que sustenta a este gobierno entrará a sufrir. Sea porque lo toleramos, sea porque lo enfrentamos. Así que, ahora, con tiempo y sin demasiadas crispaciones, debemos ponernos a discutir el rumbo estratégico, los pasos y la participación del pueblo en el sostén de los cambios. No nos queda mucho tiempo. Y, como viejo sindicalero, me parece prudente que, entre nosotros, comencemos a estudiar un plan b por si las cosas no se arreglan. Independientes y jamás indiferentes. Pero no es cuestión de que siempre sean los trabajadores, los sectores medios de la sociedad, quienes paguen el costo del desayuno. En otra expondré algunos puntos de vista acerca de la lucha. Hay que aprender de los vecinos y de nuestra propia experiencia. Los tiempos han cambiado.
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