La absurda idea del presidente Luis Lacalle de fundir el águila del Graf Spee y transformarla en una palomita de la paz, aunque no forme parte de un plan previamente establecido, está en sintonía con la incansable tarea por parte de intelectuales y dirigentes políticos de la derecha de modificar la memoria y sus responsabilidades en los hechos del pasado reciente.
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"Es una idea de hace muchísimos años. Convertir un signo de violencia, de guerra, en un símbolo de paz. Hace un par de años nos comunicamos con [Pablo] Atchugarry y aceptó. Ahora, en estas pocas horas que han pasado, hay una abrumadora mayoría que no comparte la decisión. Si uno quiere generar paz, lo primero es generar unión y claramente esto no lo ha generado. Sigo sosteniendo que es una buena idea, pero a un presidente le corresponde escuchar y representar”, expresó el presidente Lacalle en Cerro largo en el homenaje al comunicador Serrano Abella.
No explicó cómo una vez trasformada en paloma, las nuevas generaciones podrían enterarse de que eso alguna vez fue un símbolo nazi, o tal vez la idea es que no lo supieran.
La imponente águila de bronce con las alas desplegadas y una esvástica entre sus garras, de 2,8 metros de largo por 2,0 de alto y 350 kilos de peso, recuperada en 2006 del Río de la Plata por rescatistas privados para luego pasar a ser propiedad del Estado uruguayo, representa el horror de la barbarie, algo que, al igual desde el campo de concentración de Auschwitz hasta los distintos centros clandestinos uruguayos de presos políticos durante el terrorismo de Estado, merece ser recordado con la esperanza de que nunca más se vuelva a repetir.
Pero quizás haya otros motivos para que el pos-herrerista Luis Lacalle decida borrar todo vestigio del nazismo, que si no están en su fuero íntimo, la historia se lo marca con el dedo índice.
(Escuela Nº 56 Rincón del Bonete Uruguay)
Nazis en Uruguay
El pensamiento nacional-socialista “impregnó notoriamente diversos sectores de agentes políticos del país, más allá de aquellos explícitamente identificados con él”, según la historiadora uruguaya María Camou. Como en otros países, el foco de difusión del nazismo fue la colonia alemana. En Uruguay el partido nacionalsocialista se fundó de manera independiente de Alemania en 1931, cuando Hitler todavía no había tomado el poder.
Su periódico, Deutsche Wacht (El centinela alemán), se autodefinió “órgano de lucha del movimiento nacional-socialista en Uruguay”.
El proselitismo se hacía también por medio de una emisora radial que transmitía los discursos de Hitler y de Goebbels, su ministro de propaganda, así como himnos y marchas del partido, y se extendía a los alumnos de los varios colegios alemanes del país. El poeta Mario Benedetti aprendió alemán en el Deutsche Schule de Montevideo, donde cursó la primaria. Fue retirado del colegio antes del contagio nazi, pero sí recordaba que en una ocasión un profesor les pidió a él y a sus compañeros que lo saludaran con la mano en alto.
Según la historiadora Camou: “El antisemitismo, como bandera política, constituyó el aspecto más elaborado y homogéneo del discurso nazi fascista nacional, y el que logró mayor incidencia, y para cuya difusión colaboró parte de la prensa conservadora, El Debate y El Diario, por ejemplo”.
Ya en 1936 afirmaba el periódico Tribuna Popular: “El comunismo es dirigido, lisa y llanamente, por judíos”. El mismo diario había escrito antes: “La influencia semita se nota en toda actividad de nuestro país, y ello es deprimente para el espíritu nacional que se ve desplazado, desposeído y suplantado por los semitas en sus maniobras de fin utilitario y material”.
Cercanas fueron las relaciones entre Hitler y Gabriel Terra, dictador de Uruguay de 1931 a 1938. Con ingenieros y técnicos alemanes se inició en 1937 la construcción de una represa hidroeléctrica sobre el río Negro, en Rincón del Bonete. Con ese motivo Hitler telegrafió a su homólogo: “Excelentísimo señor presidente de la República Oriental del Uruguay, doctor don Gabriel Terra. Montevideo. Al buen éxito de la obra monumental del río Negro, comenzada por iniciativa de su gobierno, expreso a su excelencia mis más sinceras felicitaciones. Adolfo Hitler. Canciller del Reich”.
Los nazis criollos
En 1940 el periodista uruguayo Fernández Artucio, que se sospechaba trabajaba para la inteligencia británica, presentó ante el doctor Hamlet Reyes, juez letrado de instrucción, la siguiente denuncia penal: “Que en uso del derecho y cumpliendo con la obligación de todo ciudadano de poner en conocimiento de las autoridades competentes -para su adecuada investigación, comprobación y castigo-, la perpetración de un delito, comparezco ante V.S., denunciando las actividades en la República Oriental del Uruguay de una asociación política que se denomina “Partido Obrero Nacional Socialista Alemán”, organización que ha tomado en nuestro país entidad y peligrosidad suficientes como para que sean investigados sus fines y medios de acción”.
Dos fiscales investigaron el partido, consideraron que atentaba contra el Estado uruguayo, ordenaron capturas y el Congreso nombró una comisión investigadora de actividades nazis. La legación alemana anunció la disolución del partido.
(Inauguración de obra represa Gobierno de Terra)
Del eje a Uruguay
La entrevista de Bordighera o reunión de Bordighera fue un encuentro que tuvo lugar en la localidad transalpina italiana de Bordighera el 12 de febrero de 1941, en la que Francisco Franco se entrevistó con Benito Mussolini, por indicación de Adolf Hitler.
El 19 de noviembre se celebró la entrevista de Hitler y Serrano Suñer (ministro de Franco) en Berchtesgaden. Hitler le habló de la absoluta necesidad de “cerrar el Mediterráneo” a los británicos tomando Suez y Gibraltar, para lo que era imprescindible que España entrara en la guerra y permitiera el paso de las tropas alemanas para atacar Gibraltar.
Antes las idas y venidas del Caudillo, Hitler manda a su ministro a hablar con el dictador español; en la primera de las entrevistas Franco le aseguró a Von Stohrer que “su fe en la victoria de Alemania aún era la misma” e insistió en que “no era cuestión de si España entraría o no en guerra; eso se había decidido en Hendaya. Era solo cuestión de cuándo”.
Por estos lares del sur, conviene recordar que uno de los más firmes admiradores del Caudillo español era el nacionalista y expresidente uruguayo Luis Alberto Lacalle, y tenía sus fundadas convicciones.
Alfredo Alpini recuerda que “inmediatamente después de la ‘marcha sobre Roma’ (1922), políticos del Partido Nacional y del Colorado (antibatllistas), empresarios y medios de prensa uruguayos comenzaron a considerar imitables algunas instituciones del régimen de Mussolini. Desde muy temprano, políticos como Osvaldo Medina, Julio María Sosa, Pedro Manini Ríos, y los diarios El Siglo y La Razón asumieron una clara postura antidemocrática. Desde el golpe de Estado de Gabriel Terra (1933) hasta la culminación su régimen en 1938, las posturas antiliberales y conservadoras en sus distintas modalidades profascistas saltaron a la palestra pública con notoriedad. Estas posiciones anti ilustradas solo desaparecieron cuando en la polaridad que produjo la Segunda Guerra Mundial, la democracia liberal, instaurada con Alfredo Baldomir, adoptó en 1940 distintos mecanismo legales (Comisión de Actividades Antinazis, Ley de Asociaciones Ilícitas) para suprimir las actividades antidemocráticas.
Luis Alberto de Herrera fue, quizás, uno de los protagonistas políticos más importantes en esta era del fascismo que vivió nuestro país. Su actitud nacionalista, contraria a asumir un alineamiento proaliado durante la guerra, llevó a que lo calificaran, desde distintos sectores políticos, de "nazi" o "fascista"”.
Mercader le asigna a Herrera la importancia de haber salvado la soberanía nacional de las pretensiones estadounidenses de construir bases militares en la zona de Laguna del Sauce. Según el autor, el embajador inglés Eugen Millington Drake, corresponsales del New York Times y principalmente Edwin Carleton Wilson, jefe de la misión de Estados Unidos en Uruguay y gestor de la negociación de las bases, construyeron el miedo al "complot nazi" con el objetivo de defender esa zona de América por medio de bases militares a instalarse en Uruguay.
La lista de los nazis que supuestamente tomarían el poder era amplísima. Empezaba por políticos reconocidos como Herrera, César Charlone, Julio Roletti, comerciantes alemanes y terminaba con el desmontado "Plan Fuhrman", que pretendía convertir a Uruguay en una colonia agrícola de Alemania. "Hoy está claro -sostiene Mercader- que Fuhrman era un enemigo imaginario y su plan un mero trozo de papel".
Según Mercader, las acusaciones a Herrera eran falsas y fueron producto de una conspiración estadounidense; "basta hojear una biografía de Herrera para entender que fue un animador de la democracia uruguaya y un obsesionado por el valor del sufragio". Su tarea parlamentaria prueba "su fe en la democracia" y "su apoyo a Terra puede considerarse una mancha que no alcanza a tiznar su trayectoria, ni mucho menos a probar que fuera nazi".
Pero Herrera tenía varias "manchas" que oscurecían su fe democrática. Coincidimos con Mercader cuando sostiene que Herrera no era nazi ni fascista, pues estas concepciones políticas nacionalistas fuera de Europa pierden su significado y se convierten en absurdos.
Entonces, ¿Herrera era demócrata, como entiende Mercader, o nacionalista de derecha como parece presentarlo Santoro según los pensadores que cita? Pero dejemos hablar a Herrera para saber a qué pensamiento político adhería.
En 1941, Herrera contestaba a una publicación española, por medio de El Debate, que "nuestra fe en la democracia no ha cedido en lo mínimo". El órgano madrileño recordaba a sus lectores que "Herrera, al igual que las naciones de Europa, ya no tiene fe en los anticuados sistemas políticos que se basan en la opinión popular".
Los españoles falangistas sabían, o presuponían, que Herrera sentía profundas desconfianzas hacia el proyecto ilustrado, fuese liberal o democrático. En efecto, Herrera era miembro de la Falange en Uruguay. En 1940, en medio de las acusaciones que se hacían de “Herrera nazi”, José de Torres, dirigente de la Falange le escribía a Herrera: “Yo quiero aprovechar esta ocasión para testimoniarle cuánto agradecemos Falange y yo personalmente el interés y el afecto con que Ud. mira esta organización, como así mismo su labor en el terreno político a favor de Falange. También lamentamos las molestias que pudieran ocasionarle compañeros de prensa motivados por su interés en Falange, que si estuviese en nuestra mano, evitaríamos gustosamente [...] no dude que todos los afiliados ven con honda simpatía su labor política y están en espíritu con Ud. que tanto nos distingue y nos ayuda. Para evitar que indiscreciones de los empleados de administración puedan dar fundamento a las críticas antes mencionadas he mandado retirar su ficha administrativa de las oficinas de administración, pero la conservo en mi fichero particular considerando que ella honra los ficheros de Falange, como así mismo recibiré con mucho gusto y como un honor los donativos que en forma periódica u ocasional Ud. haga para la obra social de Falange en Uruguay ”.
En próximas entregas, veremos cómo avanza el plan y el relato que pretende modificar o dejar en el olvido estos antecedentes de los partidos en alegre coalición multicolor.
Voces criollas
Alpini también nos recuerda que "La lista de los diarios y periodistas que adhirieron al fascismo es extensísima. El Pueblo, La Tribuna Popular, La Mañana, El Diario, El Imparcial, Libertad y periodistas y publicistas reconocidos como Juan A. Zubillaga, Adolfo Agorio, Bernardo Kayel hicieron una prédica antiliberal hasta el decenio de los cuarenta.
No solo existieron simpatizantes y apologistas del fascismo europeo, también nosotros tuvimos ideólogos que tenían para Uruguay un proyecto teórico-político de inspiración fascista. A partir de la segunda mitad del decenio de los treinta comenzaron a surgir un conjunto de agrupaciones políticas y publicaciones que se autodefinían como nacionalistas y que tenían pensado suplantar el sistema democrático liberal por medio de una revolución.
Su incidencia en la vida política del país no era menor. El tiraje de las publicaciones iba de 3.000 a 10.000 ejemplares, publicitaban a profesionales reconocidos, a colegios y empresas todavía existentes. Además, dos de estas agrupaciones (Acción Nacional y Vanguardia Nacionalista Española) contaron con la militancia de un intelectual de fuste: Carlos Real de Azúa.
Las manifestaciones antisemitas no se expresaron solo en los diarios La Tribuna Popular o El Debate. Existieron leyendas en las paredes ("el judío es más dañino que la sandía con vino"), volantes que se hacían circular entre la población alertando de la inmigración ("¿El Uruguay futuro Estado judío?" y publicaciones de listas de comerciantes judíos junto a advertencias del tipo "No compre a judíos". También una institución como la Cámara Nacional de Comercio enviaba notas al ministro de Relaciones Exteriores, Alberto Guani, solicitando la limitación de su ingreso al país, pues "el aportamiento de fuertes contingentes judíos acrecentaría así, en los momentos actuales, la acumulación de elementos raciales que tienden a desnacionalizar y des caracterizar al país".