Por Pablo Silva Galván
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Lo extraordinario suele convivir con lo normal, lo rutinario, en una dinámica que por lo general no advertimos. La rutina diaria tiende a transformar en habitual todo aquello que por sus características no encaja dentro de las normas y convenciones, ya se trate de personas o cosas. Pero un día, como sin quererlo, levantamos la vista y lo extraordinario, lo extravagante, lo original aparece ante los ojos, disipando la niebla de la rutina.
Eso pasa con la casa de Carmelo Vergalito, afincado desde hace décadas en Paso Carrasco, quien construyó su vivienda con artículos reciclados, con una originalidad que le valió, entre otros reconocimientos, el del proyecto Arte Otro Uruguay, auspiciado por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), y que ahora forma parte del paisaje de esa zona de Canelones, a pocos metros del bosque majestuoso que forma el parque Roosevelt.
Esta vivienda, obra de un aficionado -don Carmelo era pintor, no constructor-, es un verdadero laberinto de pasajes, escaleras, pequeñas habitaciones y grandes espacios, con el marco de exteriores adornados por millares de trozos de cerámica multicolor, balcones, miradores y hasta una piscina en la terraza. Para los vecinos es la obra de un excéntrico, un “viejo loco”, un extravagante, un soñador, un visionario, y es posible que algo de eso, o un poco de cada cosa, albergue el ánimo de este vecino.
Carmelo llegó a Uruguay en 1947, cuando tenía 22 años, procedente de una Italia devastada por la guerra, en donde la pobreza y el hambre eran lo corriente. Era el menor de varios hermanos dedicados a trabajar la tierra, pero como era inquieto, su horizonte iba más allá de esta tarea, y un día emprendió el viaje que lo trajo al Río de la Plata. Aquí trabajó en varias actividades en una quinta, y fue pintor de casas, oficio que le permitió abrirse camino. “Yo fui un privilegiado en este país”, afirma, al recordar los años en los que vivió en el Centro, en los que aprendió un oficio que le permitió ganarse la vida y en el que conoció desde grandes edificios a pequeñas casas.
“Le debo la vida a cuatro personas: a un tío, que me vendió el primer terreno que compré y donde hice mi primera casa; al chofer del dueño de la quinta donde trabajé por 1952, que me dio consejos para el trabajo; a un paisano que me enseñó los rudimentos del oficio y a otro con el que logré los mejores trabajos, los que me permitieron salir adelante”, resumió, al recordar sus años en el país. Esos pasos le fueron abriendo camino. Su primera vivienda, en San Martín y Aparicio Saravia, donde incluso construyó apartamentos para alquilar, ya tenía elementos de originalidad.
Una casa sin nombre
Comenzó a construir la casa de Paso Carrasco a mediados de los años 70, en un terreno ubicado a pasos del Parque Franklin Delano Roosevelt, una zona que por ese entonces era de campos, con pocas construcciones. No hubo planos. Cada tanto, al terminar el trabajo, comenzaba una nueva habitación, un nuevo agregado, hasta llegar a lo que es hoy: un modelo sin terminar y en crecimiento.
En su casa están presentes los elementos que para él constituyen su arte. Originales. “Si siempre repetimos las cosas, entonces no hay arte. Si se copia no es arte”, sentencia, mientras va recordando algunas de las cosas que le dan originalidad a su vivienda, desde una piscina en la terraza a un auto, estacionado en el patio, con dos pisos. Una estatua, portones de hierro trabajado, parabrisas de automóviles, todo mezclado sin orden ni concierto. “Después que los vecinos y conocidos se enteraron de que iba comprando cosas para la casa, empezaron a ofrecérmelas, pero a veces se trataba de cosas inservibles, porque no es cuestión de poner cualquier objeto. Tiene que tener una utilidad. Hay que saber utilizar lo que se tiene, lo que se descarta…”, señaló.
Recordó que comenzó la construcción a base a trabajos que fue haciendo con el tiempo, en particular en su oficio de pintor. “Empecé a comprar materiales para hacer una casa con plano económico. Esa era mi intención. Pero las cosas fueron cambiando. Hice unas piezas en el fondo, para alquilarlas y así sacar una renta”, precisó.
“La gente tira muchas cosas y yo las guardo, porque es algo que en algún momento voy a usar”, dijo sobre los materiales empleados. La finca tiene 25 habitaciones, distribuidas en dos plantas a las que se accede por un enorme portón de hierro que conduce al frente a un corredor y a un garaje, a su vez conectado con la casa, y a la izquierda, directamente a la vivienda. Dos grandes habitaciones, con enormes muebles, sorprenden al visitante. Más allá, salas de diverso tamaño, escaleras, altillos, terrazas, pasajes, un patio y un mirador constituyen un verdadero laberinto. Las paredes están tapizadas de formas geométricas y los pisos lucen diseños de diverso tipo, realizados con millares de trozos de mármol o cerámicas de variadas clases, tamaños y colores.
“Hay gente que me pregunta por qué hice eso; pues, la verdad es que no lo sé. Lo hice. Traigo lo que encuentro y lo empleo para algo útil”, explicó. “Todo es usado en esta casa. Todo. Puertas, ventanas; algunas cosas tienen un valor importante, a otras les he dado valor por el uso y la aplicación que tienen”.
“No sé si es arte. Si uno mira, por ejemplo, los monumentos de los héroes, siempre a caballo, ya no es arte. Desde el monumento a Julio César siempre están a caballo, se reitera la misma idea”, concluye.
La casa de Vergalito tuvo un reconocimiento, años atrás, al ser incluida en el proyecto Arte Otro Uruguay, que contó con los auspicios del Ministerio de Educación y Cultura (MEC). Fue una iniciativa dirigida por Pablo Thiago Rocca que se propuso relevar obras de arte en el campo de la plástica, consideradas fuera de los cánones de la alta cultura o la cultura erudita.