Ante esta coyuntura, lo recomendable es reflexionar, analizar y actuar con pragmatismo y racionalidad, con anclaje en la realidad, pero sin soslayar el sentimiento y esa emoción que transformó al Frente Amplio, en el decurso de su formidable épica de más de 54 años, en la primera fuerza política del país.
La primera lectura refiere al departamento de Montevideo, el más poblado del país con casi 1.400.000 habitantes, donde el Frente Amplio ganó con luz, aunque con menos diferencia que hace cinco años y con un caudal de votos más acotado.
Lo sorprendente fue la inédita cantidad de sufragios en blanco y anulados, que sumaron un 8 %, lo cual marca un mojón que debe ser atendido, porque es un fiel reflejo del descontento de buena parte del electorado frentista con la actual administración departamental capitalina. Aunque la cantidad de votos nulos o blancos suele ser elevada en elecciones que no concitan tanto interés como las nacionales, este alto porcentaje de ciudadanos que no adhirieron a ninguna opción debe ser analizado con concienzuda inteligencia.
Naturalmente, un factor que seguramente incidió es que, de los tres candidatos que presentó el oficialismo, solo Mario Bergara es muy conocido, mientras que Verónica Piñeiro, pese a ser una gran militante y un activo importante para la izquierda en el futuro, es identificada sólo por el electorado más cercano y consecuente, y Salvador Schelotto no es un político profesional, pese a haber ocupado cargos ejecutivos en gobiernos precedentes de la fuerza política, tanto nacionales como departamentales. Esa situación pudo haber gravitado en la menor captación de votos y en el desinterés por la consulta, en una elección que se sabía laudada de antemano.
Aunque la fidelidad de la mayoría de los montevideanos al Frente Amplio no parece correr riesgos, esta coyuntura es una oportunidad para relanzar un nuevo proyecto progresista, capaz de impactar en la calidad de vida de los habitantes, que mixture obras con sensibilidad social, acorde a la impronta que siempre ha identificado al FA.
Naturalmente, el electo Mario Bergara tiene una experiencia de gestión comprobada, ya que fue ministro de Economía y Finanzas y presidente del Banco Central del Uruguay. A ello suma su sólida formación técnica como economista y su actividad política en el Senado de la República. Por ende, no hay motivos para pensar que no pueda desarrollar una tarea que vuelva a enamorar a los montevideanos del progresismo y que permita, en 2030, recuperar a los votantes que en esta oportunidad optaron por no pronunciarse, aunque felizmente no cambiaron de bloque ideológico.
Asimismo, también hay que atender las señales de Canelones, donde el FA votó menos que hace cinco años, pese a que la población valora muy bien la gestión de la administración saliente, que fue encabezada durante cuatro años por el actual presidente de la República, Yamandú Orsi.
Igualmente, en ambos casos el FA superó con creces a la derecha, que en esta oportunidad se presentó bajo el lema Coalición Republicana. Obviamente, en Montevideo no es la primera vez que el bloque conservador comparece unido, ya que en 2015 blancos y colorados votaron bajo el lema Partido de la Concertación, y en 2020 se presentaron como Partido Independiente, ya con la incorporación de Cabildo Abierto.
En estos dos departamentos el futuro es desafiante, al igual que en el resto del interior del país, donde volvió a prevalecer el Partido Nacional pese a que en octubre del año pasado el Frente Amplio había superado a sus adversarios en 12 departamentos.
Esa lógica no se repitió en esta oportunidad por factores de naturaleza cultural y de idiosincrasia, pero también política, ya que en los departamentos de tierra adentro, a excepción de Canelones, la adhesión es más hacia el caudillo local que hacia la fuerza política. En efecto, como se recordará, el 27 de octubre pasado el FA ganó en Montevideo, Canelones, Río Negro, Colonia, Durazno, Florida, Paysandú, Rocha, Salto, San José, Soriano y Tacuarembó. Sin embargo, en esta oportunidad nuevamente prevaleció el localismo y la cercanía, que devino en el triunfo del Partido Nacional en la mayoría de esos departamentos.
Aunque sea materia de análisis de las ciencias políticas, este fenómeno debe ser evaluado desde el ángulo de la idiosincrasia de los habitantes de tierra adentro que adhieren a la impronta ruralista y agrarista del Partido Nacional porque consideran que esta fuerza política representa mejor sus identidades y sus tradiciones.
Empero, hace 20 años el Frente Amplio rompió parcialmente esa hegemonía conquistando nada menos que ocho gobiernos departamentales, seguramente por el efecto arrastre de la victoria de Tabaré Vázquez en las elecciones nacionales en primera vuelta.
Aunque la actual coyuntura está todavía en el terreno de la evaluación de politólogos y cientistas sociales, la conclusión en caliente, apenas doce días después de la votación, es que el Frente Amplio no ha logrado consolidar liderazgos locales capaces de desafiar la hegemonía nacionalista y de generar identificación con la persona y, obviamente, con el lema.
En otro orden, parece insólito que Guillermo Besozzi, imputado por ocho delitos de corrupción durante sus anteriores gestiones al frente del gobierno departamental de Soriano, haya resultado electo para un nuevo período.
Del mismo modo, no deja de sorprender la elección del blanco Emiliano Soravilla como futuro intendente de Artigas, pese a que este pertenece a la misma agrupación del renunciante jefe comunal Pablo Caram, condenado por corrupción.
Otro tanto sucedió en Salto, donde la Coalición Republicana le arrebató el gobierno a FA y transformó al nacionalista Carlos Albisu en el flamante intendente, pese al escándalo de las designaciones a dedo de militantes con salarios exorbitantes en la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande, perpetrado por el dirigente blanco cuando ocupaba la presidencia del organismo binacional. En ese marco, debió renunciar a su cargo por los cuestionamientos que partieron desde el Frente Amplio pero también desde filas nacionalistas. Empero, volvió a ser acogido por su fuerza política, que impulsó su postulación bajo el lema Coalición Republicana.
Habrá que analizar por qué la corrupción aparentemente no mueve la aguja electoral, tal vez por falta de información, una percepción distorsionada de la realidad o, lo que es peor, la naturalización de conductas reñidas con la ley y con la ética. Otro factor no menor son las prácticas clientelares, que han transformado a los intendentes blancos en patrones de estancia.
Para el Frente Amplio, el saldo más positivo es haberse asegurado, además del gobierno nacional, la hegemonía, a nivel departamental, en enclaves territoriales en los cuales reside el 60 % de la población, que suman más de 2 millones de habitantes.