Desde un país tan pacífico como el Uruguay es difícil imaginar que las razones de una guerra sean más fuertes que las de una negociación de paz.
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Por eso es difícil tener una opinión cuando lo primero que pensamos es que no podemos concebir como un conflicto puede durar tanto tiempo sin que se halle una solución o al menos una tregua estable y sostenible.
Yo no soy un experto en la historia de esta guerra en Medio Oriente ni presumo de saber sus entretelones, los recovecos y detalles del conflicto.
Aunque supongo que es muy importante saber más, no intento establecer quién empezó y quién solamente responde a la agresión del otro.
Sin embargo, estando tan lejos y admitiendo mucha ignorancia, duele.
Los detalles de un episodio aislado no me interesan mucho, porque son solamente incidencias en un conflicto milenario en que todos tienen razón y ninguno tiene razón.
La persistencia y la prolongación del conflicto es claro que ayuda al desarrollo de los sectores más intransigentes, beligerantes y fanatizados en detrimento de los más moderados de ambas partes.
Parece evidente que hay dos naciones y que deberían poder vivir en paz. Hay dos pueblos, debería haber dos territorios y deberían poder convivir sin pretender ser superiores unos a otros sin disputar sus riquezas naturales, sin sentirse los elegidos de Dios y sin predominar en el uso de los recursos materiales ni de la fuerza.
Sin embargo no es así y parecería que han resuelto vivir en guerra, con los costos infinitos en vidas humanas y desperdicio de recursos, destruyendo ciudades, culturas, vidas y futuro durante décadas fracasando en todos los intentos de paz y poniendo a dos naciones y dos pueblos como peones de intereses geopolíticos ajenos.
Es imposible de negar que la peor parte la llevan los palestinos, tienen más muertos, más víctimas, son más pobres, tienen más heridos, disponen de menos fuerzas y menos recursos para la guerra.
También en Israel, los árabes israelíes viven bajo sospecha, son minorías, son discriminados, especialmente por los sectores ultraortodoxos quienes tienen un peso superlativo en la sociedad.
Israel y los israelíes deberían poder construir una sociedad moderna, democrática, integrada y próspera con una sociedad civil activa protagonista de los avances sociales, culturales y científicos que el mundo entero reconoce.
Los palestinos también merecen prosperidad y bienestar en ese desierto en donde han vivido por generaciones, con los mismos derechos y profesando las misma religión y la misma cultura que sus ancestros.
Las bombas que caen en uno y otro lado son igualmente malas, pero quiéralo o no el volumen, la tecnología y el poder de fuego es desproporcionado y también las víctimas humanas y el daño material lo es.
Los dos bandos deberían acordar un cese de fuego y sentarse a negociar, retirándose los asentamientos israelíes que hoy ocupan parte del territorio de la franja de Gaza, garantizando a los árabes que viven en Israel los mismos derechos que a los judíos, respetando sus propiedades, sus mezquitas, sus espacios religiosos, compartiendo Jerusalen y limitando el poder de los grupos más beligerantes para construir una vida mejor.
En estos días he hablado con amigos judíos aquí en Uruguay y en Israel. Algunos se congratulan pensando que la respuesta a los bombardeos palestinos parece ser abrumadora y eficaz. También hay otros que están dolidos, avergonzados y reconocen que no les gustaría ser árabes en Israel, ni palestinos acribillados en Gaza. Yo no conozco palestinos o al menos no hablo con ellos, sin embargo quiero que cesen los ataques ya, porque ni siquiera el exterminio solucionará este conflicto que para ambos es justo y legítimo pero que todo el mundo mira horrorizado.